Parte 1.- De lo que hemos leído salta inmediatamente a la vista que los
ejes y los acentos de las definiciones de estos investigadores están colocados
en aspectos diferentes del proceso comunicacional. El modo de pensar de los
latinoamericanos coloca a la persona humana en el centro de la escena y, por
ello, la exigencia es de un diálogo igualitario, que está apuntando a una condición imprescindible
de la “comunicación”. Partiendo de la
aceptación de esta definición, todo aquello que no responda a esas
características obliga a buscar las causas de esas limitaciones, de esos
impedimentos o carencias.
Equivale a decir, lo político, entendido como la manifestación de los
intereses sociales, hace acto de presencia y no se esconde tras definiciones
técnicas. El ya mencionado Pasquali avanza en sus exigencias hacia la total
reciprocidad comunicativa: «Comunicación es la relación comunitaria humana
consistente en la emisión-recepción de mensajes entre interlocutores en estado
de total reciprocidad, siendo por ello un factor esencial de convivencia y un
elemento determinante de las formas que asume la sociabilidad».
Pasquali define como información todo aquello que no responde a los
requisitos de esta definición, según quedó señalado antes. Es la “información”, entonces, el proceso
que tiende a petrificar, a cosificar, a la persona en su función pasiva de
simple receptor y, por tanto, es una función “utilitarista” de la comunicación que no merece el nombre
de tal. Ese tipo de comunicación deja de merecer ese nombre porque pretende,
con su eficacia, manipular los actos del otro, u otros. De allí que la “libertad
de información”, que tanto se pregona, esconde la verdad de que sólo es
libertad para el emisor, ya que el receptor está negado en la posibilidad de
actuar. Se debe percibir en estos modos de abordar el estudio de la
comunicación una clara negación de los factores de poder que operan en dicho
ámbito. Se percibe un ocultamiento, consciente o no, de la verticalidad del
proceso de comunicación de masas, por el cual una elite dispone de los medios
para hacer llegar sus mensajes a las personas, convertidas en “masa”, que
reciben pasiva y acríticamente esos mensajes.
Conviene, ahora, incluir aquí la definición que Umberto Eco nos propone de
ese fenómeno que es la comunicación canalizada a través de los medios masivos,
lo que convierte a la comunicación en un fenómeno “de masas”: «Hay comunicación de masas cuando
la fuente es
única, centralizada, estructurada según los modos de la organización
industrial: el canal es
un expediente tecnológico que ejerce una influencia sobre la misma señal; y los
destinatarios son
la totalidad (o bien un grandísimo número) de los seres humanos en diferentes
partes del globo... El universo de la comunicación de masas está lleno de
interpretaciones discordantes; diría que la variabilidad de las
interpretaciones es la ley constante de las comunicaciones de masas. Los
mensajes parten de la fuente y llegan a situaciones sociológicas diferenciadas,
donde actúan códigos diferentes».
Entonces, debemos considerar los componentes de este tipo de comunicación
para poder penetrar en la índole misma de la modalidad “de masas”. Aparecen
fundamentalmente dos criterios que Eco resalta: «la mediación de los modos
tecnológicos», y el «destinatario, convertido ahora en un público masivo y
anónimo», pero diferenciado. Sin embargo, con el objeto de avanzar en el
estudio de un fenómeno tan complejo, como el que estamos abordando, y retomando
lo que venía diciendo, se podría aceptar definir la comunicación como un
proceso de grados, que puede ser más o menos informativo o más o menos
comunicativo. Lo vertical del mensaje y lo dialógico no se presentan, en la
realidad comunicacional, en forma pura. Hay una gama muy grande de
posibilidades para combinar esas dos dimensiones. Debemos aceptar, entonces,
que encontraremos medios más informativos y medios más dialogales.
Es cierto que predomina una tendencia a imponerse los primeros por sobre
los segundos, tendencia mucho más acentuada a partir de la concentración de
medios de comunicación (debería decirse “de información”) en pocas manos. Y
cabe aclarar ahora que las participaciones de la audiencia, a través de
llamados telefónicos, no alteran la verticalidad del mensaje, crea sólo una
ficción de participación. Cuando hablo de “diálogo” estoy haciendo referencia a
abrir el mensaje en un sentido dual, horizontal con ida y vuelta, que respete
el contenido de ambas puntas. No simplemente preguntarle algo a alguien, sino
escucharlo en lo que él tenga que decir y en los temas que le preocupan. En
este sentido, hay una enorme tarea para modificar culturas periodísticas que
entienden la comunicación de un solo modo; cultura a la que aporta y, además,
es responsable de la formación que reciben quienes estudian esas
carreras profesionales.
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