Tomando en cuenta todo lo que hemos venido analizando,
aceptando que la información es siempre un recorte respecto de la totalidad,
casi infinita, de los datos que ofrece la realidad; que ese recorte sacrifica
una parte mucho mayor que no se informa; que el criterio con que se elige y se
desecha es, en alguna medida arbitrario, se impone una pregunta: entonces, ¿la
información verdadera no es posible?; ¿cuánto de ella queda mostrada? En los
tiempos que corren, en los que el relativismo, el escepticismo, el cinismo, han
ganado una parte de la conciencia colectiva, cuantificarlo es imposible. Parece
que utilizar el concepto “verdad” contiene una pretensión un tanto exagerada y
soberbia, puesto que deberíamos también preguntarnos quién y cómo es el
portador de ella.
La dificultad radica, según mi criterio, en el modo
binario de presentar el problema: es “verdadero” o es “falso”. Es decir, se
tiene toda la verdad o no se la tiene. De este modo de pensar es probable que
hayamos desembocado en este tiempo cargado de incertidumbres que nos abisma en
esa descripción propuesta antes: el
relativismo, el escepticismo, el cinismo. Ello, sin que la mayor parte de las
personas tenga conciencia clara de que así se está dando nuestra relación con
el mundo que nos rodea. Es más, esa mayoría o gran parte de ella rechazaría de
plano tal caracterización. A pesar de ello, seguiré insistiendo en que mis
análisis me llevan a afirmarlo.
Vamos a escaparnos por una rama que nos alejará del
tema, pero creo que nos lo iluminará. Intentemos abordar el problema desde otro
ángulo. La primera pregunta y base de todo este planteo es ¿qué es la verdad?
Si nos internamos en la historia del pensamiento, descubriremos que la pregunta
es tan vieja, que se remonta a los orígenes de la filosofía, por lo menos a más
de dos milenios. De esa historia, podemos rescatar un momento que me servirá
como excusa para seguir ahondando en la investigación. Recurro a un
especialista en estudios evangélicos para colocar un punto de partida que nos
remita a este hoy. Stanley J. Grenz[1]
(1950-2005), profesor de Teología en Carey
Theological College, Vancouver, que, partiendo de esa pregunta, dice:
“¿Qué es la verdad?",
preguntó Pilato como respuesta a la afirmación de Jesús de que había venido al
mundo a “testificar la verdad”. Muchas personas, especialmente los que se
educaron antes del decenio de 1970, podrían descartar las nostálgicas palabras
de Pilato como anticuadas maquinaciones de un escéptico premoderno. Una
respuesta diferente recibiría hoy, sin duda, el gobernador romano ante los
avances científicos modernos que han contribuido al descubrimiento de “muchas
verdades” acerca del mundo, que se desconocían en el primer siglo. No obstante,
en el momento que la comprensión científica de “la verdad” parece haber
alcanzado indiscutible soberanía, la inquietante pregunta de Pilato —“¿qué es
la verdad?”— ha resurgido con más fuerza.
La reflexión me parece pertinente, porque nos remite a
confrontar con modos diversos de plantearse la pregunta. La respuesta
“científica” ha adquirido una legitimidad aceptada en la cultura moderna que,
en su terreno, no admite competencia. La refutación posible de esa verdad por
verificaciones posteriores no
deteriora esa legitimidad; por el contrario; la refuerza. Ahora bien, el
tipo de verdad que se presenta con esa legitimidad paga un precio muy grande,
inadvertido por muchísimas personas que lo aceptan. Ese precio es la negación
del recorte que opera sobre la totalidad de la realidad reduciéndola a aquella
parte que sea factible de cuantificar, puesto que es esto una imposición
metodológica insoslayable para pretender el carácter de tal.
Lo que quedó oculto durante siglos es que esa porción
de la realidad material presenta ciertas características que corresponden a lo
investigado, fundamentalmente, por la física y la química. Apartándose de esos
territorios científicos, la certeza de las verdades enunciadas no logra el
mismo grado de legitimidad.
Ese otro territorio fue propiedad de las humanidades y
de las ciencias sociales más recientemente. Es precisamente aquí donde debemos
colocar la verdad de la información. Por lo tanto, fue necesario abrir el
“problema de la verdad” para poder avanzar en la búsqueda que nos hemos
propuesto. Dejamos señalado que, cuando hablábamos de “objetividad”
periodística, esta se parapetaba detrás del modo científico de investigar,
vedado para la información de temas sobre el hombre. En la próxima nota, me
extenderé sobre esto.
[1] Obtuvo un doctorado de la Universidad de Colorado, una Maestría en
Divinidad. del Seminario de Denver y un Doctorado en Teología de la Universidad
de Munich (Alemania), hizo su tesis doctoral bajo la supervisión de Wolfhart
Pannenberg.
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