Un notable pensador francés, Michel Foucault[1]
(1926-1984), sostenía
hace más de treinta años, que «la mayoría de los observadores afirma que está
aumentando la delincuencia, pero los que más lo afirman son los partidarios de
la mano dura». Lo decía respecto de Europa, pero bien podemos aceptarlo como
una constante entre nosotros, debiendo decirse que es un fenómeno de la
sociedad global. Insisto, una vez más, esto no significa que pueda o no haber
aumentado el delito y que no constituya una enorme dificultad en la vida
cotidiana. El problema es quién lo dice, cómo lo dice y por qué.
Lo que pretendo señalar es una íntima relación
entre la publicación de los delitos y la sensación que nos provocan. Tiempo
atrás, buscando material para escribir un libro, Los medios de comunicación en un mundo globalizado, descubrí una vieja obra editada en 1922, La opinión pública, cuyo
autor fue luego un prestigioso
periodista estadounidense. Me refiero a Walter Lippmann[2]
(1889-1974), de quien ya hablé en otra oportunidad. Viene a cuento por el tema
que estamos analizando. En ese trabajo expone, como ejemplo de la capacidad de
condicionar la opinión del receptor de los medios, lo que el New York Times había logrado con sus
lectores.
Terminada la Primera Guerra Mundial, comenzó este
periódico a publicar en sus editoriales la imagen del “Peligro Rojo” que
acechaba al pueblo del Norte. Mostró en su libro, con cierto detalle, la
campaña de desinformación sistemática desarrollada en esa época, y los éxitos
conseguidos. El pueblo norteamericano quedó convencido del enorme peligro que
significaba la existencia de la Unión Soviética, en la tercera década del siglo
pasado. Lo que este autor muestra con todo detalle es que en esa época Rusia
era un país semi-feudal, devastado por la guerra, muy pobre, con un pueblo
hambreado y en grave peligro de sucumbir. La Revolución Bolchevique estaba
lejos de haber triunfado totalmente; varios frentes de conflicto estaban en
pleno desarrollo, y la victoria final se lograría varios años después.
La expresión “opinión pública” se puso de moda muy
poco tiempo después y tiene origen en ese libro. Lo que resulta muy llamativo,
y sobre esto debemos detenernos a pensar, es la inversión producida respecto
del significado dado por Lippmann. Éste denominó con ese concepto, opinión pública, al resultado obtenido
en la conciencia colectiva, lectora del New
York Times, a partir de la prédica de los editoriales. La convicción del
ciudadano medio respecto del inminente peligro comunista no tenía ningún
asidero en los hechos reales de la Rusia de entonces. Por lo tanto, afirmaba
este autor, opinión pública no es la opinión que el público se forma a partir
de investigar, indagar, averiguar sobre un tema. Por el contrario, es el
resultado de la intención de hacer creer algo a un público, desde la repetición
machacona de la información de la campaña preparada por algún medio, con el
objetivo de convencer de la existencia de una realidad ficticia; es decir,
manipular la conciencia colectiva.
Lo importante de esta afirmación es la autoridad
periodística de quien escribió ese libro. Un egresado brillante de la
Universidad de Harvard, que durante la Primera Guerra Mundial llegó a ser
consejero del 28ª presidente de los EEUU, Woodrow
Wilson (1856-1924). Fue luego un importante intelectual del
liberalismo estadounidense, crítico de medios y filósofo, e intentó reconciliar
la tensión existente entre libertad y democracia en el complejo mundo moderno.
El uso posterior que ha tenido el concepto opinión
pública no es ajeno a la necesidad de los grandes medios por hacer olvidar el
sentido originario y el carácter de denuncia que tenía. Esto ocurrió, sobre
todo, a partir de la Segunda Guerra Mundial, en la que se puso en evidencia que
la propaganda nazi había partido de la consigna “Miente, miente…, que algo
quedará”. Debo dejar asentado acá que el estudio sobre el control de la opinión pública había aparecido en los trabajos de
Edward L. Bernays (1891-1995), veinte años antes en los Estados Unidos. Es
precisamente entonces cuando comienza a hablarse de la “objetividad de la
noticia” y del “periodista profesional”. Nos encontramos, entonces, ante un
nuevo adoctrinamiento por parte de los medios. La distinción entre informar y
editorializar hizo creer que el periodismo utilizaba dos modos de comunicación:
a) poner en conocimiento los datos de un hecho desnudo de toda valorización,
cuando se informaba y b) exponer la opinión del medio o del periodista, cuando
lo hacía con carácter de editorial. Perdonen mis preguntas, pero vuelvo a
hacerlo: ¿acaso hoy es realmente así?
[1] Fue un historiador de las ideas, psicólogo, teórico social y filósofo
francés; Profesor en varias universidades francesas y estadounidenses y
catedrático de Historia de los sistemas de pensamiento en el Collège de France.
[2] Fue un intelectual estadounidense; periodista, comentarista político,
crítico de medios y filósofo. Intentó reconciliar la tensión existente entre
libertad y democracia en el complejo mundo moderno. Obtuvo dos veces el Premio
Pulitzer.
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