Esta especie de doble avenida
por la que circulan los jóvenes es, al mismo tiempo, un campo de disputa, una
batalla cultural, en la que se juega la recuperación del sentido de la vida, de
los valores de solidaridad, fraternidad, y la promesa de un futuro más vivible
y humano para todos.
En
páginas anteriores, hemos leído sobre la irrupción en el mundo —en las décadas
de los sesenta y setenta— de un nuevo sujeto histórico cuya presencia
revolucionó la cultura occidental: la
juventud. Las consideraciones de Frei Betto estaban dirigidas al cuadro
dominante de la juventud de los ochenta y noventa. Como señalé anteriormente,
el siglo XXI fue el anunciante de un nuevo despertar de los jóvenes, y eso pudo
apreciarse en diversos escenarios internacionales: desde los Estados Unidos con
los occupy Wall Street (‘Ocupa Wall
Street’), los indignados de
España y las convulsiones sociales de Italia, Grecia y Francia, la denominada Primavera Árabe, etc.
Es
muy interesante y enriquecedor pensar ese proceso como una politización de los jóvenes que comienzan a buscar las causas más
profundas de los males padecidos. El doctor en Filosofía Samuel Cabanchik[1]
(1958), de la Universidad de Buenos Aires, publicó un artículo en el que se
refiere a los jóvenes como Una juventud
inquieta. En él analiza las características de estos tiempos:
Lo político se
caracteriza por una pasión que moviliza a la sociedad. Las inflexiones
históricas son consecuencia de una exacerbación de la pasión política por
excelencia: la inquietud. El movimiento político es, en efecto, un
desplazamiento operado en el campo de lo social por su intensificación. Vivimos
un momento histórico donde globalmente esa inquietud se encuentra tensionada
por estas potencialidades diversas. Hombres y mujeres, en promedio menores de
30 años, que se cansaron de las conductas de sus gobernantes, decidieron tomar
la política con sus propias manos. Jóvenes inquietos, formados, disconformes
con el destino que las generaciones precedentes les han legado. La juventud
global ha irrumpido en la escena política internacional, sin pedir permiso,
para exigir medidas que respondan a sus necesidades: protección y seguridad
laboral, acceso gratuito y universal a la educación, profundización de los
derechos civiles y políticos. Y es que la juventud constituye un colectivo
sumamente expuesto y vulnerable; sus necesidades son observadas sin que se
formulen verdaderas políticas públicas orientadas a la mejora integral de su
condición.
Se
podría afirmar que la juventud se ha caracterizado por su disconformismo. Sin
embargo, el rechazo a las condiciones imperantes no siempre encontró un
encausamiento que los orientara hacia alguna solución. Recuperar las
experiencias de las décadas mencionadas (sesenta y setenta) como expresiones de
respuestas orgánicas es el resultado de un alto grado de excepcionalidad.
Cabanchik ve un proceso similar en estas dos últimas décadas. Por ello afirma:
Hoy, las iniciativas
se canalizan a través de la dinámica de la militancia, que abre una dimensión
posible para la imaginación política. Como pocas veces en la historia, son los
jóvenes los que están construyendo la sociedad civil y los que, con su labor
diaria, la repiensan y transforman. Esta nueva generación, que nació en los
últimos años de la dictadura, o directamente no la vivió, no tiene miedo de
involucrarse y perseguir lo que quiere: se moviliza a la Plaza de Mayo,
organiza grupos solidarios, estudia, produce, milita y hasta ocupa puestos de
gestión. Hija del regreso de la democracia y de la crisis socioeconómica de
2001, la juventud argentina emerge políticamente renovada y dotada de una
potencia transformadora que muestra que aquel viejo temor de que las nuevas
generaciones están perdidas no sólo es falso, sino también infundado: con ellas
se hace hoy la nueva política.
[1]
Investigador del Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de la República Argentina y profesor
de las materias Filosofía Contemporánea y Fundamentos de Filosofía, en la
Universidad de Buenos Aires.
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