En
medio de estas exigencias se cruzan las transformaciones de la pubertad:
psíquicas, emocionales y propiamente psicosociales, que se suceden por los
imperativos de las circunstancias actuales. Nos advierte la doctora Moral
Jiménez que, al ponernos a pensar el tema de la juventud, debemos evitar
algunos riesgos, comunes en el trabajo de los medios:
Cualquier condición
social, representación, tendencia u objeto socio-construido suele adquirir el
estatus de realidad natural, amparado en el poder de la costumbre y a base de
la fuerza del acostumbramiento ante aquello que se mimetiza de tal modo con el
entorno que no es fácilmente identificable como apéndice creado ex profeso. Las
circunstancias se imponen, aunque éstas suelen ser producto humano.
El
mundo de la posguerra, el de la segunda mitad del siglo XX, comenzó a ceder a
la resignación de someterse a una ideología, el neoliberalismo. Esta cultura importada de los centros de poder
llegó con el propósito de arrasar con los valores de la cultura moderna, aquellos
heredados de las tres banderas de la Revolución francesa del siglo XVIII:
igualdad, libertad, fraternidad. Su programa fue reemplazarlas por otras
nuevas, ideadas en los centros de poder para la exaltación del individuo: la
libertad sin deberes; la competencia con todos y contra todos; el camino de la
realización personal desprendida de todo compromiso; la persecución del placer
fácil e inmediato como meta suprema.
Ante
ese panorama el fraile dominico brasileño, teólogo de la liberación,
Frei Betto[1]
(1944), describía el panorama en el que parecía caer la juventud en un artículo
titulado ¿En nombre de qué? y
formulaba algunas preguntas
inquietantes:
Innumerables jóvenes se zambullen
de cabeza en la onda neoliberal de relativización de los valores. Vuelven
público lo privado, son indiferentes a la política y a la religión, practican
el sexo como deporte y, en materia de valores, prefieren los del mercado
financiero. Ahora bien, la creciente autonomía del individuo, pregonada por el
neoliberalismo, hace que muchos jóvenes
se pregunten: ¿en nombre de qué debemos aceptar otras normas morales además de
las que yo decido que me convienen? Se respira una cultura de desculpabilización,
ya que, en la travesía del río, se dio la espalda a la noción de falta, se
ennobleció la transgresión cotidiana, y todavía no se avanzó en la
interiorización de la ética. ¿Quién es hoy el predicador colectivo capaz de
dictar, con autoridad, el comportamiento moral? ¿La Iglesia? No. El predicador
colectivo, el Gran Sujeto, existe: es el Mercado. Él corrompe niños,
induciéndolos al consumismo precoz; corrompe jóvenes, seduciéndolos para
priorizar como valores la fama, la fortuna y la estética individual; corrompe
familias a través de la hipnosis colectiva televisual.
En otro artículo titulado Entre la razón y la
perplejidad, agregaba otras consideraciones:
Intento
entender cuando el sistema produce más y más, y cómo el poder de adquirir
productos superfluos está restringido a una pequeña parte de la población; la
poderosa máquina publicitaria busca imponernos modismos, marcas, simulacros de
felicidad perpetua y elixires de eterna juventud. Mi perplejidad es ver
personas que tiran por la ventana del tiempo las dos terceras partes de vida
que les queda (pues una tercera parte la pasamos durmiendo), hipnotizadas por
largas horas delante de la TV excitadas por la envidia que las consume,
devorando revistas que revelan supuestas intimidades de ricos y famosos,
nutriendo el corazón y la lengua de amarguras e intrigas.
No deben entenderse estas
líneas de Frei Betto como la expresión de una amargura desesperanzada. Nada más lejos de la actitud de este
luchador, que pagó con la cárcel y la tortura, su compromiso con los pobres.
Estamos ante una denuncia del estado de una parte de la juventud, un
diagnóstico serio y certero, que no conviene dejar de lado para pensar con
profundidad y compromiso este proceso social. Para ello propongo mirarlo y
pensarlo desde la óptica de lo que fue sucediendo en nuestra América desde
comienzos del siglo XXI, como la apertura de un camino diferente hacia la
construcción de una sociedad más humana. El surgimiento paulatino de jóvenes
que se fueron sumando al aporte de esa construcción es una respuesta en marcha.
[1]
Asesor de movimientos sociales, como las
Comunidades Eclesiales de Base y el Movimiento de Trabajadores Rurales sin
Tierra (MST). Entre 2003 y 2004, fue asesor especial del presidente Luiz Inácio
da Silva, "Lula", y coordinador de movilización social del Programa
Hambre Cero.
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