Todo
ello ha modificado la clásica división etaria entre la infancia, adolescencia,
juventud y la edad adulta. Según la Organización de las Naciones Unidas: «la
juventud comprende el rango de edad entre los 10 y los 24 años; abarca la
pubertad o adolescencia inicial —de 10 a 14 años—, la adolescencia media o
tardía —de 15 a 19 años— y la juventud plena —de 20 a 24 años—». Esta
clasificación parece ser desmentida por las prácticas sociales vigentes que
amplían los márgenes hacia los menores que pretenden incorporarse cada vez más
pequeños a la adolescencia; en el otro extremo, la obstinada resistencia a
dejar de ser jóvenes hasta más allá de los treinta o los cuarenta.
Una
curiosidad nos brinda el doctor en Pedagogía y educador social, profesor de
Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya, Jordi
Solé Blanch, quien nos recuerda la relación etimológica entre las palabras juventud y ayuda; comparten la raíz de donde provienen: «en latín iuvenis servía para designar la acción
de ayudar, apoyar o sostener a alguien, de donde también se deriva el vocablo,
que en español se traduce como joven». En aquella clasificación latina de las
edades correspondía a “los no demasiados inmaduros y estaban en condiciones de
ayudar a la sociedad”. Tal vez esto nos dé una pista para comenzar a entender
la predisposición de tantos jóvenes a sumarse a tareas de ayuda solidarias de
variadas características.
Debo
agregar que posiblemente hasta la década de los cincuenta del siglo pasado, la
ambición de jóvenes menores de dieciocho años era el deseo de ser adultos, con
la incorporación de ciertos símbolos: para los varones, el pantalón largo, el
sombrero y el posible bigote; para las niñas, los zapatos de taco alto y el
maquillaje.
Si
nos retrotraemos en la historia, encontramos casos como el de Alejandro de
Macedonia (356-323 a.C.) que, al mando de su ejército, conquistó a los
veintidós años gran parte del Imperio Persa. El general San Martín (1778-1850),
a los trece años, participó en la campaña del ejército español y descolló en
dos batallas que le significaron prontos ascensos militares. Blaise Pascal
(1623-1662), filósofo y matemático francés, a los 19 años inventó un modelo de
calculadora, y a los 23 años debatía con el filósofo René Descartes
(1596-1650). Estas referencias intentan advertir que las edades para definir un
joven fueron cambiando a lo largo de la historia. Probablemente, la
prolongación de la vida humana, que en un siglo pasó de 50 años a 80 años,
también haya incidido en el modo de fijar esas etapas.
Las
páginas siguientes proponen una reflexión sobre el fenómeno juvenil actual,
dada la importancia de su participación en la construcción de un mundo más
justo, fraterno y solidario. Lo anotado respecto de la reacción de décadas
pasadas por parte del poder internacional ante la incorporación de la juventud
al quehacer cultural, social y político, parece hacerse nuevamente presente en
el tratamiento de esta problemática por parte los medios de comunicación
concentrados.
La
caracterización mediática que espectaculariza al joven como violento,
maleducado, vago, irresponsable cuando es de clase media o alta, y de
peligroso, ladrón, arrebatador, violador, si es de clase baja, provoca miedo,
rechazo o preocupación en ciertos sectores sociales. Todo ello encubre la
operación periodística de pintar a todo joven que no responda al modelo domesticado como un problema
social, con lo cual extiende el tipo de
calificaciones señaladas a los que se comprometen con los necesitados y
marginados del sistema.
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