Estamos viviendo una etapa de este mundo globalizado, difícil de ser
imaginada muy poco tiempo atrás. En ella se confunde, ante nuestra mirada, una
enorme cantidad de imágenes, de las cuales se desprenden conceptos que se
presentan, ante el observador ingenuo, como incomprensibles. Se dice, desde los
más altos peldaños del poder internacional, que se va a "hacer algo"
de "cierto modo" y con "determinado objetivo". Nos vamos
enterando después, paulatinamente, que ha ocurrido lo contrario y que todo ello
ha sido por razones muy distintas a las manifestadas. Poco tiempo después, y
ante la presión de algunos sectores por conocer la verdad, se confiesa que se
había mentido en el cómo, en el qué se iba a hacer y en los objetivos que se
habían propuestos. Además, que algunas de las imágenes que mostraban lo que se
hizo habían sido trucadas. Todo ello, pareciera poder hacerse, sin que se
conmuevan los cimientos del "modo de vida occidental y cristiano",
sobre todo en su versión "puritana". Veamos cómo se va configurando
este "nuevo orden".
La corresponsal en Nueva York del diario Clarín, Ana Baron, publica el miércoles 9 de abril de
2003 la
siguiente información:
El FBI puede ahora exigir los
registros de los libros que la gente considerada 'sospechosa' compra o pide
prestados. Cualquiera que en los Estados Unidos solicite un libro que las
autoridades consideren medio raro en una biblioteca pública o privada, corre el
riesgo de tener a un agente del FBI tocando el timbre de su casa. Gracias al Acta Patriótica, una compleja ley
aprobada luego de la euforia de los atentados del 11 de setiembre de 2001, el gobierno tiene poderes absolutos para
saber lo que todo el mundo lee. Los
bibliotecarios y las organizaciones civiles de Estados Unidos están alarmados,
pues la sensación de que el gobierno de George W. Bush está acabando con la
libertad de expresión, lo que incluye la libertad de informarse, no es chiste.
Sin embargo, mientras los estadounidenses miran la guerra de Irak por
televisión, no hay debate público sobre el tema. Y así, la gente sigue
concurriendo a las bibliotecas, sin saber que «El Gran Hermano» puede estar
espiando.
El observador ingenuo, del que hablaba antes, se estará preguntando:
"¿Se está refiriendo, esta periodista, a la mayor democracia de occidente?
¿Se trata del mismo país que fue a Afganistán e Irak para derrotar a los
tiranos para después instaurar una "democracia de estilo occidental"?
No es difícil pensar la perplejidad en la que se irá sumergiendo nuestro
ingenuo observador. Sigue la información periodística:
Algunas organizaciones civiles
protestaron, pero muy pocas repararon entonces en una oscura sección de la ley,
la cláusula 215, que le da poderes al FBI
para pedir a cualquier biblioteca o librería del país la lista de los libros
que la gente solicita o compra. Un detalle: ni las bibliotecas ni los
libreros pueden informar a sus clientes que la policía federal está
investigando sus hábitos de lectura. Si lo hacen, pueden ir presos. Antes de la
aprobación de esta ley, el FBI o cualquier organismo investigador necesitaba
aprobación de un juez para obtener registros de lectura. Además, debía enmarcar
el pedido dentro de una causa criminal. Pero ahora el FBI puede realizar todo
ese trámite en perfecto secreto, evitando un escándalo impresentable en la
opinión pública.
¿Cómo compatibilizar este tipo de
leyes con la democracia de los Padres Fundadores de los Estados Unidos? Pero al
mismo tiempo ¿cómo comprender la impasividad de los ciudadanos norteamericanos,
tan orgullosos de su democracia, ahora avasallada de este modo?
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