domingo, 31 de agosto de 2014

X.- El tema de la verdad



Tomando en cuenta todo lo que hemos venido analizando, aceptando que la información es siempre un recorte respecto de la totalidad, casi infinita, de los datos que ofrece la realidad; que ese recorte sacrifica una parte mucho mayor que no se informa; que el criterio con que se elige y se desecha es, en alguna medida arbitrario, se impone una pregunta: entonces, ¿la información verdadera no es posible?; ¿cuánto de ella queda mostrada? En los tiempos que corren, en los que el relativismo, el escepticismo, el cinismo, han ganado una parte de la conciencia colectiva, cuantificarlo es imposible. Parece que utilizar el concepto “verdad” contiene una pretensión un tanto exagerada y soberbia, puesto que deberíamos también preguntarnos quién y cómo es el portador de ella.
La dificultad radica, según mi criterio, en el modo binario de presentar el problema: es “verdadero” o es “falso”. Es decir, se tiene toda la verdad o no se la tiene. De este modo de pensar es probable que hayamos desembocado en este tiempo cargado de incertidumbres que nos abisma en esa descripción  propuesta antes: el relativismo, el escepticismo, el cinismo. Ello, sin que la mayor parte de las personas tenga conciencia clara de que así se está dando nuestra relación con el mundo que nos rodea. Es más, esa mayoría o gran parte de ella rechazaría de plano tal caracterización. A pesar de ello, seguiré insistiendo en que mis análisis me llevan a afirmarlo.
Vamos a escaparnos por una rama que nos alejará del tema, pero creo que nos lo iluminará. Intentemos abordar el problema desde otro ángulo. La primera pregunta y base de todo este planteo es ¿qué es la verdad? Si nos internamos en la historia del pensamiento, descubriremos que la pregunta es tan vieja, que se remonta a los orígenes de la filosofía, por lo menos a más de dos milenios. De esa historia, podemos rescatar un momento que me servirá como excusa para seguir ahondando en la investigación. Recurro a un especialista en estudios evangélicos para colocar un punto de partida que nos remita a este hoy. Stanley J. Grenz[1] (1950-2005), profesor de Teología en Carey Theological College, Vancouver, que, partiendo de esa pregunta, dice:
“¿Qué es la verdad?", preguntó Pilato como respuesta a la afirmación de Jesús de que había venido al mundo a “testificar la verdad”. Muchas personas, especialmente los que se educaron antes del decenio de 1970, podrían descartar las nostálgicas palabras de Pilato como anticuadas maquinaciones de un escéptico premoderno. Una respuesta diferente recibiría hoy, sin duda, el gobernador romano ante los avances científicos modernos que han contribuido al descubrimiento de “muchas verdades” acerca del mundo, que se desconocían en el primer siglo. No obstante, en el momento que la comprensión científica de “la verdad” parece haber alcanzado indiscutible soberanía, la inquietante pregunta de Pilato —“¿qué es la verdad?”— ha resurgido con más fuerza.
La reflexión me parece pertinente, porque nos remite a confrontar con modos diversos de plantearse la pregunta. La respuesta “científica” ha adquirido una legitimidad aceptada en la cultura moderna que, en su terreno, no admite competencia. La refutación posible de esa verdad por verificaciones posteriores no    deteriora esa legitimidad; por el contrario; la refuerza. Ahora bien, el tipo de verdad que se presenta con esa legitimidad paga un precio muy grande, inadvertido por muchísimas personas que lo aceptan. Ese precio es la negación del recorte que opera sobre la totalidad de la realidad reduciéndola a aquella parte que sea factible de cuantificar, puesto que es esto una imposición metodológica insoslayable para pretender el carácter de tal.
Lo que quedó oculto durante siglos es que esa porción de la realidad material presenta ciertas características que corresponden a lo investigado, fundamentalmente, por la física y la química. Apartándose de esos territorios científicos, la certeza de las verdades enunciadas no logra el mismo grado de legitimidad.
Ese otro territorio fue propiedad de las humanidades y de las ciencias sociales más recientemente. Es precisamente aquí donde debemos colocar la verdad de la información. Por lo tanto, fue necesario abrir el “problema de la verdad” para poder avanzar en la búsqueda que nos hemos propuesto. Dejamos señalado que, cuando hablábamos de “objetividad” periodística, esta se parapetaba detrás del modo científico de investigar, vedado para la información de temas sobre el hombre. En la próxima nota, me extenderé sobre esto.



[1] Obtuvo un doctorado de la Universidad de Colorado, una Maestría en Divinidad. del Seminario de Denver y un Doctorado en Teología de la Universidad de Munich (Alemania), hizo su tesis doctoral bajo la supervisión de Wolfhart Pannenberg.

miércoles, 27 de agosto de 2014

IX.- La realidad y la versión periodística



Espero que los análisis realizados hasta ahora hayan arrojado una luz suficiente sobre un tema altamente complejo. Sin embargo, creo que todavía persisten algunas oscuridades. Después de este avance de la conciencia colectiva, el periodismo ha comenzado a adaptarse al nuevo escenario y, como consecuencia de ello, la palabra “objetividad” no aparece con tanta frecuencia, ha sido reducida al ámbito de lo que se ha dado en llamar “la crónica de los hechos”.
Crónica es el tipo de texto que debería utilizar un periodista para trasmitir lo que ha sucedido, ubicándolo dentro de un desarrollo ordenado de los hechos, respetando el tiempo y el espacio adecuado sobre lo que se está narrando. Se supone que ha dejado de lado las conjeturas o análisis y sus opiniones al respecto. Esto podría entenderse como información.
Una mirada atenta a lo que se nos ofrece como crónica nos permite detectar que se está encubriendo todo lo que se niega bajo la apariencia inocente de la crónica, aun aceptando la hipótesis de que el cronista crea que está prescindiendo de todo sesgo en la información. La palabra “crónica” tuvo un uso especial en la antigüedad, para referirse a los relatos que respetaban el orden temporal de los hechos, a pesar de que en ellas no faltaban las exageraciones y las fantasías. Parece que nuestros periodistas quedaron impresionados por la posibilidad que esto brindaba. Debe señalarse en este sentido, como para descargar del cronista parte de las culpas, que sus jefes piensan más en vender que en informar. De allí la importancia de la “primicia”, como si esto le otorgara mayor valor a la información, cuando sólo es la demostración de la competencia en el mercado entre empresas preocupadas por facturar.
La falsa importancia de la “primicia” ha empujado al cronista a informar sin revisar la fuente de sus datos ni contraponerlas con otras fuentes. De este modo, se ha perdido confiabilidad en la veracidad de lo que se informa. El ritmo de la información por la “necesidad” de ser el primero, agregado al vértigo de la cascada de datos trasmitidos, han acostumbrado al consumidor, en muchos casos —aunque cada vez son menos— a no dar importancia a la “verdad de lo informado”, y a aceptar que lo que hoy es “urgente e importante”, horas después ha desaparecido del escenario sin la menor explicación, tapado por lo próximo “urgente e importante”. La evanescencia de las cosas significativas ha banalizado de tal modo el valor de la información que ésta va cayendo en un lento descrédito. Esto no ha provocado todavía la crítica y el rechazo público, pero alguna forma de incredulidad se va posesionando de la conciencia pública.
Por la complejidad de la realidad actual, todo este juego se torna intrincado y de difícil acceso. La impronta mercantil de las empresas de información subordina el relato sobre los hechos a la necesidad de ser el que los muestra del modo más impactante posible. Tanto la prensa escrita como la radio y la televisión recurren a artilugios que atraigan la mirada del consumidor hacia aquello que impresiona en el momento, aunque poco después quede desvirtuado por otros datos que desmientan lo que se ha dicho. Tiene poca importancia ese resultado, porque se parte de la convicción de que ese público seguirá consumiendo lo que se ha convertido de información en entretenimiento. El mundo estadounidense ha creado una palabra para denominar a esta actividad: infoentertainment, ya aparecida en el léxico de los analistas en su traducción  castellana, “infoentretenimiento”.
Como señala el profesor Javier del Rey[1], doctor en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid:
El entretenimiento como recurso mediático está caracterizado por una progresiva banalidad, cada vez más caótica en contenidos y formas, no se promueve los contenidos informativos sino la apariencia informativa, buscando sólo una recreación de la realidad, con un fin espectacular y lucrativo, ajeno al interés general. Asimismo, el afán de entretenimiento y de captación de audiencia de ciertos periodistas estrella puede provocar el abuso de fuentes anónimas (o insuficientemente identificadas) con informaciones basadas a veces en documentos inventados; en vez de verificar y contrastar y, por el contrario, fiarse de fuentes parciales, insuficientes o meramente manipuladoras.


[1] Es Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra y Doctor en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor de Comunicación Política y Teoría General de la Información en la Universidad Complutense de Madrid.

domingo, 24 de agosto de 2014

VIII.- El complejo mundo de la información



Por lo ya expuesto, debemos entender  la necesidad de plantearnos, como consumidores de información, una selección sobre la oferta informativa, atendiendo a los criterios, ideologías, tendencias políticas, intereses que representan, y decidir por qué medios nos informaremos. Para que ello sea posible, corresponde imponer una exigencia a esos medios: que definan quién  está informando, cuál es su línea de pensamiento y, respecto al medio en el que trabaja, a qué intereses está ligado, etc.
Hoy todo ese tipo de definición se oculta tras la ya analizada “objetividad”. Por tal razón, como esta tarea recae sobre nosotros, en nuestra condición de consumidores de la información, debemos asumir el averiguarlo y definir si coincidimos con ese modo de investigar e informar o no y, a partir de allí, tomar una decisión. Ha quedado atrás aquel periodismo, que apareció en nuestro país hace ya mucho tiempo, que se definía como un periodismo de opinión. Se sabía que la información correspondía al partido tal, a la iglesia X, al grupo de opinión Z, etc. O que quien escribía era de ideas claramente definidas y que no se ocultaban.
La aparición del “periodismo profesional” dio la sensación, porque así se transmitió, de que hacía su tarea sin responder a ningún interés previo, de allí la defensa de la “objetividad”. Ese “periodismo profesional”, que impone el estilo estadounidense, fue la consecuencia de la mercantilización de la práctica informativa, de la aparición de “organizaciones para la producción y distribución de la información” como señala Gerbner, es decir, de haber transformado un servicio a la comunidad en un negocio a cargo de empresas que introdujeron en la actividad criterios comerciales como función fundamental.
Por tal razón, por lo que hemos estado analizando, debemos hacernos cargo de un tema crucial de la sociedad actual, denominada no casualmente la “sociedad de la información”. Aunque esta denominación  es mucho más abarcadora, incluye todos los modos del fenómeno de la comunicación de masas. Este fenómeno, que lleva más de un siglo de existencia, pero que adquirió una presencia determinante en las últimas décadas, debe ser estudiado y analizado detenidamente por las importantes implicancias que tiene en estos tiempos como obstáculo para la consolidación de un cuerpo comunitario sano y sólido en el nivel nacional.
Su importancia no debe ser minimizada, dado que ha logrado un grado de fascinación tan extremo, en el seno de la sociedad de masas, que no es sencillo poder despegarse de él para adquirir la distancia necesaria en su estudio. Por la misma razón, no es fácil hacerse escuchar respecto de las críticas imprescindibles  contra la utilización que se hace de ellos. Se ha logrado un efecto perverso que es necesario denunciar, aun a riesgo de ser tildado de antidemocrático, puesto que toda crítica que aparece sobre ellos es denostada como un intento de atacar la libertad de informar. El recurso tan utilizado es la defensa de la libertad de prensa, que encubre la libertad de empresas. A este argumento recurren las empresas de comunicación cuyos intereses desbordan, en demasía, lo meramente periodístico. Lo que se puede observar es que muchos comunicadores asumen la defensa de esa modalidad comercial: algunos por ingenuidad o ignorancia; otros, por haber sido formados dentro del criterio de que la información es un negocio como tantos otros y que debe practicarse como tal; otros, mercenariamente por las muy buenas remuneraciones que reciben.
Como resultado de lo expuesto cabe hacernos la pregunta ¿qué comunican los medios de comunicación? Y la respuesta que nos demos definirá una posición adoptada ante este problema. Contamos hoy con una ventaja. Desde no hace mucho tiempo, pero cada vez con mayor intensidad, este tema  se ha convertido en un problema a debatir por una gran cantidad de personas, ha ido invadiendo los hogares, el ámbito educativo, las diversas conversaciones cotidianas. Lo que no hace tanto tiempo era sólo un debate áulico hoy ha “ganado la calle”. La cotidiana frecuentación de un diario, del noticiero en la televisión o de la radio, en la búsqueda de ese pan diario de la información, para saber qué está pasando, me parece que está dejando de ser una actividad ingenua. Aquello tan viejo de “lo dijo la radio” actualizado hoy por “lo dijo la televisión” ha dejado de ser un criterio de “verdad”.

miércoles, 20 de agosto de 2014

VII.- La construcción de públicos condicionados



Avanzando en el tema que hemos estado tratando, sigamos con el análisis de las consecuencias de la aparición de la comunicación masiva. Habíamos leído a George Gerbner, cuyas investigaciones debemos ubicar en el año 1973. Este dato adquiere particular relevancia para estas reflexiones, porque todavía ni siquiera se insinuaba el gran salto producido/que se produjo en la década posterior. Sobre fines de la década de los setenta y comienzo de los ochenta, se dan los primeros pasos hacia una concentración salvaje de medios en muy pocas manos, la gran mayoría de ellas proveniente de inversiones multinacionales. Es éste un momento muy importante en la historia de la comunicación de masas por las consecuencias posteriores. Gerbner agudiza su análisis y nos informa:
La verdadera significación revolucionaria de las comunicaciones modernas de masa es su capacidad para “construir un público”. Esto significa la capacidad de formar bases históricamente nuevas para el pensamiento y la acción colectiva en forma rápida y penetrante a través de los anteriores límites. El enfoque institucionalizado de las comunicaciones de masa presenta a los medios como creadores de sistemas de mensajes producidos y transmitidos tecnológicamente, como nuevas formas de condicionar la cultura pública institucionalizada, así como a los transmisores comunes más importantes de la interacción social y de la formación de la política pública en las sociedades contemporáneas.
Ruego detenernos en la afirmación sobre la “capacidad para construir público” y para “condicionar la cultura”. Vuelve sobre la idea de que público no es la presencia o asociación espontánea de gente que participa “naturalmente” de una forma de pensar, actuar y comunicarse entre sí. Es algo de mucha mayor trascendencia para el mundo social y político de las últimas décadas, sobre todo para el funcionamiento de la vida en democracia. Lo que estaba señalando este investigador, con sentido de advertencia, en una etapa tan temprana en la que la conciencia colectiva estaba lejos de percibirlo, es lo que se estaba preparando: el concepto de “público” y el concepto “cultura” ya no correspondía con su acepción clásica.
Entonces, “público” es el resultado de una creación del medio que, en tanto “medio”, aunque suene tautológico, lo es porque se coloca en el medio, entre la realidad y el receptor. Esta realidad que pasa a través del cedazo del medio adquiere una forma redefinida por su interpretación. Una vez realizada esta operación, es recibida por una cantidad de personas que la consumen y, en la medida en que esto se convierte en una conducta habitual, se va “construyendo un público” que es el propio. No significa esto que la mente de esas personas que pasan a formar parte de ese público estén en blanco y sea el medio el que las moldea. Debe entenderse como el resultado de un modo de informar, es decir, como un modo de presentar la información a partir de un recorte previo, necesario, que de ella se hace.
El modo de seleccionar los datos que se van a informar produce un recorte de la realidad, ésta se convierte en una versión de ella. Pinta, por decirlo así, de un color definido todo lo informado. Este “recorte es necesario”, es imposible prescindir de él, puesto que no se podría nunca transmitir la totalidad de los detalles de cualquier hecho. Si fuera posible sería insoportablemente pesado y aburrido. Por lo que se presenta como única modalidad posible la selección de todos esos datos para extraer los que se definan como realmente relevantes. Bien, es aquí donde se presenta el problema que debemos pensar.
Habiendo aceptado como “necesario” el recorte, debemos preguntarnos: ¿quién define lo importante y lo secundario? ¿con qué criterios lo hace? Suponiendo una gran ingenuidad de este informador ¿no se filtran, muchas veces sin saberlo, pre-juicios, ideologías, sesgos religiosos, políticos, ignorancias, en esa selección? Una primera respuesta es: toda selección responde a criterios previos, por lo tanto, la tan argumentada y repetida “objetividad de la información” no es más que una falacia. Tal objetividad no es humanamente posible en el ámbito de la información, como tampoco lo es en cualquier otra dimensión de la actividad de los hombres. De aquí se desprende que la mayor honestidad debería consistir en expresar, dentro de lo posible, que la información fue recogida y analizada por alguien que piensa de una determinada manera. Y que encierra siempre una buena dosis de “opinión”.

domingo, 17 de agosto de 2014

VI.- La concentración de medios



 Hemos leído las opiniones de algunos investigadores; pasemos ahora a analizar qué dice alguien que está dedicado al periodismo, pero no deja de dar clases en la Universidad La Sorbona de París, me refiero al director del periódico Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet. Él nos permite entrar al mismo problema, pero desde otro ángulo que completa la información. Centra su análisis en lo que considera un problema en crecimiento: la concentración de la propiedad de los grandes medios en unas pocas manos de empresarios: «La disminución de la difusión de periódicos tiene como contrapartida su cada vez mayor concentración en un puñado de grupos industriales. Su mayor dependencia de los intereses económicos de esos grupos caracteriza a la prensa escrita actual —problema extensivo a todos los medios—. Un fabuloso desarrollo tecnológico pone a la información al alcance de un público cada vez más extenso y con mayor rapidez. Pero simultáneamente se incrementa un periodismo complaciente en menoscabo de un periodismo crítico, lo que pone en riesgo la noción misma de prensa libre y perjudica y degrada a la democracia».
De este párrafo se pueden sacar varias conclusiones que intentaré mostrar desde la línea de esta serie de notas.  Los medios de comunicación en gran parte del mundo, que deberíamos llamar de información o, tal vez de desinformación, por lo que ya hemos visto, han sido comprados por un “puñado de grupos empresariales” (otro tanto ocurre en nuestro país). Estos capitales, que hasta no hace más de 25 años no se ocupaban de este negocio, han ingresado a él. La consolidación de los grandes conglomerados económicos permitió que dieran un paso hacia el control de la opinión pública, ahora planteado supuestamente dentro del marco de las reglas de la democracia.
Pero la democracia ha sido reducida hoy al reino del mercado que le ha franqueado la vía de acceso: la compra de acciones de esos medios y la posibilidad de su concentración. Por tal razón, se puede comprender, aunque no justificar, que muchos de los trabajadores de esos medios, por la necesidad de conservar sus puestos de trabajo hayan aceptado el cambio de las condiciones en la relación trabajador-empresario. La  proliferación de situaciones similares ha dado lugar a la aparición de “un periodismo complaciente”. Paralelamente, como se desprende  de esta situación, se fue disolviendo el “periodismo crítico”.
Esto nos coloca en la pista del proceso que se ha ido dando dentro de esos medios. La censura estatal en el mundo occidental ha prácticamente desaparecido. Ha sido reemplazada por la censura empresarial interna que campea hoy por las redacciones. Esta censura interna es más fácil de aplicar y, además, es invisible a los ojos del consumidor de esos medios. Cuando los periodistas han asumen por una diversidad de situaciones comprensibles, los valores que los medios exhiben, nos encontramos con la famosa “prensa independiente”, lo que no se aclara independiente de quiénes, puesto que todos ellos quedan enmarcados dentro del claro objetivo de la mayor rentabilidad.
Agreguemos ahora, entonces, la pregunta acerca de cómo y dónde se obtiene esa rentabilidad. La respuesta es sencilla: del mercado, por la venta de espacios publicitarios. Estos son definidos por las empresas y las agencias de publicidad, ambas regidas por objetivos comunes: llegar a la conciencia del mayor número posible de consumidores por los caminos más efectivos. Esta mercantilización penetra en los medios, que apelan a todo tipo de trucos para vender (entrega de CD, DVD, revistas, juegos con premios, regalos). Ramonet nos advierte: «Lo cual refuerza la confusión entre información y mercancía, con el riesgo de que los lectores ya no sepan qué es lo que compran. Así es como los diarios enturbian más su identidad, desvalorizan el título y ponen en marcha un engranaje diabólico que nadie sabe en qué acabará».
Una propuesta de recuperar para los medios concentrados, dentro del esquema internacional actual, de convertirlos en difusores de cultura es ridícula, inocente, irrealista o infantil. Todo ello limita hoy, hasta tanto no seamos capaces de convertirnos, al menos, en consumidores críticos y selectivos, que hagamos sentir las preferencias de un público que demanda bienes culturales y no camuflaje de mercado. Me pareció impactante la figura del “engranaje diabólico” utilizada por quien sabe mucho de ello, porque se encuentra en el corazón mismo de este proyecto devastador.