miércoles, 30 de mayo de 2012

El mito del mercado libre VIII


El tema que sigue es de estricta actualidad. La doctrina que ha pregonado durante décadas la “libertad de mercado” como criterio fundacional de una sociedad libre postula que cualquier tipo de intervención ajena a él, sobre todo la del Estado-nación, distorsiona el funcionamiento de las leyes de la oferta y la demanda generando resultados desastrosos. Al alterar el “libre juego” de esos dos factores concurrentes, la “mano invisible” sobre la que volveré más adelante, se ve inhibida para garantizar “su justa y equitativa participación”. Sin embargo, lo que sostiene Smith, como vimos, es la necesidad de esa participación:
«Mucho se ha escrito, y de un modo muy interesante, sobre las reflexiones del escocés [Smith] en los ámbitos, por ejemplo, de las infraestructuras, de la fiscalidad y de la política educativa. Pero lo que a mí me parece necesario en este punto es ubicar el recetario smithiano en materia de política pública en el contexto de ese proyecto, de amplio alcance y de hondas implicaciones, de los cortafuegos. Pues el objetivo final de la intervención estatal en Adam Smith no es otro que el eliminar las asimetrías de poder y los vínculos de dependencia material, anclados en privilegios de clase, sean éstos de viejo cuño, privilegios feudales y gremiales, o de nueva generación de la sociedad burguesa. De todos modos, en ningún caso escapa a Adam Smith que se estaban formando nuevas posiciones de poder vinculadas al papel que juegan los propietarios de las empresas en el seno del nuevo mundo de la manufactura y del comercio, tan prometedor y al mismo tiempo tan inquietantemente amenazador».
Entonces, cabe preguntarse: ¿No postula Smith la necesidad del librecambio? La respuesta es sí, pero ¿Qué tipo de librecambio? Nos encontramos una vez más frente a una afirmación universalista que sostendría: siempre y en cualquier tiempo y lugar. Pero, como quedó dicho, no es este el punto de vista del pensador escocés. Siendo así ¿De qué tipo de librecambismo es partidario? Adam Smith fue el gran defensor de lo que ya hemos mencionado: el “republicanismo librecambista”. Éste debe estar constituido sobre una sociedad cuyas instituciones han eliminado cualquier tipo de relación de poder. Planteado de este modo suena a delirio utópico. En caso de que estas relaciones de poder persistan las instituciones públicas deben estar atentas para eliminar o, si no se puede como es el caso de las multinacionales actuales, exigirles el cumplimiento de las leyes que el Estado ha creado (si las ha creado, o deberá crearlas en caso contrario). Ahora bien, ¿dónde ubicamos el famoso: “laissez-faire”:
«Adam Smith insiste en todo momento en que la libertad en el mercado, más correctamente en los mercados, se constituye políticamente, esto es, a través de una intervención estatal radical, que vaya a la raíz del problema, a saber: los vínculos de dependencia material han de ser desbaratados para poder garantizar a todos una posición de independencia socioeconómica. Sólo entonces podemos hablar de los mercados como instituciones compatibles con (y hasta favorables a) la extensión social de la libertad republicana [“laissez-faire”]».
Hemos ido aclarando conceptos y su relación entre ellos para una comprensión más clara y profunda del tema que estamos analizando. Pero, ¿qué ocurre, pues, con la famosa “mano invisible”? Dado que ésta la solución que el liberalismo encontró, a pesar de lo afirmado por Smith, mediante la cual se resolvió toda cuestión teórica que preguntara por la justicia de esas decisiones. Siendo éstas abstractas, misteriosas, inefables, los resultados del mercado quedaban garantizados en su justa distribución de la riqueza que beneficiaba y satisfacía así el interés de cada uno de los concurrentes. En términos académicos: “la correcta asignación de recursos”.
«Ante todo, conviene advertir que el éxito de esta metáfora [la mano invisible] en ningún caso guarda proporción con la importancia que le dio Adam Smith a lo largo de su obra. Sólo aparece en tres ocasiones: una en la Riqueza de las naciones, otra en la Teoría de los sentimientos morales, y una tercera, en la que se refiere a ella en tono jocoso, en su Historia de la astronomía, que se publicó como parte de sus Ensayos filosóficos. Sea como fuere, lo que Smith nos dice al referirse a la mano invisible —y lo que se puede colegir de lo que nos dice cuando hace referencia a la potencial autorregulación que aparentan presentar los mercados— es lo siguiente: “Cierto es que los intercambios descentralizados, los mercados, guiados por nuestros respectivos ‘sentidos comunes’, relativos a las mejores maneras de mejorar nuestras condiciones de vida, pueden llevarnos a estadios sociales y civilizatorios de mayor libertad, felicidad y bienestar. Ahora bien, para que ello sea así, es necesario garantizar que esos intercambios descentralizados que se dan en los mercados sean realmente libres. Y para ello es preciso, como hemos visto, que las instituciones políticas intervengan radicalmente para deshacer vínculos de dependencia y relaciones de poder enraizados en privilegios de clase. Así las cosas, la metáfora de la mano invisible, entendida sustantivamente, no sólo es compatible con la perspectiva ético-política propia de la tradición republicana, sino que, además, exige, como condición necesaria para su pleno cumplimiento, tomar de ésta la reivindicación de una acción política resuelta a arrancar de cuajo, a través de los debidos cortafuegos, las fuentes de las asimetrías de poder, las trabas e interferencias, que permean el conjunto de la vida social».

domingo, 27 de mayo de 2012

El mito del mercado libre VII


La tercera parte del libro lleva por título “Propiedad, comunidad y sentimientos morales: el mercado como institución republicana”, palabras que hoy chocan con el sentido común, resultado de las divulgaciones interesadas que han introducido en el espacio público, como verdades canónicas, tergiversaciones del pensamiento de un supuesto “Padre del liberalismo económico”. Ya quedó hecha la distinción respecto del concepto de libertad que recoloca a Adam Smith en la corriente del “propietarismo republicano”. Sin embargo toda aclaración, dadas las divulgaciones mencionadas resultan siempre insuficientes, ante el intrincado juego conceptual que estamos enfrentando. Es que el contenido de los conceptos manejados, cargados de ambigüedades, algunas naturales de toda palabra, más las que se introduce como resultado de las lecturas sesgadas, no hacen que sea sencilla esta tarea.
El lector debe tener en cuenta que la dificultad que presenta la lectura de textos de economía no parte de la poca capacidad que se tenga para comprender, sino de los modos del escribir académico, en una jerga técnica intrincada. Esto llevó a un pensador agudo, Arturo Jauretche, a decir: «En economía no hay nada misterioso ni inaccesible al entendimiento del hombre de la calle. Si hay un misterio, reside él en el oculto propósito que puede perseguir el economista y que no es otro que la disimulación del interés concreto a que se sirve». Otro tanto se podría decir de algunos textos  de Sociología, Ciencias Políticas, Filosofía, etc.
Retomemos una frase, que pertenece al título de un capítulo del libro que analizamos, de la mano del Dr. Casassas: «El mercado como institución republicana». El resultado de una primera aproximación a ella es la sorpresa que provoca la relación entre el concepto “mercado” de la Ciencia Económica y el concepto “república” de la Ciencia Política. Sucede que hemos sido educados a partir de la fragmentación del conocimiento sobre la problemática del hombre, que se configuró en diversas especialidades , por tal razón necesitamos un esfuerzo de pensamiento para leer lo que los clásicos manejaban con mucha soltura: mirar lo social desde una óptica abarcante y totalizadora. Ese modo de pensar debe ir acompañado por un lenguaje que pueda dar cuenta de la complejidad con otros modos de conceptualizar. Comenzando por abandonar las fáciles “universalizaciones” que pasan un rasero homogeneizador por sobre las particularidades personales, colectivas, culturales, económicas, políticas, etc. Al respecto dice nuestro autor:
«Aquí conviene introducir una precisión decisiva. Uno de los elementos más importantes que aprendemos de Adam Smith, como de toda la ciencia social, atenta al funcionamiento real de las distintas instituciones sociales —entre ellas, los mercados—, es que “el mercado”, en singular, o en abstracto, no existe. Aquello que existe son distintas formas de mercado configuradas históricamente como resultado de una opción política —o de un enjambre de ellas—. En otras palabras: todos los mercados son el resultado de la intervención del Estado o, en otros términos, de la toma de decisiones políticas con respecto a la naturaleza y funcionamiento de los mercados en cuestión. Por ejemplo: ¿qué grados de tolerancia, si hubiera alguno, estamos dispuestos a asumir para con los monopolios y los oligopolios? ¿Qué tipo de legislación laboral —si la hubiera— aspiramos a introducir? ¿Contemplamos la posibilidad de instituir salarios mínimos interprofesionales? ¿De qué cuantía? ¿Cómo definimos los derechos de propiedad? En particular, ¿consideramos necesario introducir patentes y copyrights? Si se dice sí, ¿bajo qué régimen y en qué condiciones? Y un larguísimo etcétera».
Lo que nos está proponiendo es que intentemos pensar históricamente, equivale a decir: así como el mercado no existe, sino sólo mercados diversos, lo mismo debe decirse para el hombre, los pueblos y las culturas. Cada uno de estos conceptos debe ser ubicado partiendo de las dimensiones de la vida humana: ella sólo se da en un tiempo histórico y en un espacio geográfico determinado. Vulnerar esta condición equivale a destruir la vida personal y comunitaria en el nivel del concepto, dado que no existen los hombres, las instituciones, los pueblos, las culturas universales. El universal es el resultado de una abstracción, de una operación intelectual que violenta la realidad real (valga la aparente redundancia). La sabiduría de uno de los padres de la Medicina lo llevó a afirmar: «no existen las enfermedades, existen los enfermos», siguiendo la misma lógica de pensamiento.

miércoles, 23 de mayo de 2012

El mito del mercado libre VI


 Lo que debe ser señalado en esta última descripción son las diferencias entre dos modos de pensar la libertad respecto de lo que entiende nuestro autor, en su particular concepto de republicanismo, como hemos visto, y el que ha rescatado la corriente filosófica que fue elaborando una concepción de libertad: el liberalismo, que ha legitimado el capitalismo industrial del siglo XIX en adelante. Cuya influencia se ha extendido hasta hoy para acompañar la fundamentación del neoliberalismo posterior.
Vuelve entonces, nuestro autor, a retomar la reflexión sobre las peculiaridades de la tradición liberal que maneja una noción de libertad entendida como “isonomía” —el concepto que sostiene la igualdad de derechos civiles y políticos de los ciudadanos; esto es, como mera igualdad ante la ley, que se desentiende por completo de toda la cuestión relativa a los fundamentos materiales mínimos para el ejercicio positivo de la libertad—. Este concepto restringe la libertad a la formulación jurídica de la misma, desligándose de las condiciones necesarias para que ella se pueda concretar efectivamente. Esa libertad concibe su existencia con la sola presencia de una legislación que prohíba la esclavitud, sin importar las posibilidades que pueda tener el ciudadano de ejercerla plenamente.
Dicho de otro modo, se es libre para ofrecerse en el mercado como mano de obra disponible, que pude ser contratada en los términos que convengan dentro del juego de la “ley de la oferta y la demanda”. La capacidad de ofrecerse queda sometida a su condición de mercancía, convertida en una más de las tantas que circulan por el mercado. Ley que ha estado siempre, salvo rarísimas excepciones, resguardada por la existencia de una sobreoferta de mano de obra que asegurara un bajo precio de ella.
Esa libertad, en definitiva, puede ser compatible con la más abyecta pobreza, con condiciones degradantes de trabajo, con remuneraciones escasas que no cubran las necesidades mínimas elementales. «Pues bien, Adam Smith no tiene nada que ver con todo este mundo liberal. Para Smith, como para el grueso de la tradición republicana, no hay libertad sin independencia socio-económica efectiva».
Si recordamos lo dicho respecto del título del libro de nuestro autor, podemos ahora dar una vuelta más en torno a Smith para expurgarlo de las adherencias “liberales”, entendido esto en el sentido ya explicitado en páginas anteriores. Veamos como se expresa en su análisis respecto de los temores que Smith si no se respetan las necesidades elementales de los trabajadores.
«En definitiva, hay peligro de que la ciudad arda, de que la comunidad quede expuesta “a brutales desórdenes y horribles atrocidades”, cuando los poderes públicos dejan de lado sus obligaciones fundamentales, que no son otras que el velar por que no se formen, muy especialmente en el espacio económico, posiciones de poder y de privilegio, vínculos de dependencia que sometan a la gran mayoría al arbitrio de unos pocos. Así, por muy “natural” que sea, la libertad no es algo “pre-social” o metafísico, sino algo que los humanos conquistamos terrenalmente, en el fragor de muchas batallas, históricamente identificables, libradas en todos los rincones de la sociedad. Y para que esas batallas sean fructíferas, es preciso que las instituciones públicas culminen su tarea introduciendo las regulaciones necesarias, los cortafuegos necesarios, para destruir posiciones de dominación y para hacer de todos los miembros de la sociedad actores participantes, verdaderamente independientes, prestos a construir toda una interdependencia verdaderamente autónoma. De aquí, pues, la vigencia del republicanismo comercial de Adam Smith, pues huelga decir que los cortafuegos no se alzaron: el surgimiento del capitalismo industrial y financiero vino de la mano de grandes procesos de concentración del poder económico y de desposesión de la gran mayoría pobre, procesos que han ido adquiriendo formas distintas, que se mantienen en la actualidad».

domingo, 20 de mayo de 2012

El mito del mercado libre V


 Nuestro autor introduce un concepto que puede dejar perplejo a quien no acostumbra a trajinar textos que aborden esta problemática. Y, aunque el tema no es sencillo, me parece necesario acercar al que se hace referencia habitualmente: el “ciudadano de a pie”; con una expresión poco novedosa pero de gran capacidad descriptiva. Avanzar por caminos que extiendan las prácticas sociales democratizadoras requiere que “ese ciudadano” se involucre en los debates cuyos resultados determinaran, en gran parte, los caminos posibles hacia una sociedad más equitativa. En la medida en que “ese ciudadano” se desentienda de este tipo de problemáticas, por las razones que fueren, propias o ajenas, esos resultados favorecerán a aquellos interesados en que “ese tipo de ciudadanos” quede al margen de las “grandes decisiones”. Las tergiversaciones en la interpretación de textos y autores gravitantes tienen el perverso propósito de marginar a la mayor cantidad de participantes posibles, convirtiendo a la democracia en un mecanismo trivial e insulso.
Para acercarnos a el problema de las distorsiones interpretativas, propongo la lectura de un texto clásico del marxismo, escrito como una especie de presentación ante la conciencia de los trabajadores de su tiempo, en el que se aborda el concepto de la propiedad privada, en pleno debate con erróneas o sesgadas interpretaciones, de aquella época que se mantienen vigentes: El Manifiesto Comunista de 1948. En él dice su autor, Carlos Marx, lo siguiente:
«Lo que caracteriza al comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición del régimen de propiedad de la burguesía, de esta moderna institución de la propiedad privada burguesa, expresión última y la más acabada de ese régimen de producción y apropiación de lo producido que reposa sobre el antagonismo de dos clases, sobre la explotación de unos hombres por otros. Así entendida, sí pueden los comunistas resumir su teoría en esa fórmula: abolición de la propiedad privada. Se nos reprocha que queremos destruir la propiedad personal bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano, esa propiedad que es para el hombre la base de toda libertad, el acicate de todas las actividades y la garantía de toda independencia. ¡La propiedad bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano! ¿Os referís acaso a la propiedad del humilde artesano, del pequeño labriego, precedente histórico de la propiedad burguesa?  No, ésa no necesitamos destruirla; el desarrollo de la industria lo ha hecho ya y lo está haciendo a todas horas».
Insisto para que se vea con claridad qué tipo de propiedad proponían abolir aquellos comunistas: sólo la que se asienta sobre la explotación del trabajo y la apropiación de toda renta posible: “el sagrado lucro capitalista”. La otra «la propiedad personal bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano, esa propiedad es para el hombre la base de toda libertad», esa estaba siendo abolida por la expansión de la producción industrial, con lo cual la gran industria desarrollaba una tarea doble: paralelamente al crecimiento arrollador de esa industria arrasaba con la posibilidad de subsistencia de la pequeña industria artesanal y dejaba una masa de pequeños productores sin trabajo, aptos para ser contratados como asalariados del capital. La simplificación malintencionada de las tesis de Marx hizo pensar a muchos que lo que se proponía era eliminar todo tipo de propiedad lo que convertía al trabajador en una especie de “esclavo del Estado”. Por otra parte, esa misma lectura sesgada sobre los textos de Adam Smith, lo coloca en un polo diametralmente opuesto: Smith proponía la “defensa de la propiedad privada” y Marx su abolición total. Ni uno ni otro hablan de nada semejante.
Si el lector recuerda lo que ya quedó dicho y, en la medida en que pase las hojas profundizará estos conceptos, podrá comprender que la distancia entre estos dos grandes pensadores, respecto a la propiedad privada no es tan grande.
«El republicanismo comercial y manufacturero de Adam Smith gira alrededor de la afirmación de que el  goce de todo este conjunto de recursos materiales y de oportunidades vinculadas al ámbito de la producción y del intercambio ha de permitir la generalización de esa emancipación material, que es condición de posibilidad de una vida social libre. De ahí que el ideal ético-político de Adam Smith sea el del productor libre e independiente, que lo es por: a.- porque es propietario de los medios de producción o, b.- porque cuenta con niveles relevantes de control de su actividad productiva y del funcionamiento del centro de trabajo en el que opera. Tomamos aquí los conceptos “producción” y “trabajo” en su sentido más amplio, pues el mundo de la (re)producción se extiende hasta los últimos confines de la vida social. En definitiva, en el marco del republicanismo comercial smithiano, el propietarismo republicano sostiene el goce de oportunidades efectivas de controlar los recursos materiales y el espacio económico y social en el que se opera y se despliega la vida de todos».

miércoles, 16 de mayo de 2012

El mito del mercado libre IV


La descripción y análisis que el autor viene desarrollando respecto del concepto de libertad, si bien es particularmente rico para profundizar en el tema, él no deja de presentarse dentro de un terreno teórico. Para poder avanzar sobre lo que él denomina el «potencial político que mantienen todavía hoy» es necesario pasar al plano institucional en el que se deben proponer formas concretas que habiliten su presencia y defensa. Allí ubica la descripción de un «determinado diseño social e institucional en virtud del cual nadie cuenta con la mera posibilidad de interferir arbitrariamente en las vidas de los ciudadanos».
«El estudio de aquellas condiciones socio-institucionales que, de acuerdo con la tradición histórica del republicanismo, hacen posible la emergencia de la libertad, de la libertad entendida en el sentido de la tradición republicana. De allí surge con claridad que el grueso de la tradición histórica del republicanismo, desde la Atenas clásica hasta el despliegue de los socialismos —los textos clásicos, de Aristóteles a Marx, son de una claridad meridiana a este respecto— ha girado alrededor de la afirmación de que esta libertad republicana como ausencia de dominación exige el goce de independencia material, del tipo de independencia material que históricamente estuvo vinculado a la propiedad. De ahí que hablemos del carácter “propietarista” de la tradición republicana: sólo puede ser libre aquel que es propietario o, más en general, aquel que goza de un ámbito de existencia material autónomo que lo dote de niveles relevantes de independencia material, de independencia socio-económica, equivale a decir, de decisivas condiciones necesarias para la libertad».
El aporte que nuestro autor subraya como uno de los objetivos fundamentales de su mi libro «ha sido el tratar de mostrar que Adam Smith, con el particular lenguaje y las particulares aspiraciones del siglo XVIII escocés, pertenece a todo este mundo. El mundo de Adam Smith ya no es un mundo en el que la cuestión de la independencia socio-económica pueda fiarse a la propiedad de la tierra —o a la propiedad de esclavos—, como fue el caso del republicanismo clásico de los Fundadores norteamericanos: pensemos en Jefferson. El mundo de Adam Smith sigue sostenido por la condición de que no hay libertad sin independencia personal, sin acceso a (y sin control de) un conjunto de recursos materiales que blinden nuestras posiciones sociales como agentes libres de cualquier tipo de relación de dominación».
Debemos recordar entonces que lo que denomina “el mundo de Adam Smith” y la tradición en la que se asienta, corresponden a una larga etapa de la producción artesanal, previa a la Revolución industrial, en la que los productores eran personas libres que disponían de sus propias herramientas de trabajo. Este “mundo” comienza a ser atacado por la aparición de los grandes talleres, con mano de obra asalariada, que está comenzando a edificar la “sociedad del capitalismo industrial”. Por ello afirma que: «El republicanismo comercial de Adam Smith no apunta a la propiedad de bienes inmuebles, insiste enfáticamente en la necesidad de que las instituciones políticas coadyuven a consolidar todo aquel orden social nuevo, comercial y manufacturero, en el que, tal como asume el grueso de la escuela histórica escocesa —pensemos en David Hume, en Adam Ferguson o en John Millar—, parece que se abren las puertas para que el conjunto de la sociedad, sin exclusiones de ningún tipo, cuente con verdaderas posibilidades de hacerse con instalaciones, con equipos productivos, con unas destrezas profesionales cuyo control no escape de sus manos, con oportunidades de acceso a los mercados y de colocación en ellos de las mercancías producidas, etc.».
Nos pinta un cuadro histórico real que fue apareciendo en las pequeñas ciudades del centro-norte de la Europa germana, como así también en el norte de Italia entre los siglos X y XVII. Esta experiencia social fue denominada “la comuna urbana”[1] por historiadores como el belga Henri Pirenne, a comienzos del siglo XX; el francés Jacques Le Goff, en la posguerra y, contemporáneamente en la Argentina, José Luis Romero. Todos ellos con su valiosa labor descubrieron y denunciaron la patraña de una Edad Media oscurantista, demostrando los avances sociales de lo que nuestro autor viene denominando “republicanismo”, que no debe ser confundido con los modos estadounidenses de fuerte cuño conservador.



[1] Sobre este tema puede consultarse en la página www.ricardovicentelopez.com.ar Los orígenes del capitalismo moderno, Primera Parte.