La tercera parte del libro lleva por título “Propiedad,
comunidad y sentimientos morales: el mercado como institución republicana”,
palabras que hoy chocan con el sentido común, resultado de las divulgaciones
interesadas que han introducido en el espacio público, como verdades canónicas,
tergiversaciones del pensamiento de un supuesto “Padre del liberalismo
económico”. Ya quedó hecha la distinción respecto del concepto de libertad que
recoloca a Adam Smith en la corriente del “propietarismo republicano”. Sin
embargo toda aclaración, dadas las divulgaciones mencionadas resultan siempre
insuficientes, ante el intrincado juego conceptual que estamos enfrentando. Es
que el contenido de los conceptos manejados, cargados de ambigüedades, algunas
naturales de toda palabra, más las que se introduce como resultado de las
lecturas sesgadas, no hacen que sea sencilla esta tarea.
El lector debe tener en cuenta que la dificultad que
presenta la lectura de textos de economía no parte de la poca capacidad que se
tenga para comprender, sino de los modos del escribir académico, en una jerga
técnica intrincada. Esto llevó a un pensador agudo, Arturo Jauretche, a decir:
«En economía no hay nada misterioso ni inaccesible al entendimiento del hombre
de la calle. Si hay un misterio, reside él en el oculto propósito que puede
perseguir el economista y que no es otro que la disimulación del interés
concreto a que se sirve». Otro tanto se podría decir de algunos textos de Sociología, Ciencias Políticas, Filosofía,
etc.
Retomemos una frase, que pertenece al título de un capítulo
del libro que analizamos, de la mano del Dr. Casassas: «El mercado como
institución republicana». El resultado de una primera aproximación a ella es la
sorpresa que provoca la relación entre el concepto “mercado” de la Ciencia
Económica y el concepto “república” de la Ciencia Política. Sucede que hemos
sido educados a partir de la fragmentación del conocimiento sobre la
problemática del hombre, que se configuró en diversas especialidades , por tal
razón necesitamos un esfuerzo de pensamiento para leer lo que los clásicos
manejaban con mucha soltura: mirar lo social desde una óptica abarcante y
totalizadora. Ese modo de pensar debe ir acompañado por un lenguaje que pueda
dar cuenta de la complejidad con otros modos de conceptualizar. Comenzando por
abandonar las fáciles “universalizaciones” que pasan un rasero homogeneizador
por sobre las particularidades personales, colectivas, culturales, económicas,
políticas, etc. Al respecto dice nuestro autor:
«Aquí conviene
introducir una precisión decisiva. Uno de los elementos más importantes que
aprendemos de Adam Smith, como de toda la ciencia social, atenta al
funcionamiento real de las distintas instituciones sociales —entre ellas, los
mercados—, es que “el mercado”, en singular, o en abstracto, no existe. Aquello
que existe son distintas formas de mercado configuradas históricamente como
resultado de una opción política —o de un enjambre de ellas—. En otras
palabras: todos los mercados son el resultado de la intervención del Estado o,
en otros términos, de la toma de decisiones políticas con respecto a la
naturaleza y funcionamiento de los mercados en cuestión. Por ejemplo: ¿qué
grados de tolerancia, si hubiera alguno, estamos dispuestos a asumir para con
los monopolios y los oligopolios? ¿Qué tipo de legislación laboral —si la
hubiera— aspiramos a introducir? ¿Contemplamos la posibilidad de instituir
salarios mínimos interprofesionales? ¿De qué cuantía? ¿Cómo definimos los
derechos de propiedad? En particular, ¿consideramos necesario introducir
patentes y copyrights? Si se dice sí, ¿bajo qué régimen y en qué condiciones? Y
un larguísimo etcétera».
Lo que nos está proponiendo es que intentemos pensar
históricamente, equivale a decir: así como el mercado no existe, sino sólo
mercados diversos, lo mismo debe decirse para el hombre, los pueblos y las
culturas. Cada uno de estos conceptos debe ser ubicado partiendo de las
dimensiones de la vida humana: ella sólo se da en un tiempo histórico y en un
espacio geográfico determinado. Vulnerar esta condición equivale a destruir la
vida personal y comunitaria en el nivel del concepto, dado que no existen los
hombres, las instituciones, los pueblos, las culturas universales. El universal
es el resultado de una abstracción, de una operación intelectual que violenta
la realidad real (valga la aparente redundancia). La sabiduría de uno de los
padres de la Medicina lo llevó a afirmar: «no existen las enfermedades, existen
los enfermos», siguiendo la misma lógica de pensamiento.
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