El tema que sigue es de estricta
actualidad. La doctrina que ha pregonado durante décadas la “libertad de
mercado” como criterio fundacional de una sociedad libre postula que cualquier
tipo de intervención ajena a él, sobre todo la del Estado-nación, distorsiona
el funcionamiento de las leyes de la
oferta y la demanda generando resultados desastrosos. Al alterar el “libre
juego” de esos dos factores concurrentes, la “mano invisible” sobre la que
volveré más adelante, se ve inhibida para garantizar “su justa y equitativa
participación”. Sin embargo, lo que sostiene Smith, como vimos, es la necesidad de esa participación:
«Mucho se ha
escrito, y de un modo muy interesante, sobre las reflexiones del escocés
[Smith] en los ámbitos, por ejemplo, de las infraestructuras, de la fiscalidad
y de la política educativa. Pero lo que a mí me parece necesario en este punto
es ubicar el recetario smithiano en materia de política pública en el contexto
de ese proyecto, de amplio alcance y de hondas implicaciones, de los
cortafuegos. Pues el objetivo final de la intervención estatal en Adam
Smith no es otro que el eliminar las asimetrías de poder y los vínculos de
dependencia material, anclados en privilegios de clase, sean éstos de viejo
cuño, privilegios feudales y gremiales, o de nueva generación de la sociedad
burguesa. De todos modos, en ningún caso escapa a Adam Smith que se estaban
formando nuevas posiciones de poder vinculadas al papel que juegan los
propietarios de las empresas en el seno del nuevo mundo de la manufactura y del
comercio, tan prometedor y al mismo tiempo tan inquietantemente amenazador».
Entonces, cabe preguntarse: ¿No
postula Smith la necesidad del librecambio? La respuesta es sí, pero ¿Qué tipo
de librecambio? Nos encontramos una vez más frente a una afirmación
universalista que sostendría: siempre y
en cualquier tiempo y lugar. Pero, como quedó dicho, no es este el punto de
vista del pensador escocés. Siendo así ¿De qué tipo de librecambismo es
partidario? Adam Smith fue el gran defensor de lo que ya hemos mencionado: el
“republicanismo librecambista”. Éste debe estar constituido sobre una sociedad
cuyas instituciones han eliminado cualquier tipo de relación de poder.
Planteado de este modo suena a delirio utópico. En caso de que estas relaciones
de poder persistan las instituciones públicas deben estar atentas para eliminar
o, si no se puede como es el caso de las multinacionales actuales, exigirles el
cumplimiento de las leyes que el Estado ha creado (si las ha creado, o deberá
crearlas en caso contrario). Ahora bien, ¿dónde ubicamos el famoso:
“laissez-faire”:
«Adam Smith
insiste en todo momento en que la libertad en el mercado, más correctamente en
los mercados, se constituye políticamente, esto es, a través de una
intervención estatal radical, que vaya a la raíz del problema, a saber: los
vínculos de dependencia material han de ser desbaratados para poder garantizar
a todos una posición de independencia socioeconómica. Sólo entonces podemos
hablar de los mercados como instituciones compatibles con (y hasta favorables
a) la extensión social de la libertad republicana [“laissez-faire”]».
Hemos ido aclarando conceptos y
su relación entre ellos para una comprensión más clara y profunda del tema que
estamos analizando. Pero, ¿qué ocurre, pues, con la famosa “mano invisible”?
Dado que ésta la solución que el liberalismo encontró, a pesar de lo afirmado
por Smith, mediante la cual se resolvió toda cuestión teórica que preguntara
por la justicia de esas decisiones. Siendo éstas abstractas, misteriosas,
inefables, los resultados del mercado quedaban garantizados en su justa
distribución de la riqueza que beneficiaba y satisfacía así el interés de cada
uno de los concurrentes. En términos académicos: “la correcta asignación de
recursos”.
«Ante todo,
conviene advertir que el éxito de esta metáfora [la mano invisible] en
ningún caso guarda proporción con la importancia que le dio Adam Smith a lo
largo de su obra. Sólo aparece en tres ocasiones: una en la Riqueza de las naciones, otra en la Teoría de los sentimientos morales, y
una tercera, en la que se refiere a ella en tono jocoso, en su Historia de la astronomía, que se publicó
como parte de sus Ensayos filosóficos.
Sea como fuere, lo que Smith nos dice al referirse a la mano invisible —y lo
que se puede colegir de lo que nos dice cuando hace referencia a la potencial
autorregulación que aparentan presentar los mercados— es lo siguiente: “Cierto
es que los intercambios descentralizados, los mercados, guiados por nuestros
respectivos ‘sentidos comunes’, relativos a las mejores maneras de mejorar
nuestras condiciones de vida, pueden llevarnos a estadios sociales y civilizatorios
de mayor libertad, felicidad y bienestar. Ahora bien, para que ello sea
así, es necesario garantizar que esos intercambios descentralizados que se
dan en los mercados sean realmente libres. Y para ello es preciso, como
hemos visto, que las instituciones políticas intervengan radicalmente para
deshacer vínculos de dependencia y relaciones de poder enraizados en
privilegios de clase. Así las cosas, la metáfora de la mano invisible,
entendida sustantivamente, no sólo es compatible con la perspectiva ético-política
propia de la tradición republicana, sino que, además, exige, como condición
necesaria para su pleno cumplimiento, tomar de ésta la reivindicación de una
acción política resuelta a arrancar de cuajo, a través de los debidos
cortafuegos, las fuentes de las asimetrías de poder, las trabas e
interferencias, que permean el conjunto de la vida social».
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