La oportunidad, para internarnos
en este derrotero nos la brinda la publicación de una entrevista (SinPermiso,
nº 9, 2011) que el profesor Salvador López Arnal realiza a un investigador con
una importante trayectoria académica, el Dr. David Casassas, sociólogo por la
Universidad de Barcelona, investigador de Ética Económica y Social de la
Universidad de Lovaina. La entrevista fue motivada por la presentación de su
libro, La ciudad en llamas. La vigencia del republicanismo comercial de
Adam Smith (Montesinos,
Barcelona, 2010).
Es muy ilustrativa la explicación
que ofrece respecto del título de su libro, en el que recupera una expresión
sorprendente para la versión de los textos de Adam Smith, enseñados en las
universidades:
«En un pasaje de La Riqueza de las naciones, en el que
Smith defiende la necesidad de que las instituciones políticas controlen la
actividad del sector bancario, reconoce que todo este tipo de regulaciones
estatales que él propone pueden limitar la libertad “natural” de los
individuos. Ahora bien, cuando el ejercicio de esa libertad queda
restringido a un contado número de personas, la continuidad de la sociedad como
proyecto civilizatorio queda seriamente amenazada. Del mismo modo que un cuerpo
de bomberos debe alzar cortafuegos para impedir la propagación de los
incendios, cualquier gobierno debe emprender una decidida acción política
orientada a evitar la concentración de la libertad en unas pocas manos o,
lo que es lo mismo, a evitar que una gran mayoría de la población quede
excluida del ejercicio de esa libertad. Cuando ello ocurre, cuando la gran
mayoría queda fuera de los procesos de determinación de nuestras relaciones
económicas y sociales, no es posible construir una sociedad efectivamente libre
y civil».
Con el subrayado quiero mostrar
que las ideas originales de Adam Smith contradicen lo que sus divulgadores le
hacen decir. Defiende la vigencia de la libertad, pero “para todos”, y cuando
no es así, no se puede hablar de libertad. Por ello, cuando el Dr. David
Casassas justifica con razones la escritura de su trabajo, sostiene una tesis
muy importante para nuestra comprensión del capitalismo de hoy:
«Adam Smith, junto
con otros miembros de la escuela histórica escocesa y, más en general, junto
con el grueso de la llamada “economía
política clásica”, pensó la libertad en el mundo de la manufactura y del
comercio en unos términos que nada tienen que ver con lo que supuso el
despliegue del capitalismo industrial que siguió a la “gran transformación” y
también del financiero. Ambos cabalgan a lomos de los grandes procesos de
desposesión de la gran mayoría y que, por ello, convierte a esa gran mayoría
en población dependiente, material y civilmente, de los pocos beneficiarios de
los grandes procesos de apropiación privada del mundo».
Entonces, tanto los textos de
Adam Smith, como los del conjunto de los autores pertenecientes a la “economía
política de la Ilustración”, aspiraban a un mundo en el que la manufactura y el
comercio fueran protegidos por la intervención de las instituciones públicas y
el Estado, desarrollando políticas y aplicando normativas contra los privilegios
de las clases más favorecidas que pudieran detentar posiciones dominantes en
los mercados. Ello posibilitaría la universalización de la independencia
socioeconómica, lo que abriría el camino de «autonomía moral de que gozaría el
productor libre».
Para Smith el “productor libre”,
auténtico sujeto del ideal de su proyecto civilizatorio, es alguien capaz de
formarse, individual y colectivamente, emprendiendo tareas productivas libres,
en el sentido más amplio del término, de forma autónoma. Ello generaría un
espacio social libre de dominaciones, libre de imposiciones por parte de intereses
o grupos de presión. Según se deduce de todo lo expuesto muy poco se relaciona
con el funcionamiento del capitalismo posterior, «sino que, además, rompe con
los principios -y la práctica- de los cuerpos doctrinales de cuño liberal que
han hecho apología de este mundo capitalista». Smith, como miembro de esa
“economía política de la Ilustración”, «se constituye en una de las cumbres, en
defensa de la libertad política y, en segundo término, también de los
mercados». Sostiene en esta línea de pensamiento:
«Me pareció
fundamental, pues, entender cabalmente todo esto. Primero, por razones académicas o intelectuales: es necesario
contribuir a restaurar el sentido común con respecto a los presupuestos de
toda esta economía política clásica, tan maltratada por la hermenéutica liberal
que llega más tarde. Y segundo,
por razones políticas y culturales: me parece imprescindible que los
investigadores nos tomemos en serio la tarea de pensar políticamente en qué
sentido y de qué maneras podemos recurrir a los mercados como herramientas que nos
ayuden, también a nosotros -pero en nuestros
términos y de acuerdo con nuestros valores-, a
resolver determinados problemas sociales».
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