jueves, 30 de julio de 2009

Comencemos a dialogar – Estando atentos

No pocas veces la historia nos enseña cosas que hoy aparecen ocultas, verdades evidentes que el fárrago de la información cotidiana va tapando con una espesa capa de hojarasca, razón por la cual permanece invisible para el ciudadano común. El profesor de Historia de la UBA, Fernando Gómez, ha tenido la feliz idea de colocarnos ante un texto que tiene casi dos siglos, publicado el 4 de julio de 1818 en la ciudad de Buenos Aires en el periódico El Censor. Encabezando una serie de noticias de la época el editor aclara: «Se sabe que es muy difícil, si no imposible, descubrir la verdad por medio de la historia: y aprender la historia del tiempo presente por medio de los periódicos es una empresa no menos difícil. Sin embargo, referiremos lo que contienen de más importancia estos documentos falibles».
Supongo que quien me lea compartirá conmigo la sorpresa de que, desde hace ya tanto tiempo, estaba claro que los medios no comunican la verdad sino una versión de ella, en el mejor de los casos. Así como de lo documentos de la historia ningún investigador sostendría, sin pudor, que lo que nos va a narrar como historia no es sino una interpretación suya de los hechos, mucha mayor razón sería suponer lo mismo del periodista. «Sin embargo, también está claro que la mayoría de los lectores de diarios en nuestro país están muy lejos de sospechar del contenido que los cautiva cada mañana», nos dice el profesor. Si nos preguntamos por qué razón deberíamos dudar nos contesta: «Gran parte de los medios de comunicación no se cansan de instalar su propia autocalificación de “independiente” demostrando así cómo les gustaría que se los piense. De este modo, en la medida que logran instalar esta independencia nos encontramos ante un triunfo de los intereses que esos medios impulsan». Esto es lo que me parece un verdadero triunfo de esos medios masivos: una gran parte del público consumidor de información elabora sus ideas y sus diagnósticos de la realidad de nuestro país a partir de la información que reciben de esas fuentes.
Nos da este ejemplo para clarar lo que nos está diciendo: «Actualmente, cuando se espera con ansias la nueva ley de radiodifusión, ya circulan propagandas con comentarios de “gente como uno” que paradójicamente imponen el mensaje de no perder su capacidad de elegir. De esta manera, los intereses económicos y políticos de los medios de comunicación no se ponen en discusión, escondiéndose detrás de una militada independencia y detrás de un firme manejo de la publicidad». Lo que podría resultar extraño es que la Ley, de aprobarse, tendería a garantizar un abanico de opciones mucho más amplio del que hoy tenemos. Sin embargo, la intención de la campaña publicitaria que se opone a esa Ley nos está hablando de que no permitamos que se nos impida nuestra capacidad de elegir. Esa capacidad de elegir se nos ofrece entre los medios concentrados que responden a una serie de intereses económicos que coinciden, en lo fundamental, con el país que necesitan para preservar sus privilegios.
El tan mentado diálogo que, con machacona insistencia, pudimos oír en la campaña electoral reciente comienza a mostrar las resistencias que le oponen algunos de aquellos, cada uno con sus aristas propias que van desde la desconfianza hasta la intención de imponer una agenda propia. Esto lo lleva al profesor a decir: «Nos encontramos entonces con un serio problema de comunicación. Laberinto por momentos sin salida donde cada anuncio desde el Gobierno se escucha con suspicacia, escepticismo e incredulidad. Más tarde llegan las interpretaciones propedéuticas de ciertos analistas políticos, por cierto analistas “independientes”, que develan cual enigma lo que no se dijo pero esconde dicho anuncio. Lamentablemente no habrá exegetas de estos exegetas y la construcción mediática prevalece habitualmente sin mayores escollos en las capas medias».
Esto no debe pasar inadvertido, porque de la claridad que podamos tener respecto de qué es lo que se dice que se quiere y qué es lo que realmente se exige, nos permitirá tener una posición más realista respecto de un tema en el que se está jugando nuestro destino nacional. «El desafío comunicacional pasa en estas circunstancias por instalar la sospecha del discurso de los medios, que nos lleve simplemente a intentar una lectura crítica y desafiante de los periódicos ya que, como termina la cita con la que comenzamos, siguen siendo “falibles”», cuando no tendenciosos y mal intencionados, agrego yo.

domingo, 26 de julio de 2009

Comencemos a dialogar - Dime cómo hablas...

Un tema insoslayable cuando de diálogo se trata es el problema del lenguaje. Para todo aquel, como es mi caso, que está relacionado con jóvenes continuamente no puede dejar de horrorizarse por el uso del idioma que se observa en el lenguaje coloquial. La pobreza de palabras es un dato importante. La Real Academia Española sostuvo, a partir de un estudio que realizó, que nuestra lengua se compone de una cantidad aproximada a los treinta mil vocablos, de ellos el habla culta, concepto un tanto ambiguo pero que podemos entender a que hace referencia, utiliza entre tres mil y cinco mil palabras. El lenguaje periodístico no maneja más de mil y el lenguaje cotidiano una quinientas. El de los jóvenes no más de doscientas cincuenta. Lástima que no estudiaron cuántas utilizan muchos personajes de la televisión, y cómo las utilizan. Probablemente el estómago de los académicos españoles no pudo soportar tal indigestión.
Esto puede parecer un modo peyorativo de referirse al habla de la gente en general, pero debe tenerse en cuenta que el pensamiento se maneja con conceptos, razón por la cual a mayor cantidad de ellos mayor será la riqueza de ideas que pueda producir, dicho de otro modo: la pobreza de palabras muestra pobreza de pensamiento. No debe interpretarse lo que digo como un ataque a los jóvenes, ellos no son más que el resultado del mundo en el que nacen. Ellos son las víctimas, permítaseme esta expresión, de nuestro desinterés por este tema. Nuestra generación, la anterior, y las que siguen, no han mostrado mayor interés en este problema. Sólo se escandalizan cuando se publican los resultados de exámenes de ingreso a alguna facultad y se comentan, hasta con cierta jocosidad, las barbaridades que se escriben. Sin embargo, cuando se toma conciencia de los rating de algunos programas, lo que equivale a millones de personas que los ven, debemos reparar en cómo se habla en ellos u cuáles son nuestra respuestas ante ese tema.
Debemos agregar otro tema que está ligado a lo dicho. Diego Rosemberg comenta la publicación que ha hecho la Universidad Nacional de General Sarmiento de un diccionario que presenta 1.300 neologismos extraídos de la prensa nacional entre 2003 y 2005. Aparecen una cantidad de vocablos referidos a la economía y a los derechos humanos. «Su análisis permite leer los cambios sociales, las tensiones políticas y las modas que atravesaron el país en los últimos años». Andreína Adelstein, coautora de este estudio, dice que «El trabajo revela la sociedad post crisis», y habla de cuáles han sido las preocupaciones más importantes que quedan reflejadas en los nuevos vocablos: «La cantidad de nuevos términos económicos que se incluyeron en del lenguaje cotidiano habla de la importancia que tuvieron las finanzas en todos estos años. “Riesgo país”, “default”, “megacanje”, “tercerización”, “formador de precios”, “base monetaria”, “cuasimoneda”, “off shore, “holdout”, son apenas un puñado de ejemplos que se suman a otros preexistentes». Hay muchos otros que ya se utilizaban pero que las investigadoras consideran también son neologismos por no haber sido incluidos en ningún tipo de diccionario de español o de argentinismos hasta esta publicación, como son los casos de “hiperinflación”, “deuda externa”, “convertibilidad” o “microcrédito”.
Cuando, en una nota anterior, yo señalaba los cambios en los valores de nuestra cultura debemos ver ahora como ellos quedan claros en esta nueva terminología y preguntarnos: ¿Qué significa que empiecen a utilizarse de forma cotidiana todos estos neologismos? ¿Cuáles son las preocupaciones que refleja el habla de los argentinos al expresarse con estos vocablos? ¿Cuál ha sido la sustitución de valores, cuáles por cuáles otros? Tal vez podamos encontrar allí una pista de lo dicho más arriba. Otro dato altamente significativo es lo que señala Inés Kuguel, otra de las investigadoras: «Cuando consultamos a algunos economistas para que nos especifiquen las definiciones de estos neologismos, nos comentaban que la primera vez que los habían visto no fue en los diarios, sino en los documentos que hacían circular los organismos internacionales para sugerir las políticas que se debían aplicar en el país», equivale a decir que la utilización de esos neologismos se debe a la lectura de documentos producidos en organismos internacionales financieros cuyos objetivos tienen fines muy claros. Dime qué palabras utilizas y te diré a qué intereses respondes…
Y una perlita más, en su última visita a Argentina, la periodista canadiense Naomi Klein manifestó que: «El ex ministro de Economía Domingo Cavallo le había admitido en una entrevista que a los capitalistas les entusiasma que la población tenga miedo en situaciones de crisis porque pueden avanzar más fácilmente con sus programas y sacar mayores ventajas». No parece casual, entonces, que las investigadoras hayan descubierto que buena parte de estos nuevos términos connotan pesimismo y sensaciones de temor. Esta afirmación debe ser largamente repensada.
En el conflicto desatado el pasado año por la implementación de las retenciones móviles resultó interesante, para estas investigadoras, analizar «cómo algunos medios fijaban posición utilizando la palabra “paro” o la expresión “lock out”, según editorializaban a favor de los ruralistas o del gobierno respectivamente. También fue sustancioso observar cómo comenzó a expandirse el neologismo “agronegocio”. Hasta hace unos años, los economistas argentinos hablaban de “agricultura” para designar a una rama de la economía… el neologismo “agronegocio”, un término que fue propalado con admiración por los suplementos rurales de los diarios, parece ostentar atributos positivos de modernidad y encierra en su connotación una forma de explotación rural que incluye a los fondos de inversión (buitres o golondrinas, según quien los mire), los “pools” de siembra, los fideicomisos y las semillas trangénicas».
En esta demanda de más diálogo sería importante reparar en cómo hablamos y con que lenguaje nos expresamos.

jueves, 23 de julio de 2009

Comencemos a dialogar – Las nuevas voces

Si el diálogo es el elemento fundante de los procesos democráticos, en éste deben participar todos con las mejores intenciones. Claro está esto no pasa de ser un buen deseo que la realidad se encarga de voltear. Y, una parte importante de ello sucede por la concentración en pocas manos de la palabra pública. Por lo que había quedado dicho en la nota anterior viene a cuento comentar la publicación del último libro del Pascual Serrano, Desinformación. Cómo los medios ocultan el mundo. En la era de la información, los medios de países democráticos como el nuestro ejercen un nuevo tipo de censura, consistente en crear ruido para ocultar hechos. El periodista español desvela, en este trabajo, los mecanismos y los peligros de esta manipulación. Baste un pequeño ejercicio para averiguar la efectividad de una censura que se presenta con otros métodos que los tradicionales: no se oculta o se impide que las noticias aparezcan, lo que se hace es distorsionarlas de tal modo que digan, muchas veces, lo contrario de lo que ha sucedido.
Esto logra que cualquiera de nosotros, ciudadanos con cultura media y acceso libre a la prensa, televisión e internet, tenga ideas muy precisas sobre algunos temas "de actualidad" sin que sepamos con certeza de dónde se sacaron, qué relación hay entre el relato y el hecho originario, y respecto de muchas otras cosas ignoremos totalmente que existen porque nunca aparecen, salvo catástrofes, corrupciones escandalosas o rarezas varias. Si nos detuviéramos a hacer un examen, conviene meditar si nuestros juicios sobre lo que nos parecen datos aceptables son o no sólo impresiones o prejuicios de quien nos informa. Esto nos llevaría a preguntarnos si estamos siendo críticos o sumisos con quienes dirigen las opiniones de la masa, y pensemos a quién favorece nuestra desinformación. Podría suceder que nos hayamos ido acostumbrando a leer las noticias que han sido tamizadas por periodistas que responden más a los intereses de sus anunciantes.
Podemos leer en una nota que presenta este libro: «Pascual Serrano, periodista especializado en política internacional y fundador de la publicación digital Rebelión, ha concebido este libro como un recorrido guiado por los acontecimientos mundiales que han ocupado las portadas y los editoriales en los últimos años, así como por aquellos que han sido silenciados. Caso a caso (del Katrina a Colombia, de Ruanda a Israel) compara los hechos con sus interpretaciones, desvelando las tácticas empleadas por los medios para dirigir la opinión pública hacia conclusiones interesadas y proponiendo pautas para una lectura más documentada y equidistante. Así, analiza algunas de las habituales estrategias de la prensa, como la ley de "portada/silencio", la noticia sin contexto, la demonización de las víctimas, la apropiación del supuesto "sentir general", la apelación a expertos sin nombres, la recopilación del testimonio individual como ilustración de una realidad, el juicio a priori, el uso de fuentes gubernamentales como si fueran informantes acreditados, la presentación de la normalidad con tintes de escándalo, etc.,». Todo ello no nos es ajeno en un país como el nuestro en el cual los actores que reclaman el diálogo están más tiempo en los estudios de los canales de televisión que en sus despachos estudiando los problemas. Esto debería hacernos pensar a quiénes representan realmente.
Este hecho que denuncia Serrano respecto de lo que se dice, quién lo dice, cómo se dice, cuándo lo dice, funciona como «una cortina de ruido que los medios de comunicación interponen entre nosotros y la realidad, para que ésta sea impenetrable, y tal vez el afán por censurar revele en realidad el miedo de quienes intentan dominar la opinión pública» Serrano apela a Vicenç Navarro, cuando éste afirma que: «Hay gente de a pie que es mucho más progresista de lo que el establishment desea que sea, y de ahí este enorme control de la información"». Lo estimulante respeto de todo esto es que esa “gente de a pie” está tomando conciencia de las intenciones de toda esta maraña informativa. Los datos están corroborando que se está produciendo una migración de lectores que se van de los grandes medios hacia las expresiones alternativas del periodismo digital. El proyecto de ley, que ya he mencionado en la nota anterior, de aprobarse, podría ampliar el espectro de la información para que el tan mentado diálogo encuentre una variedad de canales en los que puedan oírse la multiplicidad de voces de la sociedad civil. Es el modo de evitar que sigamos pensando y comentando sólo los temas que los grandes medios colocan dentro de la agenda diaria.

domingo, 19 de julio de 2009

Comencemos a dialogar – Pero ¿cómo?

No resulta nada fácil tener que escribir sobre la situación política actual. Estaba pensando en esto cuando se me cruzó una frase del cómico Groucho Marx, famoso por sus ironías: «La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados». Estas palabras dichas hace más de cincuenta años en los EEUU siguen teniendo vigencia hoy, y en nuestro país se tornan más tétricas, o al menos eso me parece. Una gran parte de la dirigencia no tiene el menor pudor de decir cualquier cosa con tal de que salga reproducida en algún medio de información. Ud., Sr. Lector, estará pensando en la dirigencia política, pero porque no la sindical, la empresarial, la institucional, la deportiva, etc., etc., etc. Es de tal dimensión la chatura moral e intelectual, que se llega a tener la sensación de que están haciendo un gran esfuerzo para parecerse a los personajes que circulan por la televisión y a sus entrevistadores incluidos. Esto, debo decirlo, no incluye a esas honrosas excepciones que, por ser tal, no abundan.
Un ejemplo de lo que estoy diciendo es lo que ocurrió en estos días en la reunión de ambas Cámaras del Congreso ante la visita del Relator de las Naciones Unidas en materia de Promoción y Protección de la Libertad de Expresión, Frank La Rue. Estoy hablando de un funcionario internacional que nos visita por temas de su especialidad. Este señor ha cometido, tal vez por ingenuidad o falta de información, el error de hablar en términos admirativos del Proyecto de Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Dijo: «Es lo más avanzado que he visto en el continente y en el mundo en cuanto a telecomunicaciones, que aquí le llaman difusión de servicios de comunicación audiovisual… Uno de los puntos centrales del proyecto que más me entusiasmó es dividir el espectro de medios audiovisuales en tres partes iguales, el 33 por ciento para los medios privados con fines de lucro, el 33 por ciento para el Estado en sus distintos estamentos y 33 por ciento para las organizaciones comunitarias… Yo mismo nunca me he atrevido a dar recomendaciones tan específicas porque eso lo debe ver cada país, esto es muy de avanzada».
Más adelante afirmó (y al que le quepa el sayo que se lo ponga): «Hay países donde los medios están absolutamente monopolizados, eso es inaceptable y hay que combatirlo. En segundo lugar, hay que generar mecanismos alternativos para que los sectores sociales que nunca han tenido acceso a la comunicación los tengan. A los propietarios de los medios les cuesta entender que la libertad de expresión implica pluralismo. Es uno de los principios doctrinales de los derechos humanos. La libertad de expresión implica pluralismo, y el pluralismo implica combatir los monopolios. Cuando Clarín me criticó me hubiera gustado que me diera el derecho a réplica». El “gran diario argentino” se comportó como tantos otros dirigentes nuestros. Claro, hay que entenderlo, no podía aceptar que esta persona, con su autoridad en la materia dijera lo que dijo: «Este proyecto de ley lo que está haciendo es traducir la doctrina de derechos humanos a una ley, a una guía. Y me parece muy bien… Un historiador me decía que si revisáramos las grandes concesiones radiales o televisivas en América latina veríamos que todas estuvieron vinculadas a las dictaduras militares». Esto es demasiado fuerte para los grandes medios de nuestro país. Por lo tanto lo que corresponde es acallarlo: esto nunca ocurrió.
Ante algunas manifestaciones que recogió con gran sorpresa que afirmaban que no era el momento o que se podía seguir un tiempo más con la que teníamos dijo: «Nunca ningún país con dignidad democrática puede permitir que leyes de la dictadura permanezcan. Es urgente cambiarlas en todo el continente pero especialmente en la Argentina. Además, se la está intentando cambiar de una forma democrática… Convertir este proyecto en ley sería una muestra de la madurez política de Argentina por parte del Congreso. Nadie debe quedarse afuera de esta experiencia. Además, no entendería cuáles podrían ser las razones, en un país que goza desde hace veinte años de democracia, de querer mantener una ley de la dictadura».
Qué otra cosa que lo que escribí en el comienzo de esta nota puede decirse al saber que la diputada Silvana Giudici (UCR) lo interpeló de mala manera, al reaccionar respecto de los elogios que La Rue manifestó por el proceso previo de consulta a la sociedad civil que se viene realizando en todo el país con la participación amplia de todos los sectores. Ante lo cual la diputada reclamó que “el debate sea en el ámbito del Congreso, en el seno de las comisiones de Comunicaciones y de Libertad de Expresión”. El Sr. La Rue calificó de “fascinante” el proceso de debate público previo a la elaboración del proyecto, y resaltó que le "parece importantísimo” que dé espacio al “pluralismo y el acceso de todos los sectores”. Parece, por la reacción de algunos, que los representantes no aceptan la opinión de sus representados. Estos son los criterios democráticos que lucen estos dirigentes.

jueves, 16 de julio de 2009

Para revisar los olvidos

Es imperioso meternos a revisar las causas del olvido de la Nación. Porque el entramado de ideas, que se fue tejiendo a lo largo del último cuarto de siglo, operó como una sustancia corrosiva que fue minando las bases de los valores y creencias que habían llevado más de un siglo construir. Esos valores que constituyen lo mejor de nuestra tradición, sobre los cuales se edificó la argentinidad (palabra casi carente de significado hoy para nosotros, pero de notable significancia si se busca su equivalente en el juego interno de otras naciones) deben recibir una delicada atención de nuestra parte para desenterrarlos de donde fueron a parar. Se podría decir, casi una tarea arqueológica.
No quiere ello decir que esté afirmando que ya no existan en nuestra vida cotidiana. Por el contrario, porque creo que todavía mantienen la vitalidad que sólo las grandes ideas tienen, es que es necesario hacer estas excavaciones en la conciencia colectiva. En esa tarea se nos irá dando una experiencia casi psicoanalítica. Vamos a encontrar allí lo mejor de nosotros mismos cubierto por el polvo de décadas de aquella prédica ya mencionada. Prédica que fue operando como una amnesia de muchos que empujó a la copia de modelos y formas extrañas, por olvido de las propias. La argentinidad fue suplantada por la norteamericanidad. Nuestros chicos y jóvenes se fueron acercando a gustos, estilos, costumbres, prácticas sociales pertenecientes a una cultura orgullosa de ser lo que es pero que, por las políticas imperiales de sus dirigentes, se fue introduciendo en nuestras tierras provocando una colonización cultural. Ahora tendemos a pensar en inglés.
Esta tarea de rescate es la que nos permitirá reconstruir los cimientos, que deberán ser sólidos, para sobre ellos levantar nuevamente las paredes del edificio de la Nación argentina. Esos cimientos deben consolidarse con los viejos valores que hicieron a nuestro modo de ser, que abrevaron en las fuentes de la tradición judeocristiana y que recibieron el aporte de las culturas originarias. Conformando así un plexo de convicciones, de certezas, de ideas fuerza, que impulsaron a los hombres de comienzo del siglo XIX a proclamar al mundo que: «Se levanta a la faz de la tierra una nueva y gloriosa nación». Es necesario hoy volver a leer a esos hombres, sus vidas, sus ideas, sus creencias, sus convicciones, para darle fuerza de ánimo a esta tarea hercúlea de volver a levantar esa nación.
Por ello, creo, que en el trabajo arqueológico resplandecerán ante nuestra mirada viejas cosas aprendidas y olvidadas. Desde la grandeza de los héroes de la nacionalidad, argentina y americana, hasta los pequeños gestos y actos que configuraron nuestro perfil humano. No debe interpretarse esto como una negación de los costados oscuros de nuestro pasado, porque creo que esa es también una deuda pendiente con el pueblo argentino: emprender la aventura de reescribir nuestra historia, para darle a cada quien el lugar que le corresponde. Pero tampoco se debe caer en la adoración del pasado como pretenden los conservadores y restauracionistas. Es tal el deterioro al que hemos llegado, es tan poca la convicción del valor de lo que somos y debemos ser, que es preciso fortalecer el cuerpo de la nacionalidad para luego someterlo a los dolores de enfrentarse con la crudeza de su propia historia.
En esta tarea de reconstrucción deberemos detenernos en ciertos conceptos que han funcionado en nuestras conciencias como elementos perturbadores. La confusión habitual entre Estado y Nación como una sola idea no permitió delimitar con claridad lo específico de cada concepto. La Nación es una idea que parte de lo colectivo y se proyecta como un poncho patrio para abrigo de todos, con mayor énfasis en los que más lo necesitan; debe ser el marco dentro del cual se diriman los conflictos de intereses y expectativas apuntando hacia una equidad necesaria: justicia social, para ello no se deberá perder de vista la necesaria redistribución de las riquezas para el logro de una igualdad de oportunidades para todos. El crecimiento espiritual de la comunidad nacional requiere del libre ejercicio de su soberanía respecto de los intereses exteriores (hoy el de las multinacionales), acompañado de la libertad de las diversas comunidades interiores que conforman el todo mayor para un avance armónico: soberanía política.
Para una conducción atenta del sano y equilibrado desarrollo de estos objetivos aparece la figura del Estado. Teniendo presente que a lo largo de nuestra historia éste fue, muchas veces, el instrumento que se utilizó contra el logro de esos propósitos de la comunidad nacional. Por lo tanto, el Estado debe estar en manos de una dirigencia imbuida de una doctrina que sintetice lo ya expresado, en cuyo seno se posibilite el debate de los mejores caminos a recorrer. Entre los miembros de esa dirigencia debe acordarse un compromiso básico que será el pacto fundante de la nueva Nación, a partir del cual son admisibles las discordancias de las voces que representarán, en el ejercicio democrático. Estas voces expresarán las naturales diferencias de las comunidades interiores, de los diversos estamentos sociales, de las instituciones de todo tipo que componen el entramado de la vida de esa nación.
Por lo tanto, la primera etapa de esa construcción es de carácter ético, de responsabilidad ante los más sufrientes, a los que debemos devolverle todo lo que perdió o se le sacó, pero en primer lugar y sobre todo su dignidad de persona. Todos estos son temas para agregar a la agenda política. La madurez posterior evitará riesgos en la etapa de la reconstrucción, pero nos obligará a enfrentarnos con todas las dudas que el camino nuevo a emprender nos irá presentando. Una advertencia es necesario que nos hagamos. Todo esto es un ideal hacia el que deberemos ir caminando, sin olvidar que habitamos un territorio y una etapa en la que los ángeles y los sacrificados no abundan. Deberemos elegir los que más se aproximen a ellos y vigilarlos muy de cerca. Pero, digo una vez más, estar atentos a las ofertas políticas facilistas, con frases cortas y punzantes que nada dicen, y que prometen una rápida solución para todo porque ellos pueden.

lunes, 13 de julio de 2009

El olvido de la Nación

He hablado de un olvido. Pero este olvido no es consecuencia de la fatalidad del proceso histórico. Fue un olvido promovido, educado, predicado y conseguido. Fue el resultado de una campaña en la que los medios de comunicación cumplieron un papel educador excelente. Debemos recordar aquello de que "un Estado chico agranda la sociedad", que “la menor intervención posible del Estado posibilitaba el desarrollo de las fuerzas económicas”. Por ello, la libertad luchada y defendida durante tantos años, bandera de nuestros próceres, fue reducida a la libertad económica con lo que se redujo al ciudadano político a la categoría de agente económico.
Así fue que el mercado se convirtió en el marco de toda reflexión política, económica, cultural, educativa y fue el decisor privilegiado de los grandes temas. Crecer es sinónimo de crecimiento económico, lo demás vendría por añadidura. Dentro de ese modelo del pensar no había cabida para el planteo de otros temas o de otro modo de hacerlo. Esa matriz de pensamiento era de cuño económico, pero del peor, del economicismo. Se convirtió, de este modo, en esa desviación del pensamiento que acertadamente Ignacio Ramonet la denominó el pensamiento único. Este modelo dictaminó que había un solo tipo de problemas y que había una sola manera de resolverlos: el mercado. Todo otro intento mostraba el arrastre de reminiscencias setentistas y por tal razón quedaba desacreditado. A pesar de todas las consecuencias padecidas por el imperio de ese pensamiento todavía se puede oír hoy a algunos personajes que siguen utilizando esa acusación como denigratoria: ser un setentista. Esta idea se contrapone a ser un hombre pragmático, realista, es decir, alguien que acepte el mundo de hoy como el único posible, que sólo admite algunos retoques.
Detengámonos un momento sobre esta idea. ¿A qué se alude con esa calificación? Posiblemente a aquellos que siguen sosteniendo que la soberanía nacional es un tema innegociable; que la independencia económica es un punto de partida imprescindible para la construcción de una comunidad nacional saludable, en el sentido más abarcador de la palabra; que la distribución equitativa de la riqueza nacional es la piedra fundamental sobre la cual construir una comunidad más justa; que la atención de los más necesitados, de los débiles, de los excluidos, de los niños, de los ancianos, debe privilegiarse por encima de los objetivos economicistas. En fin, si todas estas ideas, o algunas más o algunas menos, definen a un setentista deberíamos contestar que gran parte de estas ideas tienen nada más que dos mil años de antigüedad, porque un setentista desarrapado, que andaba predicando por la Palestina, con otro lenguaje propio de sus tiempos, nos enseñó todo ello.
Me parece que empieza a quedar más claro de qué se trata el problema. Haber caído en la red de ideas sostenida por el pensamiento único hizo que fuéramos olvidando la idea de Nación, porque ella es mucho más que un entramado institucional que regula la vida comunitaria, ella es el marco de posibilidad para la realización de las ideas que pretenden construir una comunidad desde el pensamiento humanista. Defender la idea de Nación equivale a defender el hogar patrio, y en el hogar se privilegia el bien común por encima de los intereses de sus miembros, se atiende primero al que más necesita, no al que más se impone, y se preserva la paz común para el libre desarrollo de la libertad de todos. Pero una libertad integral, que comienza por la libertad de espíritu, para dar lugar a la libertad de las ideas que de allí se desprenden y la libertad de acción que se encamina hacia el bien común. Una vez más, la educación de la que hablaba debe ser pensada dentro de este marco.

miércoles, 8 de julio de 2009

¿Qué pasó con la nación?

Para continuar creo necesario colocar como eje de ese proceso un olvido. Nacimos como comunidad independiente con el proyecto de construir una nación. Largas luchas fratricidas, incomprensiones de ambos bandos, pequeñez en el planteo político, privilegiar los intereses de sectores por encima de los de toda la comunidad, nos fue llevando a los tumbos a lo largo del Siglo XIX y en parte del XX.
Si bien la "historia oficial" nos ha contado todo esto desde la versión de un solo bando, cortando la nación entre "bárbaros y civilizados" y gran parte de nuestra educación fue sostenida por ello, ha llegado la hora de ponernos a pensar desde un proyecto de unidad de la comunidad, aunque esta unidad esté siempre transida por tensiones y contradicciones políticas. La historia es el proceso por el cual se van resolviendo esas contradicciones. Depende de la claridad de nuestras ideas respecto de que ese proyecto abarque a la mayoría de nuestro pueblo, se resolverán en un sentido u otro. Recorriendo nuestra historia podemos advertir que las soluciones buscadas, y a veces encontradas, muchas veces se pensaron y se ejecutaron desde el manejo del poder de uno de los bandos.
Estamos sobre el filo del abismo y no nos queda mucho margen para seguir avanzando desconociendo a "los otros". Hoy suenan cantos de sirena que nos pueden precipitar en el abismo. Nos ha tocado la suerte heroica de ser los protagonistas de una etapa histórica crucial. Esto puede verse como una desgracia colectiva o como una oportunidad imperdible. Nos encontramos en uno de esos recodos de la historia en los que se pueden definir las líneas generales que apunten hacia el futuro. Y porque se puede se debe. Cuando leemos la historia y, a veces, nos exaltamos con las grandes epopeyas, con las decisiones cruciales, con las definiciones certeras, que dieron un marco propicio a las realizaciones posteriores, nos parece que fue obra de titanes, de seres irrepetibles. Sin embargo, mirados desde la cotidianeidad, eran seres humanos como nosotros, con un compromiso y una decisión de participar que debiéramos recuperar y encarnar en esta hora. En la Historia, sin duda, ha habido hombres excepcionales pero fueron pocos. Las más de las veces fue el fruto de un largo trabajo colectivo que eclosionó en un momento produciendo resultados largamente preparados.
Creo que estamos en uno de esos momentos en los que la comunidad toda debe plantearse los problemas que enfrentamos, debatirlos en sus comunidades más inmediatas, comenzar a construir conducciones y dirigentes que se conviertan en los portavoces de los mandatos conferidos. Equivale a decir, comenzar un proceso educativo de abajo hacia arriba que privilegie la construcción de pensamientos comunes, pero que no ignoren la complejidad y la heterogeneidad política y cultural, aprendiendo a escucharnos atentamente, sabiendo resignar parte de lo que el interés particular nos señala en pos del logro del interés comunitario. En estos debates se deberá prestar especial atención a las filtraciones de ideas y valores del neoliberalismo que han imperado hasta aquí.
Entonces, a partir de esas construcciones de ideas comunes, deberemos pensar que la resolución de todo ello es posible en el marco de la comunidad nacional. Nos topamos así con un tema que se fue retrasando de la agenda común, que sólo formalmente apareció en ciertos momentos, y que la prédica neoliberal pretendió rebajarlo a la categoría de obsoleto: la Nación. Haber perdido la mirada de este tema central fue, en parte, obra de un pensamiento que pretendió convencernos de que somos ciudadanos del mundo. Pero de un mundo compuesto por átomos independientes y centrados en sus propios deseos de consumo en el cual el mercado es la idea central alrededor de la cual debe girar toda reflexión. La nación, entonces, es nuestro punto de partida. La educación es el instrumento necesario para esa construcción. Sin embargo, la educación que hoy tenemos está lejos de cumplir sabiamente esta tarea, deberemos recurrir a las formas alternativas que estén cerca de nuestras manos.

domingo, 5 de julio de 2009

¿Qué nos pasó como Nación?

Este es un buen momento para dirigir la mirada hacia atrás buscando razones que nos permitan comprender cómo hemos llegado hasta acá y por qué. El golpe militar de 1976, en la Argentina, significó un punto de inflexión a la curva del posible desarrollo de las naciones independientes y soberanas en América Latina. Fue un proceso que reconoce viejas raíces pero que, para nuestra investigación, no deseo ir más atrás de esa fecha. A partir de allí comenzó una prédica pertinaz, a la que se sumaron la mayoría de los medios de comunicación masiva, en los primeros años dijeron que por falta de libertad dijeron, después de 1983, sólo por dinero. Esa prédica intentó convencernos, con bastante éxito por cierto, de que el Estado era un mal que acarreaban los países subdesarrollados, era una especie de "papá" castrador que impedía liberar las fuerzas económicas para un despegue hacia una sociedad más rica.
Los países centrales eran el modelo en el que debíamos mirarnos. Sus instituciones eran la matriz de nuestro posible desarrollo, su cultura era el motor del desarrollo necesario. Esa liberación de las fuerzas sólo era posible dejando a su libre arbitrio la actividad de los "individuos emprendedores". Para ello era necesario levantar los impedimentos que trabaran su capacidad productiva, de modo que pudieran desplegar todas sus energías en el escenario del "mercado". Esta doctrina de la libertad económica, con algunos altibajos, no perdió fuerza en la década de los ochenta y exhibió sus mejores esplendores en los noventa. Las consecuencias están a la vista.
Pero, para los fines que me propongo, será necesario poder detectar y comprender cómo fue posible que se pudiera desarrollar un plan tan devastador, ante la mirada de todos nosotros. Si bien hubo voces que alertaron hacia donde nos encaminábamos, los resultados electorales de los últimos veinte años dan prueba de la incapacidad colectiva, como comunidad nacional, para preservar la salud de los bienes socio-culturales. Nuestra incapacidad para haber previsto el desenlace de ese proceso es un tema que nos debe llevar a la reflexión compartida, como camino posible para salvar lo que sea posible y no volver a permitir tales desarreglos, que nos llevarán mucho tiempo reparar. Y, en mi opinión, y aquí se centra el nudo de este tema: la desorientación de nuestras ideas básicas respecto de qué debemos ser, la facilidad con que aceptamos tales engaños y desaciertos, la impasividad con que permitimos la llegada al poder de "bandas" de saqueadores, debe ser el tema principal de nuestro aprendizaje colectivo.
No deseo plantear el tema en términos de culpabilidad colectiva, es una palabra demasiado fuerte. Si bien puede decirse que toda pasividad posibilita la actividad de otros, y en este sentido hay una especie de corresponsabilidad. Me parece más importante como enseñanza a recoger descubrir las telarañas ideológicas que se tendieron delante de la mirada colectiva. Ese entramado de ideas: el camino individual, la competencia en la que triunfan los mejores, la libertad económica como marco de la libertad de los hombres, el éxito como medida de las actividades, etc. se presentaron como las Tablas de la Ley cuyo cumplimiento aseguraba la llegada a la Tierra prometida, la de la riqueza, del bienestar, del consumo, en fin, la de la felicidad del tener. ¿Cómo es que logramos exactamente lo contrario? Tal vez, y esto puede parecer mefistofélico, estamos en un momento en el cual es necesario reflexionar seriamente sobre cuánto de lo que pasó está todavía presente, puesto que estamos a tiempo de rehacer cosas para elegir el mejor camino posible para reemprender la marcha.