miércoles, 30 de noviembre de 2011

Qué son los medios de comunicación

Empecemos por preguntarnos, para nuestra investigación, ¿qué son los medios masivos de comunicación? Estos medios aparecieron como una aparatología, una cantidad de artefactos técnicos, que potenciaron la emisión de mensajes en las relaciones con las personas. Pero debemos reparar en que la comunicación humana es, por supuesto, anterior a esa aparición. No sólo anterior, sino que forma parte inescindible de la constitución de lo humano en cuanto tal. No hay sujeto humano posible sin el establecimiento de una comunicación inter-intra-humana que lo constituya. Esta cualidad esencial para la constitución de la persona, coloca en un primer plano la condición necesaria de una sana y fraterna relación social, para que ella adquiera la maduración personal necesaria, como la psicología lo ha mostrado con toda claridad.
A partir del siglo XIX, esa comunicación se vio enriquecida y, al mismo tiempo, entorpecida por la aparición de un nuevo tipo que posibilitaba convertir el receptor en un sujeto colectivo. Debemos hacer, entonces, caracterizar previamente esa comunicación para introducirnos, con más elementos de juicio, al análisis del fenómeno en que se convirtió tiempo después. Prestemos atención a una diferenciación que establece el comunicador social venezolano, Antonio Pasquali (1929), entre “comunicación” e “información”. Necesaria, porque en esta época de fuerte presencia de los llamados “medios de comunicación de masas”, éstos se caracterizan por una comunicación unilateral y sin retorno.
A esta forma de la comunicación este autor prefiere darle el nombre de “información” y reserva el término “comunicación” para aquella relación dialógica, en la que ambos términos del proceso comunicativo se alternan en su papel de emisor y receptor. Por otra parte, en la comunicación humana, los artefactos que intervienen, deben cumplir un papel lo más neutro posible y no interferir en los contenidos del mensaje, aunque esa interferencia sea meramente técnica. Es evidente que la irrupción de los multimedia, la articulación entre la radio, el televisor, la computadora y el teléfono, ha alterado y desequilibrado este juego de las comunicaciones. Para algunos autores, la aparición de los multimedia puede parangonarse con el invento de la imprenta por el alemán Johannes Gutenberg (1398–1468).
Cuando a los medios de comunicación se les agrega la caracterización “de masas”, se está definiendo, con toda claridad, su carácter de no estrictamente “comunicativo”, sino “informativo”. Hay un emisor que se dirige al fenómeno de la “sociedad de masas”. Este concepto alude a la despersonalización del sujeto humano de la sociedad industrial, que lo ha convertido en un receptor, más o menos pasivo, de mensajes preparados para ser recibidos por ese “ser colectivizado”. Podemos acercarnos a algunas definiciones propuestas para definir el proceso de la comunicación.
Así, nos encontramos con una definición bastante clásica como la de los investigadores Hovland, C. I., Janis, I. L. y Kelly, H.H., de la Universidad de Yale: «Comunicación es el proceso por el cual un individuo (el comunicador) transmite estímulos (generalmente verbales), a fin de modificar el comportamiento de otros individuos (la audiencia)». Para Staats, A.W. y Staats, C. K.: «En términos bastantes generales, la comunicación puede ser considerada como lenguaje, escrito u oral, emitido por un individuo, que resulta del establecimiento de nuevos mecanismos estímulo-respuesta en otro individuo, en el condicionamiento de mecanismos estímulo-respuesta que fueron previamente adquiridos».
Este tipo de definiciones, provenientes por lo general de la escuela estadounidense, tienden a ver la comunicación como un proceso de “ida”, que coloca el acento en el emisor. Se debe a que estos investigadores de los medios de comunicación extraen su experiencia de los medios masivos y de la publicidad. Por lo tanto, los intentos no expresados, respecto del receptor, están muy cerca de un concepto, que en aquel país ha sido muy estudiado: la “persuasión”. Gran parte de la investigación sobre medios masivos se ha concentrado en el mensaje y ha prestado muy poca atención al emisor y al receptor. La eficiencia del proceso comunicativo está en función de los logros obtenidos en ese intento por la vía del contenido del mensaje.
Por ello, como reacción a ese modo característico de la concepción norteamericana, pretendidamente neutra, de pensar las comunicaciones, han salido de América Latina definiciones que intentan desnudar los mecanismos de este proceso. Encontramos, por ejemplo, a Luis Ramiro Beltrán, que dice: «La comunicación es el proceso de interacción social democrática que se basa en el intercambio de símbolos por los cuales los seres humanos comparten voluntariamente sus experiencias bajo condiciones de acceso libre e igualitario, diálogo y participación».

domingo, 27 de noviembre de 2011

La ciencia empresarial

Es necesario detenernos brevemente en un aspecto que, por lo general, pasa a un segundo plano en estos debates —y no creo que inocentemente—, para abordar luego el problema de la comunicación de masas. En la nota anterior opté por la denominación de ciencia de las ciencias es porque ésta se constituyó con el aporte de varias: la sociología, la psiquiatría, la psicología profunda, la psicología de masas, la psicología motivacional, las técnicas de la investigación social. Dijo Erich Fromm refiriéndose a este fenómeno, a fines de los sesenta:
"La creciente complejidad de las empresas y del capital, hacen que sea de la mayor importancia conocer por adelantado los deseos del consumidor y no sólo conocerlos, sino también influir sobre ellos y manejarlos. Las inversiones de capital en las gigantescas empresas modernas no se hacen por presentimiento, sino después de un manipuleo y una investigación concienzuda del consumidor y de todo el mercado".
Sus aportes invalorables, expresados en un aumento considerable de las utilidades, le otorgaron a esta ciencia un prestigio digno de mejores propósitos. Los éxitos empresariales fueron un punto de referencia insoslayable para el análisis de todo tipo de negocios. Aquí la palabra “negocio” adquiere la significación que el idioma inglés da a su equivalente business, que debiera ser traducida por “ocupación”. La generalización que la cultura anglosajona hizo de esta palabra colocó bajo un mismo paraguas todo tipo de ocupación, pero en aquella cultura se sobreentendía su referencia a las “utilidades”. Por tal razón, se generalizó la traducción como “negocios”. Esto no es ingenuo ni neutro, porque tiñó nuestro modo de entender las relaciones sociales como relaciones utilitarias.
De la afirmación de Fromm: “Las aplicaciones de la psicología se han generalizado a partir del manejo del consumidor y del trabajador, al manejo de todo el mundo, incluida la política”. El conocimiento que ofrece esta ciencia posibilita un “manejo” utilitario de las relaciones con las otras personas, convirtiéndolas en “medios” para la obtención de ciertos fines: la utilidad. Sigue nuestro autor: “Mientras que la idea original de la democracia se basaba en el concepto del ciudadano responsable y con ideas claras, en la práctica esto se distorsiona cada vez más, por la utilización de los mismos métodos que se desarrollaron primero en la investigación de mercado”. Se puede ya adelantar que el “negocio” de la información se va a enmarcar en estos criterios.
La distorsión fue convirtiendo la “libertad de prensa” en una “libertad de empresas”, libertad que no se ejerce en el interior de la empresa de medios, donde rige la disciplina empresarial. Es la libertad que tiene el empresario de la información, como parte de un conglomerado mayor, para transmitir lo que él crea que es conveniente y lucrativo. La tan mentada “línea editorial” es, muchas veces, un modo vergonzante de la censura. Si la información adquiere la forma de “noticia” y es noticia aquello que llame la atención del “consumidor de noticias”, el interés del “consumidor condicionado” pasa a ser el criterio de lo que puede ser noticia. La libertad de la que se habla se ejerce en el mercado con las “reglas del mercado”. Además, el “negocio” de la información está sostenido en gran parte por la publicidad. De allí que una parte importante de lo expresado está condicionada, a su vez, por la presión de los anunciantes.
Esto pone de relieve la tarea de la “prensa alternativa”, que, partiendo de medios precarios, intenta cubrir, en la información pública, ese hueco, vacío, casi un “agujero negro que no llena los grandes medios. La prensa alternativa se mueve dificultosamente en la búsqueda de la necesaria publicidad que mantenga financieramente el medio en circulación. También hasta allí se hace sentir la presión de las grandes empresas, los grandes medios, las agencias de publicidad que intentan maniatar el contenido de los mensajes del medio en el que colocan publicidad.
El otro riesgo que corre esta imprescindible libertad y diversidad de prensa, en una sociedad democrática, es la presión que se hace sentir desde los intereses partidarios, empresariales, profesionales sobre todo cuando ejercen el poder de sus instituciones. No pocas veces se confunde la crítica leal y honesta con campañas de difamación. Esto no significa que no existan, pero por verlas tantas veces provocan en el “consumidor avisado” el resultado de una paranoia que parece no poder evitarse cuando se ejerce el poder desde la distancia que lo separa de la gente. No debe callarse, entonces, que esa necesaria libertad de prensa es uno de los pilares sobre los que se debe construir —o reconstruir, como en nuestro caso— la salud institucional de la Nación y la defensa de la comunidad toda.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Medios - Un poco de historia

Nuestra Argentina se ha sumergido en un debate cruzado por mil incomprensiones, por distorsiones inconscientes o malintencionadas, por intereses mezquinos, por miopías y, tal vez, por varias razones más, que han distorsionado la importancia de sus contenidos. Es probable que deba decir: una parte de nuestra Argentina, pero aun siendo sólo eso, la restricción no deja de ser importante y obliga a saltar al ruedo con el propósito de aportar una mirada más, que aunque no muy novedosa, sin embargo propondrá iluminar un poco el escenario. Para ello voy a franquear los límites dentro de los cuales advierto que se plantea, para remontarme a una historia del problema que lleva más de un siglo.
La importancia que los medios de comunicación masiva han ido adquiriendo progresivamente durante ese tiempo obliga a detenerse a investigar y pensar sobre su comportamiento social. Es el tema de la comunicación, que, en el seno de la sociedad moderna capitalista, se convierte en el tema de los medios de comunicación. Es necesario comenzar diciendo que esos medios han sido víctimas del proceso de la concentración económica profundizada en la década de los setenta, aunque la película El Ciudadano Kane (1941), de Orson Welles, ya denunciaba al empresario estadounidense William Randolph Hearst, por sus prácticas monopólicas.
Ello nos muestra que los medios fueron quedando subordinados a los intereses de grupos empresariales que, hasta ese entonces habían sido ajenos a la comunicación masiva. A partir de allí, muchos medios, víctimas de este proceso, pasaron a convertirse en victimarios de un vasto público ávido de información. Por tal razón, esos medios que representaron, desde su aparición en los comienzos del siglo XIX, el control ciudadano sobre los otros tres poderes del Estado — y que por ello habían merecido el nombre de cuarto poder—, cuando su propiedad estaba en manos dispersas y variadas, pasaron a ser un instrumento poderoso dentro del juego político de los intereses concentrados.
De este modo, por la tan necesaria y defendida libertad de prensa se fueron convirtiendo en la voz de los que no tenían voz. Fue la palabra que criticaba y denunciaba los abusos de los poderosos en defensa de los desprotegidos. Los ejemplos son muchos y sus portavoces, hombres distinguidos que, por regla general estuvieron a la altura de esa misión; para nombrar sólo a uno, nuestro Mariano Moreno. Esos precarios medios, fundamentalmente la prensa escrita a la que se le agregó la radio a comienzos del siglo XX, fueron un bastión inexpugnable que cumplió un importante papel en defensa de la democracia, al hacer transparente lo que se pretendía ocultar.
La posguerra abrió un camino nuevo a este proceso. La lucha contra el totalitarismo nazi y las denuncias posteriores del manejo de la información durante el régimen alertaron a la conciencia ciudadana mundial sobre la importancia de una prensa libre, independiente y veraz. Posteriormente, la guerra fría puso de manifiesto otro totalitarismo, el soviético, que sobre este al respecto no fue muy diferente en el manejo comunicacional. Contra ello se erigió, como modelo “ejemplar”, la libertad de prensa occidental, paradigma de la democracia. Sin embargo, por debajo del juego público de la prensa de Occidente, comenzó a gestarse un nuevo modelo de gestión empresarial, sostenida por modelo de la empresa multinacional. Este modelo no era del todo novedoso, pero encontró, en el mercado internacional de posguerra, un campo propicio para su expansión y concentración. Ello le otorgó una capacidad económica y financiera temible para la competencia.
El poder desmesurado que esas empresas mostraban — hacia el interior de ellas y en su relación exterior con la competencia— las fue arrastrando hacia un uso discrecional de ese poder. La empresa periodística internacional aprendió de esos juegos del poder y fue introduciéndose en ellos. Así, el manejo de la información fue quedando en manos poderosas que no resistieron la tentación de convertirla en un instrumento de sus intereses. La red de negocios de posguerra fue entrelazando diferentes tipos de negocios y la información pasó a ser uno más de ellos, con lo que adquirió paulatinamente una mayor importancia. El concepto de negocio impregnó toda la actividad empresarial, lo cual demandó la creación de una ciencia especializada para el manejo eficiente de los negocios. Apareció, entonces, el marketing: la ciencia de las ciencias del negocio empresarial.

domingo, 20 de noviembre de 2011

La libertad de los depredadores

Sobre la crisis financiera, mencionada en la nota anterior, ya he escrito varios trabajos. Sin embargo, mi insistencia en tratar temas relacionados tiene como propósito no dejarnos engañar en momentos en que las medidas que se están tomando apuntan a salvar a los más ricos, con olvido total de los más desfavorecidos y perjudicados por las crisis sucesivas del capitalismo en su versión salvaje, como fue correctamente bautizado. Mis trabajos mencionados pueden dar un panorama general de los acontecimientos. Revisarlos nos advierten acerca de cómo se llegó a ese estado en que se debaten las finanzas internacionales. Y ello es necesario porque, no sin estupor, podemos leer que en las altas cumbres de las finanzas se debaten propuestas que sólo repiten idénticos mecanismos que los desembocados en la crisis de la que todavía no hemos salido. Subrayo aquí, y volveré sobre ello, que la libertad enunciada requiere posibilidades materiales para su ejercicio, por lo que no se debe hablar en abstracto de ella.
Al respecto dice Juan Francisco Martín Seco: «Mientras se celebraba otra gran conferencia económica para debatir la actual crisis de la economía internacional, organizada por el Institute for New Economic Thinking (Instituto de Pensamiento para la Nueva Economía), que tiene al liberal rey del hedge fund (Fondos de Inversión), George Soros, como su primer motor y provocador, el discurso de despedida de Keynes parecía inquietantemente profético: ‹‹han vuelto los dragones››.
En Washington, un partido Republicano vuelto a su esplendor, según sienten sus miembros, puso al gobierno estadounidense a dos horas de cerrar en default, por falta de autoridad política para librar fondos, mientras imponía severísimos recortes del gasto federal. Al otro lado del Atlántico, una legión de hedge funds y Bancos de inversión han forzado a un debilitado gobierno portugués a recurrir al FMI y a la Unión Europea para un rescate multimillonario en euros. En Gran Bretaña, George Osborne se presenta como paladín de la imponente velocidad de su plan de reducción presupuestaria, diciendo que no jugará a la ruleta rusa con la economía británica. Se encuentran por doquier los ecos del lenguaje que Keynes trató de disipar en Bretton Woods».
Juan Francisco Seco nos está diciendo que, mientras la crisis no sale de su estancamiento, esos dragones avanzan como si nada hubiera pasado, como si ellos no tuvieran ninguna culpa de esos resultados, como si la codicia desenfrenada de ellos no fuera la causante de la situación actual. Más todavía, miran el escenario y están pensando y actuando como buitres para sacar el mayor provecho posible de la situación desastrosa de varios gobiernos europeos. El estado de los dirigentes políticos de nivel internacional bascula entre su falta de ideas y su debilidad, que los lleva a someterse a los dictados de los dragones.
Afirma Seco: «Por ejemplo, hasta los demócratas norteamericanos están de acuerdo con los activistas del Tea Party [la ultraderecha] en el seno del Partido Republicano en que si los EEUU repiten lo que hicieron en la primera década de este siglo, entonces la deuda pública se duplicará volviéndose insoportable. El argumento es si la respuesta debería consistir en dar un hachazo al gobierno federal norteamericano o si el gobierno, pese a las constricciones fiscales, forma parte de la solución, mediante su papel de estimulante de un crecimiento mayor y sostenible». Aunque los términos de la cuestión puedan no ser de fácil comprensión, traducidos a un lenguaje más simple, «si el gobierno debe usar los dineros públicos para generar trabajo o debe socorrer a los Bancos en quiebra».
Uno de los problemas es que la economía y los economistas han sido demasiado débiles a la hora de establecer que la crisis tenía su origen en comportamientos privados más que públicos, o en demostrar «de qué modo el crecimiento y la generación de empleo son resultado de una compleja interacción entre las acciones, el gasto y el marco de los gobiernos y el dinamismo del sector privado». El gobierno es parte inevitablemente de la solución, es decir del apoyo a la creación de riquezas. Sin embargo, los dragones lo ponen como un obstáculo para el “libre juego” de la economía. Para el movimiento del Tea Party en todo el mundo, ya sea en el seno del partido Republicano, en el Tesoro o los hedge funds, ha resultado demasiado fácil «especular en contra de estados periféricos pertenecientes al euro, lisiándolos de un modo u otro para impedir que actuaran de forma creativa e inteligente como respuesta a una continuada crisis financiera y a niveles de deuda privada por las nubes».
Podemos preguntarnos: entonces, ¿cuánto margen de libertad le queda al ciudadano?

miércoles, 16 de noviembre de 2011

La libertad de comprar

El tema que estamos analizando se presenta forzosamente con perfiles un tanto académicos, tal vez demasiado profesional. Pido disculpas por ello, pero debo decir que no se puede eludir la necesidad de mirar por debajo de todo palabrerío con que se encubre el debate de la economía capitalista. Y ello, porque, avalada por el significativo concepto de “libertad de mercados” tiende al rechazo de toda crítica como atentatoria de la libertad de los ciudadanos. Tras el espejismo de la libertad del consumidor de elegir lo que desea, sin que nada se lo impida (salvo el dinero necesario), se esconde la verdad de que no elige; tan solo opta por las alternativas que se le presentan y que, en el supuesto “libre juego de la oferta y la demanda”, éste se da en medio de una disparidad de fuerzas evidente entre “oferentes” poderosos y concentrados y “demandantes” indefensos ante lo que la oferta propone. Sin tener en cuenta, además, el eficaz influjo de una publicidad que condiciona las preferencias del consumidor.
Este supuesto “libre juego”, como ya vimos, precipitó en crisis de diferentes profundidades, pero todas ellas con costos importantes, sobre todo para los menos favorecidos por la injusta distribución de la riqueza. Esta injusticia quedó legitimada al ser entendida como la consecuencia de los menos capaces para moverse en un escenario de libertad, que exige una “competencia” y “madurez” entre los concurrentes. Los mejores preparados han sido los exitosos de la confrontación económica. Esta es otra de las “verdades” que se han clavado muy hondo en la conciencia de tantas personas. Sobre todo, cuando deben juzgar al desempleado, al carente de recursos, a quienes acusan de ser vagos o ineptos para “abrirse camino en la vida”. La mirada individualista, desprovista de una investigación consistente sobre los procesos sociales, es la base que sostiene ese modo de “ver y juzgar”, puesto que es incapaz de “ver y analizar” los condicionantes estructurales de una sociedad que coloca a cada nuevo componente en un punto de partida diferente, muchas veces muy lejanos unos de otro.
El profesor e investigador, Juan Francisco Martín Seco, se ve obligado a subrayar que esa argumentación se encuentra en la base de gran parte de la crítica a Keynes y que se debe a que sus tesis «son planteamientos que hacen saltar por los aires el castillo construido en forma de excusa para defender la acumulación capitalista. De ahí que las fuerzas políticas y económicas recurran a las políticas keynesianas cuando no tienen más remedio, porque la crisis los ha colocado al borde del abismo, pero huyen de ellas como de la peste tan pronto como pasa el peligro, y vuelven a enarbolar el discurso de la austeridad: reformas y ajustes, sangre, sudor y lágrimas… para los de siempre, claro».
La crisis financiera de 2007 mostró un escenario casi olvidado para el Primer Mundo defensor del “libre mercado”. Los Estados de los países centrales debieron socorrer a grandes empresas, introduciendo miles de millones de dólares para salvarlas de la quiebra. Para ello, no hubo críticas contra la intervención estatal ni contra la estatización de grandes financieras y Bancos internacionales. Como dice Seco, «estaban al borde del abismo» y, en ese momento, a la doctrina de la libertad se la dejó de lado.
Se entiende así el rechazo y el menosprecio por uno de los más grandes economistas del siglo XX, según el profesor británico Will Hutton, veterano e influyente periodista económico del periódico londinense The Guardian. El prolongado debate sobre teoría económica había colocado a Keynes como un gran opositor al juego de un mercado libre, sin controles, por los riesgos que ese libre juego permitía suponer, como la historia volvió a demostrar. Hutton sostiene que Keynes: «Había querido destruir la teoría propagada por economistas y políticos que predicaban equilibrios presupuestarios, austeridad pública, primacía de la soberanía nacional y libertades para las finanzas en casa y en el exterior. En cambio, él quería reglas que reconocieran la interdependencia entre países y crear instituciones globales y una moneda mundial que dejara espacio a los gobiernos para maniobrar actuando con inteligencia y creatividad a fin de estimular el empleo, el comercio y el crecimiento. Consiguió algo de lo que deseaba, pero no, lo bastante; y no es descabellado escuchar los ecos de su discurso de despedida, en el que avisaba de sus temores de que volvieran los dragones». Y los dragones (la derecha republicana) volvieron, más de una vez, pero los que los padecieron no aprendieron la lección.

domingo, 13 de noviembre de 2011

El neoconservadurismo

Una corriente de pensamiento que fue perdiendo vigencia, pero que no ha desaparecido es la neoconservadora. Entre sus representantes, encontramos autores que demuestran tener una mayor “preocupación humanista”; dicho de otro modo, un mayor compromiso con la problemática humana y una mayor tendencia a la recuperación de los valores, pero con un sesgo elitista. A diferencia de los neoliberales, muchos de ellos son provenientes del campo de las ciencias sociales o las humanidades. Desde esta posición, afirman que los valores han quedado marginados por la excesiva mercantilización (obsérvese lo de “excesiva”) de las relaciones sociales que lleva a cabo el mercado. Éste, por sus características, no repara en la necesidad de defender «las virtudes de la tradición occidental».
Uno de los casos más atrayentes por su formación filosófica es Daniel Bell (1919-2011), profesor emérito de la Universidad de Harvard, que giró desde posiciones de izquierda (defendió tesis marxistas hasta la década del cincuenta) y que formula un muy interesante planteo, inteligente y serio, sobre el modo de funcionamiento del sistema capitalista. Lo describe a partir de un esquema en el que divide el funcionamiento del sistema en tres esferas que, si bien están interrelacionadas, tienen una relativa autonomía. Estas son: la esfera de lo “tecno-económico”, en la que se organiza la producción y distribución de bienes, que constituye el sector de los mayores logros del capitalismo y cuya eficacia está fuera de toda duda. La esfera del “sistema político”, que es el ámbito de la justicia y del poder social de la que poco hay para modificar, dados los éxitos políticos alcanzados. Y, por último, la esfera de la “cultura” cuyo sistema muestra sus mayores fallas y carencias. Allí es donde aparece la descomposición del “sistema de valores” que ha dado lugar a la conflictividad que hoy se está padeciendo. El título de uno de sus libros, Las contradicciones culturales del capitalismo (1976), señala con claridad dónde están centradas sus preocupaciones. Con estas palabras, sintetiza Bell el problema:
La ética protestante fue socavada, no por el modernismo, sino por el propio capitalismo. El más poderoso mecanismo que destruyó la ética protestante fue el pago en cuotas, o crédito inmediato. Antes, era menester ahorrar para poder comprar. Pero con las tarjetas de crédito se hizo posible lograr gratificaciones inmediatas. El sistema se transformó por la producción y el consumo masivos, por la creación de nuevas necesidades y nuevos medios de satisfacerlos.
Obsérvese lo agudo de su planteo y cómo inserta el problema del consumismo en su crítica, idea digna de ser compartida. Sus referencias a las facilidades que otorga el crédito como fuente de corrupción de los valores también merecerían nuestra aprobación. Es significativo que no logre detectar ninguna dificultad en la esfera tecno-económica, por la concentración económica que ha ido produciendo en ella, incluso en los Estados Unidos. Por otra parte, en la esfera de lo político él no ve ningún problema en un país en que los derechos de las minorías son avasallados y se van perdiendo paulatinamente. Por otra parte, está muy seriamente cuestionada la representatividad de sus dirigentes políticos, lo que se expresa en la apatía electoral. Este acento, puesto en la esfera de la cultura, demuestra que su pensamiento es un fiel exponente de las clases altas. Le duele esa pérdida de valores, porque afecta el tipo de vida tradicional que defiende. Centrar el tema en las dificultades culturales del capitalismo no está mal, pero es deficiente y parcial, no llega a la raíz del problema. Sin embargo, puede entenderse esa mirada que representa la opinión de un sector de la sociedad noratlántica. El profesor José María Mardones (1943-2006), Profesor e investigador de la Universidad de Deusto comentando las tesis de Bell, afirma:
Al final nos encontramos con este hecho: la ética puritana que había servido para limitar la acumulación suntuaria, pero no la del capital, quedó marginada de la sociedad burguesa capitalista. Quedó el afán de consumo y la tendencia al hedonismo. Se fue instaurando así una idea del placer como modo de vida. Es decir, el hedonismo pasó a ser la justificación cultural, si no moral, del capitalismo.
Podemos hoy decir que esa cultura decadente [consultar “La cultura Homero Simpson” en www.ricardovicentelopez.com.ar] se ha ido extendiendo globalizadamente y que muchos sectores de la modernidad occidental la han adoptado como ideal y forma de vida. Si el tema que estamos analizando es la libertad, alcanza con ver cómo han sido socavadas las culturas de los pueblos, mediante un avasallamiento cultural impuesto por una publicidad machacona que trasunta consumismo.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

La libertad de morirse de hambre

Las consecuencias posteriores a la aplicación de las ideas de estos fundamentalistas del mercado, sobre todo a partir de la década de los noventa del siglo pasado, no han logrado hasta ahora revisiones o retractaciones de los contenidos de la doctrina neoliberal, a pesar de las crisis sucesivas producidas. Ya en plena segunda década del siglo XXI, se puede observar con qué grado de certeza las instituciones internacionales de crédito exigen, sin embargo, la aplicación de políticas correspondientes a esa ideario. A pesar de que estos hechos reales han precipitado la creación y posterior estallido de “burbujas” financieras, las advertencias de los neoliberales sobre los peligros que representa cualquier control del Estado sobre los mercados no se han modificado en nada. Los debates para encontrar mecanismos de regulación social tienen gran repercusión. Sin embargo, todavía el peso de las ideas de Hayek y Friedman, cuya argumentación acerca de que el llamado por ellos Estado “igualitario” es destructor de la libertad de los ciudadanos y de la vitalidad de la competencia, siguen teniendo vigencia entre los especialistas, dado que son considerados los dos factores fundamentales de los cuales depende la prosperidad general.
Cabe señalar que tanto Hayek como Friedman ven en la desigualdad un valor positivo, imprescindible para el avance de cualquier sociedad. Encuentran en las desigualdades un incentivo para avanzar y crecer. Esto nos remite a las tesis del naturalista, filósofo, psicólogo y sociólogo británico Herbert Spencer (1820-1903), conocidas por sus postulados apoyadas en un darwinismo social aplicadas al capitalismo moderno. Es decir, aceptar la lucha de todos contra todos (las tesis del salvajismo y de la selección natural) en la cual sólo los más preparados, los mejores adaptados a las condiciones del mercado moderno pueden sobrevivir.
Leamos qué dice Friedrich von Hayek: «Una sociedad libre requiere de ciertas morales que en última instancia se reducen a la manutención de vidas: no a la manutención de todas las vidas porque podría ser necesario sacrificar vidas individuales para preservar un número mayor de otras vidas. Por lo tanto las únicas reglas morales son las que llevan al 'cálculo de vidas': la propiedad y el contrato» (subrayado mío). Podemos preguntarnos ¿qué significa “sacrificar vidas individuales? ¿Para preservar qué número de otras vidas, quién selecciona a unos que se salvan y decide quiénes mueren?
Friedrich von Hayek puede contestar sobre esto que no es necesario preocuparse por la forma en que se resuelven esas incógnitas, puesto que ello no depende de la voluntad humana. El funcionamiento del mercado, como “el mejor asignador de recursos” dispone de mecanismos automáticos, también denominados leyes del mercado, que solucionan las disparidades que se presenten. Leamos sus propias palabras: «Mostrar que, en este sentido, las acciones espontáneas de los individuos bajo condiciones que podemos describir (el mercado), llevan a una distribución de los medios que se puede interpretar de una manera tal, como si hubiera sido hecha según un plan único, a pesar de que nadie la ha planificado. Parece ser realmente la respuesta para el problema, que, a veces, se ha denominado, metafóricamente, 'razón colectiva'». El mercado actúa espontáneamente y toma decisiones automáticas por sobre la conducta de los concurrentes, sin que medie acción humana alguna en la resolución de los posibles conflictos. Se da una situación que parece como si hubiera sido planificada, pero no lo ha sido.
Este modo de plantear el problema de la mejor distribución posible de bienes, siendo el automatismo del mercado el que resuelve, no da lugar a la posibilidad de que haya culpables de que algunas vidas puedan ser sacrificadas en beneficio de un número mayor. La libertad en el funcionamiento del mercado requiere ese costo de vidas para ajustar el resultado en beneficio del resto. Esta libertad tiene una gran semejanza con el funcionamiento del salvajismo natural, el matar para vivir es una ley necesaria para la preservación de la vida toda. La sociedad capitalista recupera para la vida social las leyes naturales de la supervivencia: los mejores sobrevivirán en beneficio de una vida que será cada vez mejor, porque irá descartando a los débiles que no son aptos para la vida.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Se replantea el liberalismo: el liberalismo económico

Un breve relato nos colocará en la perspectiva histórica dentro de la cual aparece con fuerza lo que se conoció más tarde como neoliberalismo. El prefijo “neo” está dando a entender que alguna diferencia tiene con el liberalismo clásico, sobre el que algo ya quedó dicho. Es, precisamente, el carácter de “neo” lo que reclama un análisis de sus diferencias.
El economista chileno Marco Antonio Moreno, en noviembre de 2007, cuando se cumplían sesenta años de un acontecimiento casi fundante de esta corriente de pensamiento, nos cuenta: «En abril de 1947, a las faldas del Mont Pèlerin, en los Alpes Suizos, Friedrich von Hayek [1899-1992] y Milton Friedman [1912-2006] reunieron a un nutrido grupo de intelectuales de derecha para expresar su repudio al New Deal y al keynesianismo que, en ese momento, dominaba el mundo económico. El objetivo de Hayek, Friedman y la treintena de empresarios y políticos convocados, entre los que se contaba Karl Popper [1902-1994] -quien acababa de publicar La Sociedad Abierta y sus Enemigos-, era sentar las bases ideológicas para una reducción del aparato estatal que, con la revolución del economista británico John Maynard Keynes [1883-1946] había cobrado un nuevo ímpetu en el liderazgo del desempeño económico. A Hayek le molestaba la presencia del keynesianismo por su posibilidad de llegar a establecer y legitimar el socialismo, lo que constituiría un verdadero “camino de servidumbre”. Ello dio origen al neoliberalismo, movimiento ideológico que crea y desarrolla –a través de los think tanks - modelos de ataque contra toda limitación impuesta por el Estado a los mecanismos del mercado».
Ubiquemos el encuentro en los años inmediatos al final de la Segunda Guerra Mundial, momento en que el Premier británico Winston Churchill (1874-1965) levanta “la Cortina de Hierro” para dividir en dos a Europa: la llamada “Libre”, al oeste de la frontera ocupada por la Unión Soviética, y la otra, tras esa frontera hacia el este. Hayek intuye, y por ello sostiene, que el decisivo protagonismo del Estado —que permitió la recuperación de los Estados Unidos de la Depresión de los años treinta— podía convertirse en un modelo. El riesgo que temían los liberales era la validación de las ideas de Keynes, por el miedo de que arrastrara a los países que lo practicaran al mismo desastre en el que se precipitó el nazismo germano. Por tal razón, titula su libro —que actuó de allí en más como carta fundacional del neoliberalismo— Camino de servidumbre (1944), que se convertiría en la “biblia” de los procesos instaurados en Gran Bretaña por Margaret Thatcher (1979) y, en los Estados Unidos, por Ronald Reagan (1981).
Richard Cockett , en su libro Pensando lo imposible, documenta en detalle cómo y por quiénes fue ideada la denominada «contrarrevolución económica para contrarrestar el impacto de las ideas keynesianas». Se refiere a ese grupo de intelectuales como una secta creada en 1941 con el objetivo de derribar los argumentos de Keynes. Para financiar las operaciones de “la secta”, recurrieron al apoyo de industriales, banqueros y a la famosa Fundación Rockefeller , cuyo fin era convertir a una importante generación de intelectuales al credo del liberalismo pregonado por Adam Smith, ahora repensado sesgadamente desde la situación del mundo capitalista del siglo XX, cuyo objetivo fundamental era la prédica de un anticomunismo cerrado. Nuestro autor escribe con entusiasmo: «Hayek y la Sociedad del Monte Peregrino fueron al siglo XX lo que Karl Marx y la Primera Internacional fueron al siglo XIX».
Otro economista, Mark Hartwell, miembro de “la secta” señaló que ésta «produjo en todo el mundo instituciones que propagaron el liberalismo económico contribuyendo al cambio de políticas en los gobiernos mediante el papel de sus miembros como asesores directos o creadores de políticas internas». Quedaba así fundada una institución que declaraba su “guerra” a toda posibilidad de intervención del Estado como instrumento de corrección de las desviaciones que producía el libre juego del mercado. Afirma Marco Antonio Moreno que «este grupo de fundamentalistas ideológicos se consagró a las divulgación de las tesis neoliberales para combatir el keynesianismo y toda forma de Estado Social y a preparar las bases teóricas de un capitalismo duro y un libre mercado exento de toda regla ética y social».

miércoles, 2 de noviembre de 2011

El mercado libre atenta contra la libertad del ciudadano

La consulta de importantes investigadores de prestigio internacional nos permite pronunciarnos con mayores certezas sobre el análisis que estamos realizando. Sus palabras nos dan ciertas garantías sobre los pasos que hemos dado acerca de un tema de tan difícil comprensión. En este caso, leamos a Ulrich Beck — Sociólogo alemán, profesor de la Universidad de Munich y de la London School of Economics— y notaremos que percibe peligros parecidos a lo señalado en notas anteriores:
Cuando el capitalismo global de los países más desarrollados destruye el nervio vital de la sociedad del trabajo, se resquebraja también la alianza histórica entre capitalismo, Estado asistencial y democracia... El trabajo remunerado sostiene y fundamenta constantemente no sólo la existencia privada, sino también la propia política. Y no se trata “sólo” de millones de parados, ni tampoco del Estado asistencial ni de cómo evitar la pobreza, ni de que reine la justicia. Se trata de todos y cada uno de nosotros. Se trata de la libertad política y de la democracia...
Prestemos especial atención a su advertencia: lo que está en juego es el futuro de los mismos beneficiarios del sistema. Entonces, nos encontramos tanto con las consecuencias del libre juego de las fuerzas del mercado global como con las consecuencias que provoca ese tipo de conductas fuera de todo control. Aparece una necesidad de poner un «control político sobre el mercado». El capitalismo, como sistema de producción para un mercado libre, sólo puede funcionar aceptablemente, si se ejerce sobre él un control político que impida sus desbordes, cuestión que exige el fortalecimiento de las instituciones políticas y sociales. Por otra parte, y esto no debe olvidarse, el capitalismo tenderá siempre, por su propia dinámica de mercado, a la «concentración económica y la exclusión social». Son estos dos aspectos del sistema los que provocan sus consecuencias más perversas.
No radica, entonces, sólo en la «eficiencia técnica y económica» la calidad del sistema capitalista, puesto que ella, por sí, no garantiza la equidad. Lo que debe ser situado en primer término es la «eficacia en la atención de la problemática social», porque allí radica la posibilidad de administrar una distribución más equitativa que aleje las posibilidades de los estallidos sociales, siempre costosos y siempre a cargo de los más débiles. El mercado libre, por el contrario, no sólo no garantiza esa eficacia, sino que, librado a su propia dinámica provocará desequilibrios como los ya provocados, polarizando la distribución entre unos pocos con mucho y muchos con poco o casi nada.
Las polémicas referidas —que por imperio de una chata visión del problema se han limitado a un debate muy restringido— han encontrado, entre los intelectuales de los países desarrollados, un abanico de posiciones que podemos agrupar en dos bandos. Los identificaremos, para no quedar entrampados en discusiones estériles, en neoliberales y neoconservadores. Por ello voy a detenerme, brevemente, en la caracterización de estos sectores, puesto que observo allí los posibles desvíos de un debate que puede quedar sepultado bajo un tipo de discusión ideológica que debemos evitar. Los comienzos del siglo XXI, a pesar de las consecuencias de la crisis que se extendió sobre el planeta, todavía no han despejado las dudas que aparecen respecto de la estabilidad del sistema. Por el contrario, las soluciones que se proponen, como su superación, se apoyan en los mismos viejos argumentos salvadores que la produjeron que. Se repite obstinadamente volver a recorrer caminos fracasados.
Definiremos a los “neoliberales”, que son, en su gran mayoría, economistas o intelectuales cercanos a esa disciplina. Éstos colocan el nudo de la solución, de todos los males sociales, en las bondades del libre juego de mercado y en la no intervención estatal. En la medida, dicen, en que el mercado libre se vaya haciendo cargo de la totalidad de las actividades, tanto de las económicas como de las de servicios, se irán resolviendo todas las dificultades que esta sociedad muestra. El interés privado y la búsqueda egoísta de la maximización del beneficio individual han demostrado ser el mejor instrumento de “equilibrio”, en el juego de los intereses contrapuestos. De allí que, por las bondades de la competencia, que lleva a otorgar el “triunfo a los mejores”, el juego libre garantiza el beneficio colectivo. Son las intervenciones exteriores al mercado las que impiden su natural desenvolvimiento, y reside allí la fuente de todos los conflictos. Son sus voces tradicionales personalidades como Friedrich Von Hayek, Milton Friedman y Ludvig Von Mises, representantes de la ortodoxia liberal. Hoy muchas de las facultades de Economía de las universidades de América Latina responden a la ortodoxia de estos planteos.