La consulta de importantes investigadores de prestigio internacional nos permite pronunciarnos con mayores certezas sobre el análisis que estamos realizando. Sus palabras nos dan ciertas garantías sobre los pasos que hemos dado acerca de un tema de tan difícil comprensión. En este caso, leamos a Ulrich Beck — Sociólogo alemán, profesor de la Universidad de Munich y de la London School of Economics— y notaremos que percibe peligros parecidos a lo señalado en notas anteriores:
Cuando el capitalismo global de los países más desarrollados destruye el nervio vital de la sociedad del trabajo, se resquebraja también la alianza histórica entre capitalismo, Estado asistencial y democracia... El trabajo remunerado sostiene y fundamenta constantemente no sólo la existencia privada, sino también la propia política. Y no se trata “sólo” de millones de parados, ni tampoco del Estado asistencial ni de cómo evitar la pobreza, ni de que reine la justicia. Se trata de todos y cada uno de nosotros. Se trata de la libertad política y de la democracia...
Prestemos especial atención a su advertencia: lo que está en juego es el futuro de los mismos beneficiarios del sistema. Entonces, nos encontramos tanto con las consecuencias del libre juego de las fuerzas del mercado global como con las consecuencias que provoca ese tipo de conductas fuera de todo control. Aparece una necesidad de poner un «control político sobre el mercado». El capitalismo, como sistema de producción para un mercado libre, sólo puede funcionar aceptablemente, si se ejerce sobre él un control político que impida sus desbordes, cuestión que exige el fortalecimiento de las instituciones políticas y sociales. Por otra parte, y esto no debe olvidarse, el capitalismo tenderá siempre, por su propia dinámica de mercado, a la «concentración económica y la exclusión social». Son estos dos aspectos del sistema los que provocan sus consecuencias más perversas.
No radica, entonces, sólo en la «eficiencia técnica y económica» la calidad del sistema capitalista, puesto que ella, por sí, no garantiza la equidad. Lo que debe ser situado en primer término es la «eficacia en la atención de la problemática social», porque allí radica la posibilidad de administrar una distribución más equitativa que aleje las posibilidades de los estallidos sociales, siempre costosos y siempre a cargo de los más débiles. El mercado libre, por el contrario, no sólo no garantiza esa eficacia, sino que, librado a su propia dinámica provocará desequilibrios como los ya provocados, polarizando la distribución entre unos pocos con mucho y muchos con poco o casi nada.
Las polémicas referidas —que por imperio de una chata visión del problema se han limitado a un debate muy restringido— han encontrado, entre los intelectuales de los países desarrollados, un abanico de posiciones que podemos agrupar en dos bandos. Los identificaremos, para no quedar entrampados en discusiones estériles, en neoliberales y neoconservadores. Por ello voy a detenerme, brevemente, en la caracterización de estos sectores, puesto que observo allí los posibles desvíos de un debate que puede quedar sepultado bajo un tipo de discusión ideológica que debemos evitar. Los comienzos del siglo XXI, a pesar de las consecuencias de la crisis que se extendió sobre el planeta, todavía no han despejado las dudas que aparecen respecto de la estabilidad del sistema. Por el contrario, las soluciones que se proponen, como su superación, se apoyan en los mismos viejos argumentos salvadores que la produjeron que. Se repite obstinadamente volver a recorrer caminos fracasados.
Definiremos a los “neoliberales”, que son, en su gran mayoría, economistas o intelectuales cercanos a esa disciplina. Éstos colocan el nudo de la solución, de todos los males sociales, en las bondades del libre juego de mercado y en la no intervención estatal. En la medida, dicen, en que el mercado libre se vaya haciendo cargo de la totalidad de las actividades, tanto de las económicas como de las de servicios, se irán resolviendo todas las dificultades que esta sociedad muestra. El interés privado y la búsqueda egoísta de la maximización del beneficio individual han demostrado ser el mejor instrumento de “equilibrio”, en el juego de los intereses contrapuestos. De allí que, por las bondades de la competencia, que lleva a otorgar el “triunfo a los mejores”, el juego libre garantiza el beneficio colectivo. Son las intervenciones exteriores al mercado las que impiden su natural desenvolvimiento, y reside allí la fuente de todos los conflictos. Son sus voces tradicionales personalidades como Friedrich Von Hayek, Milton Friedman y Ludvig Von Mises, representantes de la ortodoxia liberal. Hoy muchas de las facultades de Economía de las universidades de América Latina responden a la ortodoxia de estos planteos.
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