domingo, 28 de agosto de 2011

Quién es el controlador supremo

Ahora comenzamos a acercarnos al oculto controlador supremo. Hemos visto que quien compra los espacios publicitarios ejerce una gran presión sobre el medio, puesto que su rentabilidad depende de ese ingreso. Por otra parte, debemos recordar lo que dejé afirmado en mi anterior artículo, de esta misma serie de notas, “La concentración de medios”.
Las últimas décadas del siglo pasado introdujeron una novedad en el mundo del periodismo o, dicho en términos más actuales, en el mundo de los medios masivos de comunicación: la propiedad de ellos concentrada en pocas manos que concuerdan con las de las grandes multinacionales. Se ha producido un entramado de tal magnitud —cuyos tejidos se entremezclan y se superponen—, que convierte el seguimiento de esos hilos de propiedad en un laberinto inextricable. Esta particularidad no es una consecuencia fortuita; es el modo de ocultar a los verdaderos artífices del manejo del escenario internacional, en esta última fase de lo que se dio en llamar “globalización”. El vocablo más aséptico que hace referencia a ellos es “los inversores”.
Conviene señalar en esta etapa la necesaria búsqueda de las formas internacionales institucionalizadas, en las cuales se expresan los personajes que concentran ese poder internacional. Esas organizaciones se mueven en una especie de semi-superficie, nada sencilla de detectar, pero no por ello menos perceptible en su eficacia. Remito a la lectura de un trabajo en el cual he descrito parte de este intrincado y confuso mecanismo . La existencia de esas organizaciones no debe entenderse como una instancia homogénea en la que se acuerdan políticas claras y uniformes. Por el contrario, allí también se da la lucha de intereses contrapuestos que convierte esos encuentros en verdaderos campos de batalla. La competencia inter e intra mega-empresas constituye la esencia misma del capitalismo. La caza de empresas de esa magnitud, o la fusión entre ellas, es una actividad constante y omnipresente en el escenario internacional, agravado en las últimas décadas por el corrimiento de los capitales hacia el negocio especulativo financiero.
Entonces, debemos ahora proponernos descifrar el complejo juego dentro del cual se desenvuelve la actividad comunicacional. Lo que debe quedar subrayado es que aquella forma idealizada del periodismo como el Cuarto Poder, “la voz de los que no tienen voz”, la instancia emergente de la Revolución francesa que se erigía como “el control del Poder”, se ha convertido hoy en un instrumento muy vigoroso al servicio del capital concentrado. Para que esto sucediera, fue necesario el proceso que se empezó a gestar, con más virulencia a partir de la Segunda Guerra Mundial, época de debilitamiento de la capacidad política de los Estados nacionales por la incidencia del peso del “mercado”. Este actor, descendiente de la “mano invisible” del siglo XIX, que armonizaba el juego de los concurrentes, fue reconociendo la presencia de actores poderosos que alteraron ese juego libre. La monopolización y la cartelización de la producción y el comercio, que abrió el camino a la gran concentración del capital internacional, alteró profundamente el juego de la política en todos los niveles.
Este nuevo escenario debe ser analizado detenidamente, puesto que nada es posible comprender, en las últimas décadas, sin la incorporación de estos actores globales, actores cuyo poder ejerce un control que no reconoce antecedentes en la historia de la humanidad. Este crecimiento exponencial del poder internacional, que hace palidecer al de los grandes imperios de la historia, fue acompañado por un ocultamiento ideológico, político y cultural cuyo instrumento más eficaz fue la comunicación de masas. Se agregó a ello la prédica de una ideología encubridora que justificaba todo bajo la apariencia de un liberalismo que había abandonado sus raíces originarias. Este liberalismo entendía que la libertad se ejercía en la supuesta libre elección dentro del mercado, lo que la constreñía a una simple decisión de compra que efectuaba el “homo económicus”.

miércoles, 24 de agosto de 2011

El controlador supremo

Nos encontramos ante un escenario en el que la trampa, el ocultamiento, la tergiversación, la mentira se presentan con las ropas de la “justicia” y hablan en nombre de la “verdad”. En el modo en que los medios ejercen su control no es el pueblo el que controla al Estado. Es más bien al revés: aquellos que controlan los medios controlan el Estado. ¿Quién, entonces, controla a aquellos que controlan los medios y, por tanto, al Estado? ¿Quién controla a los controladores de los medios?
Afirma Hinkelammert: «Quien quiera construir una democracia a través del procedimiento de los métodos del funcionamiento democrático no puede evadir esta pregunta. Se trata de una pregunta que solamente surge en la perspectiva de una democracia con control del pueblo. (Sin embargo, cuando es la empresa privada la que controla y garantiza la libertad, esos medios privados producen verdad y, por tanto, libertad, entendidas éstas como la verdad y la libertad del mercado». Recordemos ahora la famosa definición de democracia, de Abraham Lincoln (1809-1865): «Gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo», que suponía el ejercicio soberano y el control de toda actividad pública por parte del pueblo. Comparemos su contenido con el estado actual de las instituciones.
La verdad debe ser también resultado de un instrumento independientemente de que garantice la verdad de los contenidos de los mensajes, algo imposible de llevar a cabo donde prevalece el mercado. Agrega Hinkelammert: «Pero es difícil discutir el control de los medios de comunicación privados, cuando ellos dominan a los medios en general. La discusión tendría que hacerse desde estos mismos medios para que tenga amplitud. Pero no pueden hablar de sus controlados, sin la sumisión a sus controladores, los dueños de esos medios. El controlador, para controlar, requiere permanecer invisible. Los medios controladores pretenden ser como Dios: invisibles y omnipresentes. El resultado es que, prácticamente, no existen análisis sobre el control de los medios. Diversos entre sí, constituyen un frente homogéneo de cara a sus críticos. Forman a este respecto un monopolio que no admite discusión».
El control, entonces, no puede ser eficiente, a no ser que sea ejercido también sobre los propietarios de los propios medios. ¿Quién controla entonces? En esta etapa de la universalización del mercado, donde lo supremo no es el Estado, sino el mercado y, además, éste no es una institución neutra, ya que está sometido al dominio de las multinacionales, nos coloca nuevamente frente a la siguiente pregunta. La pirámide va apuntando hacia su cúspide: ¿Quién, entonces, financia, compra o subsidia a los medios? Dicho de otro modo: ¿cuál es el negocio de los medios y de dónde extraen sus ganancias? En tanto los medios de comunicación son privados, debemos saber si la venta de cada ejemplar es la fuente de sus utilidades. Si no es así, esto aparecería simplemente como una cobertura de su verdadero negocio. Salvo la prensa escrita, la radio y la televisión abierta no son financiadas por los consumidores, sus oyentes o televidentes. Ellos son el objeto de los medios.
Solamente en los medios escritos podemos advertir que tiene alguna incidencia financiera el consumidor, por el hecho de que estos medios son comprados por el consumidor. Sin embargo, por la lectura de los balances presentados en las Bolsas donde cotizan sus acciones, nos informamos de que el precio de venta no financia sino una mínima parte de los medios escritos. Las entradas por venta de ejemplares de los diarios no suelen pasar más allá del 15 al 20% de las entradas financieras totales. Todo el resto es financiado por el llamado “mundo de los negocios”.
Aparece aquí claramente, por tanto, quién es el que tiene el verdadero control por el financiamiento que aporta. En consecuencia, el financiamiento proviene de la compra de espacios en los medios de comunicación con fines de propaganda. En su existencia económica, el medio depende completamente de estos aportes y, para conseguirlos, tiene que llegar al máximo de consumidores posibles. Es el número de consumidores el que determina el valor de esos espacios publicitarios. El “medio” está en el medio: entre el “inversor” y el “consumidor”, debe lograr seducir al segundo para atraer al primero.

domingo, 21 de agosto de 2011

El descontrol de los que controlan

Hemos recibido de la tradición liberal republicana la idea de la necesidad del control sobre el poder. El Barón de Montesquieu (1689-1755) ha meditado al respecto y nos ha legado un libro básico para entender este problema, El espíritu de las leyes, de 1748, en el que se puede advertir su admiración por la experiencia liberal de Inglaterra y su Revolución gloriosa de 1688, sobre la cual sostiene sus reflexiones.
La experiencia de siglos de dominación despótica de la monarquía absoluta obligaba a pensar en la necesidad de recortar el poder concentrado. Dice John Locke (1632-1704) en el Ensayo sobre el gobierno civil”, de 1690: «De ello resulta evidente que la monarquía es en realidad incompatible con la sociedad civil, y por lo mismo no puede en modo alguno ser una forma de gobierno civil». Ello desembocó en su propuesta de un gobierno civil cuyo poder se equilibrara mediante la división entre tres formas del poder.
La presencia de la prensa durante la Revolución francesa de 1789 inspiró a Edmund Burke (1729-1797) que le adjudicó la función de un cuarto poder, dando con ella una prueba casi profética de agudeza política, ya que en aquel momento la prensa no había logrado, ni siquiera en Inglaterra, el extraordinario poder que alcanzaría más tarde en todos los países occidentales. Es decir que, si bien los tres poderes lograban, en un juego de mutuo control, transparentar las decisiones políticas, agregar este cuarto poder ponía en manos de los ciudadanos la capacidad de denuncia sobre posibles desvíos de su misión original.
Esta breve introducción tiene por objeto revisar las ideas contenidas en esa herencia ideológica para contraponerla con las prácticas que los medios de comunicación de masas han mostrado durante el siglo XX y, sobre, todo en su segunda mitad. De aquella prensa del siglo XIX —con historias heroicas de denuncia y lucha contra los abusos del poder y sus corrupciones—, que se sostenía con muchas dificultades por el apoyo de sus lectores, se fue pasando paulatinamente a una concentración en manos de cada vez menos dueños, por regla general grupos empresariales poderosos, como ya hemos visto en notas anteriores.
El prestigioso profesor del MIT, a quien he citado en estas páginas en muchas oportunidades, decía en 1979: «… en relación a problemas fundamentales, los medios de masas en los Estados Unidos —a los cuales nos referiremos como la “Prensa Libre”— funcionan en buena medida como un sistema de propaganda, controlado por el Estado... ». Advierte al respecto sobre lo que estaba sucediendo en su país, pero que se estaba transformando en una metodología internacional.
El filósofo alemán Franz Hinkelammert, refiriéndose a América Latina corrobora este tipo de funcionamiento, pero con una diferencia fundamental: «Efectivamente, los medios de comunicación de masas de nuestros países escriben como si hubiera censura, aunque no la hay. Pero para escribir como si hubiera censura, debe haber un control de los medios de comunicación que no es ejercido por el Estado. Pero alguien controla. Para todos, es evidente que los medios de comunicación están sumamente controlados, no solamente en EE. UU., sino igualmente en América Latina». La diferencia es que estos medios están al servicio del poder, pero ahora este poder ya no está en el gobierno, sino en grupos económicos muy poderosos.
Debemos prestar atención a esa mutación del poder, porque radica allí el problema que vengo analizando. Estos medios de comunicación se siguen presentando ante la opinión pública como el “cuarto poder”, al lado de los poderes clásicos el poder ejecutivo, el legislativo y judicial, estos tres son poderes controlados, por lo menos indirectamente y a veces de forma muy diluida, por los mecanismos democráticos de la sociedad. Pero, además, este cuarto poder, que pretende controlar al Estado —y así lo hace, aunque al servicio de intereses ocultos—, no admite ningún control de parte de él, amparándose en la “libertad de prensa”.
A diferencia de los otros poderes, este cuarto poder no admite control de ninguna naturaleza. Se presenta como un poder omnímodo, por lo que nos enfrentamos a una paradoja: el controlador del poder no admite nada ni nadie por encima de él. ¿No es, acaso, un poder absoluto? ¿Cómo se entiende, entonces, que el que ejerce el control el del juego republicano en última instancia resulta incontrolable?

miércoles, 17 de agosto de 2011

La prensa internacional no habla de los documentos desclasificados



El pasado democrático de los Estados Unidos, mediante el Acta de Información Pública, impone el cumplimiento de dar a conocer los documentos que los Servicios de Inteligencia han “clasificado” y que contienen el registro de las operaciones realizadas. Por ello, en abril de 2011, desclasifica, aunque de muy mala gana y con reticencia —es decir, pone a disposición del público—, 8000 documentos en respuesta a lo dispuesto por la Ley. En esos documentos, se detalla, por ejemplo, cómo la CIA financió el tráfico de drogas en Afganistán y América Latina. Aunque para muchos la noticia de que la CIA está involucrada en las redes de narcotráfico no es novedad, lo cierto es que no deja de ser relevante la confirmación de esta “teoría”, a través de documentos oficiales.
La información fue publicada por el periódico digital www.rebelion.org, pero ignorada por la mayor parte de la prensa internacional. La difusión de esa noticia por rebelión.org alcanzará a un sector reducido de la opinión pública internacional, por lo cual no inquieta a los poderes concentrados. La noticia informa que la documentación revela cosas como esta:
La relación de la Agencia Central de Inteligencia y el narcotráfico comenzó en la década de los setenta (o tal vez comenzó antes, pero ya para entonces estaba consolidada) y fue intensificándose hasta los noventa, década en la que supuestamente cesó estas acciones (tendremos que esperar a 2030 para enterarnos de que en 2010 continuaba con sus sombrías prácticas). Una de las operaciones concretas en las que la CIA apoyó el narcotráfico fue en los años ochenta, en Afganistán. Durante la Guerra Fría que sostenían estadounidenses y soviéticos, se registró la invasión de estos últimos a Afganistán. En aquel entonces, se constata que la CIA utilizó al menos 2000 millones de dólares en financiar la resistencia afgana a través de los cárteles de droga locales, que se dedicaban principalmente al cultivo de amapola y marihuana, y controlaban, como hasta ahora, el mercado de la heroína alrededor del mundo. Curiosamente, esos mismos rebeldes son los que hoy conocemos como miembros del Talibán y a quienes los Estados Unidos simulan combatir fervientemente, argumento principal para justificar la invasión estadounidense a tierras afganas.
Pero no solo en Afganistán entabló la CIA lazos con narcotraficantes. Lo mismo sucedió en América Latina, donde la Agencia de Inteligencia estadounidense recurrió a organizaciones dedicadas al tráfico de drogas para financiar movimientos de desestabilización contra gobiernos latinoamericanos que no accedían a alinearse con la agenda de los Estados Unidos.
«En el escenario estadounidense, el dinero de la droga provenía desde el Cono Sur, y se convertía en dinero legítimo en Wall Street. En el escenario latinoamericano, este mismo dinero, una vez blanqueado, volvía a la región en forma de fondos para el paramilitarismo», afirma el ex agente federal Michael Ruppert. Por otro lado, la CIA también se vinculó al narcotráfico para deslegitimar movimientos sociales dentro de los propios Estados Unidos y organizaciones dedicadas a la lucha por los derechos civiles de la población, o grupos con ideologías que amenazaban la hegemonía psicocultural, promovida por el Gobierno, con ayuda del mainstream media.
Y tomando en cuenta este contexto, llama la atención, según se lee en esos documentos, como una cruzada épica, etiquetada como:
“La lucha contra las drogas”, política iniciada por Ronald Reagan y alimentada por los subsiguientes mandatarios estadounidenses en realidad podría ser una espectacular farsa con una clara agenda oculta detrás: «la capitalización financiera y geopolítica aprovechando el fenómeno del narcotráfico. No deja de resultar curioso cómo, a más de tres décadas de iniciada la famosa lucha contra el tráfico de narcóticos, los resultados estadísticos han sido sospechosamente deplorables: nunca en la historia se habían consumido tantas drogas como en la actualidad y la rentabilidad de este negocio en nuestros días es, por mucho, la mayor en la historia. El nivel de consumo de cocaína subió, en los Estados Unidos, de 80 toneladas métricas, en 1979, a 600 toneladas métricas en 1987, algo que según Ruppert la CIA sabía que iba suceder. La razón por la que la CIA vende drogas, según el mismo ex agente, es para apoyar la economía de los Estados Unidos, algo que puede relacionar con las pruebas que existen de bancos como Wells Fargo con el lavado de dinero del narcotráfico. Curiosamente, los fundadores y directores subsiguientes de la CIA tienen fuertes lazos con Wall Street.

domingo, 14 de agosto de 2011

La tarea de denunciar el ocultamiento



El sociólogo Peter Phillips, Director de Proyecto Censurado, piensa que: «en EEUU tenemos la propiedad de los medios concentrada en tan pocas manos que no se divulgan las noticias que afectan a los poderosos». El equipo que dirige obtiene anualmente varios cientos de «noticias censuradas» por los grandes medios, pero que aparecieron en medios independientes, pequeñas publicaciones, sitios Web, emisoras del interior, periódicos sindicales, publicaciones extranjeras, etc. En un proceso de selección y comprobación que dura todo el año académico, sucesivos jurados llegan a elegir las 25 historias periodísticas que, una vez listas para ser publicadas en el libro-informe anual, traen añadida una actualización escrita por sus autores originales. Sin embargo, cada vez hay menos alusiones periodísticas a este trabajo de investigación que también es ignorado por la gran prensa.
Dice Meyssan: «El otrora famoso periodista estadounidense de televisión Walter Cronkite llegó a decir en 2003 que: “el Proyecto Censurado es una de las organizaciones que debemos escuchar, porque vigila que nuestros periódicos y grandes medios de difusión estén practicando un periodismo ético y cuidadoso”. Según Phillips, The New York Times jamás se ha referido al Proyecto Censurado. “Una vez aparecimos en el [diario] Chicago Tribune, porque hace dos años, antes de que falleciera la conocida periodista Molly Ivins, ella escribió sobre nuestro trabajo en la columna que tuvo allí. El periódico local de nuestra región californiana, que también es propiedad del New York Times, puso recientemente, de mala gana, la lista de nuestras noticias en la sección de obituarios. La única vez que salimos en la primera plana de ese periódico regional fue cuando publicamos un trabajo sobre un físico que demostró que el Edificio Nº 7, anexo a las Torres Gemelas durante los atentados del 11 de septiembre 2001 en Nueva York, no pudo haber colapsado por un incendio. Y, desde luego, el artículo fue muy negativo sobre esta afirmación”, añadió.
Para Phillips, «los medios corporativos de EEUU son mera propaganda de arriba abajo y se niegan a investigar incluso las mayores hipocresías que tienen lugar en nuestro país, como los fraudes electorales de 2000 y 2004, los 1,2 millones de iraquíes que han encontrado la muerte después de la ocupación, los incrementos del 300% de las ganancias obtenidos en la ocupación de Irak por empresas como Lockheed Martin Corporation, entre otras, y las jugosas utilidades que logran corporaciones como Halliburton –por solo mencionar una- del negocio que EEUU hace de la guerra».
Además de ocultar noticias, los grandes medios tergiversan los acontecimientos de cada día. Su propósito es mantener al público en la ignorancia e inculcarle ideas equivocadas mediante noticias falsas. El cientista social estadounidense Justin Delacour concluyó que «al revisar las páginas de opinión de los 25 periódicos más importantes de EEUU se encuentra que el 95% de los aproximadamente 100 artículos que tratan sobre política en Venezuela fueron claramente hostiles al presidente democráticamente electo del país, Hugo Chávez Frías». Añadió que «las citadas páginas de opinión en EEUU reflejaron al presidente de Venezuela como demagogo y autócrata, distorsionando los resultados de la política interna y externa de su gobierno. Estos artículos omitieron el hecho de que el gobierno de Venezuela goza de fuerte apoyo popular, tal como lo evidencia la resonante victoria de Chávez en el referéndum presidencial de agosto de 2004 y otras encuestas recientes. Casi nunca publicaron comentarios de analistas que simpatizan con las políticas del gobierno de Chávez de masificación de la educación, salud, alimentos subsidiados y sobre los micro-créditos destinados a los sectores pobres del país».
Cuando Noan Chomsky y Edward S. Herman publicaron su libro “Fabricando el consenso” (título original: Manufacturing Consent: The Political Economy of the Mass Media), dijeron que: «la propiedad privada colocaba una suerte de filtro a los medios y que éstos esencialmente buscaban obtener ganancias, proteger al mercado capitalista, evitar cualquier ofensa a los poderosos y levantar una fuerte oposición a cualquier creencia alternativa», recordó Phillips. «Respecto a lo expuesto por estos autores hace 20 años, hoy tenemos un panorama diferente: los 20 grandes grupos dueños de los medios en ese tiempo hoy se han reducido a 10. Prácticamente, los directores de medios podrían caber en un pequeño salón, en total 180 individuos que interactúan con toda la gama de los medios de EEUU», añadió el sociólogo.
Phillips dijo que «los directivos y los dueños de medios tienen su identidad compartida con los poderosos. Su concepto de lo que debe ser noticia está influenciado por su trasfondo cultural y, para ellos, existe una noción común respecto a lo que debe o no debe ser noticia. Los periodistas quieren que sus artículos se publiquen, salgan al aire, se vean por televisión, etc., pero si sus puntos de vista no están de acuerdo con esa idea común de los dueños, sus trabajos no se van a publicar y ellos mismos no van a poder trabajar en los medios, en los grandes medios de EEUU».

miércoles, 10 de agosto de 2011

La información oculta


Creo que parte de la tarea de desenmascaramiento del mecanismo de los medios concentrados y de los intereses a los que sirven es mostrar, con la mayor seriedad y rigurosidad posible, el trasfondo del mundo de las comunicaciones.
Un aspecto muy interesante pero ocultado por la mayor parte de la prensa internacional es la creación de “Proyecto Censurado” en los Estados Unidos de Norteamérica. Para comprender mejor cómo nació y se fue desarrollando, es necesario que nos remontemos un poco al pasado, más exactamente al momento en que ocurrió el hoy famoso caso «Watergate» , que culminó con la destitución del presidente Richard Nixon, en1974. Durante el controvertido episodio, muchos ciudadanos de esa nación sospecharon que se les estaba ocultando la verdadera información. Nos cuenta el periodista e investigador francés Thierry Meyssan: «El incrédulo profesor Carl Jensen, de la Universidad Sonoma State de California, fue uno de los más desconfiados. Aplicó sus conocimientos de sociología para investigar por su cuenta qué acontecía realmente con lo que ya se había convertido en “el escándalo Watergate”. Se puso a trabajar con un reducido grupo de estudiantes y profesores de la Facultad de Sociología de su Universidad, para investigar qué noticias relevantes ocultaba a la ciudadanía la “gran prensa”».
El 30 de abril de 1973, el presidente Nixon aceptó parcialmente la responsabilidad del gobierno y destituyó a los funcionarios más comprometidos, pero al año siguiente, el 9 de agosto de 1974, tuvo que abandonar la presidencia. Sin embargo, a pesar del gran escándalo y de los best-sellers que se publicaron entonces, los grandes medios siguieron ocultando gran cantidad de información que tenían en su poder.
Así nació el Proyecto Censurado, que dio a conocer su primer informe público en 1976, hace exactamente 32 años. «Hasta hoy día, [Jensen] continúa realizando esta titánica, importante y maravillosa tarea con un equipo de estudiantes, académicos e investigadores, convencidos de que la sociedad civil debe estar informada de aquello que la gran prensa comercial no quiere informar debido a múltiples intereses. Recientemente, el Proyecto Censurado ha decidido incorporar a su labor a los ciudadanos comunes y corrientes, quienes participan cada año en el trabajo de seleccionar, entre varios cientos de “grandes noticias censuradas”, las 25 historias periodísticas de primera magnitud. Jensen ya se jubiló, aunque sigue colaborando como jurado del Proyecto, que, en la actualidad es dirigido por el sociólogo Peter Phillips».
El Proyecto Censurado pública todos los años un libro de alrededor de 500 páginas, que saca a la luz los más relevantes temas de importancia mundial, que los poderes imperiales desean mantener ocultos al inmenso público consumidor de información. «Si una noticia no aparece en los grandes medios de los Estados Unidos, tampoco ingresa al sistema informativo mundial, controlado por las transnacionales de la noticia que responden a los intereses de Washington y sus aliados. Grandes diarios como The New York Times y The Washington Post, cadenas de radio como Clear Channel Communications, y de televisión como CNN y Noticias Fox, así como las principales agencias de noticias, conforman una telaraña mediática universal que tiene el poder de decidir qué banalidades debe conocer y qué hechos importantes debe ignorar la población de todo el planeta».
Todas las noticias que ocultan los grandes grupos mediáticos del País del Norte también quedan ocultas para los ciudadanos de todo el mundo, simplemente por la omisión en que incurren los grandes conglomerados de prensa y televisión que ejercen el control informativo en todo el orbe. «Lo que no apareció en CNN o en otras grandes cadenas noticiosas, no se reproduce en los canales de televisión de los demás países —incluidos los de nuestro Tercer Mundo». A modo de ejemplo, las historias periodísticas del informe de Proyecto Censurado de cada año revelan que la cantidad de muertes de combatientes por la ocupación en Irak o Afganistán, no informan de los más de dos millones de muertos civiles, según una investigación en el terreno, difundida por la publicación médica británica The Lancet.




domingo, 7 de agosto de 2011

Los medios muestran pero también ocultan

Las palabras tienen una fuerza notable en la configuración de la realidad. Este no es un hecho sencillamente perceptible, salvo cuando nos detenemos a pensar sobre ello. Ponerle nombre a las cosas es definir qué son y, de algún modo, tomar posesión de ellas; aunque esto sólo sea simbólico, funciona como parte del imaginario colectivo. Ya en el Génesis, aparece esta capacidad humana en el relato de los rabinos: «Porque cada ser viviente debía tener el nombre que le pusiera el hombre». Es decir, nombrar es poseer, darle significado y sentido. De allí que las cosas son lo que las palabras dicen y, cuando no lo dicen, no son. Por ello las palabras iluminan y ocultan, lo primero al nombrar lo segundo al olvidar. La cita bíblica nos remite a una valoración de la presencia de la persona humana frente al cosmos. Las cosas son eso, nada más que cosas, pero, al ser nombradas, pasan a ser parte del mundo humano. Son los hombres los que dan valor a las cosas. Sin embargo, es necesario agregar que, en la medida en que se acentuó la injusticia en la distribución de bienes, los poderosos se apropiaron del nombrar, es decir, de dar nombre o de ignorarlo.
Podemos traer esta reflexión a nuestra vida cotidiana y al peso que tiene este fenómeno en el discurso de los medios de comunicación. Que son “medios”, porque se han interpuesto entre los hombres creando un “mundo comunicacional” que sólo manejan algunos y que moldean nuestro lenguaje proponiendo terminologías específicas para hacer referencia. Y se lo denomina “comunicacional”, aunque su tarea es meramente “informar”, puesto que la comunicación supondría una relación dialogal que no existe. Dicho con palabras más crudas: en lo que dicen, muestran, definen y ocultan en el mismo acto. Muestran el mundo que nombran, definen desfigurando y distorsionando, y ocultan olvidando.
Este juego puede mostrarse en el modo de referirse a las cosas, que pasan a ser diferentes por el nombre que se les pone. Desde cosas tan triviales como utilizar el inglés con la pretensión de jerarquizar lo que se dice: así tenemos que la vieja “liquidación por fin de temporada” se ha convertido en un sale 30% off y que la venta de “saldos de fábrica” es hoy un outlet, o que una pausa se convierta en un coffee-break. Lo mismo pero distinto. Pero hay cosas más graves. El lenguaje ha ido modificando su terminología y ha puesto en uso algunas palabras, y ha pasado otras a desuso: “clase”, “obrero”, “sindicato”, “reivindicación”, “derechos del trabajador”, “comunidad”, “pueblo”, “imperialismo”, “neocolonias” han ido desapareciendo paulatinamente. Han sido reemplazadas por otras que fueron incrementando su utilización: “productividad”, “segmento”, “competitividad”, “meritocracia”, “apertura comercial”, “sociedad”, “globalización”, entre muchas más.
Podrá decirse que no son equivalentes ni son sinónimas. Es cierto, las primeras eran utilizadas en un mundo donde esas palabras tenían una significación que daban cuenta de “un modo de ver la realidad”; las segundas nos hablan de “otra realidad”. La década del setenta es el tiempo del comienzo de esta transición. Sin embargo, el ámbito de la realidad al que hacen referencia no es tan diferente, aunque algo sí: están hablando del mundo laboral, del cultural y del político, pero la “mirada” del que define es otra. Pero si hoy utilizáramos las mismas palabras que antes, tomaríamos conciencia de los cambios que se han producido. Éstos que se fueron imponiendo requerían que se los denominara de otro modo, para encubrir el fondo oculto de lo que se perseguía. Los medios de comunicación de masas ya no hablan de ti: “trabajo” ni “trabajador”, “marginal” o “excluido”, o hablan poco; hoy, “los mercados”, los “flujos del capital” y el “inversor” han ocupado el centro de la escena.
Más allá de que hay historias sindicales que no deben ser ocultadas, convertir el sindicalismo, sin más, en una actividad corrupta pretendió (y logró) desprestigiar una institución de defensa de “los derechos del trabajador” (palabras en vía de extinción). Hay historias de políticos que deben ser investigadas, pero haber denigrado la política, durante por lo menos dos décadas, tenía un propósito claro: separarla del ejercicio del poder del Estado y del pensamiento en un mañana mejor. En su reemplazo, se habló de los “buenos administradores”, al estilo de los Estados Unidos. Se ha intentado, y de eso hemos sido testigos, la desaparición del concepto “trabajador” como sujeto social, productor de riquezas, reducido a la simple función de asalariado, se llegó a hablar de “capital humano” como parte del proceso productivo. Llegó a afirmarse que las riquezas, por arte de magia, son producidas por el capital. Ese trabajador, que representó durante los dos últimos siglos un papel social importante como gremio, clase y hasta valor de la empresa, hoy se lo ve como un fragmento atomizado del mercado, simple mercancía, que entra y sale de actividades transitorias, a veces formales y otras informales. Y también algo más categórico: lamentable hasta puede desaparecer de las estadísticas, al adquirir la forma de “trabajador en negro”.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Medios de comunicación, ¿al servicio de quiénes?

Como en “todas partes se cuecen habas”, según reza el refrán, voy a proponer la búsqueda de la opinión de aquellos periodistas que por serlo, pueden hablar desde el corazón mismo del sistema informacional. En este caso se trata del español José María Otero que nos cuenta algo de su tierra. Hace referencia a una afirmación de la escritora y directora de la Biblioteca Nacional de España, Rosa Regás, que «puso el dedo en la llaga al escribir un artículo en El Periódico de Catalunya, en el que juzga duramente al periodismo actual de este país. En él se jacta de llevar dos meses sin oír la radio ni ver televisión, y se felicita de que cada vez se vendan menos periódicos». Dice: «Los grandes logros sociales de este Gobierno se venden mal, porque la prensa no es del Gobierno. Todos van a favor de la oposición». Inmediatamente saltaron se hicieron oír los periodistas, con su consabida dosis de corporativismo, y las asociaciones profesionales que defienden a ultranza la libertad de expresión y no soportan las críticas a su trabajo, en ocasiones, “rayano en lo delictivo” (nosotros tenemos una larga lista de estos ejemplares). Uno podría preguntarse: Pero ¿a qué se debe tal cosa? El señor Otero nos responde:
Lo cierto es que la concentración de los medios de información en oligopolios incontrolables y poderosísimos, pervierte la función del periodismo y los grupos mediáticos obtienen una cuota de poder mayor que la que originalmente tenían destinado y devienen en una suerte de poder paralelo que les permite interferir decisivamente en la percepción de los ciudadanos o en las decisiones gubernamentales por medio de presiones, chantajes o persecuciones deleznables, en aras de la libertad de expresión. Y no se trata de España únicamente. Silvio Berlusconi es políticamente quien es, por haber llegado a controlar numerosos medios privados de su país y adecuado las leyes a sus negocios particulares, sin reparar en medios éticos. El australiano Robert Murdoch ha comprado el The Wall Street Journal, agregándolo a su cadena de ocho periódicos en Australia, Reino Unido y los Estados Unidos. También se hizo con la Twentieth Century Fox, y ya sabemos lo importante que es el mensaje político a través del cine y la TV. Y montó Fox News y New World Communications o Sky Italia. No debemos olvidar la importancia que tuvo la Fox en el recuento de votos dudosos en Florida, cuando Bush le ganó la presidencia a Gore, gracias a esa trampa. Además, apoyó la guerra de Irak y demonizó a los políticos que se oponían a ella con una campaña encarnizada. Claro que ello tuvo su premio, y el gobierno de Bush flexibilizó a su medida las leyes antimonopolio y los permisos a los oligopolios de la información.
Los dueños de “la libertad de expresión” están en todas partes, según parece, y apelan a los mismos argumentos para alabar o desprestigiar a alguien, todo ello por una “módica recompensa” que está debidamente tarifada. De este modo, el disenso que aclara y enriquece ha desaparecido y numerosos "comentaristas" y "opinadores", servidores profesionales, llevan la camiseta puesta del equipo que les paga por sus servicios, o sea del sector político-empresarial que compra esa opinión. Ya el novelista francés Honoré de Balzac (1799-1850) decía: «El periódico es una tienda en que se venden al público las palabras del mismo color que las quiere».
Apelo a otro periodista de larga carrera y prestigio, colaborador del diario La Jornada, de Méjico. José Steinsleger quien escribió una nota cuyo título es más que sugestivo: “De la libertad de expresión y otros cuentos”. En ella sostiene: «El negocio de los grandes medios de difusión (llamarlos «de comunicación» sería exceso) consiste en tergiversar y silenciar a quienes disienten en un determinado orden de cosas. Pero a la claudicación, amoralidad y desdén por los principios debemos remitir el actual y confuso orden de las cosas».