miércoles, 26 de junio de 2013

La decadencia de Occidente III



Llegado a este punto, antes anunciado, se pone de manifiesto una crisis que se había ido incubando desde décadas atrás. La segunda posguerra había demostrado el estado de debilidad de la estructura colonial, que debió admitir, aunque no siempre de buena gana y con buenos modales, el camino de la liberación de los pueblos de la periferia, sostiene el Dr. Ramonet:
Ahora cuando el sistema mundial empieza a resquebrajarse, desde las naciones pobres emergen rupturas que aparecen en varios casos significativos como identidades en construcción, como contraculturas opuestas de manera antagónica a Occidente; los movimientos de liberación de los pueblos originarios de América Latina son un buen ejemplo de ello, el islamismo radical es otro. Se presentan como recuperación de raíces sumergidas por las modernizaciones imperialistas; en realidad, intentan producir autónomamente una nueva identidad, ser sujetos de la contemporaneidad, asumiendo la memoria histórica subestimada o negada por los colonizadores y sus satélites locales.
Este comienzo de liberación tuvo sus particularidades dado lo específico de cada situación, de cada historia singular, del nivel de conciencia de cada pueblo, de la capacidad organizativa de las elites directivas, que mostró muy diversos resultados. De todos modos, algo se había quebrado en el aspecto aparentemente monolítico del imperio y en su actitud de fuerza invencible.
Sin embargo, quedó demostrado que ese poder, monolítico en apariencia, guardaba en su seno muy graves contradicciones, expuestas al desatarse las acciones bélicas en 1914. El mundo del imperio ocultaba enfrentamientos por cuestiones territoriales, históricas, políticas, económicas y culturales. Las cabezas políticas del imperio tenían conciencia de las dificultades que afrontaban y del riesgo de perder lo que estaba en juego, la jefatura del poder imperial:
Luego se sucedieron colosales tentativas para revertir la decadencia de Occidente, como el fascismo,  reacción bárbara rápidamente derrotada (gracias a la resistencia de la URSS, potencia periférica, es necesario subrayarlo), y como el keynesianismo luego, cuando los desgajamientos territoriales se generalizaban a partir de la Revolución China y la pérdida de Europa del Este. La victoria keynesiana no duró mucho, su auge se sitúa aproximadamente entre 1950 y 1970; después se produjo una crisis de sobreproducción, nunca hasta hoy superada, engendrando un parasitismo financiero arrollador. Lo demás es historia cercana: euforia neoliberal (cobertura ideológica de la financiarización integral del capitalismo) y luego el militarismo imperial  norteamericano, estratégicamente sobre-extendido, incapaz de sostener de manera durable sus ambiciones, y minado por la crisis económica… y después la financiarización extrema del capitalismo, la hegemonía del parasitismo, forman parte del proceso de aceleración de la decadencia occidental, de la modernidad capitalista como etapa histórica.
Desde algunos centros del marxismo ortodoxo, entendiendo por esto los partidos políticos y los grupos de intelectuales ligados a la Unión Soviética, no por una fidelidad al pensamiento y a la obra de Karl Marx[1] (1818-1883), se comenzó a pronosticar la caída inevitable del capitalismo. Si bien en la obra de Marx se anunciaba en términos generales esa posibilidad —como consecuencia de las contradicciones sociales y económicas que este sistema guardaba en su seno—, no aparecía ninguna referencia específica de cuándo ocurriría, lo que daba lugar a múltiples interpretaciones. De todos modos, es necesario comprender que el análisis de Marx debe ser circunscripto a su época y a las características de la sociedad industrial que él conoció. Nada de ello invalida la calidad de la descripción profunda que realizó del capitalismo. Lo definitivo es que esa implosión, hasta hoy, no sucedió:
Durante los últimos treinta años, no hemos asistido a la "catástrofe final" que algunos esperaban, la bomba financiera no tuvo un único y apocalíptico estallido. Sí hemos presenciado diversas explosiones enfrentadas por lo general con gran despliegue de medios de control, luego de las cuales el sistema reiniciaba su marcha, pero con una vitalidad disminuida, con más deformación parasitaria. No hubo derrumbe, sino avance irresistible de la decrepitud. Desde esa visión del mundo podemos lanzar la hipótesis de que nos encontramos en los inicios de un punto de inflexión del proceso de decadencia, de ruptura mucho más fuerte y más vasto que el vivido luego de la Primera Guerra Mundial, entre otras cosas porque la hegemonía capitalista ha sufrido deterioros civilizacionales decisivos, lo que en parte explica la radicalidad cultural de las rebeliones que empiezan a asomar.



[1]Filósofo, intelectual y militante comunista alemán. En su vasta e influyente obra, incursionó en los campos de la filosofía, la historia, la ciencia política, la sociología y la economía; también incursionó en el campo del periodismo y la política y propuso en su pensamiento la unión de la teoría y la práctica. Sus escritos más conocidos son el Manifiesto del Partido Comunista y El Capital.

domingo, 23 de junio de 2013

La decadencia de Occidente II



Estas consideraciones cobran especial importancia por la publicación de un informe confidencial del gobierno de los Estados Unidos, que se elabora cada cuatro años para definición de las políticas públicas de la Casa Blanca. El Director del mensuario Le Monde Diplomatique, el doctor Ignacio Ramonet[1], publicó en el periódico mencionado un artículo en el que analiza ese informe[2]. La sorpresa la genera el pronóstico que contiene, respecto a sus proyecciones para las próximas décadas:
La principal constatación es el declive de Occidente. Por vez primera, desde el siglo XV, los países occidentales están perdiendo poderío frente a la subida de las nuevas potencias emergentes. Empieza la fase final de un ciclo de cinco siglos de dominación occidental del mundo. Aunque los Estados Unidos seguirán siendo una de las principales potencias planetarias, perderán su hegemonía económica en favor de China. Y ya no ejercerá su “hegemonía militar solitaria”, como lo hizo desde el fin de la Guerra Fría (1989). Vamos hacia un mundo multipolar en el que nuevos actores (China, la India, el Brasil, Rusia, Sudáfrica) tienen vocación de constituir sólidos polos continentales y de disputarle la supremacía internacional a Washington y a sus aliados históricos (Japón, Alemania, Reino Unido, Francia).
El tema es de suma importancia por lo que es ocultado para la información pública. Poderosos intereses internacionales impiden que en los grandes medios aparezcan este tipo de análisis. Por su importancia, voy a apoyarme en comentarios publicados hace algunos años por una personalidad académica de mucho prestigio: el doctor Jorge Beinstein[3], en La viabilidad del postcapitalismo (Rebelión, 08-08-2004). Entonces afirmaba:  
Las actuales turbulencias de la economía mundial forman parte de una crisis crónica iniciada a comienzos de los años 1970, una de cuyas expresiones más notables ha sido la tendencia de largo plazo a la caída de la tasas de crecimiento productivo global, en especial en los países centrales. La magnitud alcanzada por dicha crisis se combina con la declinación norteamericana ante la que no aparecen en el futuro previsible potencias de reemplazo; Japón lleva ya casi de tres lustros de estancamiento y la Unión Europea está acosada por el déficit fiscal, la desocupación y la asfixiante interpenetración económica con Estados Unidos. A lo que se suma la inviabilidad económica de amplias zonas de la periferia, algunas de las cuales ya han colapsado o están muy próximas al desastre. El subdesarrollo ha dejado de ser desarrollo subordinado, caótico-elitista, complemento de las necesidades de los países centrales para convertirse en depredación de fuerzas productivas, aniquilamiento de poblaciones.
El diagnóstico no muestra atenuantes y describe con claridad el proceso que había comenzado, según sus análisis, en la década de 1970. Estas afirmaciones han sido acompañadas por otros analistas que coinciden en esa apreciación. Esta caracterización impone una serie de temas que los presenta de este modo:
El debate aparece dominado por dos interrogantes decisivos: ¿ha entrado el mundo burgués en un proceso de decadencia?; ¿existe capacidad humana real para superar esa decadencia? La primera pregunta está asociada al tema de la hegemonía del parasitismo financiero y, en consecuencia, al potencial de regeneración del capitalismo; la segunda, al de la posible irrupción de masas insurgentes con fuerza cultural suficiente como para desatar el proceso de abolición de la modernidad occidental.
Diez años después de haber sido escrito este artículo, Beinstein podría seguir formulando estas preguntas que no encontrarían hoy mejores respuestas que entonces. Esto muestra que la vertiginosidad que han adquirido los procesos históricos no han mejorado los modos de sus resoluciones. ¡Tantas veces la Historia se ha demorado en abrir paso a los nuevos caminos! Para una mejor comprensión de cómo se ha estructurado el entramado socio-político-económico del capitalismo del siglo XX, nos propone una síntesis:
El capitalismo aparece entonces como un sistema de dominación con vocación planetaria que se concretó hacia fines del siglo XIX cuando, salvo raras excepciones, el mundo estaba compuesto por países occidentales, colonias y semicolonias de Occidente. En ese momento, de expansión territorial máxima, se produjo el paso decisivo en la occidentalización del mundo... pero también comenzó la mutación parasitaria del sistema, la marcha irresistible del capital financiero hacia el poder total en el capitalismo, que se extendió durante más de un siglo con altibajos, hasta su desarrollo aplastante desde comienzos de los años 1970.


[1] Una de las figuras principales del movimiento antiglobalización. Es doctor en Semiología e Historia de la Cultura por la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS), de París y catedrático de Teoría de la Comunicación en la Universidad Denis-Diderot (París-VII). Especialista en geopolítica y estrategia internacional y consultor de la ONU, actualmente imparte clases en la Sorbona de París.
[2] Puede consultarse en esta misma página web, cuyo título es El mundo en el 2030.
[3] Doctor en Ciencias Económicas por la Universidad de Franche Comté, Besançon. Especialista en pronósticos económicos y economía mundial, consultor de organismos internacionales y director de numerosos programas de investigación. Titular de cátedras de economía internacional y prospectiva, tanto en Europa como en América Latina. Es profesor titular de la Universidad de Buenos Aires (Cátedra "Globalización y Crisis")

miércoles, 19 de junio de 2013

La decadencia de Occidente I






El título de esta nota remite a una obra del filósofo alemán Oswald Spengler[1] (1880-1936) publicada en Alemania durante la Primera Guerra. Se debe recordar que la crisis de la Bolsa de Wall Street, el famoso Jueves Negro del 24 de octubre de 1929, dio comienzo  a una larga y profunda crisis internacional con la quiebra de la economía y la Gran Depresión posterior. El futuro pintaba un muy negro panorama y las perspectivas eran muy poco halagüeñas.
El doctor Shlomo Ben Ami[2] (1943) nos propone esta reflexión:
Desde la publicación en 1918 del primer volumen de La decadencia de Occidente, de Oswald Spengler, las profecías sobre la muerte segura de lo que llamó la “civilización fáustica”[3] han sido un tema recurrente para los pensadores y los intelectuales públicos. Se podría considerar que las crisis actuales en los Estados Unidos y en Europa, consecuencia primordialmente de los fallos éticos inherentes al capitalismo de los EEUU y a las deficiencias de funcionamiento de Europa, atribuyen crédito a la opinión de Spengler sobre la insuficiencia de la democracia y a su rechazo de la civilización occidental por estar impulsada esencialmente por una corruptora avidez de dinero.
La caracterización de Spengler sobre Occidente como una “civilización fáustica” se debe a la relación que establece con el Fausto, de Johann Wolfgang Goethe (1749-1832). A esta obra le dedicó 60 años de su vida, entre las últimas décadas del siglo XVIII y las primeras del XIX. De esta obra, nos dice Darío Oses[4] (1949) «el doctor Fausto no sólo consigue honores, riquezas y placer sensual, sino que se empeña en transformar el paisaje natural, y hace que Mefistófeles, su asistente demoníaco, convoque ejércitos de trabajadores para construir canales, diques y torres. Aquí se anuncia lo que hoy llamamos “globalización”: el progreso que se extiende por todo el mundo, que fluidifica el intercambio de bienes, tecnologías y servicios, y de paso aplasta paisajes y desintegra a las comunidades que se apegan a formas de vida premoderna». Marshall Berman (1940)[5] lo definió como la etapa de la “la tragedia del desarrollo”.
Es interesante la referencia de Spengler,  porque nos permite pensar el tema propuesto desde un aspecto hoy bastante eclipsado por el pensamiento económico, como veremos después. Su diagnóstico cayó en el olvido después de la Segunda Guerra, por el aparente renacimiento del mundo occidental y la  recomposición del capitalismo estadounidense, período que los franceses denominaron los treinta gloriosos, haciendo referencia a los años transcurridos entre 1945 y 1975. Esos treinta gloriosos comenzaron a declinar por una combinación de factores, de los que algo también veremos más adelante y entre los cuales la llamada “Crisis del petróleo”[6] fue un trascendental detonante. Más tarde, la llegada al gobierno británico de Margaret Thatcher (1979-1990) y a la presidencia de los Estados Unidos de Ronald Reagan (1981-1989) imprimió un giro hacia la imposición de políticas neoliberales que ahogaron las viejas esperanzas de un mundo mejor.
Los pronósticos de una decadencia de las expectativas de mejoras sociales comenzaron a emerger al comprobarse las consecuencias de las políticas impuestas por el Consenso de Washington[7]: aumento de la desocupación, baja del poder adquisitivo de los trabajadores, concentración de la economía y crecimiento del poder financiero, entre otras. Este proceso hizo crisis en los años 2007/8 con lo que se llamó “el estallido de la burbuja inmobiliaria”.



[1] Estudió matemáticas, ciencias naturales y economía. Su obra principal, La decadencia de Occidente (dos vols., 1918, 1922), tuvo muy pronto un enorme éxito entre el público.
[2] Político, diplomático y escritor israelí. Miembro del Partido Laborista Israelí. Cursó estudios universitarios de Historia y de Literatura hebrea en las universidades de Tel Aviv y Oxford. Llegó a ser el máximo responsable del departamento de Historia de la universidad de Tel Aviv. Fue ministro de Asuntos Exteriores de su país y segundo embajador en España. Actualmente es vicepresidente del Centro Internacional de Toledo por la Paz (CIT).
[3] Se refiere al doctor Fausto, un mago medieval que pacta con el diablo: le vende su alma a cambio de riqueza, poder y placer ilimitados.
[4] Escritor y periodista chileno, diplomado en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile.
[5] Filósofo y escritor estadounidense. Publicó el libro Todo lo sólido se desvanece en el aire, considerado uno de los libros más influyentes del siglo XX, con el que logró reconocimiento internacional.
[6] Comenzó en 1973, a raíz de la decisión de la Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo (OPEP) de no exportar más petróleo a los países que habían apoyado a Israel durante la guerra del Yom Kippur (llamada así por la fiesta judía del Yom Kipur), que enfrentaba a Israel con Siria y Egipto. Esta medida incluía a los Estados Unidos y a sus aliados de Europa Occidental.
[7] Se entiende por Consenso de Washington un listado de políticas económicas, consideradas durante los años 90 por los organismos financieros internacionales y centros económicos, con sede en Washington D.C., Estados Unidos, como el mejor programa económico que los países latinoamericanos deberían aplicar para impulsar el crecimiento.