Llegado a este punto, antes anunciado, se pone de manifiesto una crisis
que se había ido incubando desde décadas atrás. La segunda posguerra había
demostrado el estado de debilidad de la estructura colonial, que debió admitir,
aunque no siempre de buena gana y con buenos modales, el camino de la
liberación de los pueblos de la periferia, sostiene el Dr. Ramonet:
Ahora
cuando el sistema mundial empieza a resquebrajarse, desde las naciones pobres
emergen rupturas que aparecen en varios casos significativos como identidades
en construcción, como contraculturas opuestas de manera antagónica a Occidente;
los movimientos de liberación de los pueblos originarios de América Latina son
un buen ejemplo de ello, el islamismo radical es otro. Se presentan como
recuperación de raíces sumergidas por las modernizaciones imperialistas; en
realidad, intentan producir autónomamente una nueva identidad, ser sujetos de
la contemporaneidad, asumiendo la memoria histórica subestimada o negada
por los colonizadores y sus satélites locales.
Este comienzo de liberación tuvo sus particularidades dado lo específico
de cada situación, de cada historia singular, del nivel de conciencia de cada
pueblo, de la capacidad organizativa de las elites directivas, que mostró muy
diversos resultados. De todos modos, algo se había quebrado en el aspecto
aparentemente monolítico del imperio y en su actitud de fuerza invencible.
Sin embargo, quedó
demostrado que ese poder, monolítico en apariencia, guardaba en su seno muy
graves contradicciones, expuestas al desatarse las acciones bélicas en 1914. El
mundo del imperio ocultaba enfrentamientos por cuestiones territoriales,
históricas, políticas, económicas y culturales. Las cabezas políticas del
imperio tenían conciencia de las dificultades que afrontaban y del riesgo de
perder lo que estaba en juego, la jefatura del poder imperial:
Luego se sucedieron
colosales tentativas para revertir la decadencia de Occidente, como el
fascismo, reacción bárbara rápidamente
derrotada (gracias a la resistencia de la URSS, potencia periférica, es necesario
subrayarlo), y como el keynesianismo luego, cuando los desgajamientos
territoriales se generalizaban a partir de la Revolución China y la pérdida de
Europa del Este. La victoria keynesiana no duró mucho, su auge se sitúa
aproximadamente entre 1950 y 1970; después se produjo una crisis de
sobreproducción, nunca hasta hoy superada, engendrando un parasitismo
financiero arrollador. Lo demás es historia cercana: euforia neoliberal
(cobertura ideológica de la financiarización integral del capitalismo) y luego
el militarismo imperial norteamericano,
estratégicamente sobre-extendido, incapaz de sostener de manera durable sus
ambiciones, y minado por la crisis económica… y después la financiarización
extrema del capitalismo, la hegemonía del parasitismo, forman parte del proceso
de aceleración de la decadencia occidental, de la modernidad capitalista como
etapa histórica.
Desde algunos
centros del marxismo ortodoxo, entendiendo por esto los partidos políticos y
los grupos de intelectuales ligados a la Unión Soviética, no por una fidelidad
al pensamiento y a la obra de Karl Marx[1]
(1818-1883), se comenzó a pronosticar la caída inevitable del capitalismo. Si
bien en la obra de Marx se anunciaba en términos generales esa posibilidad —como
consecuencia de las contradicciones sociales y económicas que este sistema
guardaba en su seno—, no aparecía ninguna referencia específica de cuándo
ocurriría, lo que daba lugar a múltiples interpretaciones. De todos modos, es
necesario comprender que el análisis de Marx debe ser circunscripto a su época
y a las características de la sociedad industrial que él conoció. Nada de ello
invalida la calidad de la descripción profunda que realizó del capitalismo. Lo
definitivo es que esa implosión, hasta hoy, no sucedió:
Durante los últimos treinta
años, no hemos asistido a la "catástrofe final" que algunos
esperaban, la bomba financiera no tuvo un único y apocalíptico estallido. Sí
hemos presenciado diversas explosiones enfrentadas por lo general con gran
despliegue de medios de control, luego de las cuales el sistema reiniciaba su
marcha, pero con una vitalidad disminuida, con más deformación parasitaria. No
hubo derrumbe, sino avance irresistible de la decrepitud. Desde esa visión del
mundo podemos lanzar la hipótesis de que nos encontramos en los inicios de un
punto de inflexión del proceso de decadencia, de ruptura mucho más fuerte y más
vasto que el vivido luego de la Primera Guerra Mundial, entre otras cosas
porque la hegemonía capitalista ha sufrido deterioros civilizacionales
decisivos, lo que en parte explica la radicalidad cultural de las rebeliones
que empiezan a asomar.
[1]Filósofo, intelectual y militante comunista alemán. En su vasta e
influyente obra, incursionó en los campos de la filosofía, la historia, la
ciencia política, la sociología y la economía; también incursionó en el campo
del periodismo y la política y propuso en su pensamiento la unión de la teoría
y la práctica. Sus escritos más conocidos son el Manifiesto del Partido Comunista y El Capital.
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