sábado, 15 de junio de 2013

La filosofía “no sirve para nada” X



Y ahora, después de habernos colocado en contexto histórico; de haber tomado debida nota de las condiciones socioculturales de esta etapa que nos toca vivir; de asumir que no debe desconocerse la referencia sobre importancia de la crisis en curso; que esta crisis, expandida en la dirección mundana, es decir, abarcadora del conjunto de las relaciones sociales, no deja indemnes nuestras subjetividades; estamos frente al verdadero comienzo de nuestra reflexión más profunda. Dada esta afirmación, el profesor Lanz nos invita a pensar:
Quisiera introducir entonces la pregunta de si es posible pensar sin paradigmas, interrogando la propia  idea de la crisis de paradigmas, que es una de las expresiones más recurridas, probablemente, en el vocabulario académico hoy por hoy: "Crisis de paradigmas". Vivimos una "Crisis de paradigmas". Pero, ¿qué quiere decir "Crisis de paradigmas"? Por lo menos me gustaría invitarles a pasear un poco por los tres síntomas de la idea misma de crisis. Para comenzar, como ustedes bien saben, la idea de crisis está presente de forma abrumadora en todos los discursos. Hasta el punto de que es un concepto especialmente banalizado. Casi no dice nada, porque todo se nombra con la palabra "crisis". Por lo tanto, caracterizar una época, un momento, un paradigma en clave de crisis, no transmite de inmediato nada al lector; por el enorme poder trivializador que tiene un uso abusivo de esta palabra "crisis".
Esta advertencia nos lleva a dejar de lado la utilización periodística de este tema, por el abuso que ha vaciado lo mejor de su contenido semántico. Esto nos obliga a darle un sentido sólido que remita a pensar seria y detenidamente sobre el problema.
Lo primero que creo debe subrayarse y destacarse con letras firmes, es que  la crisis que hoy se presenta es una crisis con mayúsculas. Y si el hoy aparece como una definición un tanto vaga, debe decirse, entonces, para ubicarnos, que su manifestación más clara se evidencia en estas últimas décadas. Sin embargo, por lo que ya vimos, la profundidad del tema nos remite a un siglo y medio, con la advertencia de los Maestros, cuya escala debe medirse por la incidencia en la totalidad de la lógica civilizatoria. Representa un punto de inflexión en el recorrido histórico mayor de la sociedad  moderna, un periodo histórico de más de cinco siglos. Lo que está en juego es la totalidad del mundo cultural global[1].
Profundiza su análisis nuestro profesor:
Es una caracterización que quiere poner el centro de atención, no en este o aquel aspecto de detalle, de tal o cual saber, disciplina o ambiente cognoscitivo, sino en el propio centro fundacional de una civilización. Nada más y nada menos. Estamos diciendo que la Modernidad, (con "M" mayúscula), es decir, una civilización, tiene tres o cuatro siglos instaurando y realizando un modo de ser, de pensar, de producir y de reproducir la vida, el hombre, la humanidad. Esa Modernidad ha entrado en crisis. ¡Ah! Si lo que está en crisis es una civilización, su lógica fundante, sus conceptos pivotes fundamentales, entonces no estamos hablando para nada de una "crisis de crecimiento", de un accidente, de una aceleración repentina, de una coyuntura inconveniente, de una anomia reparable; estamos hablando de una convulsión en la médula fundacional de la civilización que gobierna el globo terráqueo desde el siglo XVI en adelante, sobre manera, a partir del siglo XVIII. Es la Modernidad toda la que ha entrado en crisis. Es decir, es una civilización, es una lógica, es un modo de entender al mundo, es una manera de organizar la vida en ese mundo, etc.
Para los fines de nuestra investigación, alcanza con decir: la crisis sobre la que intentamos proyectar algo de luz es una situación límite que coloca el propio modo de entender el mundo contemporáneo en una especie de “no va más”; una sensación de final, de abismo, cuestionadora de la razón moderna, de los propios fundamentos que dieron pie a toda una civilización que madura su proyecto político-cultural-institucional, a partir del siglo XVIII, y que hoy comienza a mostrar su agotamiento. Por tanto, si es de esta crisis de la que debemos hacernos cargo, entonces la crisis del modelo civilizatorio y de su paradigma, de conceptos y estructuras mentales, no es un tema trivial. Es un estado de cosas que nos desafía a pensar por  dónde empezar a construir los caminos de salida y hacia dónde.



[1] En otro trabajo de próxima publicación en esta misma página La decadencia de Occidente se podrá leer al respecto un análisis más detenido.

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