miércoles, 30 de julio de 2014

I.- Los Medios de comunicación y algunas historias



 Con esta nota se inicia la publicación de una serie que dará algunas vueltas en torno de este fenómeno de la sociedad actual que ha invadido, sin pedir permiso, el mundo de las relaciones entre las personas. Encender una linterna potente, para despejar sombras y alumbrar procesos, se presenta como una necesidad de estos tiempos. Espero que éste sea un aporte para la comprensión del ciudadano de a pie. 
Nuestra Argentina se ha sumergido en un debate cruzado por mil incomprensiones, por distorsiones inconscientes o malintencionadas, por intereses mezquinos, por miopías y, tal vez, por varias razones más, que han distorsionado la importancia de sus contenidos. Es probable que deba decir: una parte de nuestra Argentina, pero aun siendo sólo eso, la restricción  no deja de ser importante y obliga a saltar al ruedo con el propósito de aportar una mirada más, aunque no muy novedosa sin embargo propondrá iluminar un poco el escenario. Para ello voy a saltar franquear los límites en los cuales advierto  que se plantea,  para remontarme a una historia del problema que lleva más de un siglo.
La importancia que los medios de comunicación masiva han ido adquiriendo progresivamente durante ese tiempo obliga a detenerse a investigar y pensar sobre su comportamiento social. Es el tema de la comunicación,  que, en el seno de la sociedad moderna capitalista, se convierte en el tema de los medios de comunicación. Es necesario comenzar diciendo que esos medios han sido víctimas del proceso de la concentración económica profundizada en la década de los setenta, aunque la película El Ciudadano Kane (1941), de Orson Welles, ya denunciaba al empresario estadounidense William Randolph Hearst, por sus prácticas monopólicas.
Ello nos muestra que los medios fueron quedando subordinados a los intereses de grupos empresariales  que, hasta ese entonces habían sido ajenos a la comunicación masiva. A partir de allí, muchos medios, víctimas de este proceso, pasaron a convertirse en victimarios de un vasto público ávido de información. Por tal razón, esos medios que representaron, desde su aparición en los comienzos del siglo XIX, el control ciudadano sobre los otros tres poderes del Estado — y que por ello habían merecido el nombre de cuarto poder—, cuando su propiedad estaba en manos dispersas y variadas, pasaron a ser un instrumento poderoso dentro del juego político de los intereses concentrados.
De este modo, por la tan necesaria y defendida libertad de prensa se fueron convirtiendo en la voz de los que no tenían voz. Fue la palabra que criticaba y denunciaba los abusos de los poderosos en defensa de los desprotegidos. Los ejemplos son muchos y sus portavoces, hombres distinguidos que, por regla general estuvieron a la altura de esa misión; para nombrar sólo a uno, nuestro Mariano Moreno. Esos precarios medios, fundamentalmente la prensa escrita a la que se le agregó la radio a comienzos del siglo XX, fueron un bastión inexpugnable que cumplió un importante papel en defensa de la democracia, al hacer transparente lo que se pretendía ocultar.
La posguerra abrió un camino nuevo a este proceso. La lucha contra el totalitarismo nazi y las denuncias posteriores del manejo de la información durante el régimen alertaron a la conciencia ciudadana mundial sobre la importancia de una prensa libre, independiente y veraz. Posteriormente, la guerra fría puso de manifiesto otro totalitarismo, el soviético, que al respecto no fue muy diferente en el manejo comunicacional. Contra ello se erigió, como modelo “ejemplar”, la libertad de prensa occidental, paradigma de la democracia. Sin embargo, por debajo del juego público de la prensa de Occidente, comenzó a gestarse un nuevo modelo de gestión empresarial, sostenida por modelo de la empresa multinacional. Este modelo no era del todo novedoso, pero encontró, en el mercado internacional de posguerra, un campo propicio para su expansión y concentración. Ello le otorgó una capacidad económica y financiera temible para la competencia.
El poder desmesurado que esas empresas mostraban — hacia el interior de ellas y en su relación exterior con la competencia— las fue arrastrando hacia un uso discrecional de ese poder. La empresa periodística internacional aprendió de esos juegos del poder y fue introduciéndose en ellos. Así, el manejo de la información fue quedando en manos poderosas que no resistieron la tentación de convertirla en un instrumento de sus intereses. La red de negocios de posguerra fue entrelazando diferentes tipos de negocios y la información pasó a ser uno más de ellos, con lo que adquirió paulatinamente una mayor importancia. El concepto de negocio impregnó toda la actividad empresarial, lo cual demandó la creación de una ciencia especializada para el manejo eficiente de los negocios. Apareció, entonces, el marketing: la ciencia de las ciencias del negocio empresarial.

domingo, 27 de julio de 2014

El capitalismo y la felicidad humana XVI



 Debo dirigirme ahora directamente a ese tipo de lector que he bautizado, sin mucha originalidad siguiendo un modo de referirse a él utilizado por otros autores: el ciudadano de a pie. Yo pongo en él la representación de millones de buenas personas honestas, sencillas, trabajadoras, que están en cierto modo encerradas dentro de una mentalidad tradicional, por ponerle un nombre bastante ambiguo pero que creo expresa un estado de la conciencia colectiva caracterizada por: a.- un apego a la verdad del sentido común; b.- ese modo de pensar acepta lo que se dice por lo que hoy se han convertido en los medios de comunicación concentrados, fuente de información de sus padres y abuelos; c.- se mantiene prudentemente alejado del pensamiento crítico porque éste representa un cuestionamiento al marco cultural que sostiene su visión del mundo; d.- ha sido educado por el sistema institucional que le ha brindado un cimiento sólido y creíble que define su posición ante el mundo.
Nada de ello está dicho como un menosprecio de su modo de ser, pretende mostrar las líneas generales que definen el pensar del ciudadano medio. Éste se muestra perturbado ante temas que ofrezcan una versión alternativa que pueden presentárseles como anticapitalistas (o hasta comunistas), ateas, irreverentes, atentatorias contra el orden establecido. El problema es que algo de esto es verdad, pero no con la valoración que esa conciencia media hace de esos modos de pensar. Él puede ser consciente de que este mundo es inequitativo, que la justicia no parece ser la norma y que el poder se ejerce en beneficio de los más ricos. Pero todo ello es una desviación moral de un sistema deseable y aceptado, basado en la libertad como valor superior. Aunque él puede aceptar que siguen faltando las otras dos banderas de la Revolución democrática: la igualdad y la fraternidad, pero no está seguro de que sean posibles de obtener en esta vida.
Entonces debo recordarle que esta investigación se apoyó en dos columnas: el capitalismo como marco cultural de esta etapa del mundo y en la felicidad humana como meta deseable para todos los habitantes del planeta. Creo que he podido mostrar las inconsistencias de un planteo que incluya esa búsqueda dentro de un sistema que concentra la riqueza y que, por consiguiente, distribuye mal.
Terminé la nota anterior con una afirmación: «¡hay que diseñar y promover otro tipo de desarrollo!» pero esto no deja de ser más que un buen deseo. Si le preguntamos a Aguado ¿cómo debe ser ese desarrollo? Nos contesta:
Pues un desarrollo poscapitalista, centrado en la felicidad de todos los seres humanos y en el respeto hacia la naturaleza (nuestro hogar al fin y al cabo). Es decir, un desarrollo más similar al que propone Bután que al que apunta el mundo occidental. No cabe duda de que esta propuesta es un referente a seguir en aras de dibujar otro tipo de sociedades y otro tipo de prioridades políticas. No cabe duda de que la iniciativa es muy interesante. Veremos si en los próximos años Bután logra sus objetivos o si, por el contrario, los empujes de la globalización neoliberal alcanzan sus fronteras y acaban por diluir su interesante cultura y cosmovisión de la vida en la peligrosa amalgama homogeneizadora del capitalismo.
Ante este camino que parece desembocar en un abismo, no hay en los tiempos cercanos alternativas viables. ¿Es esta una afirmación pesimista? Creo que no, pero siendo realista la afirmación anterior debe ser dada por válida, con la condición de que tomemos conciencia de que las soluciones exclusivamente estructurales así lo muestran. Si reconsideráramos los sabios consejos aristotélicos, debidamente actualizados y adaptados a un mundo finito, cada uno de nosotros debería comenzar a vivir dentro de la frugalidad, la moderación, la sobriedad que la finitud que la Tierra nos impone, dando cabida a la mayor parte de nuestros contemporáneos. Aparecerían entonces las dos banderas faltantes: trabajar por la igualdad privilegiando a los más necesitados, abriendo así el camino de la fraternidad (la otra bandera).
Descubriríamos que esa felicidad tan esquiva empieza a presentársenos como recompensa de una vida de servicio. Rabindranath Tagore[1] (1861-1941) dijo poéticamente: «Dormía y soñaba que la vida era alegría, desperté y vi que la vida era servicio, serví y vi que el servicio era alegría». La felicidad que se nos presenta  como inalcanzable en el mundo actual puede comenzar a formar en nuestro interior si nos convertimos en constructores de ese mundo que anhelamos.
Es posible que el ciudadano de a pie esperara algo más concreto, más tangible e inmediato. Es posible que lo haya desengañado. Pero creo que la felicidad no se conquista prontamente y de una vez para siempre, es un largo camino que dura toda la vida. A la felicidad hay que merecerla y ello conlleva una prolongada preparación. Es posible y está al alcance de la mano de todos nosotros. Hay muchos obstáculos. Sin embargo en vencerlos radica parte de su logro.
.


[1] Fue un poeta bengalí, filósofo convertido al hinduismo, artista, dramaturgo, músico, novelista y autor de canciones que fue premiado con el Premio Nobel de Literatura en 1913.

miércoles, 23 de julio de 2014

El capitalismo y la felicidad humana XV




Si bien debo admitir que el ejemplo es un poco extemporáneo, correspondiente a una cultura ajena a nosotros, por lo cual “toda similitud con la vida real es mera coincidencia” (como se dice en las películas) no por ello tomar nota y reflexionar debe ser necesariamente una tarea inservible o irrecuperable. Es de tener en cuenta que las tradiciones orientales acumulan modos y prácticas de vida, algunas veces poco contaminadas con las desviaciones occidentales, sobre las cuales algo quedó dicho. Agrego, con un dejo de ironía: sin embargo no dejan de ser humanos como nosotros, por lo que algo de ellos podemos aprender. Sigamos a Aguado:
El concepto de la Felicidad Nacional Bruta (FNB) fue fundado en base a las tradiciones budistas butanesas y, hoy en día, es desarrollado por el Centro de Estudios de Bután (CBS). Según éste, el concepto de la FNB está constituido por cuatro pilares básicos: la buena gobernanza, el desarrollo socioeconómico sostenible, la preservación cultural y la conservación del medio ambiente. Estos cuatro cimientos fundamentales –construidos a partir de más de 100 sub-indicadores y 33 indicadores– son presentados y monitoreados por el CBS a través de nueve grandes dominios que, sumados, componen el índice de la FNB: 1) el bienestar psicológico, 2) la salud, 3) la educación, 4) el uso del tiempo, 5) la diversidad y resiliencia cultural[1], 6) el buen gobierno, 7) la vitalidad de la comunidad , 8) la diversidad y resiliencia ecológica, y 9) las condiciones de vida .
Debemos tener en cuenta que estos nueve dominios de la FNB (que combinan tanto aspectos objetivos —como los ingresos familiares o los niveles de alfabetización—  como subjetivos, como la satisfacción con la vida) vienen a mostrar, más o menos, las condiciones mínimas por cumplirse en Bután, para que sus habitantes puedan alcanzar una vida feliz. Esto lo lleva a nuestro investigador a sostener:
Con todo ello, y pese a lo que puedan mostrar los indicadores clásicos de progreso y desarrollo (como el PIB y el IDH), salta a la vista que Bután no es un país pobre o subdesarrollado, sino más bien todo lo contrario. Es un país que realmente se ha preocupado por su pueblo y que, al fin y al cabo, se ha atrevido a apostar por otro modelo civilizatorio alejado del capitalismo. Un modelo que pone el centro de atención en aquello que realmente es el fin último de nuestra existencia: la felicidad.
Todos estos requisitos no parecen estar hoy al alcance de los pueblos occidentales, fundamentalmente en la mayor parte de aquellos donde imperan de modo implacable las leyes del mercado. Aguado afirma, con una ironía dolorosa, cuáles son esos impedimentos:
Ante los tremendos recortes en derechos que actualmente están sufriendo muchos de los países que se hacen llamar –a ellos mismos– desarrollados (anteponiendo con este gesto, por norma general, el bienestar de la banca y de los sectores privados al bienestar de su propio pueblo), cabe preguntarse quién es aquí el subdesarrollado.
Lo que se pone en juego es una reflexión profunda y una investigación honesta acerca de una serie de conceptos que aprisionan el pensar de los analistas e investigadores salidos de las universidades de Occidente. Desarrollo, bienestar humano, crecimiento económico (PBI), ingreso per cápita, etcétera, son los conceptos con los que se intenta resolver la satisfacción de los deseos humanos, sin percibir que corresponden a una cultura burguesa que piensa y vive con conceptos de vida materialistas. En este aspecto, Aguado es terminante:
Repensar el concepto de desarrollo es una tarea que lleva tiempo preocupando a académicos de todo el mundo y que ha configurado toda una corriente de pensamiento crítico contra-hegemónico. La idea sería la siguiente: si es éste el desarrollo que nos dicen hay que seguir (un desarrollo capitalista basado en la desigualdad, la privatización de lo público, los recortes en el bienestar de la mayoría y la destrucción de los ecosistemas), entonces… ¡hay que diseñar y promover otro tipo de desarrollo!


[1] El término “resiliencia”, desde el punto de vista emocional/humano, se refiere a la capacidad de los sujetos o de la naturaleza para sobreponerse a períodos de dolor emocional y situaciones adversas.

domingo, 20 de julio de 2014

El capitalismo y la felicidad humana XIV



 No debo soslayar que en temas como el de la felicidad se cae tantas veces en expresiones de deseos que proponen idealidades; las que se podrían sintetizar en frases coloquiales como: “Sería lindo que…”, “Tal vez algún día se pueda…”, “Llegará un día en que…”. El ciudadano de a pie que me fue siguiendo con su lectura a través de todas estas páginas tiene derecho a esperar conclusiones más concretas. Éstas no deben desconocer algunas de las condiciones que deben ser respetadas por cada persona, como requirió Aristóteles para el logro de ese estado espiritual. Cito nuevamente a Mateo Aguado para avanzar sobre un camino que no deja de sorprendernos. En un artículo suyo, que lleva por título Sobre felicidad, política y desarrollo (29-3-14), sostiene:
Alcanzar la felicidad es probablemente la mayor aspiración que ha tenido el ser humano en toda su existencia. Es algo obvio y difícil de cuestionar: todos deseamos, por encima de cualquier otra cosa, tener una vida feliz. Hasta tal punto esto es así que la mejor definición que –probablemente– se haya dado nunca de inteligencia (ese ambiguo concepto que tanto nos sobrevuela) es aquella que dice que ésta, la inteligencia, no es otra cosa que nuestra capacidad de ser felices.
Si acordamos con esta afirmación, de que  es una aspiración común a todo ser humano, y creo que si no todos una gran parte de los habitantes del planeta estaría de acuerdo con ello, debemos preguntarnos: ¿por qué no son tantos los que la logran? Una primera respuesta ya fue dada en páginas anteriores. Hemos analizado las condiciones culturales con las cuales cada sociedad, con sus estructuras institucionales dentro de las cuales se desarrolla la vida humana, funciona como posibilitante/limitante de los deseos de cada persona. Agreguemos a ello que la sociedad consumista, en su afán de lucro, ha afinado los mecanismos publicitarios para orientar compulsivamente ese deseo por caminos de una satisfacción fugaz. La sustitución de la felicidad por la satisfacción en el consumo ha desbarrancado en un deseo perpetuo e infinito de imposible satisfacción duradera.
Entonces ¿se han cerrado o impedido los caminos de acceso a una felicidad humana posible? Otra respuesta posible a pensar, aunque extraña y algo esquiva para nuestra cultura, la he encontrado en el artículo citado de Mateo Aguado. Nos cuenta una experiencia de un país, para mucho de nosotros desconocido: Buthán. Tuve que explorar en Wikipedia para saber algo de él:
Buthán se encuentra situado en el Sur de Asia a los pies del extremo este del Himalaya. Limita al norte con la República Popular China (República autónoma del Tíbet) al oeste con Sikkim (un estado de la India ubicado en la cordillera Himalaya), al sur con Bengala Occidental (un estado en la zona este de la India) y con Assam (un estado de India situado a su nordeste) y al este con Arunachal Pradesh en la India. Bhutan es una nación compacta sin salida al mar casi cuadrada, solo mide un poco más de largo que de ancho. La extensión aproximada del territorio es de 47.000 km² (un poco más que Misiones- Argentina) y una población que apenas llega a los 720 mil habitantes.
Según nuestro investigador, este país se propuso emprender un camino distinto dentro de la presión globalizadora del neoliberalismo. Para lograr una salida para la felicidad de su pueblo privilegió «el bienestar ciudadano frente al uso occidental los indicadores macroeconómicos que la mayoría de las veces poco o nada nos dicen sobre el sentir real de las personas». Dice Aguado:
Basándose en la creencia elemental que sostuviera Jeremy Bentham de que la mejor sociedad es aquella en la que sus ciudadanos son más felices, el Rey de Bután – Jigme Singye Wangchuck – acuñó en la década de los setenta el término de la Felicidad Nacional Bruta (FNB) bajo la convicción de que la mejor política pública es aquella que produce la mayor felicidad entre sus habitantes (y no así necesariamente la que produjese mayores niveles de ingresos y consumo).