Con esta nota se
inicia la publicación de una serie que dará algunas vueltas en torno de este fenómeno de la sociedad actual que ha
invadido, sin pedir permiso, el mundo de las relaciones entre las personas.
Encender una linterna potente, para despejar sombras y alumbrar procesos, se
presenta como una necesidad de estos tiempos. Espero que éste sea un aporte
para la comprensión del ciudadano de a
pie.
Nuestra Argentina se
ha sumergido en un debate cruzado por mil incomprensiones, por distorsiones
inconscientes o malintencionadas, por intereses mezquinos, por miopías y, tal
vez, por varias razones más, que han distorsionado la importancia de sus
contenidos. Es probable que deba decir: una parte de nuestra Argentina, pero
aun siendo sólo eso, la restricción no
deja de ser importante y obliga a saltar al ruedo con el propósito de aportar
una mirada más, aunque no muy novedosa sin
embargo propondrá iluminar un poco el escenario.
Para ello voy a saltar franquear los límites en
los cuales advierto que se plantea, para remontarme a una historia del problema
que lleva más de un siglo.
La importancia que
los medios de comunicación masiva han ido adquiriendo progresivamente durante
ese tiempo obliga a detenerse a investigar y pensar sobre su comportamiento
social. Es el tema de la comunicación,
que, en el seno de la sociedad moderna capitalista, se convierte en el
tema de los medios de comunicación. Es necesario comenzar diciendo que
esos medios han sido víctimas del proceso de la concentración económica
profundizada en la década de los setenta, aunque la película El Ciudadano Kane (1941), de Orson Welles, ya denunciaba al empresario
estadounidense William Randolph Hearst, por sus prácticas monopólicas.
Ello nos muestra que
los medios fueron quedando subordinados a los intereses de grupos empresariales
que, hasta ese entonces habían sido
ajenos a la comunicación masiva. A partir de allí, muchos medios, víctimas de
este proceso, pasaron a convertirse en victimarios de un vasto público ávido de
información. Por tal razón, esos medios que representaron, desde su aparición
en los comienzos del siglo XIX, el control ciudadano sobre los otros tres
poderes del Estado — y que por ello habían merecido el nombre de cuarto
poder—, cuando su propiedad estaba en manos dispersas y variadas, pasaron a
ser un instrumento poderoso dentro del juego político de los intereses
concentrados.
De este modo, por la
tan necesaria y defendida libertad de prensa se fueron convirtiendo en la voz de los que no tenían voz.
Fue la palabra que criticaba y denunciaba los abusos de los poderosos en defensa
de los desprotegidos. Los ejemplos son muchos y sus portavoces, hombres
distinguidos que, por regla general estuvieron a la altura de esa misión; para
nombrar sólo a uno, nuestro Mariano Moreno. Esos precarios medios,
fundamentalmente la prensa escrita a la que se le agregó la radio a comienzos
del siglo XX, fueron un
bastión inexpugnable que cumplió un importante papel en defensa de la
democracia, al hacer transparente lo que se pretendía ocultar.
La posguerra abrió un
camino nuevo a este proceso. La lucha contra el totalitarismo nazi y las
denuncias posteriores del manejo de la información durante el régimen alertaron
a la conciencia ciudadana mundial sobre la importancia de una prensa libre,
independiente y veraz. Posteriormente, la guerra fría puso de manifiesto otro
totalitarismo, el soviético, que al respecto no fue muy diferente en el manejo
comunicacional. Contra ello se erigió, como modelo “ejemplar”, la libertad
de prensa occidental, paradigma de la democracia. Sin embargo, por debajo
del juego público de la prensa de Occidente, comenzó a gestarse un nuevo modelo
de gestión empresarial, sostenida por modelo de la empresa multinacional. Este
modelo no era del todo novedoso, pero encontró, en el mercado internacional de
posguerra, un campo propicio para su expansión y concentración. Ello le otorgó
una capacidad económica y financiera temible para la competencia.
El poder desmesurado
que esas empresas mostraban — hacia el interior de ellas y en su relación
exterior con la competencia— las fue arrastrando hacia un uso discrecional de
ese poder. La empresa periodística internacional aprendió de esos juegos del
poder y fue introduciéndose en ellos. Así, el manejo de la información fue
quedando en manos poderosas que no resistieron la tentación de convertirla en
un instrumento de sus intereses. La red de negocios de posguerra fue
entrelazando diferentes tipos de negocios y la información pasó a ser uno más
de ellos, con lo que adquirió paulatinamente una mayor importancia. El concepto
de negocio impregnó toda la actividad empresarial, lo cual demandó la creación
de una ciencia especializada para el manejo eficiente de los negocios.
Apareció, entonces, el marketing: la ciencia de las ciencias del
negocio empresarial.
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