miércoles, 26 de diciembre de 2007

Está bien, pero falta bastante

En esta página, en diversas oportunidades, he defendido a nuestra actual presidenta. Sobre todo cuando se ponía en duda su capacidad para gobernar. No porque yo tuviera certeza de que tiene una capacidad probada, sino porque me parecía percibir que se colaba en las críticas un aire machista muy bien encubierto. A esto debe agregarse un dato que me sorprendió, sobre todo por quienes hacían este análisis: se habló después de las elecciones de un voto “gorila”, palabra casi en desuso. Estos dos aspectos, de la realidad social y política de nuestro tiempo, merecen una reflexión más detenida que, por ahora, se la cedo al lector.
Yo me he dicho que los cuatro años anteriores tienen logros que no se pueden ocultar. Para quienes se resisten a ello los invito a hacer un ejercicio intelectual: colóquense mentalmente en el 2002 y traten de recordar los pronósticos que se hacían desde los distintos ámbitos del arco político. Luego compárese con el estado actual de cosas. Sé que van a aparecer los que digan que nos ha tocado una situación internacional muy ventajosa que ha favorecido el logro de esos resultados. Bien, aceptémoslo. Ahora hagamos un segundo ejercicio: coloquemos en la presidencia a cualquiera de los contendientes del 2003 e imaginemos los resultados que hoy veríamos. Si les da igual o mejor no sigan leyendo estas líneas, es muy poco de lo que podemos hablar. Esto no significa acreditar todos los méritos al presidente saliente, pero…
Llegados a este punto volvamos a la situación en que nos encontramos y a nuestra presidenta. Yo voy a decir, y me preparo para recibir tomates (a pesar del precio que tuvieron) más otras hortalizas por la cabeza, que valorando su capacidad intelectual y su formación hace décadas que no tenemos a alguien de este calibre sentado en el sillón presidencial. Lo demuestra en cada intervención que le toca hacer uso de la palabra, y ¡cómo la usa! No es sólo una cuestión de oratoria, también la exposición doctrinaria que hace de los temas que aborda, comenzando por su mensaje a la Asamblea. Todo ello está hablando de capacidad de estadista.
Claro, falta nada más que ponga en realizaciones todo lo que promete, ¡nada más y nada menos! Y entonces, estaremos allí con mejores elementos en la mano para completar el juicio. Debemos acordar que venimos “saliendo del infierno” y que un camino de esta naturaleza no es ni sencillo ni corto. Pero, en algún momento se tiene que acabar. Empezaremos a remontar la cuesta del crecimiento, que no debe ser entendido solamente como económico, es mucho más importante que recuperemos la honestidad, la responsabilidad, la solidaridad, la equidad, el asumir y cumplir nuestros deberes, y asentarnos sobre la defensa de nuestra cultura nacional. Y esto vale para todos los “hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”. Porque sólo así tendremos el derecho de reclamar, denunciar, exigir que nuestros “representantes” cumplan con lo suyo.
Del camino del infierno todavía nos falta bastante. Porque hoy podemos oír a nuestros comerciantes contentos hablar de cómo ha aumentado el consumo, y esto es bueno, habla de un mayor poder adquisitivo. Pero, ¿para cuántos? Paralelamente al crecimiento de la producción y de las ventas ¿se sigue ampliando la brecha entre los que más tienen y los que menos tienen? Si es así ¿cómo se explica esto? Entonces, Sra. Presidenta a seguir avanzando, pero incluyendo a todos o, por lo menos por ahora, a muchos de los más necesitados. Todo ello ¡Por un mejor 2008!

jueves, 20 de diciembre de 2007

Educación, responsabilidad de todos

En el curso de una semana apareció el tema e la educación con un subrayado interesante. Primero, la presidenta lo incluyó en su discurso de asunción del mando ante la Asamblea Legislativa. Allí hizo un señalamiento respecto de dónde había estudiado la pareja presidencial que puede ser considerada como una afirmación de principios: “somos hijos de trabajadores y él es Presidente y yo soy Presidenta; somos eso, producto de la educación pública”. De modo que coloca en un primer plano a este tipo de educación en tiempos en los que se habla tan mal de la función que se realiza. Pero agregó de inmediato: “Pero también quiero decir que aquella educación pública no es la de hoy. Yo me eduqué en una escuela donde había clases todos los días, donde los maestros sabían más que los alumnos, donde nosotros teníamos que estudiar todo el día para poder aprobar y pasar, porque creíamos en el esfuerzo, porque creíamos en el sacrificio”.
Esto debe ser tomado, en mi opinión, como un punto de partida para la discusión del problema educativo. Porque yo encuentro una recurrencia en afirmar que la educación es un problema de presupuesto, como si con más dinero solamente se resolviera el estado de la educación actual. “Porque no hay financiamiento estatal que valga. Podemos destinar no seis puntos del Producto Bruto, podemos destinar diez, pero si no hay capacitación y formación docente, si los alumnos no estudian, si la familia no se hace cargo, en fin si todos no trabajamos y nos esforzamos y cooperamos en lograr el bien común, va a ser muy difícil no solamente lograr una mejor calidad de educación sino también seguramente un mejor país”.
Me pareció un acto de sinceramiento del problema al colocar los factores intervinientes y las diferentes responsabilidades que se debe asumir. El Estado deberá poner el dinero necesario, los docentes deberán incorporar las capacitaciones necesarias que financiará el Estado, pero además, y esto lo digo como docente de treinta y cinco años de experiencia, también deberán recuperar una vocación que muchas veces no se la ve en ellos. Con gremios excesivamente sindicalizados, quiero decir que centra sus luchas en el tema salarial, que son necesarias pero no suficientes. Debieran encontrar otros modos de protesta que el simple paro que perjudica al alumno y convierte a los padres en rehenes. No aparecen de las organizaciones gremiales propuestas de cursos de capacitación, estudio, debate, etc.
Para ello “entonces todos los que formamos y forman parte de la escuela pública debemos encontrar formas dignas de lucha por los derechos que cada uno tiene pero esencialmente defendiendo con inteligencia a la escuela pública”. Porque los padres que tienen dinero resuelven por el lado de la escuela privada, pero ella no es mejor que la pública, sólo asegura más días de clases, pero ello no alcanza.
Preguntado el ministro de educación sobre las palabras de la presidenta que defendió la vieja escuela dijo: “Lo que ella quiso decir es que efectivamente el maestro no es lo mismo que el alumno. ¿Qué quiere decir hoy saber más? No es que sea el poseedor de la información, porque la información hoy se puede transmitir por muchas modalidades. Lo que el maestro tiene que saber más es en valores y tiene que transmitir algunos valores porque es el adulto y el alumno es el joven… El aprendizaje es asimétrico y esta verdad hay que sostenerla… Si queremos una sociedad justa tenemos entonces que traducir esta idea de justicia en términos concretos: tenemos que aprender a convivir con el otro, a resolver nuestros conflictos por vía no violenta, a respetar al diferente. Acá reside la diferencia con la escuela anterior”.
Si la presidenta y el ministro lo tienen claro, llegó la hora de las realizaciones. Pero la de todos: padres, hijos, maestros, funcionarios, dirigentes políticos, etc. Así será posible avanzar, caso contrario deberemos llorar sobre la leche derramada, pero asumir que hemos ayudado a derramarla.

martes, 11 de diciembre de 2007

Hablar no es fácil

Hace unos seis meses escribí una nota en la que llamaba la atención del “distinguido público” respecto a las reflexiones, notablemente “sesudas”, referidas a las capacidades que podría tener una mujer, y no cualquier mujer, para ejercer la Presidencia de la Nación. Si la persona que estuviera en cuestión fuera Valeria Mazza (con todo respeto, como se dice cuando uno va a faltarle el respeto a alguien), o lo mismo da Moria Casán, etc. el tema podría ser sometido a debate. Si Gran Hermano y Tinelli tienen el público que tienen, si Macri ganó en Buenos Aires, uno debería aceptar que “hay gusto para todo”, como afirma la sabiduría popular.
Decía yo, en aquella oportunidad, que un debate de tal calibre debería imponerse la totalidad de la ciudadanía cada vez que enfrentemos una elección presidencial, y ¿por qué no de las otras? Sin embargo, hemos tenido cada presidente que “supimos conseguir” que no da para hacernos los inteligentes y exquisitos. Pero si saqué a relucir la cuestión de género es porque la candidata de aquel entonces estaba recibiendo un trato que no se le había dispensado a otras que también lo fueron y hasta a algunas de ellas que fueron elegidas. Ruego hacer un ejercicio de memoria histórica y colocar a cada quien en su casillero. Entonces, el problema residía para mí en las condiciones de cualquier candidato, por ello escribía:
“Por lo que creo que deberíamos centrarnos en qué piensa, qué dice que va a hacer, qué propone. Y cuando se escribe, se habla por radio o televisión, tanto sobre este tema lo que no aparece es lo que voy a proponer: a) que se le revise el “currículum” (o como se deba llamar) a todo candidato a la presidencia, b) que se le tome luego un test de inteligencia y un examen de conocimientos generales, c) que redacte ante un jurado, debidamente seleccionado, una mínima monografía sobre por qué cree que tiene condiciones para ser presidente, y d) que se habilite a presentarse a elecciones a los que hayan aprobado. Y dejemos de lado si es hombre o es mujer”.
Ha pasado el tiempo y aquella candidata se ha sentado ahora en el Sillón de Rivadavia (con perdón de la palabra). No sólo se ha sentado, antes de ello, ha tenido el coraje de dirigirse a la Asamblea Legislativa sin un papel en la mano e improvisar su discurso de asunción del mando, como le dicen. Y, para colmo, tuvo la osadía de improvisar una pieza oratoria de calidad tal que si fuera condición para sumir el sillón hubiera quedado vacante muchísimas veces. Y, para completarla, esa pieza oratoria tocó temas cruciales con una profundidad doctrinaria digna de más de una cátedra.
¿Por qué vuelvo sobre el tema de esta mujer? Porque debo decir, como viejo docente, que en un final yo le hubiera puesto 10 (diez) Felicitado! No faltarán las voces de siempre que me dirán “hablar es fácil”, el problema es si es capaz de hacerlo. Primero, debo decir a tal opinador que hablar no es fácil, si no póngase Ud. a hablar 45 minutos, con coherencia, con conocimiento del tema, con la certeza que sólo da la convicción profunda y luego seguimos avanzando. Segundo, lo que sea capaz de hacer sólo depende de ella en parte, la otra depende de todos nosotros. Pero si Ud. es uno de esos que va a la cancha de fútbol a criticar como juega su equipo y Ud. nunca patió una pelota, y sin embargo, ello no lo inhibe para que arme y desarme el equipo varias veces proponiendo idealidades irrealizables, todo lo que pueda hacer le parecerá defectuoso. No estoy seguro de haber sido claro. Bien: llegó la hora de que ella cumpla con lo dicho.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

La ignorancia sobre la Nación - II

Avanzando en la lectura, encontré en Fichte otras semejanzas con nuestra historia, dignas de ser mencionadas. Ese “hundimiento paulatino” que él observa en aquella Alemania no es muy diferente al de nuestras últimas décadas. Alemania venía de una etapa en que la comunidad había logrado grandes progresos, según él: «Para sí mismos necesitaban poco, para empresas comunes efectuaban ingentes gastos. Raras veces sobresale y se distingue aisladamente un nombre; todos mostraban el mismo sentido y entrega a la comunidad». Aun aceptando que haya una gran dosis de idealización en la descripción de ese pasado, debemos rescatar de esa historia el sentimiento colectivo de comunidad, identificada con una patria, que empujaba al emprendimiento de grandes realizaciones en pos de un destino común.
Todavía en aquella Alemania no había penetrado la idea del individualismo burgués de cuño anglosajón. Por ello Fichte exhorta al cuidado y protección del mercado interno, que no es sólo un objetivo económico, es fundamentalmente la preservación de la cultura nacional sostenida por su base de pueblo, como él defiende. Advirtiendo que: «Ciertamente entre nosotros hubo pensadores de segunda fila y faltos de originalidad que imitaron doctrinas del extranjero –mejor la del extranjero, según parece, que la de sus compatriotas- tan fácil de conseguir, pues lo primero les parecía más selecto; estos pensadores intentaron convencerse a sí mismos de ello en la medida de lo posible. Pero allí donde se movía el espíritu alemán de manera autónoma, surgió la tarea de buscar crear una filosofía propia, convirtiendo, como debía ser, el pensamiento libre en fuente de verdad independiente».
Pareciera que este filósofo alemán nos habla a través de los siglos de lo que nos ha ocurrido a nosotros. No deja de sorprender cuántas semejanzas, a pesar de la distancia en tiempo y geografía. Pensadores (¡!¿?) de “segunda fila” abundan por estas tierras y “faltos de originalidad” absorben extasiados doctrinas extrañas a nuestra idiosincrasia, pero muy afines con los propósitos de los “dueños del mundo”, muchas veces ocultos a su ignorancia. La importación de ideas ha sido una de las tareas más fructíferas en los medios intelectuales. Citar lo último que se escribió o dijo en cualquier lugar de los países centrales, importando muy poco la calidad de lo afirmado, da patente de persona culta y bien informada (¿o deformada?).
Podríamos parafrasear diciendo: “pero allí donde se movió el espíritu indoamericano de manera autónoma, surgió la tarea de crear la filosofía de la liberación, convirtiéndose en un pensamiento libre, fuente de verdad independiente”. Y diagnostica nuestro autor: «Mientras no volvamos a producir nada digno de tenerse en cuenta, entre los medios concretos y específicos para elevar al espíritu alemán, uno muy eficaz sería disponer de una historia fascinante de los alemanes de esa época que fuese libro nacional y popular… Sólo que una historia así no tendría que narrar los acontecimientos a modo de crónica, sino que tendría que meternos dentro de la vida de aquella época impresionándonos profundamente… y esto, no mediante invenciones infantiles, como tantas novelas históricas han hecho, sino mediante la verdad; de su vida deberían dejarnos entrever los hechos y acontecimientos como testimonio de la misma».
Nos está hablando de nuestra “historia oficial” y de la necesidad de reescribir la “historia de nuestra patria y la de nuestro continente”, para reencontrarnos con un pasado que nos devuelva la dignidad de ser lo que prometíamos ser. En esa senda descubriremos nuestra originalidad como pueblo que nos devolverá nuestra identidad y nuestra autoestima.