miércoles, 27 de noviembre de 2013

Subjetividad posmoderna y el buen vivir XVIII



Para dar un transitorio punto final a estas reflexiones, voy a presentar un modo diferente de pensar lo humano: la sabiduría. Desde ella, la comprensión se ahonda, se torna más densa, más profunda, pretende ver y comprender lo que El principito[1] advertía: «Lo esencial es invisible a los ojos». Entonces, ¿cómo, qué y desde dónde se mira? La respuesta posible requiere recuperar una dimensión ya aparecida: el espíritu, como la disposición que transforma la percepción y el análisis. Esta óptica deconstruye y reconstruye la realidad y posibilita, así, el acceso a zonas escondidas detrás de la superficie de la vida cotidiana. Zonas presentes pero ocultas para el que mira sin ver, nos advierte Atahualpa Yupanqui. Ese mirar sin ver es la condición habitual del ciudadano de a pie, arrastrado por una cotidianeidad monótona. No ve, porque no sabe hacerlo;  por ello, no se detiene a mirar. Para hacerlo, se impone la tarea de crear interiormente la necesidad espiritual, el deseo de ver lo esencial, lo invisible para el desinteresado. Una definición de este pensar para mirar y mirar para pensar puede encontrarse en estas palabras:
La filosofía es un caminar que se debe hacer empapándose de lo real, de lo finito y lo infinito, de lo efímero y de lo eterno. Y es un caminar enamorado, un caminar anhelante que nunca debe perder el asombro y la admiración por la maravilla de la realidad… El ser humano no puede agotar lo real, pero tampoco es a lo que está llamado. Al igual que la máxima expresión humana, que es el amor, no necesita agotar al otro para hacerse pleno, el hombre no necesita agotar lo real para ser filósofo… es, en definitiva, "dejar ser a lo real".[2]
Este pensar predispone una actitud diferente: un mirar enamorado de la vida, un mirar que necesita y quiere comprometerse en la construcción de caminos emancipadores, en la sabiduría de que ello se hace con la compañía de otros, sin los cuales ese caminar se torna estéril.
 La buena vida comienza a mostrarse cuando ya estamos en condiciones de vislumbrarla, en disposición de abandonar lo que hace ciega y pesada nuestra conciencia, lo que nos ata a necesidades superfluas y, por ello, enturbia nuestra mirada con las nieblas de las cosas sin sentido.
La milenaria tradición recurría a pequeños cuentos, parábolas, para dejarnos sumergir en las cristalinas aguas de la sabiduría, para encontrar allí un modo distinto de aproximarnos a la felicidad. La escritora y poeta Grace María Nóbrega Alves[3] (1964) nos ofrece la siguiente reflexión:
La felicidad vive ahí. Tiene forma de sonrisa y de perfume del campo cuando las flores pequeñitas revientan en el suelo. Tiene las palabras, vestidas por el sol de la mañana. Se la puede colgar como un collar y se contagia porque quema, ilumina y seduce. Está ahí, en la curva de hoy, escondida bajo las piedras del miedo, de la desconfianza, de la enfermedad… Tenemos que descubrirla. Está a nuestro alcance. Está en las cosas pequeñas que componen las horas de nuestros días, en los silencios iluminados de las miradas que alegran nuestra mirada, en aquellos momentos fríos que nos impiden mirar el cielo. Está en el abrazo apretado de los amigos, en la suavidad de nuestros hogares, en el sabor antiguo de la comida de nuestra casa, que todavía humea, en el beso que nos espera al final del día. La felicidad esta en nosotros: en nosotros con nosotros, en nosotros con los otros, en nosotros con Dios, tenga este el nombre que tenga.
A veces nos engañamos en la forma de buscarla. Tu verdadero secreto está ahí, en esas manos que viven al final de tus brazos, en esos pies que soportan el peso de tu cuerpo, en ese corazón que insiste en latir, en esos ojos capaces de embriagarse con la belleza de las cosas. Si quieres voy contigo. Nos necesitamos mutuamente para encontrar la curva cierta sin perdernos en el camino.
Si la palabra “revolución” recobra su sentido etimológico de ‘girar, dar vueltas’, dejando de lado los caminos de la violencia, puede comprenderse como un acto de servicio. Desde este diferente significado, se entienden mejor las palabras de Ernesto Guevara: «El revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor». En tanto tal, es una búsqueda de una buena vida para todos. Las palabras de la poeta ahora cobran un significado más profundo y vivencial.
Entonces, la buena vida comienza dentro de nuestro corazón, cuando el otro se convierte en alguien digno e importante para vivir con él, cuando juntos comenzamos a ayudar a los que más padecen (servicio), si las pequeñas cosas de la vida son lo más importante para nuestra alegría, como nos enseña nuestra poeta. Pecamos de arrogancia y ceguera cuando nos proponemos cambiar el mundo, pero no comenzamos por cambiar nosotros. Las terribles estructuras sociales injustas hallan parte de sus cimientos en lo más profundo de nuestros corazones.


[1] Novela corta del escritor francés Antoine de Saint-Exupéry (1900–1944).
[3] Es licenciada en Lenguas Modernas y Literatura. Actualmente se destaca como profesora en el Centro de Estudios de Historia del Atlántico, Madeira (Portugal).

domingo, 24 de noviembre de 2013

Subjetividad posmoderna y buen vivir XVII



Continuamos en la línea expuesta por la socióloga Irene de León, quien agrega dos ejemplos de procesos similares en marcha:
La “Revolución Ciudadana” de Ecuador (2007) y el proceso que da lugar al estado plurinacional boliviano (2005) sitúan como elemento central la idea del “buen vivir”. En ambos casos ligados a la construcción del socialismo. ¿Qué se entiende por “buen vivir”? consiste en dar prioridad a las relaciones armoniosas y de interdependencia entre todo lo viviente, es decir, entre los seres humanos y también en sus vínculos con la naturaleza y el resto de seres vivos. La Constitución ecuatoriana reconoce los derechos de la naturaleza. También en Bolivia se ha otorgado pleno reconocimiento a la madre tierra (Pachamama).
El alcance de esta noción de “buen vivir” implica trascendencias de enorme interés, no para ser copiados, como afirmé anteriormente, sino como ejemplos de personas y pueblos —con sus semejanzas y grandes diferencias— emprendedores de un proceso de cambio. Podemos recordar y aprender que son los hombres los que escriben la historia. Esta afirmación no está de más en épocas de tanto escepticismo. Estos intentos —proyectos, programas, como prefiramos pensarlos— suponen, en primer lugar, romper con las visiones excesivamente antropocéntricas de la cultura moderna. Implican, además, una apuesta a otras formas de producción económica, otras prácticas sociales, que no ignoren las “diversidades”. Continúa la socióloga:
No atender exclusivamente a unos derechos económicos y sociales subsumidos en los derechos humanos, sino aumentar la lente para incluir los derechos de la naturaleza, pensados en función de la reproducción de la vida. En síntesis, “considerar la vida y no el capital como hilo conductor de la existencia”. El “buen vivir” requiere contextualización. No se trata de una iniciativa aislada, sino que adquiere sentido en el proceso de “desneoliberalización” en tres fases impulsado por la “revolución ciudadana” de Ecuador. En los primeros meses de gobierno se produjo un desprendimiento de las instituciones financieras internacionales; se marcó distancias con el FMI y el Banco Mundial para que dejaran de tener potestad sobre su gobierno y, por último, se apuntó a  una mayor autonomía respecto al poder de las transnacionales.
Se trata, en definitiva, de proponer una alternativa civilizadora cuyo eje sea “vivir en armonía; que posibilite la reproducción de los ciclos de la vida; y que ponga el énfasis en que para vivir no sólo son necesarios las cosas y los capitales”. Este proyecto de vida nueva tiene un objetivo fundamental y excluyente: buscar la felicidad, lo cual supone una nueva cosmovisión. Esta filosofía del buen vivir contiene una cosmovisión con múltiples áreas. Según Irene León,
Es un concepto complejo, históricamente construido, no lineal y en constante resignificación; se trata, más que de un marco cerrado, de una posibilidad: la de romper con el exceso de antropocentrismo, las reglas capitalistas y neocoloniales. ¿Cómo llevar a término esta ambiciosa ruptura? Antes que hablar de plazos inmediatos, se debe asumir una propuesta de transición de largo alcance. Para lo cual hay que apelar a la paciencia. Se apunta a cambios muy hondos, y esto no puede hacerse por decreto; hace falta la implicación de todo el mundo; porque hablamos nada menos que de unos nuevos ejes de convivencia humana. De la que no se excluye la economía del cuidado como elemento de ruptura. No consiste el “buen vivir” en crear islas de “utopías” desprendidas del mundo, como pedazos de ilusión, ni en situarse al margen de los conflictos geopolíticos que atraviesan el continente. El “buen vivir” surge como una propuesta de cambio compartido para una ruptura sistémica.
Creo que queda claro que no habla de un camino fácil, accesible, sin obstáculos, sin impedimentos de poderes que, es sabido, rechazan estos posibles proyectos, ya que estos cambios atentan contra sus privilegios, sus intereses mezquinos, sus proyectos de dominación y explotación. No debemos olvidarnos de que la historia de los hombres se ha planteado en esos términos de intereses contrapuestos. Pero, al mismo tiempo, esa historia nos enseña que ningún imperio fue eterno. Todos fueron derrotados por la voluntad de los hombres que desearon y lucharon por la liberación.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Subjetividad posmoderna y buen vivir XVI



El concepto subjetividad debe ser entendido, para nuestra utilización, como la dimensión personal que se refiere a lo más profundo de la conciencia, a lo que pertenece íntimamente al sujeto; es decir, a cierta manera de sentir y de pensar, propia de aquel. Pero, como hemos visto, ese nivel de la persona no deja de ser una consecuencia del marco cultural en el que nace y crece, aunque se va convirtiendo en un modo adecuado para su realización como única e irreemplazable.
Para profundizar el análisis que realizamos, y abrir aun más la brecha por la cual nos filtramos hacia un posible futuro mejor, propongo que denominemos espiritual a esa dimensión, sin que esto suponga un sesgo teológico en nuestra investigación. Podemos pensar que
Referido a una persona, representa una disposición principalmente moral, psíquica o cultural, que posee quien tiende a investigar y desarrollar caminos de compromiso con un tipo de valores. Es decir, un conjunto de creencias y actitudes éticas que, en la tradición judeocristiana, supone una relación de comunidad con los otros y un servicio a los más necesitados como características fundamentales de la vida espiritual. Esta decisión implica habitualmente la intención de experimentar estados especiales de bienestar, como la salvación o la liberación, personal y comunitaria. Se relaciona asimismo y necesariamente con la práctica de la virtud.
Como quedó ya dicho, la experiencia de los pueblos originarios es un buen punto de partida para pensar, desde nuestra situación actual, caminos propios que tiendan puentes entre esa herencia —la occidental moderna, con sus más y sus menos, dentro de la historia latinoamericana— y la buena vida en práctica en esos pueblos. No para copiar, sino para enriquecer nuestras posibilidades.
El Canciller de Bolivia, David Choquehuanca, junto a la dirigente sindical aimara, Ruzena Maribel Santamaría Mamani, nos ofrecen algunas precisiones para pensar en este no tan sencillo tema:
El Suma Qamaña (en aymara « Buen Vivir ») está basado en la vivencia de nuestros pueblos, significa vivir en comunidad, en hermandad, y especialmente en complementariedad, es decir compartir y no competir, vivir en armonía entre las personas y como parte de la naturaleza. El Suma Qamaña está reñido con el lujo, la opulencia y el derroche, está reñido con el consumismo. No es lo mismo que el vivir mejor, el vivir mejor que el otro, a costa del otro. No buscamos, no queremos que nadie viva mejor. Queremos que todos podamos vivir bien. Por otra parte, para vivir mejor se enseña a competir, por ejemplo, para ser el mejor alumno del colegio, para vender más, ganar más plata, buscar más lujo a costa de los demás. Robar, atentar contra la naturaleza, mentir, no es Suma Qamaña. Eso posiblemente nos permita vivir mejor, pero no es Suma Qamaña, ya que para el vivir mejor, frente al prójimo, es necesario explotar, se produce una profunda competencia, se concentra la riqueza en pocas manos.
La Suma Qamaña, explican, es basarse en el Ama Sua (‘no robarás’), Ama Llulla (‘no seas flojo’) y Ama Qhella (‘no seas mentiroso’). Son sus códigos principales, recogidos también por la Constitución Política del Estado Plurinacional de Bolivia. Es fundamental para ellos que dentro de las comunidades se respeten estos principios, para alcanzar un buen vivir.
Las preguntas por los cómo, los cuándo, los con qué, los con quién  no tienen respuestas únicas. Este tema, desde las dificultades que presenta, fue abordado por la socióloga ecuatoriana Irene León, de la Fundación de Estudios, Acción y Participación Social (Fedaeps), en una conferencia dictada en la Academia de Socialismo XXI. Sostuvo:
El patrón civilizatorio, impuesto a escala planetaria, se levanta sobre diversos cánones de dominación, principalmente aquel de la preeminencia del “hombre” sobre la naturaleza, sobre las otras personas y el conjunto de lo viviente. Desde esa perspectiva, se han organizado las formas de vida, de producción y las relaciones entre personas y sociedades. Entre las consecuencias de tal enfoque resultan: un mundo polarizado, marcado por las desigualdades sociales y económicas; un planeta con altos riesgos para su supervivencia; una humanidad inmersa en crisis persistentes y consecutivas, entre otras. De allí, la necesidad de cuestionar y replantear este modelo de forma integral, y formular propuestas e iniciativas de cambio civilizatorio, desde la multiplicidad de cosmovisiones que nos son propias, desde las alternativas planteadas más recientemente, y desde las posibilidades de cambio levantadas en la Latinoamérica del Siglo XXI.
Convierte aquellas preguntas en una advertencia respecto de lo que debe plantearse y reflexionar como pasos previos en ese camino del buen vivir.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Subjetividad posmoderna y buen vivir XV



A lo largo de estas páginas, hemos considerado esa compleja dialéctica en la que está necesariamente inmerso el sujeto humano desde sus orígenes, como ya quedó dicho. Como un punto de quiebre de este milenario proceso, la Revolución Industrial fue un salto determinante, configurador de un nuevo perfil de sujeto. La Modernidad había trazado sus líneas generales y acentuado los rasgos individualistas que fueron aislándolo del juego de las relaciones solidarias tradicionales, heredadas entre los siglos XI y XV, en la Europa occidental. Esa revolución sumergió al sujeto moderno en el mar de las multitudes de las grandes ciudades.
 La paradojal situación de los siglos XX y XXI —que crea un nuevo escenario, la sociedad posindustrial— mostró otra novedad: vivir aislado y acorralado en el seno de la muchedumbre de la sociedad de masas. La sociedad de la comunicación encuentra a este sujeto encerrado en sí mismo. Esto explica, en parte, la ansiedad y la angustia imperantes.
El bien-estar (no, el buen-vivir) como forma y meta de la búsqueda de una felicidad propuesta desde el mercado, halla una satisfacción efímera comprando los bienes de la lista de las necesidades insatisfechas, prolongada hasta el infinito, en tanto los modos satisfactorios son pasajeros y evanescentes. El profesor Mateo Aguado[1] ha investigado el tema del paradigma de la satisfacción, y señala las dificultades de la disparidad de criterios que lo rodea. Sostiene:
Esta falta de acuerdo ha condicionado en gran medida las dificultades de su evaluación, a la vez que ha ralentizado su ascenso como paradigma emancipatorio frente al discurso dominante del dinero; un discurso que, bajo denominaciones como bienestar económico o nivel de vida, ha penetrado profundamente en el imaginario colectivo (sin ser, ni mucho menos, sinónimo de una vida buena). A la hora de abordar la evaluación del bienestar humano es importante establecer una nítida distinción entre sus dos posibles dimensiones: la objetiva y la subjetiva. Mientras la primera de ellas se centra fundamentalmente en los aspectos materiales, la segunda captura la evaluación que los individuos tienen sobre sus propias circunstancias (es decir, lo que piensan y sienten).
Es muy interesante el planteo temático de las dos dimensiones, muchas veces diluidas en este tipo de investigación. La subjetiva, que podría asimilarse a un concepto análogo, la sensación térmica, depende de cada cultura y cada momento histórico, lo que hace muy dificultoso trazar comparaciones o modelizar su análisis. Hoy, el peso determinante de la cultura consumista marca a fuego la conciencia colectiva y la sume en una carrera inacabable. En tanto el tema se plantee en esos términos, avanzar es claramente frustrante. Sin embargo, no es menos dificultoso abordar la dimensión objetiva, puesto que las necesidades están trabajadas por los deseos, en medio de un mercado publicitario de alto poder de fuego.
Colocados frente a este panorama, no podemos menos que tomar nota de la disparidad de fuerzas con la que  debe afrontarse la batalla cultural en curso. El sujeto posmoderno ha caído en el desánimo, en la abulia, en el conformismo, en la derrota o, negando todo ello, se entrega gozoso al disfrute individual, engañoso y esterilizador. Cualesquiera de estas actitudes está lejos de abandonar el paradigma del bien-estar, para comenzar a aproximarse al buen-vivir. 
Se torna necesario recuperar —para abrir una brecha hacia adelante en esta investigación— una dimensión humana postergada, abandonada o desvalorizada en este largo último tiempo, la dimensión espiritual. Este concepto, para gran parte de la conciencia colectiva actual, presenta aristas inaceptables o de difícil digestión, en tanto se las asimila al tratamiento que las religiones tradicionales han efectuado de ellas, o a las que han irrumpido en manos de las olas de la New Age[2], que han penetrado, a través de los medios y librerías especializadas, con la promesa de recetas fáciles.



[1] Licenciado en Biología por la Universidad Complutense de Madrid, Máster Universitario en Cambio Global por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Investigador del Laboratorio de Socio-Ecosistemas de la Universidad Autónoma de Madrid.
[2] El término Nueva era o New age —utilizado durante la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI— se refiere a la Era de Acuario y nace de la creencia astrológica de que cuando el Sol pasa un período (era) por cada uno de los signos del zodíaco, se producen cambios en la Humanidad.