El concepto
subjetividad debe ser entendido, para nuestra utilización, como la dimensión
personal que se refiere a lo más profundo de la conciencia, a lo que pertenece
íntimamente al sujeto; es decir, a cierta manera de sentir y de pensar, propia
de aquel. Pero, como hemos visto, ese nivel de la persona no deja de ser una
consecuencia del marco cultural en el que nace y crece, aunque se va
convirtiendo en un modo adecuado para su realización como única e
irreemplazable.
Para profundizar el análisis que realizamos, y
abrir aun más la brecha por la cual nos filtramos hacia un posible futuro mejor,
propongo que denominemos espiritual a
esa dimensión, sin que esto suponga un sesgo teológico en nuestra
investigación. Podemos pensar que
Referido a una persona,
representa una disposición principalmente moral, psíquica o cultural, que posee
quien tiende a investigar y desarrollar caminos de compromiso con un tipo de
valores. Es decir, un conjunto de creencias y actitudes éticas que, en la
tradición judeocristiana, supone una relación de comunidad con los otros y un
servicio a los más necesitados como características fundamentales de la vida
espiritual. Esta decisión implica habitualmente la intención de experimentar
estados especiales de bienestar, como la salvación o la liberación, personal y
comunitaria. Se relaciona asimismo y necesariamente con la práctica de la
virtud.
Como quedó ya dicho, la experiencia de los
pueblos originarios es un buen punto de partida para pensar, desde nuestra
situación actual, caminos propios que tiendan puentes entre esa herencia —la
occidental moderna, con sus más y sus menos, dentro de la historia
latinoamericana— y la buena vida en práctica en esos pueblos. No para copiar,
sino para enriquecer nuestras posibilidades.
El Canciller de Bolivia, David Choquehuanca,
junto a la dirigente sindical aimara, Ruzena Maribel Santamaría Mamani, nos
ofrecen algunas precisiones para pensar en este no tan sencillo tema:
El Suma Qamaña (en aymara «
Buen Vivir ») está basado en la vivencia de nuestros pueblos, significa vivir
en comunidad, en hermandad, y especialmente en complementariedad, es decir
compartir y no competir, vivir en armonía entre las personas y como parte de la
naturaleza. El Suma Qamaña está reñido con el lujo, la opulencia y el derroche,
está reñido con el consumismo. No es lo mismo que el vivir mejor, el vivir
mejor que el otro, a costa del otro. No buscamos, no queremos que nadie viva
mejor. Queremos que todos podamos vivir bien. Por otra parte, para vivir mejor
se enseña a competir, por ejemplo, para ser el mejor alumno del colegio, para
vender más, ganar más plata, buscar más lujo a costa de los demás. Robar,
atentar contra la naturaleza, mentir, no es Suma Qamaña. Eso posiblemente nos
permita vivir mejor, pero no es Suma Qamaña, ya que para el vivir mejor, frente
al prójimo, es necesario explotar, se produce una profunda competencia, se
concentra la riqueza en pocas manos.
La Suma
Qamaña, explican, es basarse en el Ama
Sua (‘no robarás’), Ama Llulla
(‘no seas flojo’) y Ama Qhella (‘no
seas mentiroso’). Son sus códigos principales, recogidos también por la
Constitución Política del Estado Plurinacional de Bolivia. Es fundamental para
ellos que dentro de las comunidades se respeten estos principios, para alcanzar
un buen vivir.
Las preguntas por los cómo, los cuándo, los con qué, los con quién no tienen
respuestas únicas. Este tema, desde las dificultades que presenta, fue abordado
por la socióloga ecuatoriana Irene León, de la Fundación de Estudios, Acción y
Participación Social (Fedaeps), en una conferencia dictada en la Academia de
Socialismo XXI. Sostuvo:
El
patrón civilizatorio, impuesto a escala planetaria, se levanta sobre diversos
cánones de dominación, principalmente aquel de la preeminencia del “hombre”
sobre la naturaleza, sobre las otras personas y el conjunto de lo viviente.
Desde esa perspectiva, se han organizado las formas de vida, de producción y
las relaciones entre personas y sociedades. Entre las consecuencias de tal
enfoque resultan: un mundo polarizado, marcado por las desigualdades sociales y
económicas; un planeta con altos riesgos para su supervivencia; una humanidad
inmersa en crisis persistentes y consecutivas, entre otras. De allí, la
necesidad de cuestionar y replantear este modelo de forma integral, y formular
propuestas e iniciativas de cambio civilizatorio, desde la multiplicidad de
cosmovisiones que nos son propias, desde las alternativas planteadas más
recientemente, y desde las posibilidades de cambio levantadas en la
Latinoamérica del Siglo XXI.
Convierte aquellas preguntas en una
advertencia respecto de lo que debe plantearse y reflexionar como pasos previos
en ese camino del buen vivir.
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