domingo, 29 de julio de 2012

Pinceladas sobre la democracia y el capitalismo VII


 Hemos estado estudiando hasta aquí, recurriendo a trabajos de algunos tratadistas de renombre, es de una envergadura tal que ha obligado a quienes, tal vez con algo de prejuicio, podríamos suponer que están al margen de él por sus posiciones personales, académicas, profesionales, etc. Por ello voy a incorporar a un columnista, Harold Meyerson (1950), del prestigioso y muy influyente The Washington Post. Su trabajo de investigación abarca temas como “trabajo”, “política interior y exterior”, “economía”, cuyas notas son reproducidos por importantes medios de Estados Unidos y del exterior. Todos estos datos nos hablan de la importancia que se le otorga a sus análisis. En diciembre del año pasado, en una columna que tituló “Tensión creciente entre capitalismo y democracia” propone algunas preguntas que va contestando.
Comienza su nota con esta pregunta: «¿Está reñido el capitalismo con la democracia? ¿Se debilitan el uno a la otra?». Su modo de responder va mostrando la sutileza de sus referencias a la opinión pública del país del Norte: «A los oídos norteamericanos, estas preguntas suenan estrambóticas. El capitalismo y la democracia están unidos como hermanos siameses, ¿no? Ese era nuestro mantra durante la Guerra Fría, cuando quedaba sobradamente claro que comunismo y democracia eran incompatibles. Después de la  finalización de la Guerra Fría, las cosas se volvieron más turbias. Recuérdese que prácticamente todos los altos ejecutivos y todos los presidentes norteamericanos (sobre todo los dos Bush y Clinton) nos decían que adoptar el capitalismo democratizaría China».
Esta convicción profundamente arraigada en la conciencia del pueblo estadounidense, aunque no sólo de él, nos permite comprender las dificultades, aún en plena crisis del sistema y tal vez precisamente por ello, de proponer un debate sobre este tema. Sin embargo la dimensión de los conflictos que ha generado el capitalismo global, en su última faz del dominio brutal de los financistas internacionales, obliga a avanzar con algunas ideas y conmover las certezas sobre las cuales vive todavía una parte importante del mundo del Norte. Continúa su exposición respondiendo al párrafo anterior:
«No parece que haya funcionado así. A lo largo del último año, el capitalismo se ha llevado buenamente la democracia por delante. En ningún sitio resulta esto más evidente que en Europa, en donde las instituciones financieras y los grandes inversores han ido a la guerra bajo las banderas de la austeridad y los gobiernos de las naciones con economías no demasiado productivas o sobrecargadas se han dado cuenta de que no podían satisfacer esas demandas y se aferran todavía al poder. Los gobiernos electos de Grecia e Italia han sido depuestos; al timón de ambos países se encuentran hoy tecnócratas financieros. Con las tasas de interés de los bonos españoles subiendo bruscamente en las últimas semanas, el gobierno socialista español ha sido desbancado por un partido de centro-derecha que no ha ofrecido ninguna solución a la creciente crisis del país. Ahora el gobierno de Sarkozy se ve amenazado por tipos de interés en aumento sobre sus bonos. Es como si los mercados de toda Europa se hubieran hartado de estas tonterías de la soberanía democrática». (subrayados RVL).
No podemos sino compartir sus afirmaciones y confesar que no dejan de sorprender pensando en quien las escribe. La última frase es lapidaria. Sin olvidar que es una persona de la cultura estadounidense la que habla sobre Europa, y hay detrás de todo esto mucha historia y muchas contradicciones. De todos modos la contundencia de su juicio no escandaliza, sino que subraya con firmeza un estado de cosas que realmente intranquiliza. Como les está hablando a su público necesita aclarar:
«Para que no piensen que exagero, consideremos la entrevista que Alex Stubb, ministro para Europa del gobierno derechista de Finlandia, concedió al “Financial Times” el pasado fin de semana [19 y 20-11-11]. “Los seis países de la eurozona con calificación de triple A, deberían tener más voz en los asuntos económicos europeos que los once miembros restantes. Los derechos políticos de la Europa meridional y oriental quedarían subordinados, esencialmente, a los de Alemania y Escandinavia… o a las agencias de calificación crediticia”».
Equivale a decir “hay que aumentar la dosis de esa medicina”. Agrega:
«La exigencia de que hay que ser propietario para poder votar  — abolida en este país a principios del siglo XIX por los demócratas de Jackson — ha resucitado gracias las poderosas instituciones financieras y sus poderosos aliados. Para las naciones de la unión monetaria europea, la "propiedad" que necesitan para asegurarse su derecho al voto consiste en la adecuada calificación crediticia». (subrayados RVL).
Sus comentarios muestran estupor y no es para menos.

miércoles, 25 de julio de 2012

Pinceladas sobre la democracia y el capitalismo VI


 Pero esa desigualdad, en la retribución, no es vista como injusta si está basada en las distintas  capacidades o habilidades. Sin embargo, cuando las desigualdades se derivan de la posesión o no de un capital, sin preguntar cómo se ha obtenido, coloca un punto de partida desigual sin ningún mérito previo. De este modo los menos capacitados con capital están en una ventaja relativa muy grande, respecto de aquellos más habilidosos o preparados pero sin capital. Por ello confiesa:
He de añadir que la desigualdad de riquezas en la sociedad capitalista entraña ciertas consecuencias susceptibles de ser condenadas en cuanto tales. Ante todo la concentración de fortunas permite a una pequeña fracción de la población vivir sin trabajar. Es lícito protestar por una desigualdad que aparenta no serlo o que no está fundada sobre el trabajo, y que se acepte una desigualdad justificada, al menos en apariencia, por las funciones prestadas. En segundo lugar, un sistema de concentración de fortunas implica cierta transmisión de éstas y es justo pensar que la desigualdad a suprimir no es tanto la de los ingresos cuanto la desigualdad de punto de partida. (subrayados RVL)
La conclusión a la que arriba Aron es que la desigualdad:
La conclusión mínima que debe extraerse de estas consideraciones, es que el problema de la desigualdad no se puede zanjar por un sí o por un no, por bueno o por malo. Existe una desigualdad que es propiamente indispensable en todas las sociedades conocidas como incitación a la producción, existe una desigualdad que es, probablemente, necesaria como condición de la cultura a fin de asegurar a una minoría la posibilidad de consagrarse a actividades superiores, lo que no deja de ser cruel para quienes se encuentran del lado malo de la barrera. Finalmente la desigualdad, aunque se trate de la propiedad, cabe ser considerada como la condición de un mínimo de independencia del individuo respecto de la colectividad. (subrayados RVL)
El otro tema relevante que Aron señala es el que denominó la “anarquía capitalista”, que es la  consecuencia de un mercado libre, de oferta y demanda no planificada, y que arrastra el peligro de caer en crisis de superproducción. Esta escasez da lugar a la acumulación de stocks, que no encuentra compradores, y acá se debe hacer referencia al sector laboral y a sus ingresos sobre lo que hay, por lo general, bastante resistencia. Dice Aron en la misma página:
Cuando los economistas dicen mecanismo de mercado, entienden por ello que el equilibrio entre la oferta y la demanda se establece espontáneamente entre compradores y vendedores en el mismo, que la distribución de recursos colectivos se determina por la respuesta de los consumidores a las ofertas de los productos sin planificación de conjunto y que puede producirse desequilibrios en los mercados parciales e incluso en el global. (subrayados RVL)
Esta oferta y esta demanda sólo es posible de conocer después que el mercado comienza, no antes. Esto trae aparejado el riesgo de fallar en el cálculo, y que este riesgo pueda provocar dificultades en la cantidad de lo producido, dando lugar a la crisis. Aparece acá también el problema de la cantidad de mano de obra necesaria, al profesor no se la escapa el problema y afirma que:
En un régimen capitalista entraña lo que Marx llamaba un ejército de reserva industrial. Según Marx, la transformación permanente de los medios de producción obligaba continuamente a hacer salir del circuito cierto número de obreros que, al quedar disponibles, pesaban sobre el mercado y sobre el nivel de los salarios. Toda economía capitalista entraña, en cada momento, un número mínimo de obreros parados, aquellos que pasan de un oficio caído en desuso a otro oficio, o de una empresa en decadencia a otra empresa... Todo el problema reside en saber hasta dónde llega la magnitud del volumen de esa masa de trabajadores en paro forzoso. Si se trata de un gran número de parados, entonces el régimen es injustificable; el capitalismo si entrañara con carácter permanente una fracción importante de mano de obra no empleada, estaría definitivamente condenado. (subrayados RVL)
Ciertamente reconoce que el sistema requiere una cantidad permanente de obreros sin trabajo, puesto que de producirse la situación hipotética de que la oferta de mano de obra fuera inferior a la demanda, se  produciría una suba “desmedida” de los salarios y esto haría peligrar la renta del capital. ¿Que diría hoy el profesor de la Sorbona ante la masa de desocupados que crece aparentemente en forma incontenible en todo el mundo capitalista? Probablemente quedaría atónito, ya que consideraba que entre un 2% y un 3% era una desocupación aceptable. Es evidente que dentro el optimismo por la evolución del sistema capitalista de la posguerra hacía pensar en un futuro promisorio en el esplendor del estado benefactor, en él los pequeños defectos se irían superando lentamente, aunque no todo sería posible solucionar.

domingo, 22 de julio de 2012

Pinceladas sobre la democracia y el capitalismo V


Vamos a volver unas décadas atrás para ver cómo estaba el tema planteado en la década de los cincuenta. Abordando el tema desde una definición más genérica el profesor Raymon Aron[1] (1905-1983) lo analizó como un problema del desarrollo. Europa estaba urgida por la presencia imponente de la Unión soviética en pleno auge de su potencial. Durante el año académico 1955-56 en la Sorbona de París expuso en sus clases el análisis de la sociedad industrial, otro modo de plantearse el tema del capitalismo. El contenido de esas clases se editó en un libro que tituló Dieciocho clases sobre la sociedad industrial.
Comienza describiendo las líneas generales que presentó la experiencia histórica de los países centrales. La sociedad industrial se caracteriza por la presencia de las grandes empresas que introducen un modo original de división del trabajo que se desarrolla en el seno mismo de esas empresas por su modalidad tecnológica. Este modo de plantear la producción debe someterse a lo que los economistas denominan el cálculo económico. Este cálculo económico no debe ser confundido con el cálculo técnico, que debe subordinarse siempre al primero (no todas las técnicas serán aplicadas, sólo aquellas que ofrezcan el máximo beneficio). El cálculo económico es el que va a orientar las inversiones del capital en la búsqueda de la mayor rentabilidad posible.
Otra característica que la empresa industrial exige, dentro de este esquema, es la existencia de mano de obra libre desocupada en cantidades importantes. Este excedente funcionará como un tope de la demanda salarial. Esta situación está evidenciando la concentración de la propiedad de los medios de producción en pocas manos, por lo que, a su vez, da lugar a la necesidad de garantizar la propiedad privada ante cualquier cuestionamiento. Después de haber planteado las características descritas Aron va a proponer una definición de capitalismo. Le interesa poder decir cuáles son sus rasgos relevantes que permitan desentrañar la incógnita fundamental: como se maximiza la utilidad.
Habiendo ubicado el esquema general nos va a proponer una serie de rasgos relevantes con los cuales se puede identificar la sociedad industrial capitalista:
1) Los medios de producción son objeto de apropiación individual; 2) la regulación de la economía está descentralizada, o sea que el equilibrio entre producción y consumo no se establece de una vez por todas por decisión planificada, sino progresivamente, por tanteos de mercado; 3) los empresarios y empleados están separados unos de otros, de tal modo que estos últimos no disponen más que de su fuerza de trabajo y los primeros son propietarios de los instrumentos de producción, en la relación denominada asalariado; 4) el móvil predominante es la búsqueda de beneficio; 5) dado que la distribución de los recursos no está planificada, existe una fluctuación en los precios en cada mercado parcial e incluso en el conjunto de la economía, lo que se denomina en un lenguaje polémico anarquía capitalista. Puesto que la regulación no está planificada ni centralizada, es inevitable que los precios de los productos oscilen sobre el mercado en función de la oferta y la demanda y que en consecuencia, periódicamente, se produzca lo que denomina crisis, regulares o no.
Debo destacar dos rasgos que Aron señala en el capitalismo, dos temas poco tratados en aquella época y que después casi desaparecieron del tratamiento de los investigadores: las crisis y  la propiedad privada, como apropiación y desapropiación. Con referencia a la propiedad individual se limita a tomar nota de que la existencia de una apropiación individual tiene como consecuencia la desigualdad entre los hombres; ésta se manifiesta de dos maneras, una tiene como consecuencia la desigualdad en las retribuciones por tareas iguales o diferentes, haciéndose cargo de que las que mayor esfuerzo físico reclaman son las peores pagas, y que la escala asciende en relación inversa a ese tipo de esfuerzos.
Esta desigualdad opera como incentivo, según él, de la productividad, la responsabilidad, la capacidad, etc. Las sociedades industriales avanzadas han ido paulatinamente acercando los extremos del abanico de retribuciones hasta la década de los años setenta. La otra forma de desigualdad parece más difícil de ser defendida, es la que emerge de la propiedad sobre los instrumentos de producción, “la desigualdad en la distribución del capital”. Y es una desigualdad más injusta porque coloca a los hombres en puntos de partida diferentes para enfrentar la competencia, y ello no es atribuible a sus méritos. En este aspecto parece aceptar la situación como inmodificable y hasta consubstancial con el sistema. Todo sistema que deja a los individuos la propiedad sobre los medios de producción y que exige la competencia entre ellos, con vistas al máximo beneficio, forzosamente tiene que comportar una desigualdad importante de capital y después de los ingresos como resultado.


[1] Fue un filósofo, sociólogo y comentarista político francés. Profesor en la Facultad de Letras y Ciencias humanas de la Sorbona de París. Profesor de Sociología de la Cultura moderna en Collège de France también en París. Fue presidente de la Academia de Ciencias Morales y Políticas de Francia.

miércoles, 18 de julio de 2012

Pinceladas sobre la democracia y el capitalismo IV


 Siguiendo con nuestra búsqueda nos encontramos con un académico de prestigio internacional. A diferencia de los que hemos estado leyendo, se lo puede ubicar en una centro-izquierda del abanico político-ideológico europeo, con las limitaciones que este tipo de definición impone siempre. Para mayor aclaración él se ubicó dentro de una línea de la socialdemocracia europea que se autodenominó la “Tercera vía”, como un modo de apartarse del capitalismo neoliberal, por un lado, y de la experiencia del Socialismo real soviético, por otro. Se trata del profesor alemán Ulrich Beck (1944). Estudió sociología, filosofía, psicología y ciencia política en Friburgo y Munich. Se doctoró en 1972 e inició su actividad docente en Münster (1979-1981), de donde pasó a la Universidad de Bamberg (1981-1992) y, ya en 1992, accedió a la Universidad Ludwig-Maximilian de Munich como catedrático de sociología. Entre 1995 y 1998 impartió clases en la Universidad de Gales en Cardiff. Actualmente es también docente de la London School of Economics. Dirige el Centro de Investigación sobre Modernización de la Universidad de Munich, y trabaja en colaboración con otras instituciones académicas germanas. Su perfil es estrictamente académico.
Tiene una amplia lista de publicaciones, libros y en revistas especializadas. Entre las obras traducidas a la lengua castellana se pueden citar: La sociedad del riesgo. En camino hacia otra sociedad moderna (1998); ¿Qué es la globalización? Falacias del globalismo, respuestas de la globalización (1997).  De este último extraigo esta cita:
«Por globalismo entiendo la concepción según la cual el mercado mundial desaloja o sustituye al quehacer político; es decir, la ideología del dominio del mercado mundial o la ideología del liberalismo. Ésta procede de manera monocausal y economicista y reduce la pluridimensionalidad de la globalización a una sola dimensión, la económica, dimensión que considera asimismo de manera lineal, y pone sobre el tapete (cuando, y si es que, lo hace) todas las demás dimensiones —las globalizaciones ecológica, cultural, política y social— sólo para destacar el presunto predominio del sistema de mercado mundial. Cuando el capitalismo global de los países más desarrollados destruye el nervio vital de la sociedad del trabajo, se resquebraja también la alianza histórica entre capitalismo, Estado asistencia y democracia... El trabajo remunerado sostiene y fundamenta constantemente no sólo la existencia privada, sino también la propia política. Y no se trata “sólo” de millones de parados, ni tampoco del Estado asistencial ni de cómo evitar la pobreza, ni de que reine la justicia. Se trata de todos y cada uno de nosotros. Se trata de la libertad política y de la democracia». (subrayados RVL)
Nos encontramos ahora con una toma de posición ideológica de denuncia, resultado de una mirada muy crítica, que parte de un análisis de la sociedad posindustrial que corresponde a la izquierda europea de comienzos de la década de los noventa, aunque los posicionamientos posteriores se ampararon en un “realismo político” que fue concediendo mucho frente a la avalancha neoliberal. Los críticos de esta “Tercera vía” se expresaron en palabras como estas, ante el evidente viraje político hacia posiciones denominadas de “centro-derecha”:
«Aseguraban que había que modernizar políticas y programas, prestar más atención a la apertura de los mercados y a la competitividad, y promover al mismo tiempo reducciones de los impuestos corporativos. La Tercera Vía se convirtió en la aceptación acrítica del nuevo capitalismo, dando paso, sin obstáculos, a mercados cada vez menos regulados. Después de una década de Gobiernos socialdemócratas, la desigualdad no ha disminuido en la UE, sino que ha crecido, y la igualdad de oportunidades sigue estando más relacionada con la familia que con un Estado capaz de generar equilibrios. La derecha, de regreso al poder, se dispone ahora a dar otra vuelta de tuerca y entregar los pocos servicios que siguen siendo públicos a la gestión privada, especialmente en el área de la educación y la sanidad. (subrayados RVL)
La crítica que Ulrich Beck desarrolla en nombre de la “Tercera vía” se sustenta en la experiencia de una Alemania que había sido el modelo del “Estado de bienestar” y que aparecía como una experiencia vigente desde la segunda posguerra, con un Estado distribuidor de riquezas y protector del trabajo. Sus ideas no habían llegado todavía a enfrentarse con la obra política del socialdemócrata de Gerhard Schröder (1944), canciller de Alemania, con quien había publicado varios artículos periodísticos en los que se sostenían ideas que ahora, con el desmantelamiento del Estado de Bienestar, chocaban muy duramente.