En la serie de notas
que comienza por esta voy a proponer algunas miradas que denominaré pictóricas,
de allí este título, en las que nos detendremos a mirar diferentes aspectos del
estado de nuestra sociedad global y sus repercusiones en los diversos países.
Obtendremos una cantidad de cuadros que nos dirán qué está pasando, sobre los
cuales trataremos de obtener algunas ideas que nos alumbren el pensamiento para
comprender mejor. Confrontaré los comentarios que vayan apareciendo con algunos
textos, opiniones, ideas de diferentes actores que actúan es tan importante
escenario. No debe llamarnos la atención de que vayan apareciendo
contradicciones entre ellos y entre lo que se dice y lo que sucede. Lo que
intentaré es expones y analizar algunas de las consecuencias que pueden
detectarse en este comienzo de siglo.
Comenzaré con una
especie de manifiesto lanzado por el Dr. Francis Fukuyama (1952), un publicista,
funcionario del Departamento de Estado bajo la presidencia de Busch (padre),
formado en las Universidades de Harvard y Yale, de donde egresó como Doctor en
Filosofía y Letras. Su salto a la consideración pública lo dio a partir del
artículo que publicó en la revista The National Interest en 1989, cuyo título
preguntaba retóricamente: ¿El fin de la historia? Esta revista representa el
pensamiento más conservador de la derecha republicana. El artículo trata un
tema convocante para el establishment: “El mundo sin la Unión soviética”, que
había implosionado en ese año.
Apoyado por esta institución, se convirtió en
celebridad al publicar el libro, ampliación del artículo mencionado, cuyo
título es El fin de la historia y el
último hombre (1992). El libro fue lanzado simultáneamente en varios países
con una importante promoción publicitaria. La tesis que enuncia Fukuyama
sostiene la importancia fundamental de los principios del liberalismo, tanto
político como económico, para la consolidación de la “democracia moderna”:
«No es posible mejorar el ideal de la democracia
liberal puesto que ésta es la única aspiración política coherente que abarca
las diferentes culturas y regiones del planeta. Además, los principios
liberales en economía — el “mercado libre”— se han extendido y han conseguido
niveles sin precedentes de prosperidad material, lo mismo en países
industrialmente desarrollados que en países que al terminar la segunda guerra
mundial formaban parte del Tercer Mundo. Una revolución liberal en economía
ha precedido a veces y a veces ha seguido la marcha hacia la libertad política
en todo el mundo. Este proceso garantiza una
creciente homogeneización de todas las sociedades humanas,
independientemente de sus orígenes históricos o de su herencia cultural.
Todos los países que se modernizan económicamente han de parecerse cada vez más
unos a otros: han de unificarse nacionalmente en un Estado centralizado, han de
urbanizarse, sustituyendo las formas tradicionales de organización social, como
la tribu, la secta y la familia, por formas económicas racionales, basadas
en la función y la eficiencia, y han de proporcionar educación universal a sus
ciudadanos. Estas sociedades se han visto ligadas cada vez más unas con
otras, a través de los mercados globales y por la extensión de una cultura
universal de consumidores. Además, la lógica de la ciencia natural parece
dictar una evolución universal en dirección al capitalismo» (subrayados
RVL).
Esta descripción bastante
optimista, mirada con ojos complacientes, o ciega e ignorante de la realidad
mundial de los años noventa, le permitía asegurar que se había arribado a un
“fin de la Historia” que ´le definía de este modo:
«El
fin de la historia significa el fin de las guerras y las revoluciones
sangrientas, los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad
económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas. Todo funciona mejor si puede dar por sentado un
marco jurídico estable y efectivo, que permita la seguridad de los derechos de
propiedad y de las personas, y un sistema de asociación privada relativamente
transparente. Pero estas características no han prevalecido en los países
latinoamericanos. En muchos casos, el Estado ha sido arbitrario y rapaz. Como
consecuencia, se redujeron los radios de confianza al nivel de la familia y los
amigos y se generó una dependencia a ellos (subrayados RVL).
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