A
mediados de la década del noventa alguien con mayores pergaminos académicos
publicó un libro que provocó muchos comentarios en los Estados Unidos y parte
del mundo europeo. El Dr. Lester Thurow (1938), Doctor en Economía y en
Filosofía y Letras, en la Universidad de Harvard, Profesor de Economía del
“Instituto Tecnológico de Massachussetts” (MIT), —importante institución
académica, una de las principales instituciones universitarias de los Estados
Unidos—. Fue decano de la Escuela Sloan de Administración de esa Universidad.
Es autor de numerosos libros sobre temas
de su especialidad: economía global, inestabilidad económica,
distribución del ingreso y liderazgo. En uno de sus libros, El futuro del
capitalismo (1996), analiza la relación entre democracia y capitalismo detectando
una contradicción que aparece, al menos, en el ámbito de la cultura occidental:
«La
democracia y el capitalismo tienen diferentes puntos de vista acerca de la
distribución adecuada del poder. La primera aboga por una distribución
absolutamente igual del poder político, “un hombre, un voto”, mientras el
capitalismo sostiene que es el derecho de los económicamente competentes
expulsar a los incompetentes del ámbito
comercial y dejarlos librados a la extinción económica. La eficiencia
capitalista consiste en la “supervivencia del más apto” y las desigualdades en
el poder adquisitivo. Para decirlo de la forma más dura, el capitalismo es
perfectamente compatible con la esclavitud... En una economía con una
desigualdad que crece rápidamente, esta diferencia de opiniones acerca de la
distribución adecuada del poder es como una falla de enormes proporciones que
está por deslizarse» (subrayados RVL).
Esta última frase
nos está alertando sobre una dificultad mayúscula cuyas consecuencias son
imprevisibles. Esta es la razón, según mi opinión, por la cual un intelectual
de su prestigio hace una advertencia tan grave. A lo largo de su libro va
recorriendo las últimas décadas de los acontecimientos del capitalismo del
Norte y demuestra, con cifras fundamentadas en estudios de institutos
importantes, el empobrecimiento de los sectores medios y bajos que muestran una
curva que no se ha detenido, y que la década última muestra peligrosamente
agravada. Su argumentación es un llamado a la reflexión a los dirigentes
políticos y empresariales sobre el particular, ya que, según su tesis, los
sectores medios de las democracias son los sostenedores del sistema, su
cimientos, sin cuyo apoyo todo se puede desmoronar. Es este riesgo el que es
señalado por el profesor y que, según él, pasa inadvertido para la mayoría de
los dirigentes. En otras palabras su denuncia es un modo de defensa del
capitalismo:
«El
capitalismo y la democracia son muy incongruentes en cuanto a sus hipótesis
acerca de la distribución justa del poder. Las democracias tienen un problema
con la creciente desigualdad económica, precisamente porque creen en una
igualdad política: “una persona, un voto”. La democracia tiene creencias y
puntos de referencia que no son compatibles con las grandes desigualdades. El
capitalismo también ha hecho sus esfuerzos para defender las desigualdades que
genera con una serie de ideas opuestas que explican por qué esas desigualdades
son justas y apropiadas».
Su línea de
pensamiento es clara. No es una crítica destructiva que apunte al derrocamiento
del sistema, por el contrario, es un llamado de atención respecto de los graves
riesgos que se pueden presentar si el sistema capitalista no revierte la
tendencia hacia esas desigualdades cada vez mayores. A un poco más de quince
años de estas afirmaciones, los Estados Unidos afrontan una conmoción social
que, si no es importante en número lo es por las escasas prácticas que ese
pueblo ha experimentado en este terreno. Estas movilizaciones expresan los
reclamos “del 99% contra el 1%”, que hace referencia precisamente a que estado
ha llegado esa desigualdad en la distribución de las riquezas. El 1% de la
población está conformado por los “multibillonarios” (sic), esos que
obscenamente son expuestos en revistas como Forbes o Fortune.
El periodista Sam
Pizzigati, editor Too Much, “un semanario online sobre el exceso y la
desigualdad” publicado por el institute for Policy Studies de Washington,
publica en estos tiempos noticias como éstas:
«Sólo
cuarenta años atrás, la mayoría de los americanos se codeaba con vecinos de un
muy amplio rango de niveles de renta. Pero los ricos de hoy, según muestran los
datos censales, se mantienen bien alejados de los demás. ¿Cuántos vecindarios
has visto con montones de residentes ricos y escuelas pobres? O, al revés,
¿cuántos vecindarios has visto con mayoría de residentes pobres y escuelas
espléndidamente instaladas? Hacia 1970, la gran mayoría de los americanos
vivían en barrios donde se mezclaban personas con altos y modestos niveles de
ingresos. Ya no es así. En efecto, como señala un nuevo estudio recientemente
publicado por la Fundación Russell Sage y la Universidad Brown, se ha duplicado
la proporción de americanos que viven en vecindarios caracterizados por tener
una profunda segregación por ingreso. Los ricos de América no se han hecho sólo
más ricos, como afirma el estudio realizado por los sociólogos de la
Universidad de Stanford, Sean Reardon y Kendra Bischoff. Se han vuelto además
mucho más proclives a vivir entre los de su misma condición económica. Lo mismo
sucede con los pobres»
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