Pero esa desigualdad, en la retribución, no es vista como injusta si está
basada en las distintas capacidades o
habilidades. Sin embargo, cuando las desigualdades se derivan de la posesión o
no de un capital, sin preguntar cómo se ha obtenido, coloca un punto de partida
desigual sin ningún mérito previo. De este modo los menos capacitados con
capital están en una ventaja relativa muy grande, respecto de aquellos más
habilidosos o preparados pero sin capital. Por ello confiesa:
He de
añadir que la desigualdad de riquezas en la sociedad capitalista entraña
ciertas consecuencias susceptibles de ser condenadas en cuanto tales. Ante todo
la concentración de fortunas permite a una pequeña fracción de la población
vivir sin trabajar. Es lícito protestar por una desigualdad que aparenta
no serlo o que no está fundada sobre el trabajo, y que se acepte una
desigualdad justificada, al menos en apariencia, por las funciones prestadas.
En segundo lugar, un sistema de concentración de fortunas implica cierta
transmisión de éstas y es justo pensar que la desigualdad a suprimir no es
tanto la de los ingresos cuanto la desigualdad de punto de partida.
(subrayados RVL)
La conclusión a la que arriba Aron es que la desigualdad:
La
conclusión mínima que debe extraerse de estas consideraciones, es que el
problema de la desigualdad no se puede zanjar por un sí o por un no, por bueno
o por malo. Existe una desigualdad que es propiamente indispensable en todas
las sociedades conocidas como incitación a la producción, existe una
desigualdad que es, probablemente, necesaria como condición de la cultura a fin
de asegurar a una minoría la posibilidad de consagrarse a actividades
superiores, lo que no deja de ser cruel para quienes se encuentran del lado
malo de la barrera. Finalmente la desigualdad, aunque se trate de la
propiedad, cabe ser considerada como la condición de un mínimo de independencia
del individuo respecto de la colectividad. (subrayados RVL)
El
otro tema relevante que Aron señala es el que denominó la “anarquía
capitalista”, que es la consecuencia de
un mercado libre, de oferta y demanda no planificada, y que arrastra el peligro
de caer en crisis de superproducción. Esta escasez da lugar a la acumulación de stocks, que no
encuentra compradores, y acá se debe hacer referencia al sector laboral y a sus
ingresos sobre lo que hay, por lo general, bastante resistencia. Dice Aron en
la misma página:
Cuando
los economistas dicen mecanismo de mercado, entienden por ello que el
equilibrio entre la oferta y la demanda se establece espontáneamente entre
compradores y vendedores en el mismo, que la distribución de recursos
colectivos se determina por la respuesta de los consumidores a las ofertas de
los productos sin planificación de conjunto y que puede producirse
desequilibrios en los mercados parciales e incluso en el global.
(subrayados RVL)
Esta
oferta y esta demanda sólo es posible de conocer después que el mercado
comienza, no antes. Esto trae aparejado el riesgo de fallar en el cálculo, y
que este riesgo pueda provocar dificultades en la cantidad de lo producido,
dando lugar a la crisis. Aparece acá también el problema de la cantidad de mano
de obra necesaria, al profesor no se la escapa el problema y afirma que:
En un
régimen capitalista entraña lo que Marx llamaba un ejército de reserva
industrial. Según Marx, la transformación permanente de los medios de
producción obligaba continuamente a hacer salir del circuito cierto número de
obreros que, al quedar disponibles, pesaban sobre el mercado y sobre el nivel
de los salarios. Toda economía capitalista entraña, en cada momento, un
número mínimo de obreros parados, aquellos que pasan de un oficio caído en
desuso a otro oficio, o de una empresa en decadencia a otra empresa... Todo el
problema reside en saber hasta dónde llega la magnitud del volumen de esa masa
de trabajadores en paro forzoso. Si se trata de un gran número de parados,
entonces el régimen es injustificable; el capitalismo si entrañara con carácter
permanente una fracción importante de mano de obra no empleada, estaría
definitivamente condenado. (subrayados RVL)
Ciertamente reconoce que el sistema requiere una cantidad permanente de
obreros sin trabajo, puesto que de producirse la situación hipotética de
que la oferta de mano de obra fuera inferior a la demanda, se produciría una suba “desmedida” de los
salarios y esto haría peligrar la renta del capital. ¿Que diría hoy el profesor
de la Sorbona ante la masa de desocupados que crece aparentemente en forma
incontenible en todo el mundo capitalista? Probablemente quedaría atónito, ya
que consideraba que entre un 2% y un 3% era una
desocupación aceptable. Es evidente que dentro el optimismo por la evolución
del sistema capitalista de la posguerra hacía pensar en un futuro promisorio en
el esplendor del estado benefactor, en él los pequeños defectos se irían
superando lentamente, aunque no todo sería posible solucionar.
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