Hemos
estado estudiando hasta aquí, recurriendo a trabajos de algunos tratadistas de
renombre, es de una envergadura tal que ha obligado a quienes, tal vez con algo
de prejuicio, podríamos suponer que están al margen de él por sus posiciones
personales, académicas, profesionales, etc. Por ello voy a incorporar a un
columnista, Harold Meyerson (1950), del prestigioso y muy influyente The
Washington Post. Su trabajo de investigación abarca temas como “trabajo”,
“política interior y exterior”, “economía”, cuyas notas son reproducidos por
importantes medios de Estados Unidos y del exterior. Todos estos datos nos
hablan de la importancia que se le otorga a sus análisis. En diciembre del año
pasado, en una columna que tituló “Tensión creciente entre capitalismo y
democracia” propone algunas preguntas que va contestando.
Comienza
su nota con esta pregunta: «¿Está reñido el capitalismo con la democracia? ¿Se
debilitan el uno a la otra?». Su modo de responder va mostrando la sutileza de
sus referencias a la opinión pública del país del Norte: «A los oídos
norteamericanos, estas preguntas suenan estrambóticas. El capitalismo y la
democracia están unidos como hermanos siameses, ¿no? Ese era nuestro mantra
durante la Guerra Fría, cuando quedaba sobradamente claro que comunismo y
democracia eran incompatibles. Después de la finalización de la Guerra Fría, las cosas se
volvieron más turbias. Recuérdese que prácticamente todos los altos ejecutivos
y todos los presidentes norteamericanos (sobre todo los dos Bush y Clinton) nos
decían que adoptar el capitalismo democratizaría China».
Esta
convicción profundamente arraigada en la conciencia del pueblo estadounidense,
aunque no sólo de él, nos permite comprender las dificultades, aún en plena
crisis del sistema y tal vez precisamente por ello, de proponer un debate sobre
este tema. Sin embargo la dimensión de los conflictos que ha generado el
capitalismo global, en su última faz del dominio brutal de los financistas
internacionales, obliga a avanzar con algunas ideas y conmover las certezas
sobre las cuales vive todavía una parte importante del mundo del Norte.
Continúa su exposición respondiendo al párrafo anterior:
«No parece que haya funcionado así. A lo largo del último año, el
capitalismo se ha llevado buenamente la democracia por delante. En ningún sitio
resulta esto más evidente que en Europa, en donde las instituciones
financieras y los grandes inversores han ido a la guerra bajo las banderas de
la austeridad y los gobiernos de las naciones con economías no demasiado
productivas o sobrecargadas se han dado cuenta de que no podían satisfacer esas
demandas y se aferran todavía al poder. Los gobiernos electos de Grecia e
Italia han sido depuestos; al timón de ambos países se encuentran hoy
tecnócratas financieros. Con las tasas de interés de los bonos españoles
subiendo bruscamente en las últimas semanas, el gobierno socialista español ha
sido desbancado por un partido de centro-derecha que no ha ofrecido ninguna
solución a la creciente crisis del país. Ahora el gobierno de Sarkozy se ve
amenazado por tipos de interés en aumento sobre sus bonos. Es como si los
mercados de toda Europa se hubieran hartado de estas tonterías de la soberanía
democrática». (subrayados RVL).
No
podemos sino compartir sus afirmaciones y confesar que no dejan de sorprender
pensando en quien las escribe. La última frase es lapidaria. Sin olvidar que es
una persona de la cultura estadounidense la que habla sobre Europa, y hay
detrás de todo esto mucha historia y muchas contradicciones. De todos modos la
contundencia de su juicio no escandaliza, sino que subraya con firmeza un
estado de cosas que realmente intranquiliza. Como les está hablando a su
público necesita aclarar:
«Para que no piensen que exagero, consideremos la entrevista que Alex
Stubb, ministro para Europa del gobierno derechista de Finlandia, concedió al “Financial
Times” el pasado fin de semana [19 y 20-11-11]. “Los seis países de la
eurozona con calificación de triple A, deberían tener más voz en los asuntos
económicos europeos que los once miembros restantes. Los derechos políticos
de la Europa meridional y oriental quedarían subordinados, esencialmente, a los
de Alemania y Escandinavia… o a las agencias de calificación crediticia”».
Equivale
a decir “hay que aumentar la dosis de esa medicina”. Agrega:
«La exigencia de que hay que ser propietario para poder votar — abolida en este país a principios del siglo
XIX por los demócratas de Jackson — ha resucitado gracias las poderosas
instituciones financieras y sus poderosos aliados. Para las naciones de la
unión monetaria europea, la "propiedad" que necesitan para asegurarse
su derecho al voto consiste en la adecuada calificación crediticia».
(subrayados RVL).
Sus
comentarios muestran estupor y no es para menos.
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