miércoles, 31 de julio de 2013

Reflexiones finales sobre la decadencia II





La Revista avanza en su crítica:
A inicios del siglo XXI asistimos a una aceleración, sin precedentes, del ritmo vital de nuestra civilización. La globalización del conocimiento, la tecnificación creciente de la vida cotidiana o las nuevas formas de comunicación, más rápidas y directas que antaño, expresan cambios sociales y culturales de alcance aún por determinar. Las viejas tradiciones seculares, que vinculaban al hombre con su entorno material y espiritual parecen entrar, en ciertos países y en ciertos sectores de Occidente, en trance de desaparición. No caminamos los hombres por encima de una senda lineal, desde un oscuro comienzo (“prehistoria”), que todavía es naturaleza, hasta un presente claro, el hoy, hollando tres tramos que, al modo de Joaquín de Fiore[1], son la edad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
El relato de la historia universal ofrece un curso, como se señala, que va de la llamada pre-historia[2] hasta la edad contemporánea, esquema que vertebra las carreras de historia de las universidades de Occidente, que deja afuera las historias de los pueblos de la periferia que aparecen, en algunos casos, como historias especiales, y en algunas excepciones se incluyen las historias de China, la India, Japón, etc. Esta actitud del centro imperial, el Occidente, ante los pueblos de la periferia es lo que ha entrado en crisis, es lo que se ha empezado a cuestionar y criticar desde comienzos del siglo XX, como lo muestra Spengler.
La Segunda posguerra con sus procesos de descolonización aceleraron la descomposición y a partir del fin de la Guerra Fría, en momentos de profundización del dominio imperial, en la década de los noventa, pareció que congelaba la crítica política, hasta que el estallido de la crisis financiera (2007/8) puso de relieve las terribles consecuencias que se habían padecido en gran parte del planeta.
Una palabra diferente, por quien la dice, por sus convicciones, por su elección de vida y su prédica, por su mirada que abarca la globalidad del proceso del capitalismo salvaje, José Antonio Pagola[3], propongo para ir cerrando estas páginas:
Esta crisis económica se está produciendo en el seno de otras dos crisis más graves, generadas en buena parte por el mismo sistema. Dos tercios de la Humanidad se hunden en la miseria, la destrucción y el hambre en países cada vez más excluidos del poder económico, científico y tecnológico. Por otra parte, el sistema de producción y consumo ilimitado no es sostenible en una Tierra pequeña y de recursos limitados: la degradación creciente del equilibrio ecológico nos está conduciendo hacia un futuro cada vez más incierto de la biosfera y del destino del ser humano.
Por eso, la actual crisis no es sólo una crisis económico-financiera. Es una crisis de la Humanidad. El sistema que dirige en estos momentos la marcha del mundo es objetivamente inhumano: conduce a una minoría de poderosos a un bienestar insensato y deshumanizador, y destruye la vida de inmensas mayorías de seres humanos indefensos. La razón ha quedado secuestrada: no se pregunta por los fines, no se habla del sentido que tiene la historia de la Humanidad ni de cuál es el lugar del ser humano en la Tierra. El sistema hace imposible el consenso de los pueblos y las culturas para poner en el centro la razón del bien común de la comunidad humana en una Tierra que sea la Casa de todos.
Mientras tanto, se promueven falsas soluciones a la crisis pensando sólo en salvar el funcionamiento del sistema. Se gestiona la crisis económica como una realidad aislada de su contexto global: el hambre en el mundo, la crisis energética, el carácter insostenible del ritmo de producción actual, el deterioro creciente del Planeta son «factores externos» que solo se tienen en cuenta en la medida en que puedan interesar para salvar el sistema. No se dan pasos hacia un sistema diferente que tenga en cuenta el destino común y compartido del ser humano en la Tierra. Los poderosos que hoy dominan el mundo resuelven siempre sus crisis, sordos al clamor de los hambrientos y ciegos ante la devastación creciente del Planeta. Todo se sacrifica al Ídolo del Dinero. El historiador Eric Hobsbawm dice así: «No sabemos a dónde vamos, sino tan solo que la historia nos ha llevado hasta este punto».


[1] Beato Joaquín de Fiore (1135-1202) fue abad y monje italiano nacido en Calabria en la Edad Media. Sus seguidores, denominados Joaquinitas, iniciaron un movimiento heterodoxo que proponía una observancia más estricta de la Regla franciscana.
[2] Remito al texto de la Nota 2 de este trabajo.
[3] José Antonio Pagola (1937- ) - sacerdote español licenciado en Teología por la Universidad Gregoriana de Roma, Licenciado en Sagrada Escritura por Instituto Bíblico de Roma, Diplomado en Ciencias Bíblicas por la Escuela Bíblica de Jerusalén. Profesor en el Seminario de San Sebastián y en la Facultad de Teología del Norte de España (sede de Vitoria). Ha desempeñado la responsabilidad de ser Rector del Seminario diocesano de San Sebastián.

domingo, 28 de julio de 2013

Reflexiones finales sobre la decadencia I



Quiero empezar con una cita de un luchador estadounidense. Por su defensa de los derechos civiles y por su espíritu antibelicista tal vez sea uno de los autores más importantes de la izquierda de ese país. Su trayectoria estuvo marcada tanto por su labor académica en la Universidad de Boston, como por su compromiso político. Estoy hablando del profesor Howard Zinn[1] (1922-2010) historiador social. La cita pretende cumplir la función de despejar toda duda respecto de que puedo estar trasluciendo una mirada algo escéptica o apocalíptica. Este trabajo ha pretendido proponer información y reflexiones para un análisis, lo más profundo posible, acerca de en qué mundo vivimos y sus posibles caminos de superación:
Un optimista no es necesariamente un risueño despistado, cantando tiernamente en la penumbra de nuestros tiempos. Tener esperanza en la adversidad no es una simple necedad romántica. Se basa en el hecho de que la historia de la humanidad no se basa solamente en la crueldad, sino también en la compasión, el sacrificio, el valor y la virtud. Lo que decidamos enfatizar en esta sinuosa historia determinará nuestras vidas. Si solo vemos lo peor, se derrumba nuestra capacidad de actuar. El recordar tiempos y lugares, y son muchos, donde la gente se ha comportado dignamente, nos da la voluntad de actuar, y por lo menos la posibilidad de virar este mundo perinola en una diferente trayectoria. Y si actuamos, aun en mínima capacidad, no tenemos que esperar un  espléndido futuro utópico. El futuro es una sucesión infinita de presentes, y vivir hoy tal como creemos que la gente debe vivir, en desafío total ante el mal que nos rodea, es en sí una victoria extraordinaria.
El tema de la decadencia de las culturas ha sido tratado por importantes pensadores en las últimas décadas, no es una novedad. Lo que me ha empujado a proponerlo como tema de reflexión fue, como ya quedó dicho, la relevancia que asume ante la caracterización que hace de este momento de la historia planetaria un informe presentado por las Agencias de Inteligencia a la Casa Blanca.
Al hablar de la civilización occidental, lo que se está mentando es, en rigor, Europa con una serie de prolongaciones (americanas, australianas, etc.), lo que también puede denominarse, como lo hacen autores de las últimas décadas, el Mundo Noratlántico. Es allí donde se ha elaborado a partir del siglo XIX un relato de la historia que se ha enseñado en el sistema educativo bajo el título de Historia Universal, se ha logrado con esa invención de la ciencia histórica moderna la justificación del dominio mundial de los últimos cinco siglos. En la publicación digital La razón histórica. Revista hispanoamericana de Historia de las ideas se puede leer una descripción crítica sobre el tema:
Desde su nacimiento en la Modernidad, y más especialmente, con su elevación a los altares de cientificidad en el siglo XIX, hemos adiestrado nuestra mente acorde con un esquema lineal y trimembre, que Oswald Spengler destroza por completo, aunque con reducido éxito, nos tememos. El esquema trimembre, consabido desde la escuela primaria es: Edad Antigua-Edad--Media-Edad--Moderna… Las tres eras acusan un marcado “cronocentrismo”. Nuestro tiempo es el centro desde el que creemos gozar del derecho a juzgar y comprender los demás.
Esta convicción de ser el centro fundamental del planeta, desde el cual se irradia la cultura y el pensamiento filosófico, generó la idea de estar situados en la cúspide histórico-social de la máxima perfección y clarividencia. Esa idea penetró en las culturas de la periferia como una historia oficial, vigente todavía hoy en las universidades y academias[2] de la mayor parte del mundo.



[1] Sus planteamientos incorporaron ideas procedentes del marxismo, el anarquismo y el socialismo. Desde la década de 1960, fue un referente de los derechos civiles y el movimiento antibélico en los Estados Unidos.
[2] Puede consultarse en la página www.ricardovicentelopez.com.ar mi trabajo Me enseñaron todo mal, para profundizar sobre el tema.

miércoles, 24 de julio de 2013

Una reflexión para comenzar a pensar la decadencia II



Al plantearse esta conclusión acude a mi memoria una novela de ciencia ficción, o tal vez mejor calificarla como novela de anticipación, Un mundo feliz (1932), que describe un mundo inexistente entonces, pero que, paradójicamente, refleja con una aproximación estremecedora la sociedad de sesenta años después, la de la década de los ochenta en adelante. Fue escrita en por el británico, Aldous Huxley[1] (1894-1963). En ella pinta un mundo sin conflictos, el cual fue sintetizado por Ramón Pedregal Casanova[2] (1951) con estas palabras.
La pulseada entre Huxley y el tiempo la sigue ganando este escritor. La antiutopía de “Un mundo feliz” en vez de envejecer hace cada vez más evidente escenarios y diversos aspectos de nuestra vida. El autor prefirió claridad y forma convencional a la hora de exponer sus ideas futuribles. Ese intento de escribir un texto de forma sencilla, que facilitase la comprensión de la historia y la idea que encerraba, se veía contrapesada por el temor de que su novela pudiese ser objeto de distracción más que de preocupación. Huxley creía ver en peligro de desaparición las subjetividades personales a manos de un entretenimiento vacío, fatuo. Mira al futuro y dibuja una sociedad en la que la gente no tiene memoria, ignora su pasado o sin haber aprendido nada se burla de él. Además, los que son “distintos”, los “inadaptados”, los que “tienen memoria”, los que piensan, aprenden y sienten, son conducidos a zonas alejadas. En su conjunto se nos muestra una sociedad de convencidos y autosatisfechos. Para colmo los miembros convencidos y autosatisfechos de la sociedad, entierran las inquietudes que les surgen bajo el efecto del “soma”, la droga que les hace ignorar lo que cada uno piensa o siente y les mantiene distraídos. Son seres amorfos, vacíos, que no dan sentido a sus vidas.
Este mundo descrito se presenta como una clara y profunda metáfora del nuestro. Sorprende la clarividencia del autor al imaginar que, los primeros síntomas que comenzaban a manifestarse entonces, llegaran a este extremo en el cual aparecen sumergidos sectores importantes de los habitantes actuales del planeta. No quedan dudas que ese mensaje, casi profético, que alertaba sobre las consecuencias del rumbo que había asumido la civilización occidental, no ha sido escuchado, ni antes ni hoy, por lo cual debemos enfrentarnos a las consecuencias ya expuestas.
Sin embargo, en esa descripción se filtra un sorprendente mensaje, para quien escribe en la Gran Bretaña de la década de los treinta del siglo pasado: la contraposición de un mundo humanamente feliz, ubicado en las mismas tierras lejanas en las cuales Tomás Moro[3] (1478-1535) describe el mundo de Utopía. ¡En América! Allí viven los “salvajes” que tienen una vida más feliz y una relación más humana: aman, quieren a “sus hijos”, aunque su vida es pobre y tienen dificultades y enfermedades, que no existen en el Mundo Feliz. Quiero rescatar a un personaje emblemático: un indígena, que le muestra al principal personaje femenino, qué es el amor, inexistente como tal en el Mundo Feliz.
Veo en esos personajes que Huxley describe, irónicamente, como los “salvajes” alguna reverberancia del buen salvaje de Jean-Jacques Rousseau[4] (1712-1778) que definía un “estado de naturaleza[5]” opuesto a la “sociedad civilizada”. Si bien esto puede entenderse como una limitación de su época, muestra también la búsqueda de una salida superadora a la decadencia descrita, que ya algunos intuían en el siglo XVIII.
Ha sido mi deseo trazar un cuadro trasparente, sin ocultar las graves dificultades que debemos afrontar. Advirtiendo el riesgo de que esta pintura de época nos lleve a la posibilidad de caer en una depresión y en un escepticismo. Conocer la realidad del terreno permite avanzar con paso más seguro, sin ignorar los peligros, pero fortaleciendo nuestra voluntad, puesto que una sociedad diferente es posible y para construirla requiere lo mejor de cada uno de nosotros, la mayor claridad, creatividad, y disponibilidad de organización. Añadiendo que la crisis debe ser mirada también como una ventaja adicional que nos abre el panorama de un orden agotado y por ello mismo sin fuerzas para detener las fuerzas conjuntas que se propongan el cambio. La crisis pone en evidencia las deficiencias del estado anterior y ofrece la apertura hacia lo nuevo.


[1] Miembro de una reconocida familia de intelectuales, es conocido por sus novelas y ensayos,
[2] Escritor español, estudió Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid y en la Escuela de Letras, es profesor de Novela Española en el Curso de Creación Literaria.
[3] Fue un pensador, teólogo, político, humanista, poeta, traductor y escritor inglés, fue además, Lord Canciller de Enrique VIII, profesor de leyes, juez de negocios civiles y abogado. Su obra más famosa es Utopía donde busca relatar la organización de una sociedad ideal, asentada en una nación en forma de isla del mismo nombre.
[4] Fue un intelectual franco-helvético: escritor, filósofo, músico, botánico y naturalista definido como un ilustrado; sus ideas políticas influyeron en gran medida en la Revolución francesa: el desarrollo de las teorías republicanas y el crecimiento del nacionalismo.
[5] El estado naturaleza, es un estado previo a la civilización, en el que los seres humanos serían bondadosos, felices, libres e iguales, vivirían aislados en familia y  siendo autosuficientes.