Agrega
después Ramonet la siguiente investigación histórica[1]:
Habrá que esperar el ingreso
pleno a la modernidad (a partir del siglo XVIII y sobre todo del XIX) para
encontrar la expresión en su extensión actual (curiosamente su destino es
similar a los términos “progreso” y “decadencia”). Hoy su ubicuidad, su empleo
abrumador, lo ha terminado por convertir en una suerte de comodín difícil de
encasillar. Más allá de las utilizaciones individuales o para fenómenos de
pequeña dimensión humana (grupales, etc.) cuando entramos en los grandes
procesos sociales, podemos distinguir "crisis" extremadamente breves
de otras de larga duración (décadas, siglos), diferenciamos también las crisis
de baja intensidad de otras que sacuden profundamente a la estructura.
Con
este bagaje conceptual, se puede pensar con mayor detenimiento el difícil
problema que analizo. Además, resulta saludable descartar la idea de crisis
puramente económicas. Ellas forman siempre parte de un conjunto social más
amplio, abarcador de hechos políticos,
institucionales, culturales y muchos otros más.
Simplificando tal vez
demasiado, podría definir la crisis como una turbulencia o perturbación
importante del sistema social considerado más allá de su duración y extensión
geográfica, que puede llegar a poner en peligro su propia existencia, sus
mecanismos esenciales de reproducción. Aunque en otros casos le permite a este
recomponerse, desechar componentes y comportamientos nocivos e incorporar
innovaciones salvadoras. En el primer caso, la crisis lleva a la decadencia y
luego al colapso. En el segundo, a la recomposición más o menos eficaz o
durable, sea como supervivencia difícil o bien como "crisis de
crecimiento", propia de organismos sociales jóvenes o con reservas de
renovación disponibles. En cualquier caso, la crisis es un tiempo de decisión en
el cual el sistema opta (si hay lugar para ello) entre reconstituirse de una u
otra manera o decaer (también transitando alguno de los varios caminos
posibles). En la base de esta opción, está el fondo cultural que predispone
hacia un comportamiento u otro, la cultura no como stock, como patrimonio inamovible, sino como evolución, como
dinámica de seres vivientes que incluye espacios de creatividad reformista o
revolucionaria y espacios de rigidez, de conservadurismo letal.
La
crisis es un momento de algunos procesos históricos que han incubado una cierta
cantidad de conflictos a los que no se les pudo dar una solución, no se ha
sabido cómo tratarlos o se los ha negado desde la soberbia del poder. Una vez
desatada la crisis, los cursos posibles de sus cauces pueden ser impredecibles
y aparecen factores antes no manifestados
o que adquieren entonces una
virulencia no reconocida. A veces, conflictos mal resueltos que dormitaban, supuestamente
enterrados para siempre o que habían sido descartados por su poca importancia, irrumpen
generando turbulencias no previstas. Una crisis constituye muchas veces un alud
de "sorpresas" que no habían sido detectadas por miopía política;
otras veces, por dejarse someter por las rutinas sociales. No debe descartarse
el papel que juegan las ideologías conservadoras que niegan la posibilidad de
los cambios. La ilusión de vivir presentes perpetuos impide percibir la
profundidad de lo que se avecina.
El
proceso histórico es muy útil para arrojar un poco de luz que nos aclare la
comprensión de tan difíciles procesos. El Dr. Beinstein se introduce en ese
análisis:
Desde comienzos del siglo
XVIII se inicia una era de ascenso de la civilización burguesa y su base colonial que llega al punto de dominio
planetario máximo hacia el año 1900. El crecimiento económico, salpicado por
numerosas turbulencias, algunas con estancamientos o depresiones de duración
variable, se prolonga hasta la actualidad. Y hacia finales del siglo XX,
importantes rupturas anticapitalistas (en primer lugar la Revolución Rusa)
habían sido reabsorbidas por el sistema. Sin embargo, es necesario profundizar
el análisis. Una primera distinción debe hacerse entre las viejas crisis de
sub-producción que todavía se sucedieron en el siglo XVIII y las crisis de
sobreproducción no muy prolongadas, pero cíclicas, propias del capitalismo
industrial ascendente. Estas últimas aparecen como crisis de sobreoferta
general de mercancías (o demanda insuficiente relativa) combinada con la baja
de la tasa de ganancia. Los capitalistas ingresan en una dinámica dentro de la
cual compiten unos con otros al mismo tiempo que frenan la participación de los
asalariados en los beneficios obtenidos por el incremento de su productividad (gracias al
flujo incesante de innovaciones técnicas). Cada vez necesitan invertir más para
sostener sus ganancias (decrece la tasa de beneficio) y el grueso de la
población afectada por la concentración de ingresos tiene crecientes dificultades
para comprar la masa de productos ofrecidos por el sistema económico.
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