A
partir de la catástrofe financiera de la Bolsa de Nueva York, los analistas y
los investigadores se preocuparon para detectar las causas que las habían
provocado. Como es de suponer, no hubo acuerdo en definir una causa o unas
pocas, pero fundamentales. Las escuelas del pensamiento económico no se podían
poner de acuerdo. Los marxistas esgrimieron fundamentaciones que les permitían
corroborar las predicciones atribuidas a Marx. Los defensores del liberalismo
económico no podían aceptar que el sistema capitalista pudiera entrar en un cuestionamiento
estructural de su funcionamiento, dado que esto abría las puertas de la crítica
revolucionaria.
Otro
tema relevante que aparece es el que Raymond Aron[1] (1905-1983) denominó “la
anarquía capitalista”, que sería la consecuencia de un mercado libre, de oferta
y demanda (es decir, no planificado) que arrastra el peligro de caer en crisis
de superproducción, de producir por encima de la demanda existente. Esto es
el resultado de que la demanda no es cuantificable con precisión. Aunque, con
mayor propiedad, habría que hablar de crisis de demanda, por disminución
del poder de compra, cuya persistencia pondría en riesgo la normal continuidad
del “mercado”.
No
debe olvidarse que la quiebra de la Bolsa fue un resultado combinado de estas
posibles causas, por lo cual en la década del treinta el desconcierto reinante
llevó a que varias universidades estadounidenses se lanzaran a estudiar el sistema de planificación centralizada de
la Unión Soviética como una salida posible.
Una
definición sencilla de este concepto nos la brinda Wikipedia:
La economía centralizada es
aquella en la cual los factores de producción están en manos del Estado, que es
el único agente económico relevante. Por ello, el mercado pierde su razón de
ser como mecanismo asignador de recursos. Estas manipulaciones son llevadas a
cabo mediante planes económicos quinquenales, en los que se especifica
detalladamente el suministro, los métodos de producción, los salarios, las
inversiones en infraestructuras.
Para poder pensar sobre
este tema más detalladamente, recurro a un economista e historiador británico
de orientación marxista, Maurice Herbert Dobb[2] (1900-1976), quien, en un
artículo titulado ¿Planificación
centralizada o descentralizada? (1966), sostiene:
Existe, en relación con la
planificación, un problema que no queremos dejar de abordar, ya que, con harta
frecuencia, ha sido objeto de discusión dentro y fuera de los países
socialistas. Dicho problema se refiere al mecanismo de la planificación, es decir
—para denominarlo de la misma forma en que se ha hecho en algunos países
socialistas—, a los “modelos económicos” y, en particular, al grado de
centralización o descentralización que ha de existir en la planificación
económica y en la administración. Mucha gente se siente inquietada por el
peligro de una “burocracia” con excesiva concentración de poderes, demasiada
inflexibilidad en la línea de mando y escasa iniciativa democrática desde
abajo. ¿Cómo evitar la aparición, en la esfera económica, de un poderoso
“imperio” burocrático, lento e irresponsable?
El
párrafo está poniendo en evidencia que también dentro de los países socialistas
se debatía sobre este problema para definir cuánta planificación, cómo
planificarla y con qué grado de libertad, si debía ser centralizada o
descentralizada, etc. En medio de lo que se cuestionaba en la década del
treinta, se trataron con mayor atención dos propuestas diferentes. Ambas
abandonaban en gran parte la idea de un mercado libre dejado a sus propios
mecanismos: a. las diversas formas posibles de planificación, y b. las tesis de
John Maynard Keynes[3]
(1883–1946) cuya propuesta ponía énfasis en la preservación del capitalismo. Su
principal novedad radicaba en plantear la imposibilidad de dejar el mercado del
sistema capitalista librado a sus propias reglas, porque allí se encuentra la
causa de las crisis.
El
profesor Raymond Aron, de la Sorbona de París, analizó las características del
mercado libre:
Cuando los economistas dicen
“mecanismo de mercado”, entienden por ello que el equilibrio entre la oferta y
la demanda se establece espontáneamente entre compradores y vendedores en el
mismo; que la distribución de recursos colectivos se determina por la respuesta
de los consumidores a las ofertas de los productos sin planificación de
conjunto y que pueden producir desequilibrios en los mercados parciales e, incluso,
en el global.
De
allí que la crisis de sobreproducción de fines de la década de 1920 aparece
como consecuencia de diversos factores: la sobreacumulación de capitales, sobre
todo los especulativos, que engendró una capacidad de oferta que desbordaba la
demanda; el subconsumo relativo, vinculado a una caída de la demanda de bienes;
el desorden productivo y económico en
general (anarquía capitalista), y la declinación de la rentabilidad de las
actividades productivas.
[1] Fue un filósofo, sociólogo y analista político francés. Se doctoró en
Filosofía de la Historia en la École Normale Supérieure, donde fue profesor de
Sociología de la Cultura Moderna.
[2] Egresado de la Universidad de Cambridge (Inglaterra). Desarrolló su
labor como conferenciante y docente en su universidad. Se incorporó como docente
del claustro del Trinity College de la Universidad de Dublín donde impartió
clases de economía.
[3] Economista británico, considerado uno de los más influyentes del siglo
XX, cuyas ideas tuvieron una fuerte repercusión en las teorías y políticas
económicas.
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