Quiero empezar con una cita de un
luchador estadounidense. Por su defensa de los derechos civiles y por su
espíritu antibelicista tal vez sea uno de los autores más importantes de la
izquierda de ese país. Su trayectoria estuvo marcada tanto por su labor académica en la
Universidad de Boston, como por su compromiso político. Estoy hablando del
profesor Howard Zinn[1]
(1922-2010) historiador social. La cita pretende cumplir la función de despejar
toda duda respecto de que puedo estar trasluciendo una mirada algo escéptica o
apocalíptica. Este trabajo ha pretendido proponer información y reflexiones
para un análisis, lo más profundo posible, acerca de en qué mundo vivimos y sus
posibles caminos de superación:
Un optimista no es necesariamente un risueño
despistado, cantando tiernamente en la penumbra de nuestros tiempos. Tener
esperanza en la adversidad no es una simple necedad romántica. Se basa en el
hecho de que la historia de la humanidad no se basa solamente en la crueldad,
sino también en la compasión, el sacrificio, el valor y la virtud. Lo que decidamos
enfatizar en esta sinuosa historia determinará nuestras vidas. Si solo vemos lo
peor, se derrumba nuestra capacidad de actuar. El recordar tiempos y lugares, y
son muchos, donde la gente se ha comportado dignamente, nos da la voluntad de
actuar, y por lo menos la posibilidad de virar este mundo perinola en una
diferente trayectoria. Y si actuamos, aun en mínima capacidad, no tenemos que
esperar un espléndido futuro utópico. El
futuro es una sucesión infinita de presentes, y vivir hoy tal como creemos que
la gente debe vivir, en desafío total ante el mal que nos rodea, es en sí una
victoria extraordinaria.
El tema de la decadencia de las culturas ha sido tratado por
importantes pensadores en las últimas décadas, no es una novedad. Lo que me ha
empujado a proponerlo como tema de reflexión fue, como ya quedó dicho, la
relevancia que asume ante la caracterización que hace de este momento de la
historia planetaria un informe presentado por las Agencias de Inteligencia a la
Casa Blanca.
Al hablar de la civilización occidental, lo que se está mentando es, en
rigor, Europa con una serie de prolongaciones (americanas, australianas, etc.),
lo que también puede denominarse, como lo hacen autores de las últimas décadas,
el Mundo Noratlántico. Es allí donde
se ha elaborado a partir del siglo XIX un relato de la historia que se ha
enseñado en el sistema educativo bajo el título de Historia Universal, se ha logrado con esa invención de la ciencia
histórica moderna la justificación del dominio mundial de los últimos cinco
siglos. En la publicación digital La
razón histórica. Revista hispanoamericana de Historia de las ideas se puede
leer una descripción crítica sobre el tema:
Desde su nacimiento en la
Modernidad, y más especialmente, con su elevación a los altares de
cientificidad en el siglo XIX, hemos adiestrado nuestra mente acorde con un
esquema lineal y trimembre, que Oswald Spengler destroza por completo, aunque
con reducido éxito, nos tememos. El esquema trimembre, consabido desde la
escuela primaria es: Edad Antigua-Edad--Media-Edad--Moderna… Las tres eras
acusan un marcado “cronocentrismo”. Nuestro tiempo es el centro desde el que
creemos gozar del derecho a juzgar y comprender los demás.
Esta convicción de ser el centro
fundamental del planeta, desde el cual se irradia la cultura y el pensamiento
filosófico, generó la idea de estar situados en la cúspide histórico-social
de la máxima perfección y clarividencia. Esa idea penetró en las culturas de la
periferia como una historia oficial,
vigente todavía hoy en las universidades y academias[2] de la mayor parte del mundo.
[1] Sus planteamientos incorporaron ideas procedentes del marxismo, el
anarquismo y el socialismo. Desde la década de 1960, fue un referente de los
derechos civiles y el movimiento antibélico en los Estados Unidos.
[2] Puede consultarse en la página www.ricardovicentelopez.com.ar
mi trabajo Me enseñaron todo mal,
para profundizar sobre el tema.
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