lunes, 23 de julio de 2007

Yo acuso III: confesión globalizada

He leído, en estos días, en los medios de información: “El embajador Rubens Ricupero sabe bastante sobre globalización. De hecho fue uno de quienes la forjaron, no siempre con entusiasmo, es justo decir, desde su puesto en la jefatura de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (conocida como UNCTAD, por su sigla en inglés), como negociador brasileño ante la Organización Mundial de Comercio (OMC) y como ministro de Economía de su país e influyente cabo electoral de Fernando Henrique Cardoso cuando éste dejó el Ministerio de Economía para disputar la presidencia”. Todo un personaje, como puede verse.
Sin embargo, con semejante currículum a cuestas, que le debía pesar bastante, en uno de sus últimos actos públicos antes de dejar la UNCTAD, (no se dice si se fue o lo fueron) Ricupero: “alertó a los gobiernos de los países pobres que debían pensar dos veces antes de liberalizar sus economías” (a buena hora, nada menos que quince años tarde), ya que dijo: “embarcarse en la liberalización es como entrar a la mafia. Si después uno se arrepiente, no se sale de ella mandando una carta de renuncia”. Le faltó decir: “Que parezca un accidente”. Le faltó decir qué puesto de responsabilidad tenía en la línea de mandos de la mafia. Le faltó decir cómo se hace para salir como él lo hizo. ¿Mandó una carta de renuncia?
Pero, tanta pretensión de sutilezas pareciera borrar el acto de arrepentimiento (¿se habrá arrepentido?). No debemos dejar de agradecerle su confesión, en estas épocas de tantas confesiones y arrepentimientos, porque es “cristiano el arrepentirse” y es “cristiano el perdonar”. Recordándole a él, justo a él, que “perdónanos nuestras deudas” (las deudas grandes) también es “cristiano”.

La Pachamama y la racionalidad económica

Debo confesar que estoy muy confundido. Y creo que la causa mayor radica en que fui un joven en los sesenta y setenta. Ese pasado, que se desarrolló entre emociones intensas, baños de cultura popular y pasiones encendidas, tuve que someterlo al enfriamiento de los ochenta y a la globalización de los noventa. Me convertí entonces en un hombre centrado, racional, analítico, es decir, en un intelectual de la época. Ya no creí que el mundo se podía cambiar, acepté no sin cierto dolor que la historia había terminado, que habíamos llegado a esa meseta que los tiempos habían preparado como final de una larga ascensión. El capitalismo, con su mecanismo de mercado abierto, estaba preparado para resolver todos los detalles que faltaran para un perfecto funcionamiento y la democracia liberal, con sus partidos representativos, le darían el marco legal necesario.
En fin, la racionalidad había tomado el comando del mundo y éste estaba ya colocado sobre los rieles de un cómodo, tranquilo y placentero camino, sin sobresaltos. Me dije: la verdad está en los libros, en los congresos, en las academias. Debía enterrar definitivamente aquellos rescoldos de viejas ilusiones que todavía pretendían chisporrotear en el fondo de mi conciencia. Hasta allí estaba todo claro.
Pero resulta que leo el diario y veo la televisión y me encuentro a un dirigente que reunía todos los atributos para que se ganara mi respeto y mi admiración, un hombre que reunía en sí todos los atributos que lo hacían merecedor de mi envidia: serio, inteligente, atildado, mesurado, moderado en sus apreciaciones, ponderado en sus juicios, fue parte de una ceremonia que puso mi cabeza en descomposición.
Me cuesta decirlo, pero debo afrontar este duro trance para mí: el Doctor Lavagna, rodeado de indígenas vestidos a la usanza quichua, le rindió culto a la Pachamama. “Le ofrendó cigarrillos, alcohol, sahumerios y (escuchen bien) hojas de coca”. Y todo ello “para pedirle protección y hacerle promesas”. Pronunciando estas palabras: “Madre Tierra, que el maíz que estoy vertiendo sea el anuncio de que ningún argentino pase hambre”. ¿Cómo entender que recurra al “pensamiento mágico” como programa de campaña? Si lo necesita, por si gana la presidencia, que mal veo a nuestra patria.
Entonces, se comprenderá cómo me siento. ¿Hemos vuelto a los viejos tiempos en los que imperaba la irracionalidad o es que la posmodernidad todo lo permite? Si rinde culto con toda convicción, este hombre ya no es el que era. Si lo hace sólo como un golpe publicitario, tampoco es el que prometía. “Me he vuelto pa’ mirar y el pasao me ha hecho reír, las cosas que he soñao, me cache en die qué gil”.

jueves, 12 de julio de 2007

Siglo XXI señores, ¡por favor!

Hace muchos años había aparecido una publicidad de un talco que comenzaba preguntando: “¿Será nena será varón…? La respuesta era muy simple: “es lo mismo”. Claro, como se trataba de comprar un talco para bebés no daba lugar a grandes disquisiciones de género al respecto. Pero, ahora se trata del poder y, como todo el mundo sabe, con el poder no se juega. Por el contrario, pareciera que el poder juega con más de uno. Y aquí no parece importar si es nena o varón. (Advertencia: esto no es kitchnerismo; es un desafío a la inteligencia)
He visto que en los medios ha aparecido el problema de la posibilidad de una mujer en el poder. Y las preguntas que se hacen es si estará en condiciones de ejercerlo. Pero, señores, seamos serios (digo “señores” porque parto del supuesto de que las mujeres, o sea las “señoras”, no se hagan estas preguntas, ¿o sí? Esto, entonces, sería grave, gravedad de género ¿no?). Después de haber visto sentado en el sillón de… (perdónenme pero no puedo nombrarlo, la culpa la tiene mi inclinación a leer historia y descubrir quién es quién) a cada personaje sobre los cuales hubiera sido sano preguntarse si estaba en condiciones de ejercerlo, ¿ahora se nos ocurre esta pregunta?
Deberíamos sincerarnos: el problema no es si es capaz de ejercer el poder, el problema real es que es mujer. Claro está, si la comparación se hace con la residente en España, que se molestaba cuando la “atosigaban”, puede dar lugar a las sospechas. Pero pensándolo un poco, la comparación ¿no la favorece y mucho? Por lo que sugiero que cambien el ataque. Porque aquella triste historia tiene más semejanzas con un personaje que también salió en helicóptero: ambos vivían en el topos uranos, para ser compasivos y piadosos. Y si bien de ella se temió por sus capacidades en aquel momento, de él se cantaban loas. Seguro, por parte de aquellos desmemoriados que olvidaron qué había estado haciendo sentado en el senado durante años. Y la desorientación que exhibe el personaje hoy ya la tenía entonces. Es congénita.
Ahora bien si el problema es ser la esposa de…, acá aparece otro olvido. No hace más de cinco o seis años el tema era el inverso: él era el esposo de ella, y esto por más de diez años. Entonces, colegas esposos, preguntémonos cuántos de nosotros se sentiría cómodo con una mujer al lado nuestro tan “dócil” como ella. Y agreguemos más preguntas: ¿Por qué a otra mujer que se llamaba “Ella”, nadie le preguntó si era capaz de ser gobernadora, y a otra bastante más petiza tampoco? ¿“A los argentinos, señor, qué nos pasa…” que caemos en tales confusiones?
Por lo que creo que deberíamos centrarnos en qué piensa, qué dice que va a hacer, qué propone. Y cuando se escribe, se habla por radio o televisión, tanto sobre este tema lo que no aparece es lo que voy a proponer: a) que se le revise el “currículum” (o como se deba llamar) a todo candidato a la presidencia, b) que se le tome luego un test de inteligencia y un examen de conocimientos generales, c) que redacte ante un jurado una mínima monografía sobre por qué cree que tiene condiciones para ser presidente, y d) que se habilite a presentarse a elecciones a los que hayan aprobado. Y dejemos de lado si es hombre o es mujer. Siglo XXI señores, ¡por favor! (El problema, debo confesarlo, es la composición del jurado).

martes, 10 de julio de 2007

Historia ¿qué te pasa?

Después de lo acontecido en la ciudad de Buenos Aires, que por efecto de la escasez de Memorex llegó al Gobierno un determinado personaje, debemos preguntarnos seriamente sobre un tema muy difícil: ¿Cómo distribuye Dios (o la Naturaleza, o la Diosa Razón, o aquel a quien guste atribuir el problema) la inteligencia? A partir de allí volver a preguntarnos si en realidad el problema radica en la inteligencia o en algún otro rincón del alma (perdóneseme el arcaísmo, el problema mío es el tiempo… el tiempo que hace que nací). Volvamos a la inteligencia. Alguien, hace ya tiempo, dijo que la inteligencia era lo mejor repartido, dado que no conocía a muchos que se quejaran de lo poco que le había tocado. Por lo que concluía que se debía haber hecho un reparto democrático (si es que puede ser democrático un reparto de un bien tan escaso).
Estoy adivinando una chispita de agudeza en sus ojos que intenta deslizar la sospecha de que soy un filmusista (¿se dirá así?). Pues bien, no lo soy. Sólo pretendo comprender la historia, y esto ya es suficientemente difícil para el pasado ¿qué le cuento con los hechos tan recientes? Pero, como porteño arrojado a la barbarie del interior, después de tantos años aquerenciado, no puedo dejar de sentir ciertas “nostalgias por los años que han pasado”, y el corazón me reclama explicaciones. Allá voy.
Tal vez, el tema radique en una simple diferenciación entre tener inteligencia o estar politizado. Encuentro aquí una distinción útil. La inteligencia es, por lo menos, un mecanismo de análisis que parte de una simplificación del problema, un desarme de las partes componentes, para luego encontrar alguna solución. ¿Quién de chico no desarmó un juguete y no pudo volver a armarlo? Esto podría ir señalando que la inteligencia no alcanza para encontrar una respuesta al problema planteado. Y si el problema de que se trata es de naturaleza política, como se dice ahora: se complica. De allí se podría descartar el tema de la inteligencia y recurrir a otro más sencillo pero no más fácil: la memoria.
Los tiempos que corren, posmodernos (para usar una palabra a la mano que no dice nada pero suena a intelectual) se aferran a la liviandad de “vivir el presente inmediato”, por lo que se desecha todo pensamiento que pretenda plantear una continuidad con el pasado o se arroje a la temeridad de lanzarse hacia el futuro. (¿Se acuerda de aquellos en que se hablaba de la estrategia? Palabra arrojada al desván de los recuerdos). Ese modo de vivir perpetuamente en el presente ha transformado la profesión de historiador en la de fotógrafo. Todo se reduce a la instantaneidad.
Por ello debemos olvidar a Heródoto y colocar en su lugar a esos fotógrafos de plaza (si es que existen todavía). La verdad no radica en el proceso que da lugar a un resultado, éste borra todo su recorrido y se convierte en un ente metafísico que aparece de pronto y “es lo que es” (perdón Aristóteles). Los hermanos Lumiere estaban locos de contentos por haber transformado la incipiente fotografía en una sucesión que daba movimiento y se convertía en cine. Pues bien, el cine ha muerto, se acabó la historia. ¿Será esta la respuesta? Por las dudas, voy a volver a pensarlo.

lunes, 2 de julio de 2007

Si lo nuestro es pasar… que pase pronto

“Todo cambia y todo pasa, pero lo nuestro es pasar…”. Me quedé pensando en este verso del maestro Machado, que las malas lenguas dicen que cantaba por lo bajo, en su versión serratiana, el nuevo jefe porteño. Me preguntaba si no ha sido cambiado, por el desgaste del tiempo, el sentido que quiso darle el vate español. Supongo que no debe faltar el malpensado que sostenga que no fue el desgaste del tiempo sino el desgaste que sufrió la verdad profunda en tiempos posmodernos. Tiempos que, como todo el mundo sabe, dan para todo.
Y, justo en este momento, aparece la imagen de mi viejo que me mira aterrado diciéndome “¿qué te ha pasado que comentás estas cosas como si nada pasara?”. Pero, como le digo a ese viejo socialista (pero de los de antes, romántico, idealista, utópico) que este mundo se dio vuelta de tal forma que poco queda del que él conoció. De aquel tiempo en que me llevaba de la mano a una plaza a escuchar la verba encendida de Palacios o a ver teatro independiente en las salas del centro de Buenos Aires. Le debería decir que hoy ya no está Palacios, cerraron las salas de aquellos teatros, tal vez por falta de rating, o porque los costos no dan. Y tendría que escuchar su tono irónico diciéndome: “ya te olvidaste que no hacía falta la guita porque todo era «por amor al arte»”.
Sin embargo, (hablo despacio para que no me oiga el viejo), algo de verdad deben tener los que dicen que se desgastó la vieja verdad. A aquella verdad había que descubrirla cuando se trataba de denunciar algún hecho escandaloso (claro que al lado de los de hoy, el mayor escándalo podía ser que se le viera la bombacha a la novia del Pato Donald). En cambio ahora todo es posible, porque todo está revuelto “como en la vidriera de los cambalaches”. Y pensar que esto fue dicho hace más de setenta años y nos parecía una humorada.
Cómo podría explicarle que no hace falta buscarlas, hoy se publica en todos los medios: la CIA da a luz documentos secretos en los que se puede comprobar la cantidad de delitos de todo tipo que cometió (y comete hoy), asociada a los peores personajes de la mafia, que el FBI decía que estaba buscando. La gran policía norteamericana, a quien le confiamos muestro ADN, no encontraba lo que ocultaba otra institución de la gran república. Cómo se lo digo.
Peor aún. Como le digo que una representante de la clase obrera, la “clase revolucionaria” que el quería y admiraba, se quiere hacer las lolas. Y lo reivindica como una “conquista social de los pobres” a la que tienen derecho todas las mujeres pobres. Pregunté si cuando decía eso tenía una remera con algún cirujano plástico de sponsor, pero no supieron decirme. Me aferro a la posibilidad de que desde el más allá no se pueda ver a Tinelli porque Pedro lo tiene prohibido, porque no está mal que algunas cosas se prohíban, sobre todo cuando son de semejante falta de respeto a ese pasado de mi viejo.
Pero lo peor que podría decirle, entre antas pavadas como estas, es que su Buenos Aires querido está en manos de… mejor me callo y paro acá.