He leído, en estos días, en los medios de información: “El embajador Rubens Ricupero sabe bastante sobre globalización. De hecho fue uno de quienes la forjaron, no siempre con entusiasmo, es justo decir, desde su puesto en la jefatura de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (conocida como UNCTAD, por su sigla en inglés), como negociador brasileño ante la Organización Mundial de Comercio (OMC) y como ministro de Economía de su país e influyente cabo electoral de Fernando Henrique Cardoso cuando éste dejó el Ministerio de Economía para disputar la presidencia”. Todo un personaje, como puede verse.
Sin embargo, con semejante currículum a cuestas, que le debía pesar bastante, en uno de sus últimos actos públicos antes de dejar la UNCTAD, (no se dice si se fue o lo fueron) Ricupero: “alertó a los gobiernos de los países pobres que debían pensar dos veces antes de liberalizar sus economías” (a buena hora, nada menos que quince años tarde), ya que dijo: “embarcarse en la liberalización es como entrar a la mafia. Si después uno se arrepiente, no se sale de ella mandando una carta de renuncia”. Le faltó decir: “Que parezca un accidente”. Le faltó decir qué puesto de responsabilidad tenía en la línea de mandos de la mafia. Le faltó decir cómo se hace para salir como él lo hizo. ¿Mandó una carta de renuncia?
Pero, tanta pretensión de sutilezas pareciera borrar el acto de arrepentimiento (¿se habrá arrepentido?). No debemos dejar de agradecerle su confesión, en estas épocas de tantas confesiones y arrepentimientos, porque es “cristiano el arrepentirse” y es “cristiano el perdonar”. Recordándole a él, justo a él, que “perdónanos nuestras deudas” (las deudas grandes) también es “cristiano”.
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