miércoles, 27 de junio de 2012

El mito del mercado libre XVI


El autor propone una pregunta, acercándose ya a un epílogo en sus reflexiones: «¿Por qué la obra de Adam Smith ha sido leída de forma tan sesgada, convirtiéndolo a él en una especie de padre fundador del neoliberalismo económico y de la cultura que le acompaña?» Para responderse a sí mismo insiste en algunas apreciaciones que fue ofreciendo en páginas anteriores que contradicen lo que habitualmente se entiende como origen y existencia de los diversos mercados.
«Empiezo insistiendo en un punto: no existe ni ha existido en la Tierra un solo mercado que no haya sido el resultado de la intervención estatal, de ciertas dosis de regulación pública en un sentido o en otro, en favor de  unos o en favor de otros. Cuando Adam Smith habla de la mano invisible y de la capacidad autorreguladora de los mercados, en ningún caso supone que esta capacidad autorreguladora provenga de la nada. Todo lo contrario: los mercados sólo asignan los recursos con justicia y eficiencia cuando se han instituido políticamente las condiciones que permiten que se den en ellos intercambios efectivamente libres y voluntarios. Y para que ello sea así, es preciso, nos dice Smith, que las instituciones públicas emprendan una decidida acción política orientada a extirpar posiciones de poder, privilegios de clase, y todos aquellos vínculos de dependencia material que permean la vida social».
Entonces, para que la gran falsificación de Adam Smith por parte del liberalismo surtiera efecto, bastaba, sencillamente, con leer la metáfora de la mano invisible, como la acción anónima de fuerzas extra-humanas. «De este modo, resultó muy atractivo para el mundo liberal, pensar la participación de mecanismos autónomos de lo humano que justificaran los resultados desiguales que la historia fue demostrando como resultado». Al no poder señalarse un culpable de la desigualdad, este anonimato eximía de hablar del poder, de las fuerzas opresoras, del sometimiento de los más débiles que produce la dependencia material y política. Sólo si el Estado controla y evita los desbordes del mercado garantizando una concurrencia de iguales, como postulaba Smith, se constituyen mercados efectivamente libres.
Por el contrario los liberales, sus socios y herederos los neoliberales, al concebir una sociedad libre de los poderes económicos y políticos de los más fuertes, esto supone que las sociedades «son meras colecciones de conjuntos de preferencias individuales que se limitan a ir colisionando y dando lugar a contratos firmados de forma libre y voluntaria; de acuerdo con la relación psicológica que media entre el individuo y las condiciones que se ofrecen sin que exista ninguna relación de dominación ni sometidos». Siendo esto así, es imprescindible que el Estado no se entrometa para no alterar el supuesto “libre juego”. Esta postulación que se resume en el famoso adagio «laissez-faire, laissez-passer» [dejar hacer, dejar pasar, en francés] estaba ubicada en el polo opuesto de lo que Adam Smith pensaba. En cualquier caso, esta gran operación de apropiación fraudulenta de la reflexión smithiana, eminentemente distorsionadora, sobre el correcto funcionamiento de un mercado libre debe ser combatida donde se encuentre o se exprese.
Pues bien, esto que postula Smith —que los intercambios descentralizados se den en condiciones de no dominación— es algo que se puede instituir políticamente, tanto en el siglo XVIII, como en el siglo XXI. En esta dirección, yo creo que todo lo ya expuesto abre una perspectiva ético-política:
«La que hunde sus raíces en lo más profundo de la tradición republicana y que en muchos aspectos se funde con la normatividad, y la de los contenidos obligatorios de la política de los socialismos, deben apuntar, en la actualidad, a la articulación de una política pública de transferencia y dotación universal e incondicional de recursos de todo tipo —una renta básica, una sanidad y una educación públicas y de calidad, servicios de atención y cuidado de las personas, etc., por un lado, y, por el otro, de prevención y control de las grandes acumulaciones de poder económico; una política pública que, de este modo, garantice posiciones de independencia socioeconómica y, por lo tanto, de invulnerabilidad social, a través de derechos sociales y de ciudadanía; una política pública que no se limite a asistir después a quienes salen perdiendo en la interacción cotidiana con un status quo indisputable, sino que actúe antes, otorgando incondicionalmente posiciones sociales de inalienabilidad y que, haciéndolo, permita disputar y transformar ese status quo, y dibujar un mundo libre de privilegios de clase y de relaciones de pode». 

domingo, 24 de junio de 2012

El mito del mercado libre XV


En este juego de las comparaciones que he propuesto, que estoy convencido iluminan el pensamiento,
sobre todo en momentos de tanta chatura intelectual reflejada en los medios, y a partir entonces de las diferencias y semejanzas planteadas vamos a revisar los análisis que nuestro autor, el Dr. Casassas, propone sobre el pensamiento de Smith. El tema es ahora el concepto de comunidad e independencia:
«La cuestión de la comunidad es también importante, pues conviene aclarar que la idea de independencia que Adam Smith propone en ningún caso implica aislamiento o ruptura de vínculos con los demás, sino todo lo contrario. Lo que Smith censura son las formas de dependencia debida a mecanismos que están relacionados con la compartimentación de los individuos en clases sociales y, por ello, con un acceso desigual a los recursos materiales. Esta diferenciación social posibilita que unos interfieran arbitrariamente en los cursos de acción que otros puedan emprender o querer emprender. En cambio, la garantía de la independencia material que Smith presenta como objetivo político-normativo prioritario, al otorgar a todos niveles relevantes de poder de negociación, ha de permitir que todos los individuos logren la condición de ciudadanos plenos y, así, puedan relacionarse con los demás en un plano de igualdad. Ello ha de conllevar, precisamente, el ensanchamiento del abanico de posibilidades de interacción al alcance de todos los individuos respecto a definir su participación en las esferas productivas y distributivas».
Es importante resaltar la necesidad de garantizar la independencia material del ciudadano, pues puede ella facilitar el acceso a propuestas y a acuerdos distintos que satisfagan las necesidades y deseos de ambos términos del contrato en los mercados: ya sea de trabajo o de constituir formas distintas de propiedad y de gestión de las unidades productivas. Todo ello en orden a permitir el desarrollo de actividades que supongan la obtención efectiva de aquello que los individuos realmente quieren para sus vidas.  Dicho con otras palabras. El ejercicio pleno de la libertad en todos los aspectos de lo social, lo cultural, lo económico, lo político, etc. Así, conseguida esta ampliación del abanico de posibilidades puede pensarse en incluir «formas de cooperación social que, precisamente, pasen por el fortalecimiento de los lazos sociales y por un despliegue en comunidad de las capacidades individuales».
Esta es la razón por la que Adam Smith sostiene que la garantía política de la independencia material favorece la emergencia de una comunidad socialmente armonizada, es decir, «una auténtica comunidad de semejantes, de individuos civilmente iguales, en el seno de la cual éstos puedan definir, desplegar y evaluar los planes de vida propios no sólo a través del autoconocimiento, sino también a la luz de los juicios procedentes de los demás, auténticos pares. La cohesión social, pues, juega un papel harto importante en términos civilizatorios».
No por ello Smith se engaña, dice nuestro autor, y alerta explícitamente de los peligros que encierra la distancia real con respecto a los demás que presenta la vida en la ciudad moderna.
«La “lejanía social” puede dificultar la práctica de todos estos actos de simpatía para con la situación del otro y, por ello, erosionar nuestra capacidad de articular planes de vida con sentido en el contexto de una vida social y comunitaria».
Pude sonarnos extraño esta idea de lejanía: ¿de qué tipo de “lejanías” está hablando? Late en todo momento, en la obra de Adam Smith, afirma nuestro autor, un advertencia acerca de los perjuicios que las distancias sociales, diferencias económicas y sociales entre clases, que provocan las distribuciones injustas entre los ciudadanos que dan por resultado: los menos favorecidos, los pobres y dependientes, por un lado, y por el otro, los excesivamente ricos.
«En efecto, la psicología moral smithiana y, también su metódica política, establece que a todos —a pobres, pero también a quienes gozan de una vida desahogada— interesa la articulación de una comunidad que garantice que todos sean individuos libres de lazos de dependencia material. Pues sin independencia material no hay proceso de individualización posible: sin independencia material, sin la capacidad de pensar la propia existencia y de definir planes de vida propios de forma autónoma, y sin poder contar con el concurso de los demás, auténticos pares, en este proceso, la propia individualidad se desdibuja, así lo había puesto de manifiesto ya la ética aristotélica, veintidós siglos atrás, que Smith conocía bien».

miércoles, 20 de junio de 2012

El mito del mercado libre XIV


 Dicho de otro modo, Adam Smith percibió esperanzadoramente todo ese nuevo mundo de relaciones sociales entre personas y hogares socioeconómicamente independientes que, las “revoluciones industriosas” de las que hablaba Jan de Vries[1]  (1943), fueron desarrollando. Pero, debe dejarse afirmado, según nuestro autor, que Adam Smith hubiera sido un tenaz opositor y, de hecho adelantó varios argumentos al respecto, de lo que llegó a producir la revolución industrial, que diera lugar luego al capitalismo contemporáneo, en términos materiales y espirituales».
Quiero recordarle al lector, para seguir abonando la tesis de la continuidad entre Smith y Marx, a pesar de las críticas de este último, la cita del Manifiesto Comunista que he colocado más arriba, de la que ahora reproduzca sólo una parte:
«Se nos reprocha que queremos destruir la propiedad personal bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano, esa propiedad que es para el hombre la base de toda libertad, el acicate de todas las actividades y la garantía de toda independencia. ¡La propiedad bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano!»
Marx, en esa misma línea de pensamiento relaciona la libertad personal con la propiedad de los  instrumentos de trabajo que posibiliten la propiedad de los frutos de ese trabajo.
Entonces llega a una interpretación de la famosa “mano invisible” que contradice la versión “oficial” de los economistas: la mano invisible se establece políticamente. Los automatismos del mercado, de los que Smith habla favorablemente, los instituye el Estado, y se mantienen a lo largo del tiempo, y coadyuvan a civilizar el mundo, «si y sólo si el Estado se encarga de que todos seamos individuos socioeconómicamente independientes». En Smith, entonces, el mercado libre se construye “desde fuera”, desde la participación humana en él. «Como todo en este mundo, los mercados los construimos los humanos». La cuestión importante a dilucidar estriba en quiénes lo hacen y en beneficio de quiénes.
«A la inversa del republicanismo comercial de Adam Smith, la tradición liberal, que se recopila a lo largo del siglo XIX y que halla en el neoliberalismo un fiel continuador en nuestros días, ha jugado siempre con la idea de que los mercados son entidades de no se sabe qué procedencia cuya capacidad autorreguladora depende de mecanismos totalmente endógenos, por lo tanto extra-políticos. Así, lo que en Adam Smith venía “de fuera”, los mercados, libres o no, se constituyen desde fuera. En el liberalismo viene “de dentro”, los mercados funcionan libre y eficientemente si no se tocan, debe permitirse que se abandonen al curso de su mecánica interna. En este contexto intelectual y político, el proceso de apropiación de Adam Smith por parte de liberales  y neoliberales tuvo que pasar por falsear no la creencia en la posibilidad de un mercado libre, esto Adam Smith lo comparte, sino la cuestión relativa a la factura política de ese funcionamiento libre de los mercados. Para los liberales, la libertad está ya en el mercado, con lo que no es preciso intervención estatal alguna orientada a fundar políticamente tal libertad».
Por el contrario, Adam Smith afirma, sostiene nuestro autor, que los mercados son instituciones que pueden ser libres. Y afirma también los grandes beneficios en términos civilizatorios que pueden derivarse del buen funcionamiento de mercados efectivamente libres, pero insiste siempre en que este funcionamiento efectivamente libre de los mercados —la emergencia de una “sociedad de libertad perfecta”, para decirlo con sus palabras— es algo que «sólo es posible cuando la república se encarga de extirpar relaciones de poder, vínculos de dependencia material, privilegios de clase o, lo que es lo mismo, cuando la república  se encarga de evitar aquellas situaciones de desposesión que están en la base de tales relaciones de dominación».
En definitiva, la intervención estatal más radical, en el sentido de que vaya a la verdadera raíz del problema es la que protege los vínculos e impide la aparición de formas sociales descentralizadas que obstaculicen toda interdependencia verdaderamente autónoma. La intervención estatal más radical es condición necesaria, pues, para la emergencia y sostenimiento a lo largo del tiempo de mercados efectivamente libres. Pues bien, esto es lo que el grueso de la interpretación liberal y neoliberal ha dejado a un costado cuando se ha apropiado de la figura de Adam Smith.



[1] Profesor de Historia y de Economía en la Universidad de Berkeley. Su trabajo pionero sobre el desarrollo económico de Europa ha valido su prestigio como investigador. Su libro, The First Modern Economy. Success, Failure and Perseverance of the Dutch Economy from 1500 to 1815 ha sido califi8cadeocomo el mejor libro de historia económica. Es por otra parte redactor del Periódico of Economic History.

domingo, 17 de junio de 2012

El mito del mercado libre XIII



El pensador escocés, fiel a el espíritu de su época, está postulando el sentido inexorable de la historia del hombre y de los pueblos hacia un destino que  elige, dentro de ese ancho camino que es, casi, de cumplimiento obligatorio. Es la idea que contiene la explicitación del camino hacia el futuro, hacia una realización espiritual que coronará el largo trayecto necesario para conseguirlo. Hay una  certeza en todos estos pensadores que la expresan de diferentes modos, pero en todos ellos hay la esperanza de un final de grandeza. Ese final ya se vislumbraba en el horizonte del siglo XIX.
Inmerso en ese clima espiritual Smith parece detectar en todas aquellas realidades histórico-sociales que se hallan permeadas por relaciones comerciales, cuando éstas se encuentran libres del peso de cualquier forma de despotismo, la culminación de una historia natural de esas sociedades, caracterizada por la progresiva expansión de la civilización y definida ésta por oposición a la rudeza de la vida en las sociedades bárbaras:
«Civilización no es otra cosa que la disposición, por parte de los individuos, a coadyuvar en todos los esfuerzos necesarios para la articulación y reproducción de unas instituciones políticas que fomenten la causa de la libertad y que se dispongan a erradicar todas las formas de tiranía y de dominación. Lo que en definitiva está en juego en este punto, a los ojos tanto de Smith como de Ferguson, no es otra cosa que la progresiva ampliación de las libertades individuales frente al peso de los yugos, todavía vigentes, del mundo feudal y, también, frente a cualquier tipo de amenaza que pueda proceder de las formas emergentes de poder económico».
Por lo tanto lo que se puede extraer, de este modo de leer a Smith, es que su pensamiento debe ser rescatado de las manos de gran parte de los economistas posteriores. Acompañado por gran parte de la Escuela Histórica Escocesa participó de esperanzas ciertas con respecto al mundo de la manufactura y del comercio. Si bien no se cumplieron, vale la pena su relectura porque ayuda a iluminar un camino diferente hacia el futuro.
Como ya quedó apuntado, Smith como un miembro más, aunque de mayor trascendencia, de la tradición republicana, confió en el comercio y en la manufacturación de los pequeños y medianos productores, la culminación del proceso civilizatorio y el comienzo de una etapa con posibles emergentes de «una vida autónoma e independiente». Ya se percibe en él una intuición de la importancia de la posesión de los medios de producción —herramientas y pequeñas máquinas— que le garanticen su libre determinación en el mercado para que esa libertad se realice.
«El ciudadano que se acerca al comercio como dueño de los frutos de su propio trabajo ni sirve a nadie ni depende, para subsistir, de la buena voluntad del prójimo, sino de su propia iniciativa y espíritu emprendedor. Así, parte de la relevancia de la obra de Adam Smith radica en el hecho de que, en ella, y en un momento histórico en el que se empiezan a observar algunos de los resultados que traen consigo las nuevas formas de producción y de intercambio de carácter manufacturero, el pensador escocés subraya el vínculo causal que puede operar entre tales actividades y la libertad republicana. Ahora bien, todos estos autores —y en esto Adam Smith es especialmente claro— alertaron sobre los límites a los que se enfrenta todo este proyecto de fundar la república moderna en la extensión de las actividades comerciales y manufactureras cuando comienzan a presentarse un puñado de actores privilegiados que pueden hacerse con el control de mercados y economías enteras. Cuando resulta que quienes se acercan al comercio no son esos ciudadanos adueñados de los frutos de su propio trabajo de los que hablaba hace un instante, sino masas ingentes de población desposeída y sometida al arbitrio de unos pocos. Cuando ello es así y, como hemos visto, Smith es consciente de que hay serios riesgos de que ello sea así, los mercados, lejos de liberar, pueden alumbrar un verdadero reino de la dependencia generalizada, pueden convertirse en espacios de cautividad para esas grandes mayorías desposeídas, que tienen en ellos la única fuente de medios de subsistencia y que, por ello, ni pueden abandonarlos ni cuentan con posibilidad alguna de llegar a co-determinar las actividades y formas de vida que en ellos se configuran».
En definitiva, lo que hay que buscar, sostiene nuestro autor, en autores como el propio Smith no son «argumentos políticos en favor del capitalismo antes de su triunfo» como dice Albert Hirschman  con respecto a algunos autores de los siglos XVII y XVIII, sino «argumentos anteriores al triunfo del capitalismo en favor del mundo del comercio, anteriores a la gran transformación que dará lugar a la emergencia del capitalismo industrial y financiero que la contemporaneidad conocerá». Las consecuencias posteriores de los mercados imperantes, depredadores y excluyentes bajo ese capitalismo industrial y financiero, impidieron que esas posibilidades reales se materializaran. «Las aspiraciones civilizatorias de quienes, en los siglos XVII y XVIII, habían confiado en el comercio como camino del progreso y la universalización de la independencia personal materialmente fundada, se desvanecieron».

miércoles, 13 de junio de 2012

El mito del mercado libre XII


 Pasando al quinto y último punto, dice nuestro autor:
«Dicho de otro modo Adam Smith pertenece a una tradición intelectual y política, la del grueso de la economía política clásica, que nos permite entender con claridad que bajo el capitalismo no hay libre competencia posible. Ello es así, según dice Smith, fundamentalmente por la tendencia innata de la clase propietaria, “cuyos intereses no suelen coincidir con los de la comunidad, [antes al contrario]: más bien tienden a deslumbrarla y a oprimirla”, a realizar acuerdos facciosos, bien a menudo con autoridades públicas corrompidas, para evitar la entrada de nuevos productores, cuya presencia puede hacer bajar los precios hasta el nivel de los costes y, por ello, hacer desaparecer el beneficio empresarial —cuando los precios se igualan a los costes, no hay beneficios—. Por ello, los propietarios se hallan estructuralmente incentivados a restringir la entrada de nuevos productores».
Este tipo de conducta, que todo el proceso posterior demostró acabadamente, deja en evidencia como los capitalistas son en realidad auténticos rentistas. Y que una de las fuentes de sus utilidades se desprende de su tendencia hacia la exclusión de los posibles participantes en condicione4s de sacarles parte de esa renta. Si bien todos los factores productivos deben ser debidamente remunerados en función de sus aportes en la producción de bienes, la renta del capital es entonces de orden usuraria, proviene de los plus de utilidades no provista por los costos mismos de la producción, más una ganancia justa.
Ahora, ya expuestos los cinco grupos de problemas enunciados, «parece claro que la crítica moral y política del capitalismo contemporáneo encuentra en la obra de Adam Smith penetrantes elementos de análisis que conviene no soslayar». Pero, que sin embargo, toda la economía posterior en manos de las  corrientes autodenominadas ortodoxas hicieron bien en ocultar esta herencia porque habría desbaratado la pretendida coherencia doctrinaria con la que se defendía un capitalismo feroz.

El excelente análisis que el Dr. Casassas ha realizado, sobre la obra de Adam Smith, nos deja en claro que las convicciones que este escocés expresaba auguraban un futuro muy distinto al que la historia posterior a la Revolución industrial mostró. La convicción y la esperanza, de claro cuño de la mejor tradición cristiana, burbujea en todo su pensamiento. La certeza de un fin de la historia, entendido desde una mirada complacida por los logros obtenidos, que se derramarían con plenas realizaciones humanas sobre una comunidad de hombres buenos y solidarios, era avizorada en un horizonte no tan lejano. He allí gran parte de su idealismo. Sin embargo esto no le impedía percibir algunos nubarrones que dificultarían su concreción, y por ello advertía sobre las necesidades de control político para pusiera límites o superara las dificultades que la historia siempre ofrece.
«Adam Smith tenía la convicción, compartida por el grueso de la Escuela Histórica Escocesa, la de los David Hume, Adam Ferguson  y John Millar, entre otros, de que el mundo de la manufactura  y del comercio podría traer de la mano la liberación de las energías creadoras de la gente y, de ahí, la culminación del proceso de civilización de la vida social toda al que estaba orientada la evolución de la historia del hombre en sociedad. En efecto, todos estos autores manejaban una teoría de los estadios del desarrollo de las sociedades humanas según la cual el mundo del comercio suponía el final de todo un proceso de perfeccionamiento de las formas de vida que tuvo lugar a través de cuatro etapas sucesivas que, generalmente, se siguen unas a otras en este orden: caza, pastoreo, agricultura y, finalmente, comercio».
Un contemporáneo alemán, el filósofo Georg W. F. Hegel  (1770-1831), en su obra monumental Filosofía de la Historia Universal, se expresa en concordancia con los pensadores de la Escuela Histórica Escocesa, aunque imponga cierta dificultad su lenguaje un tanto críptico:
«La historia universal es el desenvolvimiento, la explicitación, del espíritu en el tiempo… El progreso se define en general como la serie de fases por las que atraviesa la conciencia… La historia universal representa el conjunto de fases por las que pasa la evolución, cuyo contenido es la conciencia de la libertad… El hombre tiene una facultad real de variación y además esa facultad camina hacia algo mejor y más perfecto, obedece a un impulso de perfectibilidad».