El pensador escocés, fiel a el espíritu de su época, está
postulando el sentido inexorable de la historia del hombre y de los pueblos
hacia un destino que elige, dentro de
ese ancho camino que es, casi, de cumplimiento obligatorio. Es la idea que
contiene la explicitación del camino hacia el futuro, hacia una realización
espiritual que coronará el largo trayecto necesario para conseguirlo. Hay
una certeza en todos estos pensadores
que la expresan de diferentes modos, pero en todos ellos hay la esperanza de un
final de grandeza. Ese final ya se vislumbraba en el horizonte del siglo XIX.
Inmerso en ese clima espiritual Smith parece detectar en
todas aquellas realidades histórico-sociales que se hallan permeadas por
relaciones comerciales, cuando éstas se encuentran libres del peso de cualquier
forma de despotismo, la culminación de una historia natural de esas sociedades,
caracterizada por la progresiva expansión de la civilización y definida ésta
por oposición a la rudeza de la vida en las sociedades bárbaras:
«Civilización no
es otra cosa que la disposición, por parte de los individuos, a coadyuvar en
todos los esfuerzos necesarios para la articulación y reproducción de unas
instituciones políticas que fomenten la causa de la libertad y que se dispongan
a erradicar todas las formas de tiranía y de dominación. Lo que en definitiva
está en juego en este punto, a los ojos tanto de Smith como de Ferguson, no es
otra cosa que la progresiva ampliación de las libertades individuales frente al
peso de los yugos, todavía vigentes, del mundo feudal y, también, frente a cualquier
tipo de amenaza que pueda proceder de las formas emergentes de poder
económico».
Por lo tanto lo que se puede extraer, de este modo de leer a
Smith, es que su pensamiento debe ser rescatado de las manos de gran parte de
los economistas posteriores. Acompañado por gran parte de la Escuela Histórica
Escocesa participó de esperanzas ciertas con respecto al mundo de la
manufactura y del comercio. Si bien no se cumplieron, vale la pena su relectura
porque ayuda a iluminar un camino diferente hacia el futuro.
Como ya quedó apuntado, Smith como un miembro más, aunque de
mayor trascendencia, de la tradición republicana, confió en el comercio y en la
manufacturación de los pequeños y medianos productores, la culminación del
proceso civilizatorio y el comienzo de una etapa con posibles emergentes de
«una vida autónoma e independiente». Ya se percibe en él una intuición de la
importancia de la posesión de los medios de producción —herramientas y pequeñas
máquinas— que le garanticen su libre determinación en el mercado para que esa
libertad se realice.
«El ciudadano que
se acerca al comercio como dueño de los frutos de su propio trabajo ni sirve a
nadie ni depende, para subsistir, de la buena voluntad del prójimo, sino de su
propia iniciativa y espíritu emprendedor. Así, parte de la relevancia de la
obra de Adam Smith radica en el hecho de que, en ella, y en un momento
histórico en el que se empiezan a observar algunos de los resultados que traen
consigo las nuevas formas de producción y de intercambio de carácter manufacturero,
el pensador escocés subraya el vínculo causal que puede operar entre tales
actividades y la libertad republicana. Ahora bien, todos estos autores —y en
esto Adam Smith es especialmente claro— alertaron sobre los límites a los que
se enfrenta todo este proyecto de fundar la república moderna en la extensión
de las actividades comerciales y manufactureras cuando comienzan a presentarse
un puñado de actores privilegiados que pueden hacerse con el control de
mercados y economías enteras. Cuando resulta que quienes se acercan al comercio
no son esos ciudadanos adueñados de los frutos de su propio trabajo de los que
hablaba hace un instante, sino masas ingentes de población desposeída y
sometida al arbitrio de unos pocos. Cuando ello es así y, como hemos visto,
Smith es consciente de que hay serios riesgos de que ello sea así, los
mercados, lejos de liberar, pueden alumbrar un verdadero reino de la
dependencia generalizada, pueden convertirse en espacios de cautividad para
esas grandes mayorías desposeídas, que tienen en ellos la única fuente de
medios de subsistencia y que, por ello, ni pueden abandonarlos ni cuentan con
posibilidad alguna de llegar a co-determinar las actividades y formas de vida
que en ellos se configuran».
En definitiva, lo que hay que buscar, sostiene nuestro
autor, en autores como el propio Smith no son «argumentos políticos en favor
del capitalismo antes de su triunfo» como dice Albert Hirschman con respecto a algunos autores de los siglos
XVII y XVIII, sino «argumentos anteriores al triunfo del capitalismo en favor
del mundo del comercio, anteriores a la gran transformación que dará lugar a la
emergencia del capitalismo industrial y financiero que la contemporaneidad
conocerá». Las consecuencias posteriores de los mercados imperantes,
depredadores y excluyentes bajo ese capitalismo industrial y financiero,
impidieron que esas posibilidades reales se materializaran. «Las aspiraciones
civilizatorias de quienes, en los siglos XVII y XVIII, habían confiado en el
comercio como camino del progreso y la universalización de la independencia
personal materialmente fundada, se desvanecieron».
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