El autor propone una pregunta, acercándose ya
a un epílogo en sus reflexiones: «¿Por qué la obra de Adam Smith ha sido leída
de forma tan sesgada, convirtiéndolo a él en una especie de padre fundador del
neoliberalismo económico y de la cultura que le acompaña?» Para responderse a
sí mismo insiste en algunas apreciaciones que fue ofreciendo en páginas
anteriores que contradicen lo que habitualmente se entiende como origen y
existencia de los diversos mercados.
«Empiezo
insistiendo en un punto: no existe ni ha existido en la Tierra un solo mercado
que no haya sido el resultado de la intervención estatal, de ciertas dosis de
regulación pública en un sentido o en otro, en favor de unos o en favor de otros. Cuando Adam Smith
habla de la mano invisible y de la capacidad autorreguladora de los mercados,
en ningún caso supone que esta capacidad autorreguladora provenga de la nada.
Todo lo contrario: los mercados sólo asignan los recursos con justicia y
eficiencia cuando se han instituido políticamente las condiciones que permiten
que se den en ellos intercambios efectivamente libres y voluntarios. Y para que
ello sea así, es preciso, nos dice Smith, que las instituciones públicas
emprendan una decidida acción política orientada a extirpar posiciones de
poder, privilegios de clase, y todos aquellos vínculos de dependencia material
que permean la vida social».
Entonces, para que la gran falsificación de
Adam Smith por parte del liberalismo surtiera efecto, bastaba, sencillamente,
con leer la metáfora de la mano invisible, como la acción anónima de fuerzas
extra-humanas. «De este modo, resultó muy atractivo para el mundo liberal,
pensar la participación de mecanismos autónomos de lo humano que justificaran
los resultados desiguales que la historia fue demostrando como resultado». Al
no poder señalarse un culpable de la desigualdad, este anonimato eximía de
hablar del poder, de las fuerzas opresoras, del sometimiento de los más débiles
que produce la dependencia material y política. Sólo si el Estado controla y
evita los desbordes del mercado garantizando una concurrencia de iguales, como
postulaba Smith, se constituyen mercados efectivamente libres.
Por el contrario los liberales, sus socios y
herederos los neoliberales, al concebir una sociedad libre de los poderes
económicos y políticos de los más fuertes, esto supone que las sociedades «son
meras colecciones de conjuntos de preferencias individuales que se limitan a ir
colisionando y dando lugar a contratos firmados de forma libre y voluntaria; de
acuerdo con la relación psicológica que media entre el individuo y las
condiciones que se ofrecen sin que exista ninguna relación de dominación ni
sometidos». Siendo esto así, es imprescindible que el Estado no se entrometa
para no alterar el supuesto “libre juego”. Esta postulación que se resume en el
famoso adagio «laissez-faire, laissez-passer» [dejar hacer, dejar pasar, en
francés] estaba ubicada en el polo opuesto de lo que Adam Smith pensaba. En
cualquier caso, esta gran operación de apropiación fraudulenta de la reflexión
smithiana, eminentemente distorsionadora, sobre el correcto funcionamiento de
un mercado libre debe ser combatida donde se encuentre o se exprese.
Pues bien, esto que postula Smith —que los
intercambios descentralizados se den en condiciones de no dominación— es algo
que se puede instituir políticamente, tanto en el siglo XVIII, como en el siglo
XXI. En esta dirección, yo creo que todo lo ya expuesto abre una perspectiva
ético-política:
«La
que hunde sus raíces en lo más profundo de la tradición republicana y que en
muchos aspectos se funde con la normatividad, y la de los contenidos
obligatorios de la política de los socialismos, deben apuntar, en la
actualidad, a la articulación de una política pública de transferencia y
dotación universal e incondicional de recursos de todo tipo —una renta básica,
una sanidad y una educación públicas y de calidad, servicios de atención y cuidado
de las personas, etc., por un lado, y, por el otro, de prevención y control de
las grandes acumulaciones de poder económico; una política pública que, de este
modo, garantice posiciones de independencia socioeconómica y, por lo tanto, de
invulnerabilidad social, a través de derechos sociales y de ciudadanía; una
política pública que no se limite a asistir después a quienes salen perdiendo
en la interacción cotidiana con un status quo indisputable, sino que actúe
antes, otorgando incondicionalmente posiciones sociales de inalienabilidad y
que, haciéndolo, permita disputar y transformar ese status quo, y dibujar un
mundo libre de privilegios de clase y de relaciones de pode».
1 comentario:
Muy buena reflexión
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