Pasando al quinto y último punto,
dice nuestro autor:
«Dicho de otro
modo Adam Smith pertenece a una tradición intelectual y política, la del grueso
de la economía política clásica, que nos permite entender con claridad que bajo
el capitalismo no hay libre competencia posible. Ello es así, según dice Smith,
fundamentalmente por la tendencia innata de la clase propietaria, “cuyos
intereses no suelen coincidir con los de la comunidad, [antes al contrario]:
más bien tienden a deslumbrarla y a oprimirla”, a realizar acuerdos facciosos,
bien a menudo con autoridades públicas corrompidas, para evitar la entrada de
nuevos productores, cuya presencia puede hacer bajar los precios hasta el nivel
de los costes y, por ello, hacer desaparecer el beneficio empresarial —cuando
los precios se igualan a los costes, no hay beneficios—. Por ello, los
propietarios se hallan estructuralmente incentivados a restringir la entrada de
nuevos productores».
Este tipo de conducta, que todo
el proceso posterior demostró acabadamente, deja en evidencia como los
capitalistas son en realidad auténticos rentistas. Y que una de las fuentes de
sus utilidades se desprende de su tendencia hacia la exclusión de los posibles
participantes en condicione4s de sacarles parte de esa renta. Si bien todos los
factores productivos deben ser debidamente remunerados en función de sus
aportes en la producción de bienes, la renta del capital es entonces de orden
usuraria, proviene de los plus de utilidades no provista por los costos mismos
de la producción, más una ganancia justa.
Ahora, ya expuestos los cinco
grupos de problemas enunciados, «parece claro que la crítica moral y política
del capitalismo contemporáneo encuentra en la obra de Adam Smith penetrantes
elementos de análisis que conviene no soslayar». Pero, que sin embargo, toda la
economía posterior en manos de las corrientes
autodenominadas ortodoxas hicieron bien en ocultar esta herencia porque habría
desbaratado la pretendida coherencia doctrinaria con la que se defendía un
capitalismo feroz.
El excelente análisis que el Dr. Casassas ha realizado,
sobre la obra de Adam Smith, nos deja en claro que las convicciones que este
escocés expresaba auguraban un futuro muy distinto al que la historia posterior
a la Revolución industrial mostró. La convicción y la esperanza, de claro cuño
de la mejor tradición cristiana, burbujea en todo su pensamiento. La certeza de
un fin de la historia, entendido desde una mirada complacida por los logros
obtenidos, que se derramarían con plenas realizaciones humanas sobre una
comunidad de hombres buenos y solidarios, era avizorada en un horizonte no tan
lejano. He allí gran parte de su idealismo. Sin embargo esto no le impedía
percibir algunos nubarrones que dificultarían su concreción, y por ello
advertía sobre las necesidades de control político para pusiera límites o
superara las dificultades que la historia siempre ofrece.
«Adam Smith tenía
la convicción, compartida por el grueso de la Escuela Histórica Escocesa, la de
los David Hume, Adam Ferguson y John
Millar, entre otros, de que el mundo de la manufactura y del comercio podría traer de la mano la
liberación de las energías creadoras de la gente y, de ahí, la culminación del
proceso de civilización de la vida social toda al que estaba orientada la
evolución de la historia del hombre en sociedad. En efecto, todos estos autores
manejaban una teoría de los estadios del desarrollo de las sociedades humanas
según la cual el mundo del comercio suponía el final de todo un proceso de
perfeccionamiento de las formas de vida que tuvo lugar a través de cuatro
etapas sucesivas que, generalmente, se siguen unas a otras en este orden: caza,
pastoreo, agricultura y, finalmente, comercio».
Un contemporáneo alemán, el filósofo Georg W. F. Hegel (1770-1831), en su obra monumental Filosofía
de la Historia Universal, se expresa en concordancia con los pensadores de la
Escuela Histórica Escocesa, aunque imponga cierta dificultad su lenguaje un
tanto críptico:
«La historia
universal es el desenvolvimiento, la explicitación, del espíritu en el tiempo…
El progreso se define en general como la serie de fases por las que atraviesa
la conciencia… La historia universal representa el conjunto de fases por las
que pasa la evolución, cuyo contenido es la conciencia de la libertad… El
hombre tiene una facultad real de variación y además esa facultad camina hacia
algo mejor y más perfecto, obedece a un impulso de perfectibilidad».
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