Dicho de otro modo, Adam Smith percibió esperanzadoramente
todo ese nuevo mundo de relaciones sociales entre personas y hogares
socioeconómicamente independientes que, las “revoluciones industriosas” de las
que hablaba Jan de Vries[1] (1943), fueron desarrollando. Pero, debe
dejarse afirmado, según nuestro autor, que Adam Smith hubiera sido un tenaz
opositor y, de hecho adelantó varios argumentos al respecto, de lo que llegó a
producir la revolución industrial, que diera lugar luego al capitalismo
contemporáneo, en términos materiales y espirituales».
Quiero recordarle al lector, para seguir abonando la tesis
de la continuidad entre Smith y Marx, a pesar de las críticas de este último,
la cita del Manifiesto Comunista que he colocado más arriba, de la que ahora
reproduzca sólo una parte:
«Se nos reprocha
que queremos destruir la propiedad personal bien adquirida, fruto del trabajo y
del esfuerzo humano, esa propiedad que es para el hombre la base de toda
libertad, el acicate de todas las actividades y la garantía de toda
independencia. ¡La propiedad bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo
humano!»
Marx, en esa misma línea de pensamiento relaciona la
libertad personal con la propiedad de los
instrumentos de trabajo que posibiliten la propiedad de los frutos de
ese trabajo.
Entonces llega a una interpretación de la famosa “mano
invisible” que contradice la versión “oficial” de los economistas: la mano
invisible se establece políticamente. Los automatismos del mercado, de los que
Smith habla favorablemente, los instituye el Estado, y se mantienen a lo largo
del tiempo, y coadyuvan a civilizar el mundo, «si y sólo si el Estado se
encarga de que todos seamos individuos socioeconómicamente independientes». En
Smith, entonces, el mercado libre se construye “desde fuera”, desde la
participación humana en él. «Como todo en este mundo, los mercados los
construimos los humanos». La cuestión importante a dilucidar estriba en quiénes
lo hacen y en beneficio de quiénes.
«A la inversa del
republicanismo comercial de Adam Smith, la tradición liberal, que se recopila a
lo largo del siglo XIX y que halla en el neoliberalismo un fiel continuador en
nuestros días, ha jugado siempre con la idea de que los mercados son entidades
de no se sabe qué procedencia cuya capacidad autorreguladora depende de
mecanismos totalmente endógenos, por lo tanto extra-políticos. Así, lo que en
Adam Smith venía “de fuera”, los mercados, libres o no, se constituyen desde
fuera. En el liberalismo viene “de dentro”, los mercados funcionan libre y
eficientemente si no se tocan, debe permitirse que se abandonen al curso de su
mecánica interna. En este contexto intelectual y político, el proceso de
apropiación de Adam Smith por parte de liberales y neoliberales tuvo que pasar por falsear no
la creencia en la posibilidad de un mercado libre, esto Adam Smith lo comparte,
sino la cuestión relativa a la factura política de ese funcionamiento libre de
los mercados. Para los liberales, la libertad está ya en el mercado, con lo que
no es preciso intervención estatal alguna orientada a fundar políticamente tal
libertad».
Por el contrario, Adam Smith afirma, sostiene nuestro autor,
que los mercados son instituciones que pueden ser libres. Y afirma también los
grandes beneficios en términos civilizatorios que pueden derivarse del buen
funcionamiento de mercados efectivamente
libres, pero insiste siempre en que este funcionamiento efectivamente libre
de los mercados —la emergencia de una “sociedad de libertad perfecta”, para
decirlo con sus palabras— es algo que «sólo es posible cuando la república se
encarga de extirpar relaciones de poder, vínculos de dependencia material,
privilegios de clase o, lo que es lo mismo, cuando la república se encarga de evitar aquellas situaciones de
desposesión que están en la base de tales relaciones de dominación».
En definitiva, la intervención estatal más radical, en el
sentido de que vaya a la verdadera raíz del problema es la que protege los
vínculos e impide la aparición de formas sociales descentralizadas que
obstaculicen toda interdependencia verdaderamente autónoma. La intervención
estatal más radical es condición necesaria, pues, para la emergencia y
sostenimiento a lo largo del tiempo de mercados
efectivamente libres. Pues bien, esto es lo que el grueso de la
interpretación liberal y neoliberal ha dejado a un costado cuando se ha
apropiado de la figura de Adam Smith.
[1]
Profesor de Historia y de Economía en la Universidad de Berkeley. Su trabajo
pionero sobre el desarrollo económico de Europa ha valido su prestigio como
investigador. Su libro, The First Modern Economy. Success, Failure and
Perseverance of the Dutch Economy from 1500 to 1815 ha sido
califi8cadeocomo el mejor libro de historia económica. Es por otra parte
redactor del Periódico of Economic History.
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