Como paso siguiente de su descripción del capitalismo y sus consecuencias,
nuestro autor pasa a analizar el segundo punto de los cinco que propone para
mostrar la incompatibilidad de las ideas de Smith respecto de la doctrina que
avaló el capitalismo posterior:
«En segundo lugar,
precisamente porque han sido desposeídos, el capitalismo conduce a la
imposición del trabajo asalariado, o trabajo dependiente, que se convierte
en la única posibilidad de obtener ciertos medios de subsistencia y, por ello,
en algo obligatorio e inevitable para esa mayoría pobre y desposeída. Y sin
puerta de salida, cualquier relación social es fuente de una esclavitud
encubierta. Lo grave no es trabajar asalariadamente —finalmente, hay
situaciones en las que puede convenir trabajar por cuenta ajena—; lo grave
es no tener otra opción que trabajar asalariadamente o, más en general, que
realizar trabajo dependiente; lo grave es no poder interrumpir esa relación
social cuando así lo estimemos conveniente; lo
grave es tener que permanecer atados a esa relación laboral, sin, además,
no poder decir nada con respecto a las condiciones en que realizamos dicho
trabajo asalariado o dependiente».
La relación asalariada, como
sostiene, no es mala en sí misma. Sucede que cuando se piensa desde categorías
abstractas nada puede decirse respecto a que ese modo de relación contractual
sea perjudicial. Pero, cuando aterrizamos en los mercados reales, en los que la
relación patrón-asalariado es asimétrica, el trabajador lleva todas las de
perder. Tiempo después, en los Manuscritos
económico-filosóficos de 1844, dirá Marx las palabras siguientes, con las
que abona la tesis de la notable continuidad entre este pensador y Adam Smith:
«Partiendo de la
economía en sí y empleando sus propios términos, hemos demostrado que el obrero
es rebajado a mercancía —la más miserables de las mercancías—; que la miseria
del obrero está en razón inversa al poder y al monto de su producción; que el
necesario resultado de la competencia es la acumulación del capital en un
pequeño número de manos y, por tanto, la restauración aún más temible del
monopolio; que, en fin toda la sociedad debe dividirse en dos clases: la de los
propietarios y la de los obreros no propietarios».
Siguiendo la línea de pensamiento
de las consideraciones anteriores, que apuntan al orden económico, pasa el Dr.
Casassas a analizar las consecuencias humanas en cada trabajador y las
repercusiones sociales del sistema productivo.
«En tercer lugar,
este trabajo asalariado se ofrece en unidades productivas, verticales y
altamente jerarquizadas, de las empresas capitalistas. En ellas, precisamente
por ello, no es posible controlar la actividad que se realiza, razón por la
cual queda sometido a relaciones sociales profundamente alienantes. Es
cierto que Adam Smith es el teórico de los beneficios empresarios, en términos
de eficiencia, de la división técnica del trabajo —piensa en el famoso análisis
de la fábrica de alfileres—; pero este pensador es también el primer teórico
y analista sistemático de los efectos perjudiciales para la psique humana de la
división social del trabajo —aquélla que lleva a desarrollar ciertas
actividades porque se pertenece a la clase de los desposeídos, los que no
tienen otra opción que aceptar las peores tareas—. Y, en este plano, Adam
Smith se anticipa al Marx de los Manuscritos económico-filosóficos de 1844.
Ambos denuncian cómo en las empresas de tamaño medio o grande y de dirección
jerárquica se tiende a “perder la visión de conjunto del proceso productivo” y
a repetir monótonamente la misma tarea. Esto que hace produce como resultado que
“su mente se envilezca”».
En el libro que cita, del ya leímos un párrafo, Marx agrega,
con un lenguaje no muy claro dado que son borradores que este autor nunca
corrigió para darlo a publicación:
«El carácter
exterior del trabajo con respecto al obrero aparece en el hecho de que no es un
bien propio de éste, sino un bien de otro; que no pertenece al obrero; que en
el trabajo del obrero no se pertenece a sí mismo, sino que pertenece a otro».
El obrero trabaja dentro de un sistema en el cual él es
reducido a una pieza más del mecanismo de la producción. (Recordar la película
Tiempos Modernos de Charles Chaplin).
Todo ello, además, ocasiona una
importante pérdida de productividad y de eficiencia derivada del hecho de
desempeñar una actividad que no se desea y en la que no se valora las destrezas
y el verdadero espíritu emprendedor. El problema que padece el trabajador es
que se encuentra sometido a una actividad que no es deseada, que es, por lo
tanto, «trabajo forzado», puesto que sólo es realizada porque no puede
encontrar otra fuente alternativa de medios de subsistencia. El autor llama la
atención respecto de la sensibilidad de Smith que, ya en el siglo XVIII, el
siglo de la ilustración por excelencia, se interesa por la cuestión obrera y la
investiga. Debe tenerse en cuenta que el conflicto no había adquirido, en ese
entonces, su manifestación más aguda, que se mostrará en todas sus dimensiones
a comienzos del siglo XIX. Precisa con más detalle nuestro autor, para mostrar
la mirada de Smith:
«En la Riqueza de las naciones, en el capítulo
octavo de su libro primero, Smith analiza el funcionamiento de los mercados de
trabajo y los procesos de determinación de los salarios que se dan en ellos. En
este análisis, aparece un mundo violentamente escindido en clases sociales
en el que un pueblo llano, desposeído, que “procede con el frenesí propio de
los desesperados”, busca cualquier medio para lograr unas condiciones de vida y
de trabajo algo mejores, condiciones que los propietarios no están dispuestos a
conceder».
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