miércoles, 30 de octubre de 2013

Subjetividad posmoderna y el buen vivir X



La relación que se entabla entre la conciencia y la vida exterior está enmarcada, desde su mismo origen, por las características propias de esa novedosa forma de vida que es la humana. Para lograr una comprensión más acabada y profunda, podemos pensar ese proceso desde dos dimensiones que se complementan:
Según la investigación filogenética, es decir, desde la aparición del género homo, se entabla una dialéctica por la cual se va condicionando mutuamente la configuración de la vida comunitaria, la cultura y su reflejo en la subjetividad primigenia. Cada una de ellas se desarrolla de modo acompasado, construyendo dos caras de un mismo proceso. La subjetividad es el modo individual por el cual cada miembro de la comunidad originaria configura su conciencia, que crece colectivamente en su proyecto de dominar el mundo circundante. Este es el resultado del trabajo social de todos.
 Ontogenéticamente, es decir observando la maduración de un bebé en su relación con su madre, primero; con el entorno familiar, después;  por último, su incorporación al medio social, muestra un proceso similar. En ambos casos, se evidencia la estrecha relación entre el modo de ser de la subjetividad de cada persona y el del medio cultural.
La doctora Cucco, cuyo trabajo venimos leyendo, traslada ese planteo a un escenario determinado: la sociedad capitalista. Esto nos permite acercarnos al modo específico en que se ha ido estructurando la subjetividad  posmoderna:
Ahora bien, para ocuparnos de la transformación de nuestra propia subjetividad en juego, será necesario determinar el proceso que genera una realidad e individuos afines a ella, aptos para reproducir un orden dado. Será preciso relacionar una formación económico-social [un modelo cultural] con el devenir subjetivo. Será necesario entender cómo se "fabrican el hombre y la mujer capitalistas". Será imperioso identificar nuestros comportamientos para no luchar por la autonomía, a la vez que en nuestra vida cotidiana reproducimos los de  dependencia. Será de gran utilidad comprender el papel de las formaciones sociales imaginarias dentro de la institución de la sociedad: no sólo se trata de un modo de producción económica, sino de un modo de producción social.
En las sociedades tradicionales, los mecanismos específicos y las identificaciones estaban en la superficie de los procesos sociales, por lo cual analizarlos era una tarea relativamente sencilla. En cambio, la complejidad de la sociedad moderna, potenciada por la aparición de su modo industrial capitalista, obliga a la utilización de instrumentos conceptuales mucho más finos y precisos. De allí que el lenguaje de nuestra investigadora se torne un tanto inaccesible: subraya y acentúa lo adelantado en el párrafo anterior. Señala la necesidad de deconstruir el mecanismo por el cual se "fabrica el hombre y la mujer capitalista". Y en este avance del análisis, advierte la necesidad de evitar caer en la trampa de pensar la subjetividad y las relaciones sociales como fenómenos autónomos, aunque se los califique como relacionados. En este juego, la autora denomina formaciones imaginarias sociales a los modos por los cuales la subjetividad asume como propio lo recibido del medio social, aunque no sea totalmente consciente de ello. La subjetividad resultante, pensada de esta manera, es siempre derivación de las relaciones dentro de un marco cultural; por lo tanto, su autonomía es, en gran parte, una forma engañosa de ignorar la dependencia. 
Lo expresa con estas palabras:
Por el contrario, no hay personas o cosas a las que se agreguen cualidades por estar en el sistema capitalista, sino que la relación capitalista es la condición de estar mediada por personas y cosas capitalistas. Así, la conciencia mitificada de las personas capitalistas es una condición del funcionamiento de una economía capitalista. Si los cambios político-sociales no caminan junto a la liberación de la psiquis del individuo, si se apuesta por lo social negando la subjetividad, toda construcción va a ser autoritaria.


domingo, 27 de octubre de 2013

Subjetividad posmoderna y el buen vivir IX



El título de estas páginas contrapone dos figuras cuasi ideales, por su tratamiento como dos conceptos abstractos que sólo cobrarán vida y colores más intensos en historias personales. Plantearlo en estos términos nos permite enfocarlos teóricamente, con el necesario distanciamiento de la multiplicidad infinita de casos individuales. Abstraer rasgos generales comunes a todos ellos, aceptando el grado de arbitrariedad que encierra una selección de este tipo, abre un campo más extenso y habilita una mirada más amplia y general. Nos encontramos en una coyuntura que nos presenta, siguiendo esta estrategia, la manifestación espiritual de época expresada en dos figuras: la que conforma la subjetividad moderna —sostenida por las certezas de la cultura de los últimos tres siglos— y la posmoderna, que padece el desgaste de las tantas promesas incumplidas,  razón por la que se sumerge en un gris escepticismo —«La vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser»—, cubierto por una actitud pretendidamente sostenida sobre el ejercicio de una libertad sin compromiso y sin restricciones.
Sobre este clima, que embarga a gran parte de la cultura occidental moderna, flota la desazón, la desorientación, el sinsentido que esmerila lo mejor de nuestros sueños y nos precipita en un abismo sin fondo y sin más allá. Enfrentar el problema de la transición hacia otras formas de vida individual y colectiva, mejores, más humanas, posibles  no es tarea sencilla. La decadencia de la modernidad es irrespetuosa con los mejores sueños que pudimos tener; es implacable con la esperanza que acariciaba dulces utopías; es irreverente ante las creencias que alimentaban y proyectaban la vida hacia un futuro esperable; se nos presenta como una Parca que insinúa con su gélida sonrisa la anticipación de un destino no querido pero inexorable. Todo ello está presente ante todos nosotros, aunque intentemos torcer la mirada para ignorarlo. La subjetividad se ve acuciada con esos anuncios y se cobra su precio en lo más íntimo de nosotros.
Sin embargo quiero expresar mi convicción, sostenida en la certeza de que todo es superable si somos capaces de construir una realidad individual y colectiva que aliente el espíritu de lucha. En consecuencia, no debe faltar una buena dosis de esperanza para acumular en nuestra mochila de caminante la convicción de que la historia puede ser reconducida hacia otro territorio. Sin olvidar la aún considerable reserva de los mejores sentimientos solidarios mostrados por el hombre a lo largo de su milenaria presencia, aunque ocultos por los relatos. Agregando la convicción de que la historia ha sido siempre el resultado de la convergencia de fuerzas e ideales sostenidos con diversos resultados, y que han sido los hombres, con conciencia o sin ella, quienes han empujado el carro de la historia hasta el sitio donde hoy se encuentra.

Para seguir avanzando en una primera aproximación, convoco el pensamiento de la doctora en Psicología Social, profesora Mirtha Cucco, egresada de la Universidad Complutense de Madrid. Su aporte a estas páginas parte de formular algunas preguntas, como comienzo del tratamiento del problema sobre el camino de salida de la crisis que es, al mismo tiempo, el de entrada en un mundo diferente.
¿Cómo transformarnos y transformar la sociedad a partir de ser hombres y mujeres enteramente capitalistas, construidos con las lógicas del capital? Esto nos sitúa en la necesidad de sentar las bases de una praxis que ligue los contextos micro y macro sociales y transforme la realidad interna no menos que la externa. Nos enfrentamos aquí con una gran asignatura pendiente en el ámbito de la intervención político-social, que tiene que ver con el modo en que se soslaya, cuando no se desprecia como problema menor o sujeto al ámbito de la responsabilidad de cada uno para con su vida, el tema de la propia subjetividad en juego, construida con las mismas categorías de aquello que se pretende transformar.
Sus interrogaciones se afirman en la tesis de que no puede pensarse por separado lo que define como el contexto micro y el macro. Advierte que deberemos enfrentar una paradoja: lo que pretendemos modificar está construido con la misma materia con la que nos proponemos llevar adelante la tarea desde cada uno de nosotros.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Subjetividad posmoderna y el buen vivir VIII



Parto de la tesis sustentada en que la posmodernidad es el resultado del ocaso de la modernidad y, por lo tanto, necesariamente una época de crisis.
La declinación cultural —expresada, como en otras circunstancias históricas similares, en un proceso de relajamiento de las normas sociales, de los valores imperantes, con sus correlaciones intersubjetivas— desguarnece el entramado de las relaciones que unen a las personas entre sí. El piso ético se resquebraja y se torna movedizo. El sujeto portador de la subjetividad posmoderna es el emergente más claro de tales consecuencias. Entonces, para hablar de subjetividad en esta época de crisis, es necesario entender la potencia de este concepto y sus ambivalencias. La palabra “crisis viene del griego krisis y significa ‘separar o ‘decidir; la segunda acepción denota, también, el momento de decisión que abre camino ante una encrucijada nueva. También derivan de allí las palabras “crítica” —‘análisis o estudio para emitir un juicio’— y “criterio”, ‘razonamiento adecuado’. He apelado a la etimología de estos términos por tratarse de un recurso que favorece un pensamiento de mayor profundidad.
Este rico juego de posibilidades de interpretación nos permite superar el restringido e inflexible uso   que convierte la crisis en una situación próxima al desastre. Aceptado el aspecto que habla de lo no deseado,  debemos agregarle ahora la posibilidad de la desarticulación de lo anterior existente como  potencial emergencia de algo nuevo. Siguiendo esta línea de pensamiento, podemos ahondar en las promesas que la etimología nos ofrece y preguntarnos: ¿qué tipo de oportunidad?; ¿oportunidad para qué?; ¿qué promete y a qué nos invita? En este punto, debemos dejar dicho que el modo de enfrentarnos con este tipo de estados socioculturales depende, en gran parte, de las subjetividades que asumen la situación en toda su amplitud y elaboran respuestas posibles ante ellos. Las potenciales réplicas resultan de la condición espiritual de los actores, en su carácter de persona única e irrepetible, y de los componentes socioculturales largamente amasados por la conciencia colectiva histórica.
Voy a afirmar lo siguiente: para responder ante la crisis, no hay respuestas únicas, mecánicas, que incluyan a todos; eso no es humano y sólo puede funcionar como hipótesis en las mentes que piensan en términos estructurales, como si el todo social marchara independientemente de los actores sociales. La creatividad de cada persona — potenciada o mutilada por las corrientes que cruzan el momento del espacio público, entramada en el conjunto de acciones individuales— dará una resultante que de ninguna manera puede esperarse como necesariamente predecible o, al menos, aproximativa. La historia ha enseñado la alta variabilidad con que cada pueblo, en circunstancias análogas, asumió y respondió en cada caso. Y la experiencia da cuenta de tantas singularidades, de imposible pronóstico, que han presentado un cuadro novedoso, aunque pueda pasar  inadvertido para aquellos que “tienen ojos y no ven; tienen oídos y no oyen”. La historia humana es un caleidoscopio de situaciones que, con el correr del tiempo, permite descubrir cuánta creatividad ha demostrado en las respuestas ofrecidas. Apreciarlas o no es el resultado espiritual del abanico comprendido entre la esperanza y el escepticismo.

Estamos atravesando uno de esos tiempos de crisis. El clima de época condiciona las subjetividades y los estados de ánimo consecuentes que genera. El tema del buen vivir en el que iremos introduciéndonos exige la reflexión sobre ciertos aspectos previos que no merecen ser soslayados. Hablé antes de la mirada estructural que genera una fisura en su modo de apreciar la realidad sociohistórica. Esa visión coloca en veredas enfrentadas al actor social, con su biografía y sus resultados en un momento dado, ante los procesos complejos que discurren su acontecer con un frío desentendimiento de las personas participantes. Pensar de este modo es el resultado de la mentalidad científica que fragmenta el todo social en espacios específicos, poco conectados entre sí: para este caso, el de la psicología y el de la sociología.


lunes, 21 de octubre de 2013

Subjetividad posmoderna y buen vivir VII



Si el hombre medieval tenía un perfil timorato, sometido a los terribles designios divinos, viviendo entre dos posibilidades: una posterior vida feliz en el paraíso prometido, como recompensa, y los probables e implacables castigos del infierno eterno. La angustia era el resultado de la fragilidad de esa incertidumbre. Al hombre que se va asentando en la nueva cultura, armado con el instrumento poderoso del saber científico, se le ofrecía el sometimiento de la naturaleza a su voluntad. Percibía ahora que la Tierra toda podía caer bajo su dominio, empezaba a sentirse un “conquistador”.
La ciencia estaba protagonizando una verdadera revolución que se plasmaría no sólo en la definición de un nuevo sistema del mundo, sino en algo todavía más importante y que sería de enorme trascendencia para evolución del pensamiento y de la ciencia occidentales, a saber: una nueva concepción de la Razón y un  nuevo método científico.
El asombroso logro de la Ciencia Moderna fue el nacimiento de una nueva racionalidad que le dio la clave de la inteligibilidad de la Naturaleza. Desde Copérnico (siglo XVI), y ya de un modo definitivo con  Galileo, el científico insiste en presentar sus descubrimientos en el lenguaje de las matemáticas. Los grandes fundadores de la ciencia occidental hicieron hincapié en la universalidad y el carácter eterno de las leyes de la Naturaleza. Buscaron y formularon esquemas generales, marcos unificadores, en los cuales todo lo que existe puede ser conocido y demostrado lógica o causalmente. Para esa racionalidad  todo lo que ocurre debería, en principio, ser totalmente explicable en función de leyes generales inmutables. Estas leyes eternas que el científico se proponía descubrir y formular determinan para siempre el futuro. La propuesta bíblica de “la imagen y la semejanza” parecía hacerse realidad para este hombre moderno: no llegaría a “ser Dios”, pero estaría cerca de “ser como Dios”.
Si bien es cierto que la nueva ciencia hizo del método experimental el instrumento de su diálogo con la Naturaleza y el modo de subordinarla, no se conformó con una observación pasiva de ésta en el estilo tradicional, sino que se propuso someterla a sus interrogantes, a sus hipótesis teóricas. Este es el planteamiento que late detrás de las palabras de Galileo cuando dice: «Estoy seguro, por mis observaciones, que el efecto sucederá tal como digo, porque debe suceder así», o «La verdad que es sacada de las pruebas matemáticas es idéntica a aquella que conoce la sabiduría divina» ¡nada menos! La esencia de la Modernidad (esto es, la confianza absoluta en la Razón y la centralidad del sujeto pensante) se expresa por boca de Galileo y se plasma, como se puede ya advertir, en un desafío: que la Razón se desligue de toda autoridad, sea la de la tradición o la de los sentidos.
La Ciencia Moderna inaugura así un nuevo periodo de la historia del pensamiento occidental que debuta con el inicio de la Razón como factor de dominio del mundo, el correlato antropológico es “el conquistador del mundo” y el opresor de “los otros”. El desarrollo de la nueva ciencia constituye el factor cultural que más poderosa y decisivamente influye en el nacimiento de la Filosofía Moderna, entendiendo por tal una Filosofía propia e independiente que confía en la sola fuerza, en la sola luz de la Razón, para construir todo el edificio del conocimiento. El sujeto portador de esta nueva forma de la razón, distinta a la razón griega, en tanto es ahora un instrumento del conocimiento científico, con su metodología y la medición matemática, se sentirá un nuevo hacedor de mundos.
Una vez que ha dejado atrás la angustia renacentista, y ha superado el miedo religioso, avanza con la certeza de saber quién es y para qué está sobre la Tierra, es conocedor del destino que se la ha encomendado: conquistar, someter, transformar, inventar, y todo ello con la mirada de quien sabe convertir en oro todas esas habilidades. Sostiene Enrique Dussel[1] (1934) que la construcción de este hombre moderno tiene dos pilares: el cogito (razón) cartesiano[2] y el conqueror (conquistador) de Hernán Cortés[3] (1485-1547). Estas dos figuras se perfilan como un modo de comprender el espíritu de época, clima cultural de los primeros pasos del hombre moderno, burgués, seguro de sí mismo.


[1] Académico, filósofo e historiador argentino. Actual Rector Interino de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Es reconocido internacionalmente por su trabajo en el campo de la Ética, la Filosofía Política y la Filosofía latinoamericana, y en particular por ser uno de los fundadores de la Filosofía de la Liberación.
[2] El cogito (el pensamiento racional) es la primera verdad en el orden del conocimiento, según Descartes; y ello en dos sentidos: por una parte porque es la primera verdad a la que llegamos cuando hacemos uso de la duda metódica, y en segundo lugar porque a partir de ella podemos fundamentar todas las demás.
[3] Conquistador español del imperio azteca en 1519 (hoy el centro de México).

miércoles, 16 de octubre de 2013

Subjetividad posmoderna y el buen vivir VI



Según se va desenvolviendo la trama que ha dado lugar a esta novedad del siglo pasado denominada subjetividad posmoderna, en un juego que su misma conceptualización pone en evidencia: ésta puede ser pensada, analizada por contraposición a su antecesora la subjetividad moderna. Debemos reparar en que el sólo título enuncia ya una carencia: ser “pos”, lo que viene “después de”, habla de una indefinición que merece ser pensada. Es necesario detenernos, volver las páginas de la historia hacia sus comienzos, pero sin ir tan atrás que nos remita a un origen lejano. Podemos pensar a partir de su calificación de moderna para colocar un punto de comienzo que nos coloque frente a un camino prometedor. La investigación acerca de la naturaleza del sujeto portador de esta subjetividad funcionará como un espejo, y en el juego de las figuras contrapuestas se definirá con rasgos más precisos cada una de ellas.
Ubicaré el nacimiento de ese hombre con algunos datos históricos que describirán las condiciones sociales dentro de las cuales maduró su conciencia. La Modernidad representa el resultado de un hondo proceso de transformación del pensamiento europeo a lo largo de un período de casi tres siglos. En este largo proceso que comienza en los finales de la Edad Media, el Renacimiento[1] constituye un período de transición entre el hombre medieval, en vías de lenta desaparición. El moderno nace empujado por lo que se puede  denominar una fuerza espiritual caracterizada fundamentalmente por tres componentes culturales: el Humanismo, la Reforma Protestante y el avance ininterrumpido de la Ciencia. Debemos otorgarle a esta última el impulso decisivo en el advenimiento de la nueva etapa. Merece mencionarse que en el terreno político y social, tiene lugar una transformación importante: la consolidación de los Estados Nacionales y de las Monarquías Absolutas, así como al crecimiento de la burguesía y su actividad fundamental: el comercio  internacional.
Debo subrayar, por algunos comentarios anteriores respecto de las etapas de transición, que el Renacimiento es una época de crisis: es decir, época en que las convicciones vitales, fundamentos del espíritu de época del medioevo se resquebrajan, van perdiendo credibilidad, cesan de regir. Los hechos importantes a destacar son: el quebrantamiento de la unidad religiosa; el descubrimiento de la centralidad del Sistema Solar que arroja a la Tierra a un puesto subalterno; las conquistas de nuevos territorios y la expansión colonial; lo que va a compensar la autoestima del hombre europeo. Los intentos reiterados de desplegar una sensibilidad nueva en todos los ámbitos de la producción intelectual son síntomas inequívocos de la necesidad de superar la gran crisis que atraviesa la cultura de época.
El Renacimiento se presenta, pues, primero, como un acto de crítica que se resuelve en la ruptura con el pasado, una superación del conjunto de ideas, creencias, que sostuvieron la humanidad heredada. En este mar de dudas e incertidumbres el hombre del Renacimiento se niega a ser un náufrago en medio de la perplejidad. La nueva época se caracteriza por la negación de todas las filosofías anteriores, y constituye también el angustioso afán de encontrar un nuevo punto de apoyo capaz de salvar al hombre y a la cultura del naufragio: una nueva certeza. Este nuevo punto de apoyo será la Razón, una Razón autónoma y cada vez más desteologizada. Ésta, fundamento del hombre moderno, reconstruirá las certezas perdidas construyendo una nueva manera de pensar, sin paternalismos teológicos, afirmando la autonomía de este nuevo sujeto.
La actitud que domina el espíritu de la nueva ciencia expresa una confianza absoluta en la capacidad del hombre para extender más y más su dominio sobre la Naturaleza (el hombre puede dominarla ya que ahora tiene el instrumento adecuado para ello: la ciencia). Como se puede observar, la concepción aristotélica de la ciencia como conocimiento puramente teorético deja paso a una concepción más utilitarista de la ciencia. La nueva ciencia, la Ciencia Moderna, ya no aspira a la mera contemplación, sino al conocimiento de las leyes que rigen los fenómenos naturales con vistas a su dominio. Esta posibilidad de dominio acrecienta la confianza del hombre burgués, el hombre naciente, que será el dueño absoluto del mundo y lo subordinará a sus intereses económicos: la naturaleza será convertida en una fuente de materias primas y el fin dominante será el lucro.



[1] Es el nombre dado a un amplio movimiento cultural que se produjo en Europa Occidental en los siglos XV y XVI. Fue fruto de la difusión de las ideas del humanismo, que determinaron una nueva concepción del hombre y del mundo.