El Doctor Rendueles avanza entonces en una propuesta de teorización
sobre el cómo y el porqué de este proceso; sobre dónde encontrar los primeros
pasos de esta retracción para parapetarse en lo más íntimo de la conciencia
como estrategia defensiva ante un mundo muy hostil que no parece ofrecer la
posibilidad de ser transformado, al menos desde la subjetividad posmoderna.
Nos dice:
El intimismo dirigido desde
una vanguardia feminista impuso efectivamente unas relaciones personales
presididas por el sentimiento puro que permite la libertad postmoderna y renegó
de las ilusiones revolucionarias sobre la centralidad de la transformación del
trabajo para la liberación. Lo cual nos permite definir el intimismo, la reclusión en el seno de la conciencia individual,
como el resultado de toda una serie de derrotas en las luchas por forzar la
historia y las relaciones de trabajo hacia la libertad.
El sujeto que ha
abandonado la intención o nunca la tuvo o no está dispuesto a pelear por
cambiar el sistema que lo ataca y enferma, retrocede hacia esa retaguardia que
le ofrece su conciencia y desde allí se plantea su sobrevivencia individual:
El refugio en las relaciones
puras es un amor a palos tras haber destruido el mundo del trabajo como
productor de subjetividades, o haber hecho desaparecer las formas de
convivencia en el barrio como espacios de vida solidaria. Es sobre esa ausencia
de los antiguos espacios de soporte social, sobre las ruinas de las escuchas
espontáneas del patio de vecinos, o la taberna, donde se reclutan los clientes
de los centros de salud mental.
Contrapone de un
modo muy interesante pare reflexionar, en nuestras experiencias cotidianas, el
balance entre lo ganado y lo perdido con el derrumbamiento de la cultura
moderna, es decir, de aquella en proceso de su desestructuración, que da paso a
este mundo de perplejidades:
En
la actualidad hay un mayor equilibrio de poder entre los sexos pero hay una
crisis de atención y cuidados. El altruismo ha entrado en crisis, pues adultos
y jóvenes hoy en día no parecen estar muy dispuestos a sacrificarse por los
demás porque están en una pseudoafirmación del yo, en un mundo en el que el
placer inmediato parece estar sobrevalorado. Retorna en estos tiempos una
especie de carpe diem[1].
Podríamos decirle a
nuestro doctor que esto que describe es un cuadro que encuentra sus
manifestaciones más extremas en la Europa de hoy; que América ha comenzado un
proceso de recuperación de un estado social en descomposición hacia algunas
formas de vida más solidarias y esperanzadas. Esto no pretende decir que
nosotros no tengamos este tipo de subjetividad, sino simplemente afirmar que la
vamos dejando atrás de manera paulatina, aunque todavía tengamos mucho trabajo
por delante.
Otro tema que
propone, que me parece muy útil para pensar nuestra realidad, es el siguiente:
Por
otro lado ¿cómo pueden los sentimientos convertirse en cemento social?
«Permaneceré contigo mientras mi sentimiento me una a ti», me parece una
formula suicida para cualquier relación. Creo que hay que instituir un tipo de
crianza que genere obligaciones morales, que se base en promesas y en
sentimientos de deuda con la generación anterior. Conviene articular la vida
como un aprehender el testimonio de nuestros antepasados, porque ahora
cualquier tipo de obligación es vivido como represión, y eso está generando una
educación sentimental que, prometiendo el hedonismo, genera una infelicidad
generalizada de inestabilidades y rupturas que de nuevo crean
pseudo-necesidades psiquiátricas.
En lo que se ha
supuesto como un paso adelante en el ejercicio de la libertad, sobre todo en
las últimas generaciones, ha acarreado consecuencias que se manifiestan en el
consultorio psicológico. Pueden, también, percibirse en la liviandad del tipo
de relación que se establece entre la pareja:
Curiosamente esa
inestabilidad generalizada de los vínculos amorosos se está viendo sobre todo
en la clase obrera, donde la ruptura de los matrimonios supera ya el 60% entre
los que tienen entre 20 y 30 años, pues la norma de estar en pareja solo
mientras se está bien es ya un seguro de ruptura. En las páginas de divulgación
psicológica del dominical del diario El País se decía, como si se tratase de un
axioma matemático, que el amor dura un máximo de 5 años y que luego se
convierte en hábito. Si a eso se suma un trabajo inestable, una vivienda en
malas condiciones, y un mercado inmobiliario prohibitivo para los jóvenes, se
generan unos saltos continuos de relaciones que en dos generaciones conducen a
un caleidoscopio familiar que trastoca incluso la nomenclatura de las
relaciones familiares clásicas.
[1] “Carpe díem” es una locución latina que literalmente significa
‘disfruta el día’; quiere decir ‘aprovecha el momento’, en el sentido de no
malgastarlo.
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