Si el hombre
medieval tenía un perfil timorato, sometido a los terribles designios divinos,
viviendo entre dos posibilidades: una posterior vida feliz en el paraíso
prometido, como recompensa, y los probables e implacables castigos del infierno
eterno. La angustia era el resultado de la fragilidad de esa incertidumbre. Al
hombre que se va asentando en la nueva cultura, armado con el instrumento
poderoso del saber científico, se le ofrecía el sometimiento de la naturaleza a
su voluntad. Percibía ahora que la Tierra toda podía caer bajo su dominio,
empezaba a sentirse un “conquistador”.
La ciencia estaba
protagonizando una verdadera revolución que se plasmaría no sólo en la
definición de un nuevo sistema del mundo, sino en algo todavía más importante y
que sería de enorme trascendencia para evolución del pensamiento y de la
ciencia occidentales, a saber: una nueva concepción de la Razón y un nuevo método científico.
El asombroso logro
de la Ciencia Moderna fue el nacimiento de una nueva racionalidad que le dio la
clave de la inteligibilidad de la Naturaleza. Desde Copérnico (siglo XVI), y ya
de un modo definitivo con Galileo, el
científico insiste en presentar sus descubrimientos en el lenguaje de las
matemáticas. Los grandes fundadores de la ciencia occidental hicieron hincapié
en la universalidad y el carácter eterno de las leyes de la Naturaleza.
Buscaron y formularon esquemas generales, marcos unificadores, en los cuales
todo lo que existe puede ser conocido y demostrado lógica o causalmente. Para
esa racionalidad todo lo que ocurre
debería, en principio, ser totalmente explicable en función de leyes generales
inmutables. Estas leyes eternas que el científico se proponía descubrir y
formular determinan para siempre el futuro. La propuesta bíblica de “la imagen
y la semejanza” parecía hacerse realidad para este hombre moderno: no llegaría
a “ser Dios”, pero estaría cerca de “ser como Dios”.
Si bien es cierto
que la nueva ciencia hizo del método experimental el instrumento de su diálogo
con la Naturaleza y el modo de subordinarla, no se conformó con una observación
pasiva de ésta en el estilo tradicional, sino que se propuso someterla a sus
interrogantes, a sus hipótesis teóricas. Este es el planteamiento que late
detrás de las palabras de Galileo cuando dice: «Estoy seguro, por mis observaciones,
que el efecto sucederá tal como digo, porque debe suceder así», o «La verdad
que es sacada de las pruebas matemáticas es idéntica a aquella que conoce la
sabiduría divina» ¡nada menos! La esencia de la Modernidad (esto es, la
confianza absoluta en la Razón y la centralidad del sujeto pensante) se expresa
por boca de Galileo y se plasma, como se puede ya advertir, en un desafío: que
la Razón se desligue de toda autoridad, sea la de la tradición o la de los
sentidos.
La Ciencia Moderna
inaugura así un nuevo periodo de la historia del pensamiento occidental que
debuta con el inicio de la Razón como factor de dominio del mundo, el correlato
antropológico es “el conquistador del mundo” y el opresor de “los otros”. El
desarrollo de la nueva ciencia constituye el factor cultural que más poderosa y
decisivamente influye en el nacimiento de la Filosofía Moderna, entendiendo por
tal una Filosofía propia e independiente que confía en la sola fuerza, en la
sola luz de la Razón, para construir todo el edificio del conocimiento. El
sujeto portador de esta nueva forma de la
razón, distinta a la razón griega, en tanto es ahora un instrumento del
conocimiento científico, con su metodología y la medición matemática, se
sentirá un nuevo hacedor de mundos.
Una vez que ha
dejado atrás la angustia renacentista, y ha superado el miedo religioso, avanza
con la certeza de saber quién es y para qué está sobre la Tierra, es conocedor
del destino que se la ha encomendado: conquistar, someter, transformar,
inventar, y todo ello con la mirada de quien sabe convertir en oro todas esas
habilidades. Sostiene Enrique Dussel[1] (1934) que la construcción
de este hombre moderno tiene dos pilares: el cogito (razón) cartesiano[2] y el
conqueror (conquistador) de Hernán Cortés[3] (1485-1547). Estas dos
figuras se perfilan como un modo de comprender el espíritu de época, clima
cultural de los primeros pasos del hombre moderno, burgués, seguro de sí mismo.
[1] Académico, filósofo e historiador argentino. Actual Rector Interino de
la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Es reconocido
internacionalmente por su trabajo en el campo de la Ética, la Filosofía
Política y la Filosofía latinoamericana, y en particular por ser uno de los
fundadores de la Filosofía de la Liberación.
[2] El cogito (el pensamiento racional) es la primera verdad en el orden
del conocimiento, según Descartes; y ello en dos sentidos: por una parte porque
es la primera verdad a la que llegamos cuando hacemos uso de la duda metódica,
y en segundo lugar porque a partir de ella podemos fundamentar todas las demás.
[3] Conquistador español del imperio azteca en 1519 (hoy el centro de
México).
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