El problema planteado requiere, para ser abordado, algunas
especificaciones y definiciones que nos permitan comprender mejor el tiempo
histórico en que estamos y sus características. El concepto que ha estado
merodeando en torno al problema del sujeto (es decir, al portador de esa
subjetividad) —muy debatido, del que se ha escrito otro tanto— es el de posmodernidad,
con el cual se ha intentado abrir un espacio para el pensamiento crítico y, a
través de esa brecha, introducirnos en nuestras reflexiones. Nos encontramos
frente a un vocablo difuso, impreciso, ambiguo; por lo tanto, de difícil y
escasa precisión, con el que debemos intentar la profundización de la
problemática. Recurro a Wikipedia para que nos oriente:
En
sociología, el término posmoderno se refiere al proceso cultural observado en
muchos países en las últimas décadas, cuyos principios han sido ubicados en los
'70. Las diferentes corrientes del movimiento postmoderno aparecieron durante
la segunda mitad del siglo XX, todas ellas comparten la idea de que el proyecto
modernista fracasó en su intento de renovación radical de las formas del pensamiento, de las propuestas políticas
y en la vida social. Uno de los mayores problemas en el tratamiento de este
tema resulta precisamente en llegar a un concepto o definición precisa de lo
que es la postmodernidad. Esto resulta de diversos factores, entre los cuales
los principales inconvenientes son la actualidad, y por lo tanto la escasez e
imprecisión de los datos a analizar y la falta de una teoría válida para poder
hacerlo extensivo a todos los hechos que se van dando a lo largo de este complejo
proceso que se llama posmodernismo. Pero el principal obstáculo proviene
justamente del mismo proceso que se quiere definir, porque es eso precisamente
lo que falta en esta era: un sistema, una totalidad, un orden, una unidad, en
definitiva coherencia.
Dicho de otro modo, debemos asumir que una de las manifestaciones de
esta etapa es la descomposición del proyecto de la modernidad occidental,
descomposición que va acompañada por una especie de estupor, un aturdimiento
provocado por la incapacidad de pensar qué es lo que se va derrumbando. Además,
esto que provoca el desconcierto remite a la conciencia colectiva, como una
manera de defenderse, dejarse deslizar hacia la indiferencia. Propongo, ahora,
recurrir a la psicopatología como instrumento de análisis de una situación
social patógena que crea un clima enfermizo frente a los cuales el sujeto
posmoderno busca en el consultorio una explicación, una protección, una
contención, que lo ayude ante este cuadro social.
Una muy interesante conversación entre personalidades que han
investigado este problema nos dará algunas pistas para orientar nuestra
búsqueda. La conversación fue propuesta por Fernando
Álvarez-Uría y Julia Varela — ambos profesores
de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid—, al psiquiatra y
escritor español, Doctor Guillermo Rendueles (1948), Licenciado en Medicina por
la Universidad de Salamanca y Doctor en
Medicina por la Universidad de Sevilla, es también Profesor de Psicopatología
en el Centro Asociado de la Universidad Nacional de Educación a Distancia
(UNED), en Asturias. Ante la pregunta respecto de cómo se ve este tema desde el
consultorio, responde:
A la
consulta psiquiátrica llegan hoy multitud de pacientes que la utilizan a modo
de muro de las lamentaciones en donde descargan malestares cotidianos que
traducen una miseria sentimental y un
sufrimiento generalizado, imposibles de solucionar desde los espacios de
la Psicología. Son seudo-depresiones y angustias reactivas a un malvivir
urbano, a unas situaciones que los pacientes no pueden ni quieren cambiar.
Estrés es el nombre que traduce al diagnóstico psicológico trabajos agotadores,
endeudamiento con la casa, malquereres domésticos, agobios que no causan la
depresión sino que la constituyen. Los pacientes no piden interpretaciones de
sus trastornos, ni estrategias para el cambio, sino palabras o píldoras que
consuelen o hagan tolerables estas situaciones, dada su falta de coraje para
intentar transformar sus condiciones de vida. Lo masificado de las consultas
psiquiátricas, por las que llega a pasar el 50% de la población del área
sanitaria, explicita la ruina psicológica de la multitud postmoderna, que
traduce allí, a la intimidad de cada persona, lo insignificante y vacío de su
cotidianidad, las miserias para las que no encuentra otras vías de cambio que
la individuación psicológica.
A primera vista, quien esto lee puede tener una sensación de
rechazo ante un diagnóstico tan crudo y duro; sentir una distancia respecto de
ese paciente que acude en busca de ayuda terapéutica. Sin embargo, el
señalamiento de en qué reside la demanda nos coloca en la pista de lo que tratamos
de comprender: no quieren cambiar sus vidas ni alterar su modo de relacionarse
con el mundo circundante, sino demandan una salida química fácil e inmediata.
Esto comienza a hablarnos de la subjetividad
posmoderna.
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