domingo, 6 de octubre de 2013

Subjetividad posmoderna y el buen vivir III



El problema planteado requiere, para ser abordado, algunas especificaciones y definiciones que nos permitan comprender mejor el tiempo histórico en que estamos y sus características. El concepto que ha estado merodeando en torno al problema del sujeto (es decir, al portador de esa subjetividad) —muy debatido, del que se ha escrito otro tanto— es el de posmodernidad, con el cual se ha intentado abrir un espacio para el pensamiento crítico y, a través de esa brecha, introducirnos en nuestras reflexiones. Nos encontramos frente a un vocablo difuso, impreciso, ambiguo; por lo tanto, de difícil y escasa precisión, con el que debemos intentar la profundización de la problemática. Recurro a Wikipedia para que nos oriente:
En sociología, el término posmoderno se refiere al proceso cultural observado en muchos países en las últimas décadas, cuyos principios han sido ubicados en los '70. Las diferentes corrientes del movimiento postmoderno aparecieron durante la segunda mitad del siglo XX, todas ellas comparten la idea de que el proyecto modernista fracasó en su intento de renovación radical de las formas  del pensamiento, de las propuestas políticas y en la vida social. Uno de los mayores problemas en el tratamiento de este tema resulta precisamente en llegar a un concepto o definición precisa de lo que es la postmodernidad. Esto resulta de diversos factores, entre los cuales los principales inconvenientes son la actualidad, y por lo tanto la escasez e imprecisión de los datos a analizar y la falta de una teoría válida para poder hacerlo extensivo a todos los hechos que se van dando a lo largo de este complejo proceso que se llama posmodernismo. Pero el principal obstáculo proviene justamente del mismo proceso que se quiere definir, porque es eso precisamente lo que falta en esta era: un sistema, una totalidad, un orden, una unidad, en definitiva coherencia.
Dicho de otro modo, debemos asumir que una de las manifestaciones de esta etapa es la descomposición del proyecto de la modernidad occidental, descomposición que va acompañada por una especie de estupor, un aturdimiento provocado por la incapacidad de pensar qué es lo que se va derrumbando. Además, esto que provoca el desconcierto remite a la conciencia colectiva, como una manera de defenderse, dejarse deslizar hacia la indiferencia. Propongo, ahora, recurrir a la psicopatología como instrumento de análisis de una situación social patógena que crea un clima enfermizo frente a los cuales el sujeto posmoderno busca en el consultorio una explicación, una protección, una contención, que lo ayude ante este cuadro social.
Una muy interesante conversación entre personalidades que han investigado este problema nos dará algunas pistas para orientar nuestra búsqueda. La conversación fue propuesta por Fernando Álvarez-Uría y Julia Varela — ambos profesores de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid—, al psiquiatra y escritor español, Doctor Guillermo Rendueles (1948), Licenciado en Medicina por la Universidad de Salamanca  y Doctor en Medicina por la Universidad de Sevilla, es también Profesor de Psicopatología en el Centro Asociado de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), en Asturias. Ante la pregunta respecto de cómo se ve este tema desde el consultorio, responde:
A la consulta psiquiátrica llegan hoy multitud de pacientes que la utilizan a modo de muro de las lamentaciones en donde descargan malestares cotidianos que traducen una miseria sentimental y un  sufrimiento generalizado, imposibles de solucionar desde los espacios de la Psicología. Son seudo-depresiones y angustias reactivas a un malvivir urbano, a unas situaciones que los pacientes no pueden ni quieren cambiar. Estrés es el nombre que traduce al diagnóstico psicológico trabajos agotadores, endeudamiento con la casa, malquereres domésticos, agobios que no causan la depresión sino que la constituyen. Los pacientes no piden interpretaciones de sus trastornos, ni estrategias para el cambio, sino palabras o píldoras que consuelen o hagan tolerables estas situaciones, dada su falta de coraje para intentar transformar sus condiciones de vida. Lo masificado de las consultas psiquiátricas, por las que llega a pasar el 50% de la población del área sanitaria, explicita la ruina psicológica de la multitud postmoderna, que traduce allí, a la intimidad de cada persona, lo insignificante y vacío de su cotidianidad, las miserias para las que no encuentra otras vías de cambio que la individuación psicológica.
A primera vista,  quien esto lee puede tener una sensación de rechazo ante un diagnóstico tan crudo y duro; sentir una distancia respecto de ese paciente que acude en busca de ayuda terapéutica. Sin embargo, el señalamiento de en qué reside la demanda nos coloca en la pista de lo que tratamos de comprender: no quieren cambiar sus vidas ni alterar su modo de relacionarse con el mundo circundante, sino demandan una salida química fácil e inmediata. Esto comienza a hablarnos de la subjetividad posmoderna.

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