miércoles, 29 de diciembre de 2010

La mejor forma de robar un banco es ser dueño de uno VIII

El resultado de este debate político-económico posicionó al neoliberalismo como gran triunfador, el Estado de Bienestar fue el gran perdedor y junto con él grandes sectores de la población del mundo, como ya quedó dicho. Dice Rapoport respecto de lo que los norteamericanos denominaron “los treinta gloriosos, refiriéndose al período que se cerraba: «Esa situación llegó a su fin con el inicio de la crisis de los años setenta, aunque en el fondo ya acechaban, desde un tiempo antes, problemas tales como presiones inflacionarias y desinversión, acompañados por una creciente crítica a la intervención del Estado y a los sistemas de protección social implementados en la posguerra». Subrayo la idea de la “creciente crítica” porque ella se pudo observar en nuestro país durante los ochenta y los noventa en el machacón mensaje de los medios de comunicación como: «Hacer chico el Estado para agrandar la Nación». Toda la crítica a la inutilidad del Estado y a las grandes ventajas del sistema de “libre empresa” fue una prédica permanente que caló muy hondo en las ideas de gran cantidad de gente. Esto no significa que el Estado funcionara bien, pretende decir que el camino era modificar, perfeccionar, eficientizar el Estado, no eliminarlo. Hoy ya hemos hecho la dolorosa experiencia de las consecuencias de todo ello.
Volvamos a leer al profesor citado porque radica en este punto un nudo de lo que va a suceder después, de cuya comprensión dependerá como sigamos hacia el futuro: «Así como antes de 1929 se generaba un consenso de ideas heterodoxas, que tuvo la oportunidad de implementarse para combatir la depresión económica en el escenario de la administración Roosvelt, lo mismo ocurrió en un sentido inverso en las décadas de posguerra. El auge trajo consigo mayores demandas salariales, procesos inflacionarios y caídas de rentabilidad en las empresas. En universidades, entidades académicas y empresariales fue creciendo una fuerte corriente de economistas ortodoxos y de intelectuales de derecha, que aprovecharon la crisis de los años setenta para volver a influir decisivamente sobre el poder político dando fundamento a esa “revolución conservadora”, madre del neoliberalismo». Estas “nuevas-viejas” ideas se denominaron en los ochenta el “monetarismo”. Se puede definir esta corriente como una teoría macroeconómica que se ocupa de analizar la oferta monetaria. Se identifica con una determinada interpretación de la forma en que la oferta de dinero afecta a otras variables como los precios, la producción y el empleo. Es decir, parte de manejo de la oferta monetaria como centro del proceso productivo. Esta teoría fue formulada por Milton Friedman, premio Nobel de economía en 1976. Se basa en el más crudo liberalismo y fue una reacción al keynesianismo. Su preocupación máxima es la inflación la cual, dice Friedman, es un problema estrictamente monetario. Esta preocupación por la inflación muestra claramente la defensa del capital financiero, que es el mayor perjudicado en esos procesos.
Como un aporte a la aclaración del tema Rapoport cita a un alto funcionario del Tesoro británico que fundamentaba su política monetarista para salir de la crisis durante el gobierno de Margaret Tatcher, decía que ellos: «No creyeron en ningún momento que esta teoría era correcta para bajar la inflación. Pero veían que su aplicación era muy buena para incrementar el desempleo y una vía extremadamente deseable para reducir la fuerza de las clases trabajadoras. La consecuencia era la recreación de un ejército industrial de reserva que permitiría a los capitalistas tener más beneficios que los obtenidos hasta entonces». Los abogados dicen en estos casos «a confesión de parte relevo de pruebas», si la confesión es tan clara las pruebas son innecesarias.
Ante toda esta muestra de sinceridad el profesor dice: «Quizás sería razonable preguntarse si en este caso – a diferencia de 1929 – fue una crisis que necesitaba de una fuerza política y de una ideología para garantizar al poder económico dominante – puesto en cuestión – la perdurabilidad de los cambios efectuados. Iba a constituir así un punto de inflexión en las políticas económicas cuyos alcances llegan a la crisis desatada en 2007». Una revisión de los resultados posteriores nos muestra que se apreció un aumento notable del desempleo en la mayoría de los países, en contraposición a la situación de casi pleno empleo de las tres décadas anteriores a la crisis de los setenta.

domingo, 26 de diciembre de 2010

La mejor forma de robar un banco es ser dueño de uno VII

La crisis del petróleo sirvió como justificativo para explicar la depresión económica de los setenta y los ochenta, y culpar a los países integrantes de la OPEP de la misma. Sin embargo, es necesario ampliar el análisis para una mejor comprensión de esta etapa decisiva en el curso del capitalismo del siglo XX. Podemos leer algunas formas de encontrarle una explicación que se planteaba con estas palabras: «Frente a la crisis iniciada en 1973, producto de la disminución de las tasas de ganancias de las grandes empresas, se empezaron a cuestionar las ideas keynesianas de intervencionismo estatal y se inició un cuestionamiento teórico y práctico del funcionamiento del “estado de bienestar”. El Estado, según los críticos, gastaba demasiado y era eso lo que generaba la crisis, por lo tanto había que reducirlo. El keynesianismo aseguraba que frente a la crisis había que seguir aumentando el poder adquisitivo de la gente para aumentar el consumo y la producción, y por lo tanto, mantener el pleno empleo, aunque eso generara una inflación controlada y disminuyera las tasas de ganancias de los industriales».
Se puede ver un contraste de ideas, que representan intereses opuestos, respecto de la situación real de la década mencionada. La importancia de un claro discernimiento al respecto radica en que este debate se mantuvo a lo largo de las décadas siguientes y todavía no se ha encontrado una solución política. Solución que requiere la derrota de una de estas dos posiciones. Detrás de las palabras citadas se debe detectar los intereses en pugna. La crisis pone de manifiesto que la rentabilidad del capital va decreciendo, ante lo cual se proponen dos salidas: 1.- la continuidad del modelo de intervención estatal apuntando a la mejor distribución de la riqueza producida suponiendo, como lo había demostrado el periodo 1945-1970, que de ese modo se garantizaba el consumo por el buen nivel de la retribución al trabajo; 2.- la del reclamo de los capitalistas de volver a un Estado mínimo que eliminara la participación estatal frente al mercado, facilitando la concentración de la riqueza en pocas manos, lo que acarrearía el sacrificio de la distribución en desmedro de la retribución al trabajador.
Los críticos del Estado de Bienestar, neoliberales o neoconservadores, decían que el aumento de las ganancias era el único motor de la economía. Por lo tanto se debían reducir los costos volviendo al liberalismo tradicional con la reducción del Estado, disminución de los salarios y eliminación de los puestos de trabajo “innecesarios”. Esta reducción de los costos productivos: menor monto salarial por el despido de trabajadores, con mayor productividad a través del aumento de las horas de trabajo, permitiría el recupero de los niveles de rentabilidad de otras épocas. De este modo se incentivaría la inversión como camino de salida de la crisis. Las décadas de los ochenta y noventa mostraron el predominio de la segunda postura que culminó en el ya famoso Consenso de Washington .
Voy a recurrir al aporte de una autoridad académica, el profesor Mario Rapoport, investigador del Conicet, que describe esta situación con los siguientes conceptos: «Las ideas keynesianas dieron, por su parte, sustentabilidad al sistema de Bretton Woods con la conformación de los Estados de Bienestar, cuyas prestaciones en materia de seguridad social, salud, educación, etc., cubrían con sus beneficios a la mayoría de la población limitando los conflictos sociales en las regiones avanzadas del capitalismo. Esto iba acompañado por un proceso de intervención de los Estados en las economías y de nacionalización de los servicios públicos y de algunos sectores productivos. Se verificó, asimismo, un incremento de movimientos sociales y culturales y del poder de los sectores sindicales, que empujaron a un alza en los salarios reales y a una mejora en las condiciones de vida de los trabajadores, especialmente en los países desarrollados, pero se fueron incubando, al mismo tiempo, ideologías contestarias al sistema».
En este párrafo quedan sintetizadas las razones por las cuales se produjo la reacción de los sectores del capital. Los beneficios conseguidos por los trabajadores durante esas décadas costaban un dinero que el Estado conseguía a través de impuestos a la renta. Por lo tanto, eliminar esas ventajas y erradicar la presencia del Estado en el juego económico, retrotraía la relación capital-trabajo a principios del siglo XX.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

La mejor forma de robar un banco es ser dueño de uno VI

Esta revisión que estoy proponiendo debe asumir que el proceso histórico del capitalismo moderno ha sufrido un salto en su desarrollo. Con toda seguridad podemos considerar a la crisis del petróleo de la década del setenta como una bisagra del capitalismo moderno. La “jefatura del mundo” pasó de manos (de Gran Bretaña a los EEUU), aparecieron en escena, totalmente remozados, los antiguos conservadores con aires “revolucionarios” (es el neo-conservadurismo de Reagan-Tatcher, o el neo-liberalismo, dado que salvo en algunos aspectos menores no tienen grandes diferencias). En rigor de verdad una revolución se produjo dentro del esquema de poder internacional, “revolucionaron” los modos de ese esquema y la distribución del poder y de la riqueza, por ello, lograron el “mando unificado” que fue depositado en manos nuevas. Las posibilidades que la tecnología comunicativa ofrecía les abrió el camino a una circulación de la información, “en tiempo real”, que alteró las reglas de los negocios internacionales y de allí del poder internacional. El neo-conservadurismo o (neo-liberalismo) se presentó como una novedad, y muchos “compraron” esa vieja “mercadería” que venía presentada en “atractivos envoltorios”. Estos cambios se produjeron junto con “una combinación de factores que marcó el final de un período de notable crecimiento: La declaración de inconvertibilidad del dólar en 1971 y las devaluaciones del dólar entre 1971 y 1973 pusieron fin al sistema monetario de Bretón Woods”. Al dejar de estar sostenido por la paridad en oro el valor del dólar pasó a ser una incógnita. Se unía al proceso de deterioro:
«Ante la caída de la producción, del consumo, y del crecimiento económico en general, y frente a la reaparición de altos porcentajes de desocupación, el aumento de la pobreza y la inestabilidad de las variables económicas, se prefirió hablar de recesiones menores y momentáneas. Las causas de esta grave crisis, que se prolongó hasta la década del noventa, fueron explicadas de diferentes formas: por la crisis del petróleo (aumento del precio de dicho producto), por los avances tecnológicos que provocaron desocupación y hasta por la creencia de que los salarios habían aumentado demasiado. Es decir, se trató de una crisis provocada por el funcionamiento del propio sistema capitalista: después de más de veinte años de crecimiento sostenido se produjo un estancamiento y los empresarios —para no perder tanto— transfirieron la disminución de sus ganancias a los otros sectores de la sociedad: los trabajadores, el Estado, etc. La crisis fue causada por la propia estructura del sistema, influida por causas coyunturales, como las mencionadas anteriormente».
Habíamos señalado la aparición del neoconservadurismo, que es la ideología política con la cual se presenta el viejo liberalismo hacia el fin de siglo XX. Éste, en su versión original del siglo XIX, se sostuvo mientras el sistema capitalista, que era su base económica, demostró su salud creciendo a buen ritmo. Pero en la década del veinte comenzó a avizorarse una crisis que estalló sobre el final de esa década (según ya vimos). Fue entonces cuando revisó su postura frente al papel del Estado y lo colocó al servicio de la “resolución de la crisis”. Esto bajo las ideas del keynesianismo. La etapa política que va desde la estructuración de esa nueva forma de colocar el Estado frente al mercado, la década del cuarenta, hasta la “Crisis del Petróleo”, se caracterizó por la “presencia activa” del Estado como “actor regulador” de las políticas sociales, con una participación permanente en el control de la actividad económica y, fundamentalmente, como agente controlador de la distribución de la riqueza. Esos treinta años expusieron un crecimiento importante de las clases medias en los países centrales, y otro tanto ocurrió en otros países, como el nuestro. Si bien los países centrales exportaron gran parte de su crisis a los países dependientes logrando paliar así parte de su crisis, aquellos países que lograron cierto despegue de esa dependencia consiguieron un desarrollo importante. Llegamos a la década del setenta.
Detengámonos brevemente en ese momento de mediados de los setenta, que preparó las condiciones para realizar la operación del salto de precio del barril de petróleo. Los países exportadores de petróleo pactaron la creación de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en agosto de 1960, que fue creada como respuesta a la baja del precio oficial del petróleo acordado unilateralmente por las grandes compañías distribuidoras. El barril se pagaba en 1970 u$s 2,53 a fines de los años 80 había subido a u$s 41. De esta manera se terminó con el petróleo barato que había lubricado el crecimiento de posguerra. Por otra parte, los países miembros de la OPEP aumentaron considerablemente sus ganancias, a las que se denominó “petrodólares”. Esa enorme masa de dinero salió de los estados árabes para incorporarse al sistema financiero occidental, que comenzó a ofrecer préstamos a cualquier país que los solicitase. De esta forma, la mayoría de las naciones en “vías de desarrollo” se endeudaron creyendo que pronto se recuperarían de la “momentánea” crisis. En los años 80, este endeudamiento estalló cuando México declaró la imposibilidad de pagar sus créditos.

domingo, 19 de diciembre de 2010

La mejor forma de robar un banco es ser dueño de uno V

Comienzo pidiendo perdón por el abuso de información histórica, pero creo que es muy importante tener un panorama claro y amplio de los escenarios políticos-económicos-financieros que han posibilitado en este último acto del que somos espectadores y víctimas. Mucho de lo que aconteció fue ocultado y contado sesgadamente, con el claro objetivo de que no se sepa la verdad. Nos queda por ver la etapa posterior al final de la Segunda Guerra.
El comandante en Jefe de la Victoria fue el general Dwight David Eisenhower (1890 -1969) quien por su gran prestigio personal accedió a la presidencia de Estados Unidos de América durante dos mandatos 1953-61. Su actividad se centró en el plano internacional en el enfrentamiento con la Unión Soviética, periodo que se denomina Guerra Fría: el enfrentamiento ideológico que tuvo lugar durante el siglo XX, desde 1945 (fin de la Segunda Guerra Mundial) hasta el fin de la URSS y la debacle del comunismo que se dio entre 1989 (Caída del Muro de Berlín) y 1991 (golpe de estado en la URSS). Su gobierno se concentró en el equipamiento militar para un supuesto posible ataque de ese enemigo soviético. Eisenhower decidió compensar la reducción del presupuesto militar con un sistema de defensa que descansaría cada vez más sobre las armas nucleares. Esto posibilitó el desarrollo de la gran industria armamentista, justificado por el peligro señalado. Al terminar su segundo mandato, en el acto en que le entregaba el mando al presidente electo John Fitzgerald Kennedy (1917-1963) pronunció un discurso en el que sostuvo lo siguiente:
«Hasta el último de nuestros conflictos mundiales, los Estados Unidos no tenían industria armamentística. Los fabricantes norteamericanos de arados podían, con tiempo y según necesidad, fabricar también espadas. Pero ahora ya no nos podemos arriesgar a una improvisación de emergencia de la defensa nacional; nos hemos visto obligados a crear una industria de armamentos permanente, de grandes proporciones. Añadido a esto, tres millones y medio de hombres y mujeres están directamente implicados en el sistema de defensa. Gastamos anualmente en seguridad militar más que los ingresos netos de todas las empresas de Estados Unidos.
»Esta conjunción de un inmenso sistema militar y una gran industria armamentística es algo nuevo para la experiencia norteamericana. Su influencia total (económica, política, incluso espiritual) es palpable en cada ciudad, cada parlamento estatal, cada departamento del gobierno federal. Reconocemos la necesidad imperativa de esta nueva evolución de las cosas. Pero debemos estar bien seguros de que comprendemos sus graves consecuencias. Nuestros esfuerzos, nuestros recursos y nuestros trabajos están implicados en ella; también la estructura misma de nuestra sociedad. En los consejos de gobierno, debemos estar alerta contra el desarrollo de influencias indebidas, sean buscadas o no, del complejo militar-industrial. Existe y existirán circunstancias que harán posible que surjan poderes en lugares indebidos, con efectos desastrosos. Nunca debemos permitir que el peso de esta combinación ponga en peligro nuestras libertades ni nuestros procesos democráticos. No deberíamos dar nada por supuesto. Sólo una ciudadanía entendida y alerta puede obligar a que se produzca una correcta imbricación entre la inmensa maquinaria defensiva industrial y militar, y nuestros métodos y objetivos pacíficos, de modo que la seguridad y la libertad puedan prosperar juntas».
Ruego al lector que lea y relea las palabras, con mi subrayado agregado, que pronunció el presidente saliente, porque están allí las claves de la comprensión del periodo siguiente de la historia mundial. Dentro de él se han dado transformaciones que no pueden ser comprendidas acabadamente sin este fundamental concepto económico-político: el “complejo militar-industrial”. Este “inmenso sistema”, como él lo define, más conocido como el Pentágono, es el centro del poder de los EEUU y su capacidad de decisión abarca un área de la vida del mundo cuya “influencia total (económica, política, incluso espiritual) es palpable en cada ciudad, cada parlamento estatal, cada departamento del gobierno federal”. No dijo, y no podía decirlo, que esa influencia se extendía por el globo hasta los más remotos pueblos: la globalización. Pero lo sustancial, leídas desde nuestro presente, estas palabras advierten sobre las causas de lo que realmente ocurrió.
No me sorprendería que algún lector se sienta desbordado por estas afirmaciones, que todo esto le parezca una película de ciencia ficción. A pesar de ello deseo que no se desanime y que continúe con la lectura de estas páginas, esto es sólo el punto de partida que nos permitirá iluminar los acontecimientos de las últimas cinco décadas de la historia del mundo.

domingo, 12 de diciembre de 2010

La mejor forma de robar un banco es ser dueño de uno IV

La alternativa de Roosvelt era de muy difícil solución. Entonces sucede algo providencial, leamos su relato según nos cuenta el historiador John Toland. Esto que sucedió fue ocultado por el Alto Mando que dijo a sus Jefes: “Caballeros, esto va a la tumba con nosotros”: «El 6 de diciembre de 1941 se le entrega a Franklin Delano Roosevelt un mensaje interceptado por la Marina de los EE.UU. Enviado desde Tokio a una de las embajadas japonesas en Washington, estaba cifrado en el código diplomático de alto nivel japonés (el código púrpura) y declaraba la intención de Japón de poner fin a las relaciones con los EE.UU. Una vez leída la transmisión de trece páginas, Roosevelt afirmó: “Esto significa guerra”. Pero entonces hizo algo un tanto extraño: absolutamente nada. Sí, eso es. Conocía la secreta declaración de guerra de los japoneses pero nunca se lo comunicó a quienes necesitaban saberlo: el almirante Husband E. Kimmel, comandante en jefe de la Flota de los EE.UU. en el Pacífico, en Pearl Harbor (Hawai) y el teniente general Walter Short. Todos los militares sabían que, en caso de que los japoneses atacaran, el objetivo sería Pearl Harbor.
Al amanecer de la mañana siguiente, un escuadrón japonés bombardeó Pearl Harbor en un ataque sorpresa que resultó ser eso, una gran sorpresa. Por lo menos para Kimmel, Short y los otros 4575 soldados americanos que allí murieron. La sorpresa no lo fue tanto probablemente para los generales George G. Marshall y Leonar T. Gerou y los almirantes Harold R. Stark y Richmond Kelly Turner, altos rangos militares en Washington, y los únicos autorizados para revelar ese tipo de información confidencial a mandos desplazados. Kimmel y Short, sin embargo, no recibieron el mensaje descifrado de la declaración de guerra hasta por la mañana, cuando el ataque ya había comenzado en el Pacífico».
Esta historia, largamente ocultada, encuentra su explicación en las palabras del contraalmirante Robert A. Theobald, quien se encontraba al mando de los destructores en Pearl Harbor: “Éste era el problema del Presidente y su solución se basó en el simple hecho de que para protagonizar una pelea, hacen falta dos, pero uno de esos dos tiene que empezarla”. El presidente encontró el camino abierto para resolver la encrucijada.
Si me he detenido en esta etapa de la historia es porque podemos encontrar allí el comienzo de la dominación planetaria de los EEUU hasta hoy, que está comenzando a ponerse en cuestionamiento. «Ese puñado de hombres, venerados y honorados por millones de personas -escribe Toland- se convencieron a sí mismos de que era necesario faltar al honor por el bien de la nación y provocaron la guerra que Japón había tratado de evitar».
«Cuando los Estados Unidos entraron en la Segunda Guerra Mundial, en 1941, Roosevelt intentó cambiar la agenda económica con el resultado de que gran parte de esos capitales se canalizaron a través de la industria bélica en lugar de destinarse a la producción de bienes de consumo. Desde 1940 la 2ª guerra mundial ya producía una gran demanda de los productos estadounidenses. En un principio, Estados Unidos sólo iba a intervenir en la guerra como proveedor de productos de guerra a los países aliados (especialmente Gran Bretaña y Francia). Esto hizo que el desempleo se redujera porque se revitalizó la industria. Dado que Estados Unidos no había sido atacado no podía intervenir de manera activa en la guerra, pero con el ataque Japonés a la base de Pearl Harbor entra de lleno en todos los frentes».
La participación de los EEUU en la Segunda Guerra le otorgaron: una victoria militar, ser el único país participante en cuyo territorio no se combatió, quedar con su aparato industrial en plena producción, haberse convertido en el gran acreedor, y ser al mismo tiempo el salvador de la democracia occidental. Podría decir yo, no sin un poco de cinismo, que el resultado fue brillante y de muy bajo costo, teniendo en cuenta la situación que se le presentaba de allí en más.

domingo, 5 de diciembre de 2010

La mejor forma de robar un banco es ser dueño de uno III

La crisis había llevado a replantear el rol del Estado en la economía de una nación. Como dije antes, las teorías dominantes no estaban en condiciones de dar cuenta sobre qué pasó ni de ofrecer una salida de la depresión. En marzo de 1933 asumió como presidente de los Estados Unidos, Franklin Roosevelt, quien se fijó como principal objetivo reconstruir la economía de su país. «Para esto desarrolló un plan conocido como "New Deal", que consistía en la regulación de la economía favoreciendo las inversiones, el crédito y el consumo, lo que permitiría reducir el desempleo. El gasto público debía orientarse a la seguridad social y a la educación».
El modelo estaba inspirado en las ideas del economista inglés John Maynard Keynes (1883-1946) quien, después de un profundo análisis de las dificultades del capitalismo, expuso sus nuevos principios en el libro "La teoría general del empleo, el interés y el dinero". Las ideas de este autor han reflorecido después de los problemas que trajo aparejados el problema actual. Allí se apoyaba en los principios del liberalismo clásico, pero proponía para situaciones, como las que se daban en la década del treinta, la intervención del Estado en aquellos casos en que se viera alterado el mercado en su funcionamiento. «Creía que una redistribución de los ingresos y el aumento de la tasa de empleo, reactivaría la economía. Nació así la teoría keynesiana. Dado este énfasis en la demanda, era natural para Keynes proponer el uso de políticas fiscales y monetarias activas para contrarrestar las perturbaciones de la demanda privada, por ello es particularmente recordado por su propuesta de apelar a una política de intervencionismo del Estado, a través del cual se propondrían medidas fiscales y monetarias con el objetivo de mitigar los efectos adversos de los períodos de recesión. Los economistas lo consideran uno de los principales fundadores de la macroeconomía moderna». Keynes había padecido en sus propias finanzas el Crack del 29 que casi lo lleva a la bancarrota, pero pudo recuperarse en poco tiempo. Sus ideas y las medidas por él propuestas han recobrado vigencia en estos últimos años.
Volvamos a Roosevelt. Las medidas adoptadas por su gobierno fueron: ayudar a los bancos, subvencionar a los agricultores, aumento de los salarios y reducción de las horas de trabajo, creación de nuevos puestos de trabajo en la administración pública y en obras públicas, lo que daría un fuerte impulso a la construcción y a sus industrias derivadas. También se establecieron planes de asistencia sanitaria y se organizó un nuevo sistema de jubilaciones y pensiones. Los resultados del New Deal no fueron todo lo que se proponía, pero al menos se logró la estabilización con poco crecimiento. No se logró el pleno empleo y la permanencia de un número alto de desocupados, hicieron de la década del 30. Un período de tensiones y enfrentamientos sociales.
El final de la década del treinta mostraba todavía una situación preocupante para los EEUU. Como dije las políticas no habían producido los efectos buscados. Todo ello preocupaba seriamente a Roosvelt. Miraba el panorama internacional y comprendía que se aproximaba una Segunda Guerra (o una continuación de la interrumpida primera, según algunos analistas) y toda guerra es también una gran oportunidad. Su posible participación estaba vedada por dos razones: sus promesas de neutralidad durante su campaña electoral y el dominio de los aislacionistas en el Congreso que propició la Ley de Neutralidad de 1935. Aunque Roosevelt la aceptó, ya en 1937 propuso que las naciones amantes de la paz debían establecer una especie de "cuarentena" a las potencias agresoras. Aparentemente sólo pensaba en la ruptura de relaciones diplomáticas, pero la reacción en el país fue tan grande y rápida que el presidente debió desdecirse y volver a una política de estricta neutralidad.
Nos encontramos frente a un nudo de la historia de la segunda mitad del siglo XX de vital importancia. Allí se puede descifrar las alternativas que tenía el Presidente para salir del conflicto económico y social que tanto le preocupaba: ¿Cumplir con la política de neutralidad o participar en la Segunda Guerra?

miércoles, 1 de diciembre de 2010

La mejor forma de robar un banco es ser dueño de uno II

El cuadro de la nota anterior nos anticipa las condiciones de la caída de la Bolsa de Nueva York. ¿Por qué sucedió tamaño desastre?: A medida que la prosperidad aumentaba, los empresarios buscaron nuevos negocios para invertir sus ganancias. Prestaban dinero a Alemania y a otros países e instalaban sus industrias en el extranjero. «También invertían en maquinarias que permitían aumentar la producción. Desde que advirtieron que tendrían dificultades para vender tanta mercadería, comenzaron a invertir en bienes de lujo, como joyas o yates, y en negocios especulativos. La compra de acciones en la bolsa se fue transformando en uno los más rentables. Muchas veces, para comprar acciones, los empresarios pedían créditos a los bancos. Debido a que la ganancia de las acciones podía llegar a un 50% anual y el interés que debían pagar por los créditos bancarios era del 12%, los beneficios que obtenían eran enormes. A fines de la década, la prosperidad, que antes estaba basada en el desarrollo industrial, pasó a depender de la especulación». Quiero subrayar esta afirmación para entrar luego en el análisis de esta última crisis.
Prestemos atención a esta referencia: «En 1928, algunos síntomas hacían prever que la economía estaba en peligro. Los ingresos de la población no habían subido tanto como para que el consumo siguiera creciendo. Los almacenes estaban llenos de mercaderías que no podían ser vendidas y muchas fábricas comenzaron a despedir a sus trabajadores. Sin embargo, en la bolsa seguía la fiesta especulativa. Los precios a que se vendían las acciones no reflejaban la situación económica real de las empresas. Aunque el crecimiento de muchas de ellas se había detenido, sus acciones seguían subiendo porque había una gran demanda de los especuladores. Nadie pudo o quiso darse cuenta de la gravedad de la situación. Cuando en octubre de 1929 la Bolsa de Nueva York quebró, la crisis fue inevitable y se extendió al sistema bancario, a la industria, el comercio y al agro estadounidenses. Sus consecuencias se sintieron también en todo el mundo y perduraron hasta la Segunda Guerra Mundial».
El derrumbe adquirió perfiles inéditos. Los analistas estuvieron muy lejos de advertir los tiempos que se avecinaban. «El jueves 24 de octubre de 1929, se produjo el crash de la bolsa de Wall Street. Más de 13.000.000 de títulos que cotizaban en baja no encontraron compradores y ocasionaron la ruina de miles de inversores, muchos de los cuales, habían comprado las acciones con créditos que ya no podrían pagar». Esto llevó a que la gente entrara en pánico, como es comprensible, y quienes poseían dinero en cuentas bancarias corrieron a retirarlo. Los bancos no estaban en condiciones de hacer frente a la magnitud de reintegros demandados. Por otra parte, como en los Estados Unidos se había tratado de hacer frente al descenso de la demanda con una expansión del crédito a los ciudadanos comunes, se vieron desbordados por deudas incobrables. Ante esto, se cancelaron las líneas de nuevos créditos, no se refinanciaron las deudas existentes. El final obligado: aproximadamente 600 bancos americanos quebraron en poco tiempo.
A partir de ese momento se inició un período de contracción económica mundial, conocido como la "gran depresión". El descenso del consumo hizo que los stocks acumulados crecieran, las inversiones se paralizaran y muchas empresas tuviesen que cerrar sus puertas. «La caída de la actividad industrial supuso una desocupación generalizada, de tal manera que se calcula que hacia 1932, existían en los Estados Unidos cerca de 13.000.000 de desocupados. La depresión trajo también penuria en el campo, pues muchos agricultores se arruinaron como consecuencia de la caída de los precios y de los mercados agrícolas. Como solución desesperada para poder pagar sus deudas, gran cantidad de trabajadores agrícolas vendieron sus tierras a precios irrisorios y se fueron a trabajar al oeste. La pobreza no alcanzó solo a campesinos y obreros, sino que se extendió a empleados, profesionales y capitalistas arruinados».
El sistema capitalista ya había logrado una interconexión de negocios que abarcaba a gran parte del planeta, que se manifestaba principalmente en la dependencia que de los Estados Unidos tenía la economía europea, lo cual hizo que la gran depresión, se extendiera por todo el mundo. La caída de los precios en América afectó a las industrias de otras partes del mundo que tenían precios superiores a los estadounidenses y que al no poder competir, vieron drásticamente reducidas sus exportaciones. Al mismo tiempo, la disminución de la demanda norteamericana, (y por ende, de sus importaciones), frenó las exportaciones de muchos países, con lo que disminuyó el comercio mundial. Todas las verdades del liberalismo económico se desmoronaron e hizo que comenzaran muy serias dudas sobre la sobrevivencia del sistema.