La alternativa de Roosvelt era de muy difícil solución. Entonces sucede algo providencial, leamos su relato según nos cuenta el historiador John Toland. Esto que sucedió fue ocultado por el Alto Mando que dijo a sus Jefes: “Caballeros, esto va a la tumba con nosotros”: «El 6 de diciembre de 1941 se le entrega a Franklin Delano Roosevelt un mensaje interceptado por la Marina de los EE.UU. Enviado desde Tokio a una de las embajadas japonesas en Washington, estaba cifrado en el código diplomático de alto nivel japonés (el código púrpura) y declaraba la intención de Japón de poner fin a las relaciones con los EE.UU. Una vez leída la transmisión de trece páginas, Roosevelt afirmó: “Esto significa guerra”. Pero entonces hizo algo un tanto extraño: absolutamente nada. Sí, eso es. Conocía la secreta declaración de guerra de los japoneses pero nunca se lo comunicó a quienes necesitaban saberlo: el almirante Husband E. Kimmel, comandante en jefe de la Flota de los EE.UU. en el Pacífico, en Pearl Harbor (Hawai) y el teniente general Walter Short. Todos los militares sabían que, en caso de que los japoneses atacaran, el objetivo sería Pearl Harbor.
Al amanecer de la mañana siguiente, un escuadrón japonés bombardeó Pearl Harbor en un ataque sorpresa que resultó ser eso, una gran sorpresa. Por lo menos para Kimmel, Short y los otros 4575 soldados americanos que allí murieron. La sorpresa no lo fue tanto probablemente para los generales George G. Marshall y Leonar T. Gerou y los almirantes Harold R. Stark y Richmond Kelly Turner, altos rangos militares en Washington, y los únicos autorizados para revelar ese tipo de información confidencial a mandos desplazados. Kimmel y Short, sin embargo, no recibieron el mensaje descifrado de la declaración de guerra hasta por la mañana, cuando el ataque ya había comenzado en el Pacífico».
Esta historia, largamente ocultada, encuentra su explicación en las palabras del contraalmirante Robert A. Theobald, quien se encontraba al mando de los destructores en Pearl Harbor: “Éste era el problema del Presidente y su solución se basó en el simple hecho de que para protagonizar una pelea, hacen falta dos, pero uno de esos dos tiene que empezarla”. El presidente encontró el camino abierto para resolver la encrucijada.
Si me he detenido en esta etapa de la historia es porque podemos encontrar allí el comienzo de la dominación planetaria de los EEUU hasta hoy, que está comenzando a ponerse en cuestionamiento. «Ese puñado de hombres, venerados y honorados por millones de personas -escribe Toland- se convencieron a sí mismos de que era necesario faltar al honor por el bien de la nación y provocaron la guerra que Japón había tratado de evitar».
«Cuando los Estados Unidos entraron en la Segunda Guerra Mundial, en 1941, Roosevelt intentó cambiar la agenda económica con el resultado de que gran parte de esos capitales se canalizaron a través de la industria bélica en lugar de destinarse a la producción de bienes de consumo. Desde 1940 la 2ª guerra mundial ya producía una gran demanda de los productos estadounidenses. En un principio, Estados Unidos sólo iba a intervenir en la guerra como proveedor de productos de guerra a los países aliados (especialmente Gran Bretaña y Francia). Esto hizo que el desempleo se redujera porque se revitalizó la industria. Dado que Estados Unidos no había sido atacado no podía intervenir de manera activa en la guerra, pero con el ataque Japonés a la base de Pearl Harbor entra de lleno en todos los frentes».
La participación de los EEUU en la Segunda Guerra le otorgaron: una victoria militar, ser el único país participante en cuyo territorio no se combatió, quedar con su aparato industrial en plena producción, haberse convertido en el gran acreedor, y ser al mismo tiempo el salvador de la democracia occidental. Podría decir yo, no sin un poco de cinismo, que el resultado fue brillante y de muy bajo costo, teniendo en cuenta la situación que se le presentaba de allí en más.
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