Según se va desenvolviendo
la trama que ha dado lugar a esta novedad
del siglo pasado denominada subjetividad
posmoderna, en un juego que su misma conceptualización pone en evidencia:
ésta puede ser pensada, analizada por contraposición a su antecesora la subjetividad moderna. Debemos reparar en
que el sólo título enuncia ya una carencia: ser “pos”, lo que viene “después
de”, habla de una indefinición que merece ser pensada. Es necesario detenernos,
volver las páginas de la historia hacia sus comienzos, pero sin ir tan atrás que
nos remita a un origen lejano. Podemos pensar a partir de su calificación de moderna para colocar un punto de
comienzo que nos coloque frente a un camino prometedor. La investigación acerca
de la naturaleza del sujeto portador de esta subjetividad funcionará como un espejo, y en el juego de las
figuras contrapuestas se definirá con rasgos más precisos cada una de ellas.
Ubicaré el
nacimiento de ese hombre con algunos datos históricos que describirán las
condiciones sociales dentro de las cuales maduró su conciencia. La Modernidad
representa el resultado de un hondo proceso de transformación del pensamiento
europeo a lo largo de un período de casi tres siglos. En este largo proceso que
comienza en los finales de la Edad Media, el Renacimiento[1] constituye un período de
transición entre el hombre medieval, en vías de lenta desaparición. El moderno
nace empujado por lo que se puede
denominar una fuerza espiritual caracterizada fundamentalmente por tres
componentes culturales: el Humanismo, la Reforma Protestante y el avance
ininterrumpido de la Ciencia. Debemos otorgarle a esta última el impulso
decisivo en el advenimiento de la nueva etapa. Merece mencionarse que en el
terreno político y social, tiene lugar una transformación importante: la
consolidación de los Estados Nacionales y de las Monarquías Absolutas, así como
al crecimiento de la burguesía y su actividad fundamental: el comercio internacional.
Debo subrayar, por algunos comentarios
anteriores respecto de las etapas de transición, que el Renacimiento es una
época de crisis: es decir, época en que las convicciones vitales, fundamentos
del espíritu de época del medioevo se resquebrajan, van perdiendo credibilidad,
cesan de regir. Los hechos importantes a destacar son: el quebrantamiento de la
unidad religiosa; el descubrimiento de la centralidad del Sistema Solar que
arroja a la Tierra a un puesto subalterno; las conquistas de nuevos territorios
y la expansión colonial; lo que va a compensar la autoestima del hombre
europeo. Los intentos reiterados de desplegar una sensibilidad nueva en todos
los ámbitos de la producción intelectual son síntomas inequívocos de la
necesidad de superar la gran crisis que atraviesa la cultura de época.
El Renacimiento se presenta, pues, primero,
como un acto de crítica que se resuelve en la ruptura con el pasado, una
superación del conjunto de ideas, creencias, que sostuvieron la humanidad
heredada. En este mar de dudas e incertidumbres el hombre del Renacimiento se
niega a ser un náufrago en medio de la perplejidad. La nueva época se
caracteriza por la negación de todas las filosofías anteriores, y constituye
también el angustioso afán de encontrar un nuevo punto de apoyo capaz de salvar
al hombre y a la cultura del naufragio: una nueva certeza. Este nuevo punto de
apoyo será la Razón, una Razón autónoma y cada vez más desteologizada. Ésta,
fundamento del hombre moderno, reconstruirá las certezas perdidas construyendo
una nueva manera de pensar, sin paternalismos teológicos, afirmando la
autonomía de este nuevo sujeto.
La actitud que
domina el espíritu de la nueva ciencia expresa una confianza absoluta en la
capacidad del hombre para extender más y más su dominio sobre la Naturaleza (el
hombre puede dominarla ya que ahora tiene el instrumento adecuado para ello: la
ciencia). Como se puede observar, la concepción aristotélica de la ciencia como
conocimiento puramente teorético deja paso a una concepción más utilitarista de
la ciencia. La nueva ciencia, la Ciencia Moderna, ya no aspira a la mera
contemplación, sino al conocimiento de las leyes que rigen los fenómenos
naturales con vistas a su dominio. Esta posibilidad de dominio acrecienta la
confianza del hombre burgués, el
hombre naciente, que será el dueño absoluto del mundo y lo subordinará a sus
intereses económicos: la naturaleza será convertida en una fuente de materias
primas y el fin dominante será el lucro.
[1] Es el nombre dado a un amplio movimiento cultural que se produjo en
Europa Occidental en los siglos XV y XVI. Fue fruto de la difusión de las ideas
del humanismo, que determinaron una nueva concepción del hombre y del mundo.
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