Nada
de lo dicho anteriormente es de fácil aplicación. Smith no se engañaba en
cuanto a las fuerzas que no estaban dispuestas a permitir tal tipo de mercado,
aunque él no llegó a ver la concentración capitalista del siglo XIX. Por ello
su metáfora de un pasaje de La Riqueza de
las naciones, ya anotada más arriba, en la que anuncia que la ciudad y el
mundo entero arde, es la consecuencia de poner trabas a este planteo y da lugar
al estallido social. Aquí aparece la necesidad de la vigencia de ese
republicanismo comercial que se ha podido asociar a la figura de Adam Smith.
Nuestro autor, el Dr. Casassas, ofrece una especie de resumen de lo que ha
venido exponiendo:
«Una sociedad económicamente sostenible, que quede a
salvo del potencial destructivo de los “descreadores de la Tierra” y que
permita que el mundo lo fundemos y lo reproduzcamos entre todos y en
condiciones de justicia y perdurabilidad, es aquella que garantiza a todos sus
miembros una posición social de independencia socioeconómica que los faculte
para construir una interdependencia efectivamente autónoma en el ámbito
productivo —y, nuevamente, doy al término “producción” su sentido más amplio,
que incluye aspectos materiales e inmateriales—. A mi modo de ver, ello exige
la garantía político-institucional de, por lo pronto, las siguientes
condiciones. En primer lugar, todos los individuos han de ser dotados de una
base material, en la forma de una renta básica universal e incondicional, que
garantice su existencia y, de este modo, los dote del poder de negociación
necesario para convertirse en co-partícipes efectivos de los procesos de
determinación de la naturaleza que adquieren las relaciones sociales en el
ámbito productivo, reproductivo y distributivo».
Remite
a trabajos de investigadores que participan con él en este tipo de temas: Daniel
Raventós[1] (1958); Carole Pateman[2] (1940) y otros muchos autores. Todos ellos
han insistido en estudiar y difundir temas relacionados con la necesidad de
políticas que propongan otorgar poder al ciudadano, acrecentado su poder de
negociación. Un tema en el que se ha trabajado bastante sostiene que «la
introducción de una renta básica podría permitir a los miembros de grupos de
vulnerabilidad social, como los formados por la clase trabajadora o por las
mujeres, negarse a aceptar ciertas condiciones de vida y optar por ensayar otro
tipo de relaciones sociales -en la esfera del trabajo y de la producción, en la
esfera doméstica, etc.-».
Por
otra parte, apuntando al otro polo de los participantes del mercado, la
creación de instituciones políticas que eviten la formación de grandes
concentraciones de poder económico, estudiando legislaciones que reglamenten la
formación y participación económica y limite las concentraciones de poder
económico. La historia del siglo XX ha demostrado hasta el hartazgo como los
grupos poderosos pueden condicionar la naturaleza y el funcionamiento del espacio
económico estableciendo todo tipo de obstáculos que limitan la participación de
los productores medianos y pequeños. Esto comporta el desplazamiento de la gran
mayoría que queda privada de su participación y se los empuja hacia la quiebra.
Esta tarea de control de las grandes concentraciones de poder económico puede
adquirir diversas formas: «la imposición de límites a la acumulación de
riqueza, o bien la definición de unas reglas del juego que impidan que los más
poderosos puedan llevar a cabo aquellas prácticas económicas que resulten
excluyentes de la gran mayoría y, por ende, lesivas de las libertades
individuales y colectivas de esa gran mayoría».
Para
dar una mayor claridad a lo expuesto nuestro autor ofrece un análisis del uso
del concepto liberal, nos informa que:
«El término liberal, en el sentido moderno, aparece en
1812, con las Cortes de Cádiz. Antes del siglo XIX, el término “liberal”
significaba, simplemente, “generoso” y en este único sentido lo utilizaron Adam
Smith o Locke —de los que ahora se reclaman herederos ciertos adalides del
liberalismo—. La idea de libertad de Smith tiene una base material: sólo hay
libertad cuando se goza de autonomía material, uno es libre cuando es
independiente, y eso requiere intervención pública, también para Adam Smith.
Pero el liberalismo rompe con esta idea».
La
otra distorsión es la que se presenta en la lectura del pensador escocés es la
siguiente:
«Se hace una interpretación muy sesgada.
Políticamente, es un engaño y, académicamente, una patraña. Adam Smith no creía
que los mercados fuesen independientes de la política, sino que los presentó
como el resultado de cierta acción política, y esa acción política está
relacionada con la defensa de los intereses de una clase privilegiada o del
conjunto de la población. Para que “la mano invisible” [la autorregulación del
mercado] funcione, necesitamos la intervención del Estado en la economía; a
partir de ahí, podremos promover intercambios en condiciones de libertad y
hacer que los individuos sean realmente libres».
[1] Doctor en Ciencias Económicas, profesor titular del departamento de
Teoría Sociológica, Filosofía del Derecho y Metodología de las Ciencias
Sociales en la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona
[2] Doctora por la Universidad de Oxford. Desde 1990, es profesora del
Departamento de Ciencia Política en la Universidad de California en Los Ángeles
(UCLA). En 2007, fue nombrada miembro de la Academia Británica.
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