La propuesta original de este trabajo rondaba en torno a una
necesidad: desmontar el discurso dominante que impone una interpretación de la
realidad y de sus posibilidades de cambio muy limitadas. Dicho de otro modo,
cubre la realidad con una niebla de pesimismo que la convierte en un mundo gris
sin salidas a la vista. Una especie de fatalismo, con pretendida fundamentación
científica en este caso, que impide pensar en caminos alternativos,
superadores, con toda la dosis necesaria de realismo que la correlación de
fuerzas actuales implica.
Después de las décadas de los sesenta y setenta, que nos
hicieron pensar en que los cambios necesarios para construir una sociedad más
justa estaban al alcance de la mano, las frustraciones de esas generaciones más
las consecuencias de los errores cometidos que se sumaron a la represalia de
las fuerzas dominantes, nos sumieron en los años de fuego, más las décadas
siguientes en las que pretendieron convencernos de la necesidad de ser
pragmáticos. Esto debe entenderse como el abandono de los viejos ideales. Ese
reflujo de las ideas y de las fuerzas que luchaban por “la liberación de los
pueblos” fue ocupado por una oleada impetuosa del neoliberalismo triunfante que
decepcionó a muchos y les hizo bajar los brazos.
Pasados esos tiempos, el nuevo siglo apareció con
resplandores que encontró a muchos deshabituados a esas luminosidades. Algunos no creyeron por
tener un corazón cansado, otros tuvieron que hacer esfuerzos para aceptar lo
que estaban viendo, y así, de a poco, algunos primero, otros muchos después, se
sumaron a la marcha prometedora de tiempos mejores. En ese afán estamos.
Si bien las voluntades se van disponiendo a emprender, por
diferentes caminos, las diversas tareas que impone toda reconstrucción social,
una de ellas que, a mi entender, no ha tenido demasiada atención es la que se
ha denominado “la batalla cultural”, es decir la lucha contra las ideas
imperantes que han calado muy profundamente en la conciencia colectiva.
Desenredar la trama de ese complejo de ideas no es una labor sencilla. Requiere
de mucha paciencia, de mucha inteligencia y de mucha perseverancia. Parte de
ello es el objetivo de las páginas anteriores, será el lector un juez sobre los
resultados obtenidos. Demostrar en el terreno teórico las falacias que se han
argumentado, las elaboraciones históricas, filosóficas, literarias, las
distorsiones de los significados de las ideas de los Maestros clásicos, todo
ello con el propósito de justificar el mundo existente. En esto debemos
enfrentar a algunos que han elaborado discursos encubridores a sabiendas de lo
que hacían, esos no son recuperables, puesto que actúan como mercenarios. Lo
más grave lo presentan los muchos que repiten crédulamente esas teorías que las
reciben dentro de un marco de pretendida cientificidad. Allí el trabajo es
enorme y debe ser muy paciente.
El encuentro con el pensamiento y la labor investigativa del
Dr. David Casassas ha sido, para mí providencial. He tenido la suerte de
sumergirme en sus conclusiones que me parecieron muy iluminadoras. Ello me
impuso la necesidad de compartir con lectores que no visitan regularmente estos
temas esta investigación sobre el pensamiento de Adam Smith, quien ha sido
presentado como el “padre de la economía moderna”, cuando fue mucho más que
eso. Fue el filósofo moral que se entusiasmó con las promesas de un mundo que
iba saliendo del sometimiento feudal y auguraba un futuro preñado de buenas
nuevas. Sus investigaciones, que fue escribiendo en una serie de pequeños
trabajos conformaron un cuerpo extenso, denso y detallado, que fueron
publicadas en 1776: La riquezas de las
naciones.
Como ha sucedido con otros grandes maestros, es mucho más
citado que leído en su totalidad. Lo que ha circulado por las academias y
universidades han sido algunas síntesis que destrozaron gran parte de la
riqueza que contiene el texto. Se ha simplificado, descafeinado, aguachentado,
haciéndole decir con las síntesis y los comentarios ofrecidos sólo una parte de
sus ideas cosas que contradicen el texto en su totalidad.
Recuperar lo medular de su pensamiento, colocándolo en el
contexto histórico en que se desenvolvió su actividad teórica, es un mérito del
autor que he comentado, el Dr. Casassas. Espero que su lectura haya sido de
ayuda para comprender mejor algunas de las muchas posibilidades de salida que
tiene este presente social y político injusto. Además se debe tener sumo
cuidado con la utilización de vocablos que fueron mutando su significado.
Leerlo desde el después y atribuirle
el significado posterior distorsiona lo que el autor clásico ha dicho. Todo
este trabajo ha intentado aclarar ideas que, como se las presenta, son el
sustento de esta sociedad injusta.
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